Por Pedro Garay para Solos Contra Todos
Martín Caparrós, siempre entusiasmado con
la polémica, no obró como lo que dicen que es. La facilidad con la que elaboró
una red conceptual alrededor del fútbol asombra por lo retrógrado y caduco de
sus interpretaciones. Caparrós reprodujo un discurso que ya no solo atrasa sino
que cansa, enarbolado por vegestorios que siguen robando espacio gracias a sus
trayectorias pero que nada comprenden de un fútbol que ha mutado y ya no puede
reducirse a la alegre improvisación de los artistas del campo, románticos
gambeteadores que nunca existieron más que en la nostalgia. Con prepotente
seguridad y sobresimplificación ignorante este supuesto pensador prefirió
declamar antes que debatir y pensar.
Desmontemos el discurso de Caparrós
(volcado, como no podía ser de otra manera, en Olé), un compendio de los
lugares comunes que rodean una visión conservadora y elitista del fútbol que
proviene del siglo pasado. Los artistas que miran fútbol han durante años
romantizado el deporte. En su absoluta aversión del “resultado”, mala palabra y
sinónimo según ellos de una capitalización pecaminosa del juego puro, han
pasado a defender la vereda del lirismo deportivo y a rechazar de pleno
cualquier escuela tacticista. “No sé bien que hacen los técnicos”, opinó Caparrós
sin ponerse colorado, pronunciando más un deseo, el de un fútbol que pertenezca
a los jugadores “puros” (una idea explorada en películas románticas que datan
de hace medio siglo, como El Crack y Pelota de trapo) y en el que el entorno no
tenga nada que ver. Así se construyó durante décadas la dicotomía que gobierna
las interpretaciones del fútbol en Argentina.
Podríamos generalizar y decir que estos
artistas son en el fondo amantes de las formas antes que del contenido, y por
eso prefieren piruetas improductivas a equipos sólidos: lo que resulta
contradictorio es que, progresistas como dicen ser todos los artistas -y en
verdad son un puñado solamente- llaman miedo a las labores colectivas, capaces
de sublevarse a la jerarquía de las billeteras que rige el fútbol mundial,
mucho más rebeldes y anticapitalistas que un gambetista autómata que se pierde
en su propio deseo de ser mejor que todos. Iremos más allá: ¿a quién favorecen
las piruetas? Al espectaculo, eso que dicen estos bienpensantes “pide la gente”
pero que en realidad piden los esponsores, que atraen con sus montajes de 3
minutos de taquitos el consumo de los televidentes: no son hinchas sino
consumidores de un futbol irreal y magico que se juega en una Europa ficticia
donde hay partidos del Real Madrid y el Barcelona nomás, porque quien sabe
quienes juegan -y como se juegan- los demas partidos.
Para Caparrós, en este fútbol jugadoril
diez jugadores nada tienen que hacer, porque todo depende de Messi. Y contra
Messi tampoco hay nada que hacer: el Mundial, si comprendemos esto según
Caparrós, ya está ganado. Que bufones han resultado, entonces, desde Pekerman
hasta el propio Guardiola, incapaz de ganar la Liga o la Champions la temporada pasada con el mago que
puede solo, ¡y con otros diez magos más!.
Si Messi, cuyo peso en la Selección nadie duda, ni
siquiera el mismo Pachorra, que lo resalta una y otra vez, se lesiona, el plan
de juego (la labor del DT, le recordamos a Caparrós, que dice no saber cuál es)
sería basicamente entrar en pánico, en lugar de ejecutar algún plan B ensayado.
De hecho, ante Alemania el equipo de Sabella no fue un concierto messiánico
como ante Brasil: un Messi apagado, que incluso erró un penal, acompañó una
buena labor ofensiva de Argentina, con variantes en los pies de otros cracks.
El análisis del partido que realizó Caparrós fue necio, cesgado, además de
oportunista: aprovechó una victoria de la cual podían adueñarse sus enemigos
“bilardistas” (por no haber sido 100% responsabilidad de la Pulga ) para criticarlos.
