martes, 17 de junio de 2014

Los designios de las estrellas



Cuando, humanos, reconocemos que al fin y al cabo, por más planificación que pongamos a nuestra tarea, siempre seremos esclavos de los caprichosos designios de las estrellas, no nos referimos a estas estrellas: las que llevaron al entrenador de la Selección, Alejandro Sabella, hombre de conocimiento profundo y vasto palmarés, a reconocer “pour la gallery” el “error” de probar un esquema. Claro que habla de un hombre inteligente para el manejo grupal, que prefiere bajar el copete a que se le retoben los pingos. Pero más dice de ciertas costumbres argentinas, eternamente messiánicas.

Sabella intentó ante Bosnia parar el polémico dibujo con cinco defensores: como dijo en la previa, un esquema no define una predisposición defensiva u ofensiva, como demostró Holanda, metiendole 5 al vigente campeón parado igual. Y nadie puede sostener que Robben y Messi (o el propio Di María) no son lanzados en velocidad similares, o que Agüero no es capaz de definir con la misma clase que Van Persie.

Pero la cosa no anduvo. En primera instancia, quizás haya sido efectivamente una mala decisión: sin juego por las bandas, Agüero y Messi quedaron muy lejos de todo. Rojo tiene decisión pero no tanta resolución, Zabaleta se mostró poco dispuesto a recorrer toda la banda, y para colmo Maxi y Di María brillaron por ausencia y regalaron el mediocampo. La pelota, se sabía, no iba a ser monopolio argentino, que se paraba para salir rápido: pero directamente no pudo recuperarla la Selección de Pachorra, que se puso arriba enseguida con un gol de la providencia y luego se dedicó a mirar a los bosnios correr y chocar y marrar.

Quizás haya sido una elección demasiado cautelosa de Pachorra, conocido por ser precavido. Que haya sido un error táctico, de todos modos, es sumamente relativo, sobre todo teniendo en cuenta la poca prestancia de los jugadores a jugar con este esquema tildado de amarrete por la prensa que, sin conocimiento sistemático del juego, siempre midiendo con esa vara del café, dice que Holanda es máquina devota del ataque y Argentina pijotera (un planteo igual al que se hacía respecto a Mourinho, tildado de ultradefensivo, y el Bayern o el Real de Ancelotti, que jugaban de contra pero eran equipos espectaculares a los ojos de los medios). Lo único cierto es que el esquema no funcionaba: y qué porcentaje del errar se debió a cuestiones estratégicas, y cuánto a la falta de voluntad del equipo, es difícil de determinar.

Todos, sin embargo, vimos lo mismo: un primer tiempo con un equipo prematuramente mufado, desactivando las contras por autoboicot, chocando y luego sin correr la pelota. Messi y Agüero desentendidos del juego, solo dos para luchar contra toda una defensa. Una primera etapa frustrante de ver y jugar: un claro mensaje al entrenador, no con palabras sino con actos. Sabella, entonces, se subordinó a la voluntad del grupo: decidió darle el gusto a Messi y puso a sus tres amigos en cancha.

Las estadísticas hablan del toque-toque con Gago. El gol muestra la relevancia de Higuaín para arrastar marcas y devolver paredes. Argentina, en efecto, lució más frondoso en ataque, llegó con más jugadores y también, fue notorio, con mayor vigor. Efectivamente, ataca mejor con el tandem Messi-Aguero-Higuaín-Di Maria-Gago.

Pero el retroceso, como había pensado Pachorra en la previa, sufrió en consecuencia: con Bosnia sin nada que perder, quemando los papeles que lo mandaban a aguantar y yendo hacia el ataque, fueron varias las aproximaciones del rival, que siguió pasando la zona media con frecuencia, ante la atenta mirada de los volantes albicelestes. Y llegó el gol: la máxima sabelliana del equilibrio, que pergeñara el modelo 5-3-2, no apareció en todo el partido. El equipo atacó mal a costa de defender bien y viceversa, y el Profesor se fue preocupado al predio del Mineiro.

Los análisis pospartido (de medios y jugadores) minimizan el hecho de que el segundo tiempo, con el equipo que quiere “la gente”, no pasó del empate con una Bosnia que asomaba más compleja en la previa que en la cancha. Los análisis pospartido también minimizaron nuestro messianismo, la sensación de ser siempre rehenes del humor de los líderes. Porque pasó casi desapercibido que ese “mensaje” desde dentro de la cancha, en aquella primera etapa, rozó la extorsión: en un Mundial, ¡en un Mundial!, Argentina regaló un tiempo en lugar de intentar hacer lo posible y, puertas adentro, plantear la posibilidad de un cambio.

La cuestión se volvió más grave cuando, lejos del “puertas adentro”, terminó volviéndose sumamente pública, con cada jugador declarando ante cualquier micrófono estar más cómodos atacando con los Fantásticos: “hicimos cosas que no estamos acostumbrados”, tiró el habitualmente casetero y aburrido Messi en conferencia de prensa, y completó, “somos Argentina y no tenemos que pensar en quien tenemos enfrente”. La frase de Messi, pensada, voz de capitán, minimiza la planificación y es una afrenta al entrenador (y a su rol) que, conciliador, buscó rápidamente asumir una supuesta culpa por aquel primer tiempo y mantener contenta a la estrella que, pensamos todos, guarda la clave de nuestro destino mundialista.

La frase de Messi nada parece haber aprendido de aquel Alemania 4 - Argentina 0.

El debut dejó a muchos con un sabor amargo por ver sus esperanzas, excitadas en la previa por el chauvinismo futbolero patriota (siempre somos los mejores), chocar contra la realidad del Mundial donde nadie improvisa, la realidad de Messi apagado, la de un equipo con apenas unos días de laburo. El debut dejó a unos pocos, además, con el sabor amargo de, una vez más, ver como el potencial de un equipo se erosiona fruto del juego de poderes, de caudillos y de caprichos en el que podríamos ser tranquilamente campeones del mundo. La culpa, Bruto, no yace en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos.

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