lunes, 2 de julio de 2012

Los caballeros: la frontera última de la civilización



El deporte moderno ha sido, desde su creación destinada al disciplinamiento, uno de los modos en que el Estado promueve su discurso de nación. Pero la avanzada privatista de los '90 en América Latina y el consecuente retroceso del Estado en su injerencia pública implicaron que, cada vez más, sean los multimedios los productores de identidad, desplazando de ese rol al Estado. El vacío fue llenado a través de los relatos construidos desde los medios, que postulaban la idea de nación no como algo existente sino como un horizonte sin conflictos que se alcanzaría siguiendo ciertos ejemplos deportivos que aparecían ligados a diversos productos, aprovechando la expectativa, la necesidad de una narrativa organizadora para construir mercado. De este modo, las nacionalidades se vuelven apenas un tópico publicitario.

El relato nacional preponderante en Argentina ha sido siempre el discurso plebeyo del fútbol, que reproducía la idea de ascenso social del peronismo; el debilitamiento del Estado permitió la construcción de alternativas: las publicidades del rugby, por ejemplo, sostienen una narrativa antiplebeya, protagonizada por personajes que si bien muestran el tesón plebeyo presente en el imaginario popular argentino, buscan romper con ese modelo ligándose a la racionalidad: junto a la “animalidad” puma aparecen la disciplina, la caballerosidad y el arte, símbolos inconfundibles de estatus. Los Pumas son “animales con corazón de caballeros”, como dice la publicidad de Visa en la que Omar Hasan, barítono, muestra su civilidad entonando el Ave María.

El concepto de la caballerosidad, ligado a Los Pumas, no es casual en cuanto a que, lejos de oponer civilidad a salvajismo, los concilia, legitimando la violencia que es práctica cotidiana en el rugby. La caballerosidad como código moral supone un costado violento en absoluto irracional, pero sí de gran bravura, para la defensa del territorio físico y simbólico: como los caballeros medievales defendían sus tierras, así defienden Los Pumas la argentinidad, la patria. No son solo deportistas, son hombres encargados de la construcción y la defensa de la nación. Y los hombres encargados de la edificación de la nación no son plebeyos, sino la clase media-alta, filiación construida claramente en las propagandas sobre rugby a través de vestimentas, modos, paisajes.

Los Pumas no son entonces un híbrido del barbarismo plebeyo y el civismo inglés, como podemos inferir directamente del eslogan mencionado arriba (utilizado para volver masivo algo con demasiadas señales de clase), sino, más bien, representantes de la civilización, hombres superiores capaces de controlar, a diferencia de la plebe, sus pulsiones violentas, redireccionarlas hacia la defensa de las causas nobles. El valorado respeto por las normas, la dignidad en la derrota, son elementos que provienen de la noción inglesa del fair play antes que de las leyes de las zonas libres del potrero argentino: más propia de ámbitos disciplinares que de territorios desregulados.

Pero la animalidad controlada no es un tópico que pueda considerarse único de la narrativa rugbística nacional, sino un elemento de todo discurso del rugby, ligado fuertemente desde su origen inglés al la lógica moral-disciplinaria del fair play. En este mundo (deportivo) de caballeros, machos civilizados como edificadores y defensores de una nación, Los Pumas se diferencian por ser los más aguerridos: la publicidad “Soy un Puma” muestra a la perfección como cualquier argentino es más bravo, más puma, que un rugbier anglosajón.

Las identidades se construyen a partir de la inclusión y exclusión, y si, propone la publicidad, incluso las mujeres son pumas (defienden consumen narrativas nacionales creadas por hombres, donde la bravura, el coraje, es una cualidad de los hombres extensible a las mujeres solo por imitación: la mujer sólo es valiente si es puma), los excluidos son los extranjeros, incapaces de ser argentinos. El discurso estándar, global, del rugby, entonces, se modifica sutilmente para adaptarse a la lógica regional: Los Pumas son tan caballeros como los ingleses, pero más indomables; no más violentos, lo que supone descontrol: son más bravos, defienden a pesar de su animalidad (o a través de su animalidad, redireccionándola), con mayor fiereza (pero sin desmesura) lo nuestro del enemigo, la barbarie, la no identidad, la anarquía.

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