viernes, 1 de agosto de 2014

Lo que queda


Don Julio se había sacado su famoso anillo y cuentan quienes frecuentan los pasillos que la AFA que hace rato ya no se veía a aquel hombre decidido a hacer lo que sea necesario. ¿Por el fútbol? ¿Por permanecer en el poder? La respuesta es un confuso coctel de aciertos deportivos y abuso de poder. Pero así como el poder desvela y corrompe, la vida desgasta: y de aquel hombre que juró irse muerto de AFA, dicen, ya poco quedaba: su esposa Nélida, su compañera de toda la vida, había fallecido hacía ya dos años y Grondona, consciente de que “esto no pasa”, había anunciado que este sería su último mandato. "Dicen que cuando uno se va, se va el otro. A mi, hoy, no me molestaría en lo más mínimo, irme", dijo, y se quitó el infame anillo.

A un mes del Mundial se cumplió el segundo aniversario de la muerte del amor de su vida, que, resultó ser, no era la pelota o el poder, sino su mujer. Don Julio luego tuvo que sufrir los siete encuentros del torneo y el disgusto de una derrota que hubiese significado el corolario a su carrera. Demasiadas vidas vividas para que ese corazón de 82 años, que en el mediodía del 30 de julio dijo basta para mí, y se fue a descansar, a buscar a su Nélida.

“Todo pasa”, ironizaron ciertos medios: la frase se volvía en contra del dueño del fútbol argentino durante 35 años, más que la democracia. El hombre que se llevó bien siempre con el poder, y eso implicó los extraños timonazos que dio el fútbol durante su gestión. Mutaba con una habilidad de enganche según las circunstancias, y así sobrevivió nueve presidencias (algunas de las cuales incluso intentaron correrlo: desde Alfonsín hasta este gobierno de Cristina Fernández de Kirchner).

Asi también llegó a Suiza, sin hablar inglés, desde Sarandí: desde la ferretería y el club del barrio, hasta la vicepresidencia del mundo. El manejo del fútbol, más en Argentina, es un difícil arte entre los negocios y la política en el cual la ley en general obtura, obstaculiza: en ese mundo Grondona consiguió, a menudo contra la ley o al menos en áreas muy grises de la legislación, edificar una AFA fuerte, una Selección ordenada y campeona del Mundo, un predio de primer orden en Ezeiza, un fútbol base serio y ganador hasta sus últimos años y, por supuesto, una carrera política que podría, si no hubiera permanecido fiel a Blatter, haberlo llevado a la presidencia de FIFA. Si fue el hombre fuerte de Sudamérica en la organización que comandaba su socio suizo, es porque recordó siempre que el poder no es de uno sino que a uno se lo dan: todo quien lo conoció reconoce que pocos sabían de los recovecos del enorme país futbolero como Don Julio. También por ello supo mecerse al compás del color político que le tocara al país en cada momento.

La cuestión de la televisación, clave en el fútbol del siglo XXI, marca sin dudas su más relevante giro: el fútbol argentino, hace rato en una crisis económica mezcla de manejo sin escrúpulos de los dirigentes y una posición socioeconómica que dificulta, casi imposibilita, competir con otros mercados, estaba por 2009 en un rojo llamativo. Los clubes debían 500 millones a la AFA y más a otros acreedores: la TV privada, socia de Grondona durante ya dos décadas, desde que comenzara en los 90 una fructífera relación con Carlos Avila y su multimedios, no ofrecía más de 150. El gobierno nacional puso 600 sobre la mesa, el rojo quedó anulado y el fútbol, bajo la consigna de que se trata de una parte de la cultura nacional, pasó a transmitirse para todos.

El rojo, por supuesto, renació con furor al siguiente año: los clubes necesitan jugadores, los jugadores piden dólares y si no se van a otras ligas, cualquiera. Entre la histeria del medio por conseguir un puñado de puntos, los éxodos masivos y, claro, las innumerables cometas que cada pase conlleva (intermediarios, muchas veces los propios dirigentes, además de plata para el jugador, el club, el representante, la familia…), los cuadros se endeudaron sin remedio. Hubo amenazas de controles desde la AFIP (uno de los organismos a los que los clubes adeudan por millones), y también, como siempre, de AFA, que tiene la responsabilidad de obligar que los presupuestos se cumplan desde 1999. Pero nada sucedió, como siempre: la pelota sigue rodando y el fútbol argentino camina lento pero certero hacia la atomización de su liga de primera. Argentina tendrá, sin control sobre los clubes y también leyes para evitar el éxodo de la juventud y organizar el fútbol base, rápidamente una liga como la uruguaya o la colombiana, un mercado de exportación de materia prima. El modelo agroexportador, se sabe, lleva inevitable al fracaso.

Pensar entones que la muerte de Don Julio significará un cambio profundo resulta difícil de creer. El modelo seguirá siendo el mismo. La cúpula de AFA es la misma, la que levantó la mano siempre a favor de Grondona, por convicción o porque sus clubes dependían, para subsistir, del dinero que hábilmente adelantaba Don Julio de los derechos por TV que acapara AFA: la maniobra base con la que estableció su corte adicta. Difícilmente quien asuma se proponga, como establecen las reglas, obligar a los descensos de aquellos clubes que no cumplan con sus obligaciones económicas. Difícil imaginar un cambio de conducta, además, de este grupo de dirigentes criados en un edificio, el de Viamonte, donde pesan más las reglas no escritas que las escritas.

Nada cambiará, solo que quizás ahora, en poco tiempo, Don Julio se extrañado.

Porque no habrá fin de fiesta: llegará alguien, imitador o, más difícilmente, opositor, que apelará otra vez a este sistema caudillesco para gobernar, sólo que sin las alianzas forjadas por años de artesanal trabajo por Grondona. Crecerá la oposición, seguramente, pero también propondrá una figura, nunca un equipo. Los clubes grandes aprovecharán el vacío para volver a discutir los derechos de TV, esos que acapara AFA, planteando que en otros países los clubes negocian por separado. Tampoco el poder política forzará un cambio: nadie pedirá el disparate de que se investigue su propia mano de obra, las barras bravas, y todos buscarán el modo de aliarse a la AFA para que ese preciado botín político que es el fútbol siga aliado al poder, un matrimonio por conveniencia. Surgirán estas y otras peleas por unos pesos, por un poco de poder: con el Rey muerto, el problema no es quien ocupará el trono, sino como evitar que todo se desmorone.

En sus últimos años avisó Don Julio, harto ya del fútbol, de las críticas constantes, de que nunca se viera lo bueno: avisó que sería extrañado. Y no quedan dudas: Grondona será extrañado cuando su reino devenga en una pelea entre tribus, cuando su castillo de naipes de imposible altura, su Estado construido en base a alianzas y dependencias, favores y obsecuencia, sostenido por su hábil figura, se derrumbe. Se ha ido Grondona, y queda una historia que no puede ser contada desde el blanco y negro, una historia de gloria y oscuridad imbrincadas hasta volverse indistinguibles. También queda esta enorme crisis que parece el comienzo de un apocalipsis de esos que el fútbol argentino siempre sobrevive, pero que algún día no sobrevivirá. Y el barco sin su capitán.






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