domingo, 22 de julio de 2012

Amor: la abnegación de los que vuelven a la aventura extrema del fútbol argentino



Hay uno, supuestamente ejemplar y románticamente moral, que se fue sin que lo echen, en plena definición. Otro, romántico hasta la locura, paradigma del progresismo, que arma escandaletes donde está. Pero hay otros, por suerte. Que dien menos y hacen más. Maxi Rodríguez deja el Liverpool a pesar de los ruegos de su entrenador, con 31 años y mucha carrera por delante, no de última o descartado: en su plenitud, buscando aportar. Se suma al Ñewell's del Tata Martino, que se jugó por el corazón cuando tenía chances de dirigir varios seleccionados, y se volvió para Rosario a jugar en la cancha que lleva el nombre de otro.

Son las cosas lindas, absolutamente excepcionales no importa que cuento cuenten desde los medios, de este fútbol subdesarrollado y pobre, pero la contracara es evidente: el empobrecido y explotado mercado argentino necesita de estos gestos de extremo desinterés material para jerarquizarse. La ingenuidad invitaba a pensar que el apoyo estatal y el crecimiento del fútbol brasileño de cara a 2014 potenciarían nuestro fútbol: la inescrupulosidad para manejar fondos en connivencia con representantes de sí mismos y la absoluta falta de control desde AFA, que amenaza siempre con sus inhibiciones que nada inhiben y sus promesas de castigos a quienes adeuden, acabaron con los 600 millones de la Nación con la voracidad de un ratón asiático; el país vecino, en tanto, se encarga de aprovechar la necesidad de vender para no fundir de los clubes criollos y se llevan lo bueno para jerarquizarse ellos. Brasil se llevó la Libertadores en 2010, 2011 y 2012, para colmo con tres equipos diferentes; la liga que se arma este año será realmente espectacular, y muestras claras de sus intenciones de volverla espectáculo global es como, de a poco, empezamos a ver más y más partidos del fútbol carioca por nuestras pantallas.
Se trata una vez más de chances desaprovechadas. El funcionamiento profundo del fútbol argentino, no solo sus dirigentes corruptos sino la desesperación colectiva y mediática en torno al deporte, y por supuesto también los inescrupulosos que aprovechan para mover espejitos de colores de acá para allá, provocan una vez más que nuestro fútbol siga viviendo rehén de la tele y la exportación de materia prima. Cuando se piden proyectos a largo plazo, pocas veces se toma en cuenta la realidad económica y estructural de nuestro fútbol, que camina lentamente hacia el apocalipsis de la privatización. El vaciamiento sistemático de los clubes ya estuvo en los 90 a punto de desembocar en los gerenciamientos, pero los hinchas salvaron lo autóctono de nuestro fútbol. Pero con los vecinos invirtiendo dólares privados en su fútbol, ¿cómo competir? Las vitrinas internacionales quedarán vacías como los fondos utilizados en superficiales esfuerzos de jerarquizar los equipos. Y entonces, ya sucede hoy con San Lorenzo, no solo dirigentes sino los propios hinchas buscan al salvador dólar y entregan las llaves del club.
Quizás lo de Racing parece, en el contexto, ingenioso: contrato varios jugadores libres y de nivel, erogando muy poco dinero. ¿Qué sucederá cuando, sin embargo, tenga que pagar sus sueldos? ¿Y si campeonan como pagarán los premios? El fútbol nuestro vive en un estado de perpetuo endeudamiento, apostando a que los éxitos deportivos tapen las deudas hasta que toque dejar la dirigencia. Mientras tanto, todos se llevan vueltitos y comisiones, claro. Nadie sale empobrecido de la dirigencia de un club.
No parece existir plan alguno en el fútbol argentino. Ni de los altos dirigentes, ni de los clubes. Todo se reduce al efectismo, a la contratación lujosa, al título aislado. Y luego el sálvese quien pueda: clubes que hipotecan todo después de ganar (como botón de muestra, Banfield y Huracán terminaron en la B inmediatamente después de campañas exitosas), y otros que apuestan a que la AFA salve una vez más a todos y tome cautivos los votos de las próximas elecciones. Algunos, peor, se la juegan en el mercado de pases previo a su partida de la dirigencia y le dejan el quilombo, la deuda declarada y la no declarada, que suele doblarla, al pobre sucesor.
Este funcionamiento vicioso sólo engrandece el amor (¿qué es el amor sino estos gestos de absoluta abnegación?) de Maxi Rodríguez y al Tata Martino. Hay que animarse a venir al fútbol argentino: una aventura cada vez más parecida a dirigir en Bombasí, aquel perdido país africano recuperado por Fontanarrosa en Area 18, que jugaba en un estadio sobre un volcán en erupción.

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