domingo, 19 de agosto de 2012

La conjura de los necios


Por Pedro Garay para Solos Contra Todos

Martín Caparrós, siempre entusiasmado con la polémica, no obró como lo que dicen que es. La facilidad con la que elaboró una red conceptual alrededor del fútbol asombra por lo retrógrado y caduco de sus interpretaciones. Caparrós reprodujo un discurso que ya no solo atrasa sino que cansa, enarbolado por vegestorios que siguen robando espacio gracias a sus trayectorias pero que nada comprenden de un fútbol que ha mutado y ya no puede reducirse a la alegre improvisación de los artistas del campo, románticos gambeteadores que nunca existieron más que en la nostalgia. Con prepotente seguridad y sobresimplificación ignorante este supuesto pensador prefirió declamar antes que debatir y pensar.

Desmontemos el discurso de Caparrós (volcado, como no podía ser de otra manera, en Olé), un compendio de los lugares comunes que rodean una visión conservadora y elitista del fútbol que proviene del siglo pasado. Los artistas que miran fútbol han durante años romantizado el deporte. En su absoluta aversión del “resultado”, mala palabra y sinónimo según ellos de una capitalización pecaminosa del juego puro, han pasado a defender la vereda del lirismo deportivo y a rechazar de pleno cualquier escuela tacticista. “No sé bien que hacen los técnicos”, opinó Caparrós sin ponerse colorado, pronunciando más un deseo, el de un fútbol que pertenezca a los jugadores “puros” (una idea explorada en películas románticas que datan de hace medio siglo, como El Crack y Pelota de trapo) y en el que el entorno no tenga nada que ver. Así se construyó durante décadas la dicotomía que gobierna las interpretaciones del fútbol en Argentina.

Podríamos generalizar y decir que estos artistas son en el fondo amantes de las formas antes que del contenido, y por eso prefieren piruetas improductivas a equipos sólidos: lo que resulta contradictorio es que, progresistas como dicen ser todos los artistas -y en verdad son un puñado solamente- llaman miedo a las labores colectivas, capaces de sublevarse a la jerarquía de las billeteras que rige el fútbol mundial, mucho más rebeldes y anticapitalistas que un gambetista autómata que se pierde en su propio deseo de ser mejor que todos. Iremos más allá: ¿a quién favorecen las piruetas? Al espectaculo, eso que dicen estos bienpensantes “pide la gente” pero que en realidad piden los esponsores, que atraen con sus montajes de 3 minutos de taquitos el consumo de los televidentes: no son hinchas sino consumidores de un futbol irreal y magico que se juega en una Europa ficticia donde hay partidos del Real Madrid y el Barcelona nomás, porque quien sabe quienes juegan -y como se juegan- los demas partidos.

Para Caparrós, en este fútbol jugadoril diez jugadores nada tienen que hacer, porque todo depende de Messi. Y contra Messi tampoco hay nada que hacer: el Mundial, si comprendemos esto según Caparrós, ya está ganado. Que bufones han resultado, entonces, desde Pekerman hasta el propio Guardiola, incapaz de ganar la Liga o la Champions la temporada pasada con el mago que puede solo, ¡y con otros diez magos más!.

Si Messi, cuyo peso en la Selección nadie duda, ni siquiera el mismo Pachorra, que lo resalta una y otra vez, se lesiona, el plan de juego (la labor del DT, le recordamos a Caparrós, que dice no saber cuál es) sería basicamente entrar en pánico, en lugar de ejecutar algún plan B ensayado. De hecho, ante Alemania el equipo de Sabella no fue un concierto messiánico como ante Brasil: un Messi apagado, que incluso erró un penal, acompañó una buena labor ofensiva de Argentina, con variantes en los pies de otros cracks. El análisis del partido que realizó Caparrós fue necio, cesgado, además de oportunista: aprovechó una victoria de la cual podían adueñarse sus enemigos “bilardistas” (por no haber sido 100% responsabilidad de la Pulga) para criticarlos.

