martes, 15 de julio de 2014

Herederos de la mística: a 5 años del Mineirazo



El global está igualado en uno y el encuentro comienza a extinguirse, cuando la pelota se eleva sobre el área y el delantero vuela sobre la oposición para estampar la furibunda desigualdad. Quien celebra incrédulo no es Mauro Boselli sino Ramón Lentini. No estamos en el Mineirao, sino en el Estadio Ciudad. No hemos aún alcanzado las traicioneras mieles de una final, esa instancia de ilusiones que pueden volverse contra uno. “Casualidad”, dirán muchos, ese gol de un juvenil que escribió su nombre en la historia y luego se esfumó, para pasar con pena a la primera fase de la Copa Libertadores 2009.

“Mística”, sostendremos nosotros, convencidos aún en aquel segundo encuentro, todavía pre-Libertador. Mística que es a la vez sudor mancomunado, la creencia profunda, genética, del poder de la hermandad, y sangre legada, inexorable destino de gloria.

Nadie creía en el ejército del Pelado. Pero puertas adentro había un juramento de venganza, tras la fallida final de la Sudamericana en 2008. Desde aquel visceral sentimiento revanchista se puede ya ver la voluntad de los hombres y el legado heroico de la historia: también los muchachos de Zubeldía juramentaron revancha tras perder el torneo de 1967 invictos, y tras caer en 1969 ante el Milan quisieron una Copa más; también hubo promesa en aquel vestuario de San Pablo, en 2006, cuando por penales el local nos dejó afuera de una Copa donde ya se vislumbraba el despertar de un destino adormecido.

Costó, por supuesto: tras aquel título de 2006, la mesa parecía servida para volver al plano internacional, pero los bizarros calendarios de AFA empujaron el regreso a la Libertadores, ese primer amor al que siempre se vuelve, para 2008. Para entonces, el núcleo 2006 había mutado, las relaciones en el vestuario no eran las mejores y el equipo terminó cayendo, en casa, ante el futuro campeón.

Llegó Astrada al banco, que conduciría a esta nueva generación a su primera final internacional, para luego, en plena Libertadores 2009, perder su ascendencia sobre el grupo. La clasificación de Estudiantes se complicaba, había rumores de trompadas en el vestuario y, otra vez, nadie creía en Estudiantes. Ultimo en el torneo local, era evidente que pronto se caería en la Libertadores y se quedaría sin nada. Para colmo, Astrada dejaba el cargo y la dirigencia apostaba fuerte, muy fuerte, a un tipo casi desconocido para el piberío: llegaba Alejandro Sabella para realizar sus primeras armas como entrenador, tras una vida como jugador y otra como ayudante de campo de Passarella.

Y entonces, la barca comenzó a enderezarse: el doble comando Verón-Sabella apeló a la historia para sacar al equipo de sus rencillas improductivas y enfocarlos en su chance de hacer historia. Como una vacuna, la mística fue inoculada y lentamente el torrente sanguíneo del plantel fue absorbiendo no solo conceptos, ideas de juego, sino convicción en que se podía: y el convencimiento hace leones de gatitos pero, además, es un componente clave para la táctica, el motor para que el equipo esté concentrado (porque “un error es un gol...”), para que los relevos se realicen aún sin energías para dar más. Estudiantes, el del orden y el corazón para fundar milagros y construir leyendas, el de la historia que parece siempre inverosímil, siempre una película yanqui de las malas, empezaba a florecer.

Pasaron las fases, con sufrimiento, pasó Libertad, pasó Defensor Sporting, pasó Nacional, copamos Uruguay, cada vez más grande la certeza, como vez más gigante el olor a hazaña, cada vez más cerca esa hermosura de trofeo. Llegó Cruzeiro, el temible, y todos, con Don Alejandro, alérgicos. Pero era lógico: las épicas no se escriben con batallas finales facilongas, contra monstruitos imaginarios. A las finales, como a las ideas, como a la mística, hay que ponerle el cuerpo detrás.