Esta visión jugadorista e individualista
esconde una creencia mucho más grave para un pensador progresista: la idea del
don. Los pensadores románticos del fútbol, entre los cuales se encuentran tipos
de la talla intelectual de Eduardo Galeano y Osvaldo Bayer, construyen un mundo
futbolístico que depende de lo que se trae desde la cuna. Nada más
aristocrático que este modo de pensar donde la “movilidad social” está impedida
por la jerarquía natural. Los clubes chicos no tienen nada que hacer: los
grandes jugadores buscarán jugar en los clubes grandes desde pequeños, y los
cracks que se críen en los clubes de barrio serán inevitablemente robados por
los tiburones con billetera pesada. Si en el fútbol ganasen siempre los que
tienen los mejores jugadores, ganarían siempre los que más plata tienen: no
habría sorpresa, eso que dicen hace al fútbol el deporte más apasionante; pero
no habría, además, esperanza.
Pero el fútbol ha encontrado el modo de
rebelarse a este determinismo. Por supuesto, quienes vieron desafiado su reino
atacaron este modo de juego que imponía el colectivo como modo de disimular las
falencias individuales: los clubes grandes fueron los primeros en declamar
contra este estilo de juego mecanizado y físico, y llegaron a la opinión
popular a través de la insistencia mediática, que perdía clientes con cada
triunfo de Estudiantes, Chacarita y los demás sublevados. No se trata de
ninguna paranoia: allí están los diarios de la época para constatar el ataque
feroz que se le realizó al equipo de Zubeldía por profundizar lo planteado por
el Racing campeón del mundo, que sin embargo no recibía ningún aluvión de
críticas por su juego.
Tras este repaso breve de las ideas
reproducidas por Caparrós, pasemos ahora sí a plantear un debate serio: por ser
serio, tendrá necesariamente que despojarse de las categorías dicotómicas y
fáciles con que se analiza mediáticamente el fútbol. “Bilardismo” y
“menottismo” ya no corren: nadie puede ser tan ingenuo como para no trabajar la
pelota parada o pensar a quien hay que marcar; y nadie puede negar que hay
jugadores que rompen todos los esquemas. El Barcelona, por cierto, no pertenece
a ninguna de las dos escuelas, y de hecho ningún equipo lo ha hecho más que en
el bello e impoluto discurso: la realidad siempre es mucho más gris y sin dudas
que la labor intelectual no consiste en poner etiquetas tranquilizadoras sino
en plantear las muchas ambigüedades y los muchos prejuicios que se esconden
detrás de las categorías
del sentido común.
Bilardo. Bilardo es, después de todo, el
concepto (porque Caparrós no habla de Bilardo técnico real sino de
“bilardismo”, ficción mediática) que lleva al bigotudo pensador a ningunear a
Sabella (y a todos los técnicos). Bilardo, según Caparrós, ganó un campeonato
del mundo teniendo miedo. Su simplificación carece de memoria: este pais, con
Maradona, con Messi y con Batistuta, quedó afuera de todo siempre desde que
Bilardo dejó su cargo. Recontra fue al frente con Diegote como DT y Messi en
cancha: se comió cuatro.
El miedo del que habla Caparrós es un concepto
machista: es miedo a “ir al frente”. Caparrós continúa la reproducción de
lugares comunes: si uno es inferior en el juego, debe “ir al frente” igual.
Basicamente, ser un boludo, en lugar de buscar, a través de la inteligencia,
estrategias alternativas para alcanzar la victoria. Y alternativa no tiene por
qué ser inferior, y mucho menos, moralmente inferior (es decir, cagona): en
definitiva, si desjerarquizamos los valores del fútbol y dejamos de ubicar la
habilidad (la gambetita) en lo más alto de la escala, se puede ser mejor que
otro (¡menos mal!) aún si uno es inferior en la capacidad de sorprender con
magia, a través de la inteligencia y el trabajo para suplir las falencias y
neutralizar al oponente técnicamente superior a través del colectivo. Se valorizarían así no solo los diferentes
estilos sino también los diferentes jugadores, que abandonan su rol súbdito y
se vuelven valiosos en sí mismos, y empezaría a disolverse la teoría
messiánica, la dependencia del crack que nos salvará. Sin embargo, al poner
primero en el orden jerárquico del fútbol el don natural, jugar en equipo,
pensar el partido tácticamente y demás “aberraciones” es de “antifútbol”. En el
fútbol individualista y de machos de Caparrós, que existe solo en las
ficciones, el deporte tiene lugar solo para mensurar la masculinidad, en
definitiva.
