sábado, 5 de julio de 2014

Cruzó el Rubicón

Veinticuatro años, un montón, una vida sin Argentina en semifinales. Dos generaciones enteras de futbolistas llegaron hasta ese límite, hasta cuartos nada más. Esta Selección, que crece y crece, se rebeló a esa marca ominosamente presente como una condena: con gol de Higuaín cuando el partido amanecía y gracias a la contención esmerada de los peligros que suponía el rival, sacó a Bélgica y se metió en semis, después de cinco mundiales.

Arrancó derecha la cosa para Argentina, con espacios para circular la pelota, Messi enchufado y, demás, tras un desvío fortuito, un tremendo bombazo de Higuaín, volea de aire sin detener el balón, para sacudir las redes y la mufa que rodeaban al nueve argento. Así lo gritó, otro desahogo más en la historia de Argentina en el Mundial, otro jugador que aparece en el momento justo. Argentina, casi desde el vestuario, se ponía arriba.

Hubo un retroceso en el campo, sí, pero un retroceso estratégico, que apuntaba a liberar espacios para los delanteros y, a la vez, contener a Bélgica, rapidita desde De Bruyne y Hazard. A los cracks belgas les rodearon la manzana y los esfumaron de la cancha, forzando, como tantas veces hacen con Argentina, a que tengan la pelota los que no deben. Con Biglia y Masche en el centro, y la entrega para el retroceso de Lavezzi, casi volante, la Selección no solo controlaba la trama del partido, sino también conseguía las mejores aproximaciones.

De una habilitación deliciosa, de hecho, que lanzó perfecto Messi desde detrás de mitad de cancha, llegó una de las más peligrosas para Argentina: Fideo enganchó ante Kompany, pero el del City no se comió el amague y tapó el disparo. En la caída, Di María sufrió un tirón y tuvo que salir de la cancha: el jugador ideal para el partido dejaba la cancha y le llenaba la cola de preguntas a más de uno.

Pero Argentina siguió con el plan. Ordenadito, bien agrupado, le copó los espacios en defensa a Bélgica, ahora con un jugador más, porque Enzo Pérez, adentro por Fideo, fue un colaborador más en la recuperación. Con siete jugadores dispuestos al overol, Mascherano no fue obligado a la actuación épica y Argentina conseguía, por primera vez, el equilibrio tan mentado.

El partido, por más sufrimiento que hayamos sentido, siguió por esas vías, controladito, sin chances para una Bélgica atrapada en la telaraña. Llegaron rápido los cambios cantados del equipo europeo, entraron Lukaku y Mertens y comenzaron los bochazos largos para pasar por arriba una media cancha que la Albiceleste controlaba.

Argentina retrocedía cada vez más, producto de los nervios y de la presión del rival, y también, con Messi y Lavezzi cansados e Higuaín muy lejos, terminó el partido jugando muy largo, lógica consecuencia del trajín del encuentro. A pesar de todo, las dos llegadas más claras fueron para la Albiceleste: deliciosa contra de Higuaín que aprovechó el arrastre de marcas de Pérez para encarar, tiró un caño y disparó al travesaño, cuando corrían 30 del segundo tiempo; y luego, en el descuento, escapada de Messi mano a mano y, ante las dudas y las piernas pesadas de la Pulga, el lucimiento de Courtois.



Y se fue el partido y llegó la celebración. La Selección jugó su primer gran encuentro en Brasil, sufrió solo por el resultado corto, y sobre todo: Argentina fue un equipo confiable (gran tarea de la zaga central y también de Basanta, contenido pero oficioso) y, como con Suiza, apareció el hambre que sirve para superar los problemas y cohesionar las voluntades. El equipo, como le gusta mucho a Sabella, preocupó en ataque sin despreocuparse de la marca, se desdobló con emotiva solidaridad, y corrió y corrió y corrió, hasta romper ese límite en que los años habían encasillado a la Albiceleste: chau cuartos, dijo, y sigue de largo, quiere aprovechar el envión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario