sábado, 28 de junio de 2014

Demasiada presión



Dos centímetros hubo de diferencia. Un centímetro sobró en el remate de Pinilla, luego también en el de Jara. Y chau pichi: dos centímetros determinaron que Chile no diera un batacazo que fue a toda hora posible.

Por supuesto que el equipo de Sampaoli cayó por otras cuestiones. Penó en cada pelota parada en defensa y desaprovechó todas en ataque, y, demostrando eso que algunos llaman “falta de jerarquía” (que es, meramente, falta de experiencia, falta de ser el equipo banca, falta de sentirse obligados a la victoria), no olió sangre cuando tenía para ganarlo en tiempo regular y dejó crecer a Brasil que, al menos, pudo alejar al rival de su arco en los 20 finales y luego en tiempo suplementario. Además, claro, penó en los penales y desperdició a un Brasil errático desde los doce pasos, consumido por el terror.

Claro que las piernas también juegan su rol y el fútbol de Chile siempre se desgasta por su propia estrategia explosiva. Y claro que es muy difícil jugar ante Brasil, ante Brasil local, como para no sufrir también el desgaste mental, el desgaste de la presión, y luego tener que patear penales, la parte más angustiante del fútbol. Aún con todo esto, la Roja lo pudo ganar, en la última y en otras, mucho más que Brasil, que también tuvo sus chances: en un partidazo, Chile desnudó a un Brasil que no solo ha dado muy poco sino que, además, se lo nota apesadumbrado por la presión, 500 millones esperando un título que son 500 millones de kilos encima.

Los palos, ese azar, marcaron el partido: pero el cuento del encuentro debe contarse desde la presión. La presión de uno y de otro. La presión, tantas veces ninguneada por el cómodo espectador, que trata de maricones a los jugadores y después sucumbe al nerviosismo en un casados versus solteros. la presión, hecha carne en Brasil, que juega sin su soltura legendaria, en Neymar, en Oscar, en Dani Alves, incapaces de hilvanar algo coherente, en cada pelotazo que salía de los centrales buscando algún rebote fortuito. Hecha carne también en Chile, que jugó valiente pero se quedó, pensando en no desprotegerse, pensando en el cansancio y en el retroceso, cuando tuvo el partido. Los dos equipos terminaron los 120 bartoleándola sin sentido, sin estrategia, buscando, simplemente, sacarse el compromiso de encima.

Es muy difícil el mundial: en el primer encuentro a suerte y verdad, tuvimos una primera etapa intensa, con mucho atrevimiento de ambos, y luego… cien mil hectopascales haciendo fuerza hacia abajo, achanchando el partido, alejándolo del vértigo. Y luego los penales, error tras error, incluso algunos que terminaron adentro, como el del chileno Díaz.

Demasiada presión hay en este deporte: demasiado depende de una victoria. Demasiado significa una copa del mundo, y más en casa. Brasil pasó, zafó, y dejó la sensación de que es de papel, de que se cae, tarde o temprano. Pero bancó la parada y a los tumbos está en cuartos. Chile, en tanto, se fue dejando un grato recuerdo, el de un equipo que fue más que sus partes, solidario y comprometido, un equipo que bailó con la más fea y salió indemne. Pero también se va con el sabor amargo de lo que podría haber sido: una de esas sensaciones que suelen servir de aprendizaje.

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