domingo, 23 de febrero de 2014

Se dice de tí...

“Hoy hubo bidón”, tiró un Verón feliz con sus discípulos en la brujería mística, y picanteó un poco más el clima caldeado que dejó el partido con Lanús. El encuentro del miércoles tuvo todo: polémicas, expulsiones, insultos, grescas y declaraciones subidas de tono, pero un buen porcentaje provino del lado visitante, que la siguió ayer, en las radios y la televisión. La acusación, simplista, retrógrada, era que Estudiantes, como marca su historia, había ganado con trampa.

Antifútbol: fue curioso como empezó a rondar por enésima vez esa palabrita con la que tantos equipos, ante falencias propias, acusan y se martirizan a la vez. Curioso porque el partido fue  intenso y áspero, pero de ninguna manera hizo Estudiantes uso de ardides arteros para vencer. Más allá de la tardanza para alcanzar la pelota (habitual en el fútbol argentino), no hubo una batería de lesionados ficticios, ni patadas para todos, tampoco cambios para ganar tiempo o un constante revoleo fuera del estadio: apenas un equipo que, en desventaja numérica, manejó los tiempos del partido con inteligencia (motivo de orgullo de Verón y todo el pincherío) e hizo un culto de la defensa durante 30 minutos.

Pero “defensa” es una mala palabra en el fútbol argentino, un acto de cobardía, una inmoralidad. “La nuestra”, mito de un fútbol nacional lírico, pura invención e inspiración, envolvió al deporte en un aura mágica lejos de todo intento de explicación y sistematización, y, a la vez, sometió durante mucho tiempo (lo sigue haciendo) a la mediocridad a equipos sin posibilidad de reforzarse con estrellas, que quisieron jugar “lindo” para no ser cobardes adscriptores al antifútbol, y terminaron siendo los simpáticos perdedores de la historia. Los partidos terminaban 6 a 4, 5 a 3, todo muy lindo para el espectáculo: pero los campeones, hasta 1967, fueron cinco, justo los cinco que gozaban del poderío económico para robar canteras ajenas y formar superequipos que dominaban a sus rivales a puro gol (sin escatimar patadas, casi siempre sin sanción). Entonces, apareció Estudiantes.

Zubeldía estaba determinado a cambiar este fútbol sumiso donde los chicos debían permanecer en su lugar: con otras armas que las propuestas por los medios, pensó, podía darse batalla y vencerse a los capitalinos. Pero esas otras armas (organización, defensa, trabajo, equipo) fueron desmanteladas discursivamente: el fútbol se volvió moral, los modos, los estilos, eran “buenos” o “malos” (¿hasta que punto esta mitología nacionalista no es cipaya, un derivado del “civilización y barbarie” que condena las estrategias diseñadas desde los márgenes del mundo?). Y Estudiantes, el atrevido club de La Plata que desafiaba sus límites, estaba del lado de los malos.

¿En serio otra vez esto? Parece ridículo, una pelea dialéctica propia de un pasado superado por cualquiera con dos dedos de frente. Pero siguen allí los negadores, repitiendo sus floridos cuentos de un fútbol mítico hechos de gambetistas fiesteros que no necesitan disciplina, tan grande es su talento natural, tan superiores somos los argentinos. El sentido común alcanza para desbaratar esta mitología argenta que se extiende a otros ámbitos, polarizando hasta la enemistad mortal cualquier actividad.

La historia de Estudiantes no encaja en su modelo anitnómico, la desmiente, la excede, la desarma: “Club que ganó todo jugando al fútbol. Con grandes equipos y una filosofía de vida admirable. Zubeldía revolucionó el fútbol. El equipo de Bilardo era brillante. El de Sabella jugaba bárbaro”, escribió en respuesta a algunos exabruptos del Departamento de Prensa de Lanús el periodista Pablo Gravellone, “muy hincha de All Boys” según su propia biografía.

Pero, a pesar de todo, de los triunfos, de los logros e incluso de algunos reconocimientos pasajeros, siempre que Estudiantes hilvana un par de triunfos vuelve el mito del antifútbol: y nosotros, a esta altura, nos reímos, lo abrazamos, subvertimos el bidonismo y el antifútbol y lo adoptamos como bandera. Como los vikingos, Estudiantes disfruta y celebra, carnavalescamente, subversivamente, su mala fama. No nos interesa justificarnos, defendernos: para que dar explicaciones si, como dice el refrán popular, tus amigos no las necesitan y tus enemigos no las creerán.

Lo bueno es que en el country nadie da bola: lejos de salir al cruce de las declaraciones, el equipo continuó cultivando el bajo perfil guardadito y concentrado en City Bell, esperando el partido que viene sin creerse el cuento del Estudiantes infame (y tampoco el canto de sirena que pone a este Estudiantes en el pedestal: falta muchísimo). Y nosotros deberíamos hacer lo mismo: esta columna debería autodestruirse en 5 segundos. Y que hablen, que sigan hablando. Si ellos son la Patria, yo soy extranjero.

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