jueves, 23 de octubre de 2014

De los pies de Carrillo a las manos de Navarro: una victoria mística

Era la tormenta final: las nubes negras se acumulaban en el horizonte burlándose de los planes con esos dos goles de Peñarol que rompían todos los esquemas, y de repente estabas afuera de todo con dos meses de competencia por delante.
 
Ya se comenzaba, incluso, a olfatear cierto fastidio del hincha: seguro que hay banca al proyecto, pero en fútbol, al final, todo se determina por el resultado, y quedar tan prematuramente fuera de competencia, contra un equipo que en La Plata asomaba mortal, y estar al borde de la goleada tras los primeros 45 minutos del partido disputado en el sagrado Centenario uruguayo, bueno, no iba a calar bien entre la grey.
 
Y ciertamente en aquella primera etapa hubo mucho verdor como para fastidiarse: demasiadas imprecisiones de mediacancha para arriba, otra vez