sábado, 30 de junio de 2012

Un balance algo antibielsista del 2011-2012 en Argentina


¿Qué es jugar feo? Nada, es un adjetivo vacío que no vuelca conceptos sobre la práctica. Así desfilan miles de artículos hoy por las páginas de nuestro periodismo: feo, lindo, lúdico, conservador, palabras tiradas al aire sin dar más explicaciones, mediante las cuales los periodistas no analizan sino que toman posturas, se unen a un bando (generalmente el bando bienpensante, progresista, que cree en la belleza como valor primordial del deporte).

Con ese afán contrera y simplificador es que se ha desacreditado al único equipo argentino consistentemente, coherentemente ganador. Campeón con dos fechas de ventaja el año pasado, este año se autodestruyó entre los puteríos típicos de los lugares donde hay poder: en la búsqueda de ser reconocidos dueños de la triple corona, Riquelme, Falcioni y Angelici entablaron una guerra secreta que el crá de Boquita hizo estallar cuando más le convino, antes de la revancha de la Libertadores. El claro boicot terminó en la derrota, pero no por eso cabe menospreciar a un equipo que peleó todo como muy pocos han podido hacerlo: la doble competencia mata las piernas de cualquiera, y con los planteles cortos, de poca jerarquía y mucho viejo que hay en el país, resulta hasta peligroso.

Ahora, el modelo futbolístico de Boca podrá ser del agrado o no del paladar de cada uno: pero no puede decirse que es mal fútbol el que consigue la vigencia y la coherencia que consiguió Boca, el nuevo monarca del fútbol argentino (aunque sin corona). Si la vara del torneo local, comparada con el fútbol europeo, suele considerarse (debido a razones ya tratadas, vinculadas al vaciamiento de nuestro fútbol por parte de los clubes europeos y los dirigentes autóctonos, y no a una intención de juego superior de una sociedad más civilizada como a veces se pretende hacer creer) una vara bajísima, un fútbol horroroso, lo mismo no puede considerarse con tanta facilidad del fútbol sudamericano en su totalidad, sobre todo con Brasil preparándose con gran inversión privada para potenciar su liga y acercarla al nivel europeo, para afrontar su mundial. Boca afrontó el examen continental de buena manera, con un poco de suerte en los cruces pero despachando a Fluminense y trastabillando solo ante un equipo igualito a sí mismo. Por cierto, el cruce contra la ingenuidad bielsista en modo latino volvió a mostrar los límites de un modelo tan fundamentalista, tan negador de una parte integral del juego como es la defensa.

Hemos hablado recientemente acerca de la propensión del periodismo a tomar partida antes que analizar. Boca fue víctima de ese afán de alinearse ideológicamente a bandos (Bourdieu explicaría el capital simbólico que otorga esta operación, que jerarquiza a quien emite una opinión bien considerada por el centro del campo, por la hegemonía). Varios equipos le siguieron el tren en el torneo local, pero jugando una sola competencia. El promocionado Velez volvió a flaquear. Tigre fue puro coraje, pero se quedó en las puertas de la epopeya ante un Arsenal sólido y oportunista. A Ñüls, modelo Martino que de Bielsa nada tiene, le faltó experiencia. Ahora, todos esperaron que Boca caiga, excepto el supuestamente conservador: los de Alfaro despacharon a domicilio a Boquita y liquidaron la cosa en casa. Merecidos campeones, aunque se rían todos y opinen que se trata del triunfo de Grondona. ¿Acaso Tigre no tiene una banca política y económica evidente? Y ya que estamos en el tema Tigre, quien haya visto sus partidos sabrá que su fútbol no era tan lírico como proponen. Cuidó mucho su quintita de visitante, supo pegar de contra y la clave del éxito residió en una defensa ordenada que bancó a los titanes que la rompían arriba.
El bielsismo es la nueva Biblia de muchos, y enceguece a más de uno. El modelo europeo podrá adaptarse a una lógica del espectáculo, pero el modelo latinoamericano, con sus muchísimas carencias económicas, tiene más chances de competir en la arena internacional adoptando modelos más modestos, organizados y aguerridos. All Boys, Unión, Ñewell´s, el campeón Arsenal, Boca y hasta, en un punto, el Tigre de Arruabarrena hicieron mucho con poco.
Las etiquetas son entonces practicamente un capricho que terminan escondiendo una verdad que debiera ser básica en el fútbol: mientras que la idea de proponer siempre sin pensar en el rival parte del orgullo, del machismo y de la ignorancia de creerse siempre superiores, suele triunfar (a veces no, porque hay equipos que gracias a cierto poderío -generalmente económico- son simplemente avasallantes) quien desde la humildad reconoce sus propias falencias, las protege y ataca las del rival. Si el fútbol es, como Panzeri y los defensores de la ludicidad proponen, un juego de engaños y no de mecanicismo, el engaño no debiera implicar simplemente la gambeta; el engaño como estrategia, desde el equipo, es en realidad fundamental. Cuando un equipo A logra que el rival B juegue el partido que A quiere, A lleva las de ganar (después el fútbol, en un partido, derrumba todo análisis; a largo plazo, sin embargo, quien piensa mejor gana más). Muchas veces un equipo se para de contra y te emboca después de defenderse 80 minutos: quienes lo atribuyen a la suerte ningunean la planificación y, en definitiva, ven el fútbol como ellos quieren, idealizado, un juego desorganizado donde todos van para adelante. En verdad, ese fútbol tampoco existe en los potreros: en cualquier juego surgen naturalmente las estrategias de los menos dotados para superponerse a sus deficiencias.
Y si el fútbol argentino, como hemos planteado y plantean todos, es un fútbol vaciado de talento por cuestiones que exceden lo deportivo, para conseguir objetivos, para pelear cosas, para ganar, hay que pensar, y después correr. Cuando hay talento, potenciarlo desde la estructura; cuando no lo hay, seguir el humilde ejemplo de Arsenal, All Boys, y que después los demás digan que el fútbol argentino da asco y que jugó mejor el quinto que uno. Que lo digan, mientras uno juega copas internacionales y disfruta de trofeos en las vitrinas.