Como prueba allí está esa imagen ícono, poster del film “Estudiantes de La Patria: la leyenda continúa”: Verón, el veterano capitán que podría estar jugando para algún equipo de Islas Caimán y juntando pepitas de oro, se rompe el pómulo y mira, torvo, a su enemigo. Le quieren marcar el terreno, quieren hacerle sentir el rigor, pero ¡pobres! no saben a qué monstruo de hambre primordial despiertan, no saben que sueño de la infancia lo empujó a volver a sus pagos, no saben de la mística y su pelado primogénito. Su actuación en ambos encuentros, una solución mística de cerebro y tesón, pone la piel de gallina de sólo recordarla. Desde el terreno conducía el capitán; desde le banco comandaba el general, El Magno, pedía el imposible: bajar la estrella del cielo, cosas de enamorados, imposibles que Estudiantes vuelve posibles, probables.

¿Aún si te vas 0-0 de tu cancha, si visitás la inexpugnable cancha del Cruzeiro? ¿Aún si podrías haberlo, incluso, perdido? ¿Aún si, Pincha cabulero, te hacen entrar por la Puerta 13? ¿Aún si, en encuentro parejo, tras haber neutralizado a tu rival gracias a la alquímica mente de Sabella, te clavan un gol producto de un disparo imperfecto que roza en el azar? Ah, que bárbaro: los cohetes se agotaban otra vez de los comercios, como en 2008, cuando muchos platenses apostaron al fracaso y al estruendo gozador. Ya los medios te dan por muerto: ¿qué vas a hacer, Estudiantes?

Y entonces, sólo entonces, sólo cuando quedó establecida la imposibilidad absoluta de alcanzar la hazaña, entonces, como confiaban las miles de almas que viajaron a Belo Horizonte con plena seguridad en este conjunto imbuido de la mística que atestiguaron abuelos y padres, que contaron a sus hijos; solo entonces, acudió el León a su cita con la historia.

Primero la Gata, empujando un centro enroscado de Cellay, tras pase inverosímil de Verón: el festejo, brazos abiertos, lágrimas de emoción y algarabía generalizada en cancha y en tribuna, a la retina de la historia del fútbol. El Pincha empataba, ¿no era que no se podía?

Después, Boselli: más rosca imposible al centro del Pelado, rosca de cinco décadas de laboratorio, y el cabezazo de Mauro, arriba, contra todos, como Estudiantes, contra todo. Pim, pum, gol: el Pincha arriba, ¿no era que no se podía?

Con el 2 a 1, iban a tener que matar a los jugadores para hacer un gol: ellos, que habían ya producido en masa banderitas que anunciaban su tricampeonato, terminaban vencidos en su propia casa. Seguro, metieron un tiro en el travesaño que, usted y yo sabemos, lo sacaron para afuera el Ruso y Don Osvaldo: porque eso también es mística. Dirán ojete, siempre la palabra que los no iniciados pronuncian para explicar tanta mística, pero el destino también se construye con el pasado que empuja al corazón a latir más fuerte, que se encarna con el jugador y lo vuelve enorme, invencible, en la adversidad.

“Somos la gloria”, pronunció hace cinco años, lagrimeando, el reproductor y reinventor de la mística, mientras el portador genético del pasado se abrazaba en el césped del Mineirao en una foto para la historia. Andújar, Desábato, Alayes, Schiavi, Cellay, Ré, Díaz, Angeleri, Braña, Verón, Pérez, Benítez, Fernández, Boselli, Calderón, Iberbia, Albil, Salgueiro… Hace cinco años son gloria: pasado místico pero no historia muerta, pasado que crece en el tiempo como leyenda y se encarna en los pibes albirrojos, esos que todavía juegan en el Country, y los empuja a volverse enormes ante la adversidad. La historia no es para los libros: en Estudiantes, la historia es siempre semilla de nuevas historias. La historia vive en nosotros.





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