Esta visión jugadorista e individualista esconde una creencia mucho más grave para un pensador progresista: la idea del don. Los pensadores románticos del fútbol, entre los cuales se encuentran tipos de la talla intelectual de Eduardo Galeano y Osvaldo Bayer, construyen un mundo futbolístico que depende de lo que se trae desde la cuna. Nada más aristocrático que este modo de pensar donde la “movilidad social” está impedida por la jerarquía natural. Los clubes chicos no tienen nada que hacer: los grandes jugadores buscarán jugar en los clubes grandes desde pequeños, y los cracks que se críen en los clubes de barrio serán inevitablemente robados por los tiburones con billetera pesada. Si en el fútbol ganasen siempre los que tienen los mejores jugadores, ganarían siempre los que más plata tienen: no habría sorpresa, eso que dicen hace al fútbol el deporte más apasionante; pero no habría, además, esperanza.

Pero el fútbol ha encontrado el modo de rebelarse a este determinismo. Por supuesto, quienes vieron desafiado su reino atacaron este modo de juego que imponía el colectivo como modo de disimular las falencias individuales: los clubes grandes fueron los primeros en declamar contra este estilo de juego mecanizado y físico, y llegaron a la opinión popular a través de la insistencia mediática, que perdía clientes con cada triunfo de Estudiantes, Chacarita y los demás sublevados. No se trata de ninguna paranoia: allí están los diarios de la época para constatar el ataque feroz que se le realizó al equipo de Zubeldía por profundizar lo planteado por el Racing campeón del mundo, que sin embargo no recibía ningún aluvión de críticas por su juego.

Tras este repaso breve de las ideas reproducidas por Caparrós, pasemos ahora sí a plantear un debate serio: por ser serio, tendrá necesariamente que despojarse de las categorías dicotómicas y fáciles con que se analiza mediáticamente el fútbol. “Bilardismo” y “menottismo” ya no corren: nadie puede ser tan ingenuo como para no trabajar la pelota parada o pensar a quien hay que marcar; y nadie puede negar que hay jugadores que rompen todos los esquemas. El Barcelona, por cierto, no pertenece a ninguna de las dos escuelas, y de hecho ningún equipo lo ha hecho más que en el bello e impoluto discurso: la realidad siempre es mucho más gris y sin dudas que la labor intelectual no consiste en poner etiquetas tranquilizadoras sino en plantear las muchas ambigüedades y los muchos prejuicios que se esconden detrás de las categorías del sentido común.

Bilardo. Bilardo es, después de todo, el concepto (porque Caparrós no habla de Bilardo técnico real sino de “bilardismo”, ficción mediática) que lleva al bigotudo pensador a ningunear a Sabella (y a todos los técnicos). Bilardo, según Caparrós, ganó un campeonato del mundo teniendo miedo. Su simplificación carece de memoria: este pais, con Maradona, con Messi y con Batistuta, quedó afuera de todo siempre desde que Bilardo dejó su cargo. Recontra fue al frente con Diegote como DT y Messi en cancha: se comió cuatro.

El miedo del que habla Caparrós es un concepto machista: es miedo a “ir al frente”. Caparrós continúa la reproducción de lugares comunes: si uno es inferior en el juego, debe “ir al frente” igual. Basicamente, ser un boludo, en lugar de buscar, a través de la inteligencia, estrategias alternativas para alcanzar la victoria. Y alternativa no tiene por qué ser inferior, y mucho menos, moralmente inferior (es decir, cagona): en definitiva, si desjerarquizamos los valores del fútbol y dejamos de ubicar la habilidad (la gambetita) en lo más alto de la escala, se puede ser mejor que otro (¡menos mal!) aún si uno es inferior en la capacidad de sorprender con magia, a través de la inteligencia y el trabajo para suplir las falencias y neutralizar al oponente técnicamente superior a través del colectivo. Se  valorizarían así no solo los diferentes estilos sino también los diferentes jugadores, que abandonan su rol súbdito y se vuelven valiosos en sí mismos, y empezaría a disolverse la teoría messiánica, la dependencia del crack que nos salvará. Sin embargo, al poner primero en el orden jerárquico del fútbol el don natural, jugar en equipo, pensar el partido tácticamente y demás “aberraciones” es de “antifútbol”. En el fútbol individualista y de machos de Caparrós, que existe solo en las ficciones, el deporte tiene lugar solo para mensurar la masculinidad, en definitiva.