En el fútbol real, en tanto, Barcelona
patea los corners cortos porque no tiene jugadores altos. Planifica los
partidos en la semana, y logró muchos más títulos con Guardiola que con
Rijkaard, el anterior entrenador, que contó con Messi además de Ronaldinho y
varios otros cracks: queda claro que el entrenador pesa. El mejor equipo de
todos los tiempos enfrentó alguna vez a un equipo de Sabella: jugó la final del
Mundial de Clubes de 2009 ante un Estudiantes con un equipo casi muleto, que lo
venció durante 88 minutos, empató en los 90 y perdió por la mínima solo en
tiempo suplementario ante un equipo que contaba con un presupuesto mil veces
superior. Dos años más tarde, el Santos de Neymar “fue al frente”: se comió
cuatro.
En el fútbol real han ocurrido cosas
bizarras, como que Bilardo conformara un equipo ultraofensivo que consiguiera,
tras una temporada deslumbrando rivales y soportando las críticas
increíblemente ciegas de los medios capitalinos (otra vez, a mirar los
diarios), el título Metropolitano del 82. Aquel equipo se paró con un inédito
tridente de volantes ofensivos en media cancha: nada de doble cinco, nada de
picapiedras, en aquel equipo monopolizaban la pelota, tiki va tiki viene, el
habilidoso Bocha Ponce, el Mago Trobbiani, proveniente de Boquita, y, claro,
Alejandro Sabella, crack absoluto de aquel equipo. Solamente marcaba Miguel
Russo.
¿Cómo comprender semejante locura?
Recordando la frase de Rinus Michels, el entrenador de Holanda durante el
Mundial de 1974: “Fútbol total es lo que practicaba Zubeldía en Estudiantes”.
Aquella Holanda, La
Naranja Mecánica , practicaba un pressing feroz que culminaba
con todo el equipo (así de extremo, como evidencian los muchos videos) llegando
a mitad de cancha y dejando en offside a todos los rivales. Por los mismos
atributos, la ferocidad física y la trampa del offside, el equipo de Zubeldía
sigue hoy siendo denostado, mientras Holanda es el estandarte del romanticismo
del fútbol. Por cierto, el fútbol que hoy practica Barcelona es heredero
directo de la escuela holandesa, a través de Cruyff, quien fuera entrenador del
Barsa y de Guardiola, a quien hizo debutar en 1990, y el ideador de ese
proyecto de fútbol con sede en La
Masía.
Pero no repitamos los errores de consagrar
una visión de fútbol como la única visión y no hablemos más de “fútbol real”:
no se trata sino de otra construcción. Desmitifiquemos, eso sí, las
miradas absolutamente prejuiciosas que han
causado tanto retraso en nuestro fútbol y que han favorecido que se considere
no planificar y no trabajar como valores positivos. El bilardismo es una
religión que, es cierto, practican algunos fundamentalistas que curiosamente
reproducen ideas que no reflejan en absoluto la complejidad del legado de
Bilardo y su maestro, Osvaldo Zubeldía. El menottismo, su contraparte, prefiere
taparse los ojos, siempre cascarrabias y criticón de nuestro fútbol y
recordando una edad de oro que nunca fue. Son construcciones que ya no sirven
para analizar el fútbol, que lo reducen, lo asfixian. Quienes repiten estos
discursos son consumidores de narrativas y, obviamente, de lo que esas
narrativas dicen de ellos: que son progresistas, que son líricos. No son
amantes del fútbol, no buscan desentrañar el juego sino reducirlo a categorías
que los vuelvan superiores como personas.
Queda claro que por más que uno vea 40 años
fútbol, como dijo haber hecho Caparrós como constatación de su capacitación
futbolística (vía twitter), no se sabe de fútbol: si no todos seríamos
técnicos. Bueno, así pensamos de hecho acá, prepotentes, necios, eternos
reproductores de los mismos estereotipos, siempre mirando el futbol con una
mirada cesgada, que de antemano divide todo en una dicotomia que convierte a
Sabella en bilardista solo por haber jugado y dirigido a Estudiantes. Sabella,
quien en 2010 paró un equipo que defendía con cinco pero atacaba, gracias a sus
laterales que eran volantes, con siete (¡da doce!); Sabella, que ese mismo año,
antes de que todos lo criticaran por ser ultraconservador y se quedara con el
título (la historia siempre se repite porque no se rompe el círculo vicioso de
la interpretación maniquea), armó un equipo con (tome nota) Clemente Rodríguez,
Marcos Angeleri, José Sosa, Enzo Pérez, Leandro Benítez, Juan Sebastián Verón,
Gastón Fernández, Mauro Boselli y Braña pa' que marque un poco.