MIENTRAS TANTO, EN LA B...

Categoria redescubierta con el tipico entusiasmo folclorista que quiere creer que esa cosa autoctona, pobretona, es mejor, mas genuina, mas vital. El encanto es innegable, y no hacia falta que juegue River para descubrirlo (bueno, en realidad, mediaticamente si). Tambien es innegable que en la B se juega mucho peor, con brio pero con pocas ideas y aun menos “talento” que en Primera (aunque con mas distracciones y mas espacios, y por ende mas goles). La supuesta superemotividad del torneo quedo desmentida cuando, cuatro fechas antes, quedaron matematicamente asegurados los primeros cuatro puestos. El supuesto torneo parejo en el que todos iban para adelante termino siendo un torneo tan monopolizado como el español (curiosamente, otro torneo que se cree emotivo y no lo es), pero lo que es peor, con los predecibles líderes perdiendo puntos en todas las canchas. Las fechas finales fueron una demostración, además, de que jerarquía futbolística no es nada más jugar “lindo” (cosa que ninguno de los cuatro líderes, tampoco River, hizo nunca): Central, River, Instituto y Quilmes se dedicaron a perder puntos, a ceder posiciones, y su fatal incapacidad para ganar cuando había que ganar (por supuesto, en un marco de presiones histéricas) terminó dotando de emoción a un torneo que fue divertido por el morbo de River en la B y nada más.
Los cuatro llegaron a la fecha final con chances de campeonar, pero solamente por su incapacidad de ser equipos, convencidos en un plan antes que dependientes de la mañana de los dos o tres cracks. Apenas Instituto supo a que jugaba (el equipo bielsista que a pesar de su fútbol avasallante terminó en promo después de puntear 35 fechas y seguirá en la B); los demás fueron emotividad en las buenas y nervios en las malas, le tiraron la camiseta a más de uno y terminaron subsistiendo gracias a un plantel con base de primera (es decir, gracias al poder económico).


EPILOGO

El ultimo concepto: todos los torneos, de 19, de 38, de tres temporadas, fueron peleados hasta el final y se definieron por puntitos. Algunos diran que es debido a la naturaleza cambiante y pedorra del fútbol en Argentina, pero no interesa: lo que importa es que se desmoronan año tras año los argumentos contra torneos largos. El torneo corto sigue teniendo un campeon desprestigiado y el largo sigue siendo emotivo. Ahora, el mamarracho de los dos medio-campeones que comenzará desde agosto, una nueva improvisación, ya fue realizada sin éxito en 1991. Duró apenas un añó (el gran Ñuls del joven Bielsa campeona ante Boca, batacazo de esos maravillosos del fútbol) y dejó de existir para que florezcan los torneos cortos, supuestamente democráticos pero en verdad, torneos que si bien nivelan las diferencias adquisitivas reducen la justicia deportiva a una racha y premian el cortoplacismo. ¿Por qué no el modelo más sencillo y transparente? Para colmo, subsisten los modos super largos de definir los promedios (tres temporadas) y por ende se utilizan criterios diferentes para definir la lucha arriba y abajo. ¿El resultado? Obviamente, lo que podría haber ocurrido con Tigre, que no sólo pudo campeonar y descender, sino que en un momento jugaba un desempate por la promoción y otro por el campeonato. ¿Qué va a pasar cuando el equipo que más sume en la temporada no gane ninguno de los dos torneos parciales y quede afuera de la final? La respuesta es obvia: si no es Boca o River, nada.

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