sábado, 14 de junio de 2014

De contra nomás: apuntes para un debate



Holanda, hermoso Holanda: el país neurótico de fútbol, que en un sueño lycnheano pergeñó gracias a una insalubre obsesión el fútbol moderno, el verdadero rey sin corona. El subcampeón del mundo llegó calladito a Brasil, con el mundo concentrado en Alemania y Brasil, y de arranque demostró ser una cofradía que desparrama fútbol y actitud. En 2010 la Naranja era el archienemigo, su planteo para muchos mancillando la historia, simplistas que piensan que la pierna fuerte no es compatible con el buen juego. Holanda llegó a aquella final tras raspar y pasar a Brasil,convidado de piedra a la fiesta que debía ser toda española.

La historia, adepta al cuentito maniqueo, ha olvidado rápido que aquel partido debió ganarlo el combinado holandés, que tuvo dos claras de gol antes de que, en suplementario, el equipo español concretara su destino gracias a Iniesta. Y aquel Holanda de estilo abucheado es bastante similar a este: se agrupa, defiende fuerte y sale de contra con el mismo trío de velocistas. Sneijder, rápido de arriba (no jugó bien ante España), el dúctil Van Persie y Arjen Robben, que corrió a 37 kilómetros por hora para dejar en ridículo a Piqué y a Casillas y abrochar el 5-1 final.

Pero volvamos a aquellos días del primer mundial africano. El 2010 es recordado como el Mundial que consagró para la historia el estilo que hace énfasis en la posesión de pelota. Por aquellos días el Barcelona paseaba a todos y si bien la traducción de aquel equipo cosmopolita en selección fue bastante deslucida (España arrancó perdiendo y nunca fue una tromba), le alcanzó al equipo de moda para consagrarse rey del mundo.

En rigor, en Sudáfrica, como en toda competencia, hubo tantos estilos como equipos, e incluso de los cuatro primeros sólo España hacía ese juego de toque y pausa. Pero las narrativas son así, simplifican y reducen, y todos sabemos que la historia la escriben los que ganan.

Este Mundial va camino a ser, en contraposición, el de las transiciones supersónicas. El Barcelona fue destronado por su archinémesis el Real en la Champions y por el Aleit del Cholo en el ámbito local, ambos utilizando el vértigo como principal arma. “No me interesa la posesión”, decía Simeone en días de devoción culé. Hoy ha probado el éxito de su forma de juego.

La posesión debe ser profunda o no será más que una caricia: desde varios ejes ha llegado esta alternativa vertical. Holanda fue denostado por su planteo “especulativo” en la final de Sudáfrica y hoy es celebrado por meterle cinco al campeón: más allá del exitismo que dicta las opiniones, han cambiado los tiempos y los paradigmas.

Todo es, desde ya, relativo a los jugadores que interpreten el sistema y a lo aceitado que esté: ningún modelo garantiza nada. Pero si bien este cambio no quiere decir que el campeón será verticalista, o que ganarán sólo quienes se agrupen y salgan de contra, sí quiere decir que estamos todos en peligro: asombra, asusta la intensidad con que juegan algunos equipos, la fruición de correr la cancha como velocistas, la precisión en velocidad, la fuerza del bloque, el derroche de entrega física, la efectividad de los centros, los pases y los disparos en movimiento. Lo de Holanda, punto máximo del arte que, en dos días de competencia, lo han mostrado ya, con mayor o menor retroceso en el campo, Colombia, México, Chile, Italia, Inglaterra... La clave, imaginada en sueños por el Loco Bielsa, es ser un vértigo luminoso de pases y desmarques hacia el arco rival, siempre hacia el arco rival.

El Bayern, el Madrid, Holanda: todo es moda, y todas las modas se van como vinieron, pero la intensidad con que se juega hace pensar en una nueva dimensión del fútbol, un punto del cual no se vuelve, como ha sucedido en el tenis o en el basquet, donde ya no existe jugar pausado, donde ya no existe no poner el físico en el juego.


¿Qué pasará en Argentina, nostálgico país amante de los lentos y que sigue pensando que el pasado fue una gloria eterna (aunque ganamos dos copas del mundo “solamente”, una ilegítima)? ¿Seguiremos sosteniendo la dicotomía de jugar o correr, cuando en casi todos lados se hacen ambas?


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