viernes, 28 de febrero de 2014

Un error para desinflar el entusiasmo

Fueron días de euforia que trastocaron sin dudas las prioridades y pusieron al hincha a soñar en grande: a semejantes vuelos, la derrota en la Bombonera resultó un terrible hondazo. Algunos, incluso, se enojaron, pero en rigor, todos lo sabemos, esta es la realidad de Estudiantes y del fútbol argentino: cualquiera puede con cualquiera, incluso el equipo más chueco. De hecho el panorama general del fútbol, que vende hasta la madre buscando subsistir mientras el dólar sube y las esperanzas de formar equipos competitivos bajan, resulta una gran ayuda para el club, que puede formar un equipo competitivo aún alineando pibes con veinte abriles apenas cumplidos.

Se habló de la intrascendencia del ataque de Estudiantes, viejo pecado del ciclo Pellegrino que parecía olvidado tras el despliegue físico ante Arsenal, la victoria inteligente con All Boys y la épica gesta ante Lanús. Pero en rigor, apenas en la primera fecha, ante un equipo que parecía pinchado, pudo Estudiantes generar más de cinco ocasiones de gol; con All Boys y con Lanús fue oportuno para meterla y oportuno para laburar.

Las razones pueden ser varias: algunos rendimientos individuales en las bandas, el lugar problema para el ciclo Pellegrino (pasaron Correa, González, Luna, Rosales, Jara, Rodríguez, Silva…), la salida del zurdo Silva del equipo (Estudiantes perdió salida por izquierda y Goñi no sintió el puesto en ataque), también la presión de la punta, de jugar en la Bombonera ante un Boca que jugó a dientes apretados, con un público tan hostil como el de Estudiantes la fecha pasada…

Pero todo tiene un denominador común: si hablamos del nivel fluctuante de las individualidades, o de sentir la presión del rival o del momento, no hablamos de los veteranos Verón o Desábato, sino de los pibes. Hablamos de Correa, que arrancó para irse al Inter y terminó fantasmal; hablamos de Rosales, improvisado volante por derecha ante Lanús que sostuvo el puesto sin tanto éxito; hablamos de Auzqui y Silva, que se hicieron echar tontamente; de Carrillo, todavía sin el hambre voraz que se le exige a un 9 en Estudiantes.

Pero sacar a los chicos no es una opción: no sólo porque de los suplentes son pocos los que pueden pedir un lugar (apenas, quizás, Patito Rodríguez, más incisivo que Correa en sus intervenciones) sino porque su participación es parte de un plan mayor, más valioso que un resultado, y debe respetarse, sin desesperar por eventuales malos momentos. Y bajo este plan, los resultados serán necesariamente igual de inconstantes que sus intérpretes. Los muchachos tendrán días buenos y malos, sentirán nervios, se agrandarán, se harán echar. Pellegrino, Verón y Desábato, en tanto, intentarán la futil tarea de ponerlos en fila.

Por supuesto, no debe convertirse en una excusa, ser motivo para el conformismo: Estudiantes debe apuntar alto, porque el resto de los equipos, igual de vaciados, algunos jugando Copa, todos con planteles cortos, permiten, al menos, pensar en entrar en la Sudamericana. El entrenador tiene la obligación no solo de ser maestro de estos jóvenes pupilos, de conducir su maduración, de motivarlos a los gritos para que se coman la cancha, sino también de conducirlos adentro de la cancha, buscar más variantes a un ataque por momentos predecible, pedir más juego de primera, aceitar el juego de memoria, para acelerar la transición entre ataque y defensa, aprovechar para ello el pie mágico de Verón, también de trabajar la pelota parada en defensa, que ha traído algunos dolores de cabeza.

Pero una derrota no es motivo para tirarse de los pelos. Menos en la Bombonera, cancha imposible para Estudiantes (ganó 8 de 88 encuentros) aún con equipos maduros y místicos. Seguro, Boca llegaba cabizbajo, buena chance para traerse una victoria que hubiera significado un empellón anímico de los importantes para el purreterío pincharrata. Pero Estudiantes planteó las cosas para aprovecharse del momento, cerradito atrás y jugando con la pelota y la desesperación de su rival.Boca, sencillamente, encontró el gol y desde ahí creció en confianza y se acordó de cómo defender: así suele ser el fútbol argentino, donde las derrotas se explican en pequeños errores.

La derrota deja siempre enseñanzas a quien quiere escucharlas. Al hincha le sirve: para disminuir su euforia y abrazar la idea de que el verdadero valor de este ciclo reside en equilibrar lo deportivo y lo institucional a partir de la promoción de juveniles y de la gestación de su madurez al lado de dos referentes de la mística (Verón y Desábato). Al plantel, en tanto, el golpe le mostró que a Estudiantes, al igual que al resto, no le sobra nada: no se puede dar una ventaja, porque se puede perder en cualquier cancha. Como dijo alguna vez Eduardo Manera, un error es un gol, un gol es un partido y un partido es un campeonato.

Así, entonces, llegamos al primer cuarto del torneo. La seguidilla de durísimos partidos que siguen (Ñewell’s retemplado, el jodido Belgrano en Córdoba y Rafaela previo al clásico de visitante) determinará como se ubica Estudiantes respecto a las copas y a los demás equipos, que seguramente seguirán en la actual línea de dividir puntos. Es temprano todavía en la temporada; más temprano aún es en la vida de este joven equipo cuya historia recién se empieza a forjar.

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