miércoles, 29 de agosto de 2012

La cleptocracia del fútbol, protegida

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La situación era ya obscena de lo evidente. El gobierno salavaba con sus crecientes millones año tras año al fútbol, que se volvía a endeudar con una velocidad pasmosa. El salvataje inicial, que volvía las cuentas de los clubes a cero, duró un suspiro: para fines de 2009 los clubes habían vuelto a su deuda inicial y en algunos casos hasta la habían aumentado, utilizando el dinero del salvataje para continuar con negocios turbios y el vaciado de los clubes que, por perseguir la figurita de moda y el título que todo lo tape, perpetuaban el círculo vicioso de la adquisicón compulsiva de jugadores, muchos por meses apenas y sin ningún beneficio económico por mostrarlos. No hace falta, en definitiva, ser economista para entender que si un club endeudado trae media docena de jugadores se endeudará más. No hace falta ser un especialista tampoco para comprender que se llega así a una rueda difícil de detener.

El dinero estatal llegó hace ya tres años con pocos hilos atados hasta recientemente. El libre albedrío de AFA continuó, y también las políticas de seguridad deportiva. Cuesta creer que fue la simple eclosión de absolutamente todo lo que llevó al Estado a tomar intervención activa en su inversión deportiva mayoritaria. Pero seguramente la obscenidad de las triangulaciones de este mercado de pases (especialmente el caso Botinelli, que quedó libre y llegó a River sin embargo desde un club uruguayo, llevándose buena tarasca por la maniobra) y las constantes bataholas entre barras tuvieron que ver con la reacción tardía del gobierno nacional.

Todo sugiere, sin embargo, que se trata no solo de decisiones tardías sino superficiales, pour la gallerie: mientras la AFIP investiga apenas los pases de este año y sigue sin meterse demasiado en las cuentas de los clubes, ya comienzan a destrabarse varios casos a partir del pago voluntario de los impuestos que quisieron eludir los protagonistas (jugadores, clubes y representantes que eligieron inscribirse en los paraísos uruguayos y chilenos, donde no hay casi retención impositiva; no se trata en verdad de un delito, como ya afirmó el juez de la causa penal).

En materias de seguridad, el Aprevide, reemplazante del terrible Coprosede que afrontó numerosas causas de complicidad en hechos de violencia, es hasta ahora un cambio de nombre que no propone políticas nuevas y sigue con los mismos y obsoletos sistemas que solo resaltan la connivencia de los infinitos policías destinados a custodiar los encuentros para con los barras. Su debut no pudo haber sido peor: hubo una oleada de incidentes inédita para un inicio de campeonato que incluyó a River, Chicago, Belgrano, Independiente y, claro, el estallido de la interna de Boca en pleno camino a Santa Fe.

Ante el pico de violencia, el gobierno pidió “un listado de barras” a los clubes. Con este pedido se salva rostro y se evita hablar del espinoso tema de la ligazón entre barras y política: es sabido, e incluso ha sido capturado en imágenes (por ejemplo, todos recuerdan a Bebote, jefe del Rojo, tirando tiros en aquel acto peronista de 2008), que los barras son durante la semana punteros políticos y que éstos, muy seguido, bancan sus viajes a cambio de banderas que no hacen sino evidenciar el vínculo. El organismo debutante, en tanto, sigue sin hacerse cargo de su trabajo y se dedica meramente a atribuir multitudinarios y futiles operativos para los encuentros en lugar de a investigar: porque, es claro, la responsabilidad del tema barras es una cuestión, como cualquier problema delictivo, de la que se tiene que encargar la policía, a lo sumo con las directivas de un organismo especializado como pretende ser el Aprevide. En lugar de ello se pone el peso en la complicidad de los dirigentes: está claro que son amigotes, pero no tienen ninguna responsabilidad de velar por la seguridad ciudadana o investigar y destapar la mafia de las hinchadas si no lo desean. En todo caso, ellos deberían ser investigados: por la Justicia y, quedó dicho, por la AFIP: porque en el juego del dinero que se lava y las comisiones que se pasan por debajo de la mesa, también están metidos los barras.

La cuestión es que el beneficio de las triangulaciones va más allá de la irregularidad de los pases que investiga la AFIP. Los jugadores, en absoluto inocentes, quedan libres adrede ante la tentativa chance de aprovechar un pase ficticio y llevarse muchísimo más dinero que si el pase lo realizara un club real y tocara sólo un porcentaje. Los equipos venden, por supuesto, con menor carga impositiva. Pero además las instituciones aprovechan la absoluta irregularidad de estos pases para equilibrar balances (River compró a Bottinelli a 2 millones, pero pagará 500 mil dólares en unos días para evitar incluir el monto total en el balance de la temporada), recibir porcentajes (el jugador libre se lleva gran cantidad del dinero del pase ficticio y reparte el resto entre el club que presta su nombre y, claro, representantes y dirigentes cómplices) y asentar valores ficcionales por pases (un jugador libre e inscripto en un club ficcionalmente puede ser adquirido por menos plata de la que se dice, permitiendo así lavar dinero). Se trata, además de un grave perjuicio para los clubes con la finalidad de engordar las billeteras propias, de un enriquecimiento ilícito que la AFIP no parece perseguir: va detrás del dinero de los impuestos y la fuga de dólares, la agenda principal del gobierno nacional para afrontar la crisis. Toda intención positiva de controlar un organismo corrupto y putrefacto queda desvirtuada al evidenciarse los motivos ocultos detrás de las medidas mediáticamente simpáticas pero en absoluto profundas tomadas por el gobierno.

Al insistir en proteger esa isla de legislaciones paralelas que constituye el fútbol nuestro, seguramente el tema se archive en un par de semanas: el sueño de ir a fondo contra las fraudulentas administraciones que vacían nuestro fútbol y se aprovechan de las asociaciones sin fines de lucro para lucrar ellos se desvanecerá. Por supuesto que deseamos que no sea así: pero el fútbol se constituye cada vez más en un universo paralelo que escapa a todo control. La triangulación en el fútbol lleva décadas, y luego de tres años de Fútbol para Todos, la intervención llegó solamente cuando los intereses recaudadores de Nación se notificaron de la atroz fuga de divisas que representaba el mercado de pases: no se puede ser tan bienpensante como para obviar esta evidente verdad. Tampoco se puede evitar pensar, por ende, que las señales de que, finalmente, “todo pasará”, son señales de que todo ha cambiado para que nada cambie: la cleptocracia del fútbol argentino sigue siendo protegida desde arriba. Contra el poderoso fútbol (y sus poderosos hombres) nadie osa ir: ojalá estemos equivocados.

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