Sabella no sufre de esa necesidad de
demostrar que es el más macho de la cuadra: él también quiere jugar con Agüero,
Messi e Higuaín arriba, pero primero debe buscar una estructura que sostenga,
que equilibre el equipo, una tarea ardua pero, en definitiva, su trabajo, señor
Caparrós. Equilibrio es el concepto clave en el diccionario sabelliano: la
búsqueda de un fútbol que sea profundo sin desprotegerse. Un ideal, es cierto,
pero también un concepto hermanador que evidentemente no comprenden quienes,
cuarenta años después, siguen asfixiando el fútbol con las mismas categorías
caducas: evidentemente, el deporte predilecto de los argentinos no es el fútbol
sino la discusión.
No es que Caparrós no sepa nada de fútbol.
Caparrós elige interpretar el fútbol desde una óptica voluntariamente reducida:
si todos miramos el fútbol forzosamente desde la subjetividad e intentamos
corrernos de nuestros prejuicios para aprender, Caparrós elige ver el fútbol
desde una perspectiva impuesta de antemano. Entonces, ya no mira lo que sucede
en la cancha, lo que ha sucedido en la cancha desde que se instauraron las
categorías de bilardismo y menottismo. El fútbol para él es uno, estanco
durante décadas, un fútbol en el que todo depende de la genialidad de un
jugador que es mejor que el resto, hagan lo que hagan los demás: en ese fútbol
existe un solo rol, ser crack, el romántico que le gana a toda la miseria. El
resto de los roles en el fútbol son reducidos a la nada, lo cual refleja un
desconocimiento (voluntario, como quedó dicho) del juego. Esta epifanía del
señor Caparrós acerca de lo único que importa en el fútbol (“complacer al
Mostro”) se le ha escapado, aparentemente,
a los miles de idiotas que viven del fútbol, que contratan técnicos e intentan
entrenar a lo largo y ancho del planeta.
Lo grave es que esta mirada se vuelve
moral, el escenario donde se libra una batalla entre el bien, defendido por
seres superiores (los intelectuales “progre” del fútbol que ningunean cualquier
interpretación del juego que no sea abstracta y filosófica), y el mal: sólo que
el bien es, desde esta óptica, un fútbol individualista, determinista, elitista
y machista. Nuestra concepción del fútbol reproduce hoy estas valiosas ideas.
Divino.
ResponderEliminarBuenas Noches de domingo...
ResponderEliminarHe caido por aqui gracias a la magia de los Blogs...
Excelente analisis... cuanta dedicacion.
Agrego:
En el blog en el que participo (laboratorio pincharrata) ya he vertido mi opinion sobre lo escrito por Caparros, que aqui sintetizo en que, mas alla del futbol, esta jugando en una disputa de poder mas grande, del lado del Multimedios...
Bueno, esa es su eleccion...no es criticable y que se haga cargo...
El asunto, y que la nota que termino de leer pone en plano, es que para algunos intelectuales brillantes, y caparros lo es, la sociedad esta en segundo orden.
el pueblo, la gente, la politica...estan en segundo orden.
Ellos, los pensantes, los libres pensantes, que carecen de ataduras, se permiten entrometerse, como no pueden hacerlo en la Fragua del Astillero Rio Santiago, o en el Craking de la Destileria, en el mundillo del futbol para...atrasar...
Lo peor: Caparros es lo suficientemente lucido para reconocer que no sabe de futbol, y lo suficientemente soberbio para mandarse, por sobre una actividad, que, mas alla de su profunda hondura sociologica, tambien es TRABAJO...
El mismo que el que a El le demanda escribir un ensayo o una novela...
Claro,,,pero no hay maestros en eso...
Podria seguir...
Los felicito.
He descubierto un buen lugar
Gringo.