En el fútbol real, en tanto, Barcelona patea los corners cortos porque no tiene jugadores altos. Planifica los partidos en la semana, y logró muchos más títulos con Guardiola que con Rijkaard, el anterior entrenador, que contó con Messi además de Ronaldinho y varios otros cracks: queda claro que el entrenador pesa. El mejor equipo de todos los tiempos enfrentó alguna vez a un equipo de Sabella: jugó la final del Mundial de Clubes de 2009 ante un Estudiantes con un equipo casi muleto, que lo venció durante 88 minutos, empató en los 90 y perdió por la mínima solo en tiempo suplementario ante un equipo que contaba con un presupuesto mil veces superior. Dos años más tarde, el Santos de Neymar “fue al frente”: se comió cuatro.

En el fútbol real han ocurrido cosas bizarras, como que Bilardo conformara un equipo ultraofensivo que consiguiera, tras una temporada deslumbrando rivales y soportando las críticas increíblemente ciegas de los medios capitalinos (otra vez, a mirar los diarios), el título Metropolitano del 82. Aquel equipo se paró con un inédito tridente de volantes ofensivos en media cancha: nada de doble cinco, nada de picapiedras, en aquel equipo monopolizaban la pelota, tiki va tiki viene, el habilidoso Bocha Ponce, el Mago Trobbiani, proveniente de Boquita, y, claro, Alejandro Sabella, crack absoluto de aquel equipo. Solamente marcaba Miguel Russo.

¿Cómo comprender semejante locura? Recordando la frase de Rinus Michels, el entrenador de Holanda durante el Mundial de 1974: “Fútbol total es lo que practicaba Zubeldía en Estudiantes”. Aquella Holanda, La Naranja Mecánica, practicaba un pressing feroz que culminaba con todo el equipo (así de extremo, como evidencian los muchos videos) llegando a mitad de cancha y dejando en offside a todos los rivales. Por los mismos atributos, la ferocidad física y la trampa del offside, el equipo de Zubeldía sigue hoy siendo denostado, mientras Holanda es el estandarte del romanticismo del fútbol. Por cierto, el fútbol que hoy practica Barcelona es heredero directo de la escuela holandesa, a través de Cruyff, quien fuera entrenador del Barsa y de Guardiola, a quien hizo debutar en 1990, y el ideador de ese proyecto de fútbol con sede en La Masía.

Pero no repitamos los errores de consagrar una visión de fútbol como la única visión y no hablemos más de “fútbol real”: no se trata sino de otra construcción. Desmitifiquemos, eso sí, las miradas  absolutamente prejuiciosas que han causado tanto retraso en nuestro fútbol y que han favorecido que se considere no planificar y no trabajar como valores positivos. El bilardismo es una religión que, es cierto, practican algunos fundamentalistas que curiosamente reproducen ideas que no reflejan en absoluto la complejidad del legado de Bilardo y su maestro, Osvaldo Zubeldía. El menottismo, su contraparte, prefiere taparse los ojos, siempre cascarrabias y criticón de nuestro fútbol y recordando una edad de oro que nunca fue. Son construcciones que ya no sirven para analizar el fútbol, que lo reducen, lo asfixian. Quienes repiten estos discursos son consumidores de narrativas y, obviamente, de lo que esas narrativas dicen de ellos: que son progresistas, que son líricos. No son amantes del fútbol, no buscan desentrañar el juego sino reducirlo a categorías que los vuelvan superiores como personas.

Queda claro que por más que uno vea 40 años fútbol, como dijo haber hecho Caparrós como constatación de su capacitación futbolística (vía twitter), no se sabe de fútbol: si no todos seríamos técnicos. Bueno, así pensamos de hecho acá, prepotentes, necios, eternos reproductores de los mismos estereotipos, siempre mirando el futbol con una mirada cesgada, que de antemano divide todo en una dicotomia que convierte a Sabella en bilardista solo por haber jugado y dirigido a Estudiantes. Sabella, quien en 2010 paró un equipo que defendía con cinco pero atacaba, gracias a sus laterales que eran volantes, con siete (¡da doce!); Sabella, que ese mismo año, antes de que todos lo criticaran por ser ultraconservador y se quedara con el título (la historia siempre se repite porque no se rompe el círculo vicioso de la interpretación maniquea), armó un equipo con (tome nota) Clemente Rodríguez, Marcos Angeleri, José Sosa, Enzo Pérez, Leandro Benítez, Juan Sebastián Verón, Gastón Fernández, Mauro Boselli y Braña pa' que marque un poco.

Sabella no sufre de esa necesidad de demostrar que es el más macho de la cuadra: él también quiere jugar con Agüero, Messi e Higuaín arriba, pero primero debe buscar una estructura que sostenga, que equilibre el equipo, una tarea ardua pero, en definitiva, su trabajo, señor Caparrós. Equilibrio es el concepto clave en el diccionario sabelliano: la búsqueda de un fútbol que sea profundo sin desprotegerse. Un ideal, es cierto, pero también un concepto hermanador que evidentemente no comprenden quienes, cuarenta años después, siguen asfixiando el fútbol con las mismas categorías caducas: evidentemente, el deporte predilecto de los argentinos no es el fútbol sino la discusión.

No es que Caparrós no sepa nada de fútbol. Caparrós elige interpretar el fútbol desde una óptica voluntariamente reducida: si todos miramos el fútbol forzosamente desde la subjetividad e intentamos corrernos de nuestros prejuicios para aprender, Caparrós elige ver el fútbol desde una perspectiva impuesta de antemano. Entonces, ya no mira lo que sucede en la cancha, lo que ha sucedido en la cancha desde que se instauraron las categorías de bilardismo y menottismo. El fútbol para él es uno, estanco durante décadas, un fútbol en el que todo depende de la genialidad de un jugador que es mejor que el resto, hagan lo que hagan los demás: en ese fútbol existe un solo rol, ser crack, el romántico que le gana a toda la miseria. El resto de los roles en el fútbol son reducidos a la nada, lo cual refleja un desconocimiento (voluntario, como quedó dicho) del juego. Esta epifanía del señor Caparrós acerca de lo único que importa en el fútbol (“complacer al Mostro”)  se le ha escapado, aparentemente, a los miles de idiotas que viven del fútbol, que contratan técnicos e intentan entrenar a lo largo y ancho del planeta.

Lo grave es que esta mirada se vuelve moral, el escenario donde se libra una batalla entre el bien, defendido por seres superiores (los intelectuales “progre” del fútbol que ningunean cualquier interpretación del juego que no sea abstracta y filosófica), y el mal: sólo que el bien es, desde esta óptica, un fútbol individualista, determinista, elitista y machista. Nuestra concepción del fútbol reproduce hoy estas valiosas ideas.

2 comentarios:

  1. Buenas Noches de domingo...

    He caido por aqui gracias a la magia de los Blogs...


    Excelente analisis... cuanta dedicacion.


    Agrego:

    En el blog en el que participo (laboratorio pincharrata) ya he vertido mi opinion sobre lo escrito por Caparros, que aqui sintetizo en que, mas alla del futbol, esta jugando en una disputa de poder mas grande, del lado del Multimedios...

    Bueno, esa es su eleccion...no es criticable y que se haga cargo...

    El asunto, y que la nota que termino de leer pone en plano, es que para algunos intelectuales brillantes, y caparros lo es, la sociedad esta en segundo orden.

    el pueblo, la gente, la politica...estan en segundo orden.

    Ellos, los pensantes, los libres pensantes, que carecen de ataduras, se permiten entrometerse, como no pueden hacerlo en la Fragua del Astillero Rio Santiago, o en el Craking de la Destileria, en el mundillo del futbol para...atrasar...

    Lo peor: Caparros es lo suficientemente lucido para reconocer que no sabe de futbol, y lo suficientemente soberbio para mandarse, por sobre una actividad, que, mas alla de su profunda hondura sociologica, tambien es TRABAJO...

    El mismo que el que a El le demanda escribir un ensayo o una novela...

    Claro,,,pero no hay maestros en eso...


    Podria seguir...

    Los felicito.

    He descubierto un buen lugar

    Gringo.

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