sábado, 5 de julio de 2014

Un Mundial sin James



Brasil pudo contra sí mismo: porque salió a comerselo, salió a correr la cancha para no tener que pensar, y con abanderados bastante impensados como Fernandinho y David Luiz, arrolló un buen rato del encuentro a Colombia. En ventaja desde el minuto 10, aparecieron con el cansancio las dudas de la Verdeamarelha, pero Colombia estaba en su propio laberinto, sufriendo demasiado el roce sin sanción arbitral que proponía Brasil. Y así, los de Scolari siguen, y jugarán los siete encuentros en casa.

Quien no sigue es James Rodríguez. Cuando Colombia perdió a Falcao en la previa del Mundial, muchos de los que lo vaticinaban como potencial sorpresa se llamaron a silencio: el Tigre era más que la máxima figura, y no emergía del grupo conducido por Pekerman un jugador capaz de cambiar el tono de los partidos con un arranque. ¿Rodríguez? Un nene, solo 22 años y sin demasiado roce en el campo internacional, relegado hasta el momento a las ligas menores. Hoy, ese nene se va del Mundial goleador y con un pase tasado por Monaco en 75 millones de euros.

Rodríguez fue señalado por Pekerman, ante la baja de Falcao, para conducir los hilos no solamente futbolísticos sino también los hilos del destino. Y el primer encuentro le costó: James, ese talento que había deslumbrado en Banfield para luego perderse en las ligas no televisadas del mundo, ese crack que aparecía en los encuentros de Eliminatorias y pintaba caras, ese pibito lució sin su desfachatez habitual. No tuvo, en aquel debut ante Grecia un gran encuentro: apenas marcó un tanto y dio dos asistencias.

Un señor jugador, el colombiano con cara de bebé: a los arranques de habilidad sumó panorama y pausa para hacerse dueño del equipo. Y que es el panorama, después de todo, que imaginar los mismos huecos para el pase profundo que para la gambeta.

Tras aquel encuentro inicial, James estalló todos los pronósticos. Neymar se apagaba, CR7 sufría, Lucho Suárez mordía, y apenas Messi y Robben ejercían lo que se esperaba de ellos. Rodríguez superaba todo lo imaginable, y conducía a una desfachatada selección cafetera hacia octavos primero, y luego a cuartos, tras vencer sin oposición a Uruguay. El equipo de Pekerman era cosa seria, y lejos de la indisciplina de otras selecciones colombianas, éste incorporaba mesura e inteligencia a esa natural desmesura de talento y vértigo. Rodríguez encarnaba el ideal del equipo de José: talento al servicio del equipo.

El Mundial se queda sin uno de sus mejores jugadores, uno de esos que hacen que la gente se levante de las butacas, de los que cambia los partidos. En su encuentro final sufrió patadas y una marca férrea de una selecciçón brasileña cuyo plan A no era pasársela a Neymar sino anular a James: todo un reconocimiento, replicado en el cierre del encuentro cuando media selección verdeamarelha fue, rendidos al talento, a consolar su angustia y ofrecerle un abrazo. Estarían ellos también tristes: hay jugadores que vuelan, contienen el aliento de multitudes e invitan a soñar con imposibles.

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