miércoles, 15 de agosto de 2012

La edificación de la paciencia

La mano de Sabella empieza a notarse. Durante los últimos cinco ciclos Argentina mostró casi siempre un momento de boludismo total y cayó en la tentación de “ir para adelante” y “ganar de guapos”. La falta de inteligencia le costó caer 0-5 con Colombia, perder ante Rumania en el 94,  quedar afuera en primera ronda por ser el menos vivo del grupo de la muerte (¡pero atacando siempre!) y, por supuesto, comernos cuatro ante este mismo equipo teutón con el que jugamos hoy, antecedente último en los enfrentamientos. La llegada de Sabella implica un intento por volver a ganar por inteligencia, que no es sinónimo de miedo sino de planificación y lógica.

Por supuesto, el gen argentino desdeña el pensamiento y el proyecto. En el primer tiempo, reconocidos periodistas pedían por las redes sociales “más ataque” y reclamaban que, tras la expulsión del golero alemán, no se notaba el 11 contra 10. Querían salir a matar al rival a costa de quedar descubiertos abajo ante un ataque sumamente dinámico y peligroso, y con una defensa claramente en proceso de construcción.
El partido del equipo albiceleste había sido bueno hasta entonces: resistió sin desesperar el inicio arrollador alemán, y cuando pasó el temblor Argentina comenzó a tener la pelota y a apretar. La superioridad argentina produjo el penal que rompió el partido: Messi lo erró, pero la expulsión modificó todo. Los argentinos reclamaban por Twitter ir pal frente: Argentina apostó a mantener el equilibrio y ganarlo por decantación. ¿Para qué atacar desenfrenadamente si la Selección gana por peso específico arriba?

Así fue. La paciencia argentina permitió no solo desgastar al equipo rival, sino evitar que los alemanes se metan atrás, lo cual hubiera resultado letal debido a las pocas alternativas de centro de la Selección: cuenta con un solo jugador más o menos alto, y no tiene wings puros ni laterales ofensivos. Con Argentina parada en el medio, Alemania tuvo la chance de salir: llegaron algunas chances, producto de la falta de solución del problema lateral, e incluso un tanto. Pero con cancha abierta, y el ingreso del Kun para explotar los espacios, lo de los argentinos rondó el festín. Fueron tres tantos, pero podrían haber sido cuatro o cinco fácilmente. Treinta minutos más tarde de que se dijera que no se notaba la diferencia y que la única manera de llegar al gol era gracias a un regalo rival, Argentina, absolutamente superior contra los pronósticos de los impacientes, bailaba en Frankfurt.

Por supuesto, es una victoria valorable pero no deja de ser un encuentro amistoso jugado con dos o tres días de entrenamientos y marcado por una expulsión, que deja además algunas alarmas en defensa. Pero lo valorable es que Argentina comienza a tener una identidad: paciente y cada vez más fuerte como equipo, se empieza a formar una selección dura, que por lo menos no perderá por boludismos.

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