Para Sentimiento Pincha
Se va,
viejo. Se retira el Pelado, el Comandante de la Pinchedad, el Capitán. Se
retira como siempre, dejando hasta la última gota de sudor, jugando en un
tobillo partidos que muchos consideran irrelevantes, corriendo como un pibe, predicándole
con el ejemplo al kínder albirrojo que lo acompaña por estas fechas en la formación
inicial. Que merecía otro final? Claro que sí. Aquel emotivo pedido de parte de
un plantel que, se hablen las pavadas que se hablen, lo banca a muerte, hacía
presagiar una despedida con gloria. Pero esos finales quedan para las
películas. Creeme igual, viejo, que el adiós al capitán va a ser a pura
lágrima, a pura emoción. La Brujita es el hincha adentro de la cancha.
Antes de su
año final, marcado por las lesiones y la irregularidad del ciclo, La Brujita
cumplió todos nuestros sueños, todas sus promesas. Volvió, y no volvió rengo,
sin nada para dar y con mucho por cobrar: volvió pleno, entregó todo, incluso
su sueldo, su plata. Quien terminaría siendo, en 2009 y 2010, el mejor jugador
de Latinoamérica, llegó allá por 2006, soñando con jugar las semis de la
Libertadores que jugara su papá. No pudo ser, pero nada desanimó al tipo, a ese
cerebro competitivo, ganador, como todos. En sus primeros seis meses Verón
cumplió el sueño de salir campeón.
Hoy quizás,
engolosinados, no recordemos lo que significó aquel campeonato: Estudiantes no
era campeón desde el 83, y peleaba el descenso desde el 90 casi todos los años.
El hincha se había acostumbrado a cierta mediocridad, algo feliz cuando se
metían un par de partidos seguidos o se ganaba un clásico, algo triste cuando
el club se llenaba de aves de pase que vaciaban las arcas y se iban rápido tras
campañas nefastas. En aquellas temporadas de Merlo y Burruchaga, no eran muchos
los que creían verdaderamente en pelear un título. Ni siquiera el arribo de
Verón le permitía al grueso del hincha soñar: simplemente no era concebible,
nos habíamos acostumbrado a ser un club de esos que no pelean, que juegan a lo
sumo por entrar en una Copa.
Y entonces
volvió, él, el hijo de su padre, el heredero de la mística. Para mostrar un
universo diferente de posibilidades, para demostrar que éste era un club
grande, un club lleno de tradición y de hambre. Estudiantes volvió a ser un
León joven, angurriento, pasó por arriba a todos y forzó aquella épica
definición en la cancha de Vélez ante Boca. Cuando el árbitro pitó el final
aquella tarde, ¿cuántos creían lo que veían? ¿Cuántos no sabían cómo reaccionar?
Estudiantes era campeón. ¿Qué decir de aquella noche en el Mineirao entonces? Todavía
hoy me froto los ojos, todavía hoy no lo puedo creer. Verón jugó lesionado la
ida, sacrificio común en él por los colores, y se emocionó por primera vez con
un título en su vida. Eramos campeones de América, viejo. Era el trofeo del
destino, la Copa compartida con la historia, con el pasado, con la familia. La
Copa que se vino primero que nada a La Plata, cuando fuimos tricampeones y nos
la regalaron por afano, por vagancia, para no seguirla transportando.
¿Qué andaba
haciendo el Pelado antes de venir? ¿Vacacionaba en algún club ruso sin jugar?
No, señor. La Brujita la rompía en el fútbol italiano, en aquel Inter de los
argentinos. En el año antes de tornar al Pincha, levantó la triple corona:
Liga, Copa y Supercopa italianas. En 2005, Copa Italia y Supercopa. Cuando
Verón anunció su partida a La Plata, tironeaban dirigentes y compañeros. No
importaba las sandeces que se dijeran, sus compañeros sabían la verdad: el que
se iba era un número uno, un fantasista, un ganador. La Bruja venía de una
temporada para el olvido en Chelsea, con una operación que lo tuvo fuera de la
cancha y un DT que no lo tenía en cuenta. Su paso por Manchester, antes de
pasar a los Blues, fue un poco mejor: mimado por Ferguson en un principio, cómodo
en un club ejemplar, Verón alternó brillo y opacidad para levantar su único
título Premier, en 2003, y cortar con una sequía personal de 3 años. Pero
terminarían cediéndolo al Chelsea: su pase multimillonario y las expectativas generadas
le jugarían en contra.
Porque el
Verón premier no fue el Verón fantasista del calcio: el que la rompió toda en
la Lazio, pero toda toda eh. En 2000 lograba su primera triple corona italiana,
algo que en la historia modesta del club romano significó inmediata idolatría
para el Pelado. El mejor Verón. Sus pasos anteriores por Parma (con Copa Italia
incluida) y sus inicios en Sampdoria habían ya mostrado todo lo que tenía para
dar la Brujita, y lo cómodo que se sentía en aquel fútbol férreo, pensado y valiente.
El mejor Verón jugó en el mejor Calcio.
El salto a
Europa pudo darlo gracias a su breve paso por Boca, inexorable vidriera. Los
únicos seis meses argentinos que no pasó en Estudiantes, porque hasta cuando lo
llamaron anoticiados de que volvía al país, para tentarlo con jugosos contratos
desde los grandes de capital, ni así la Brujita quiso jugar en otro lado que no
fuera el Pincha. Aquel que lo vio ascender albirrojo de emoción como un joven
talentoso e impertinente en el 95, para emigrar inevitablemente a las grandes
avenidas del fútbol. ¡Pero si Verón nunca se fue! Si desde Europa ayudaba al
club, si vacacionaba en el Country, su casa desde que su viejo lo ponía a
patear mientras entrenaba a los 4 años, desde que se rateaba juvenil del
colegio para ir a jugar un rato a la pelota entre la historia viva de
Estudiantes. Verón es Estudiantes, Verón llevó la estirpe a pasear por Europa y
volvió, cansado ya de crecer él, para hacer crecer al club, para cambiar todo.
Más León, viejo, que este tipo secote, talentoso, inteligente y hambriento no hay:
gracias Brujita por hacernos grandes con tu fútbol fuori clase. Ya lo dijo
Pachorra: “Capaz que Verón es un alienígena…”.
Se va,
viejo, se va pero se queda. Se queda para siempre el mito, con nosotros, como
enseña que hay que seguir. Y se queda también la persona, para ayudar, para
guiar. Siempre estuvo, ¿por qué habría de cambiar?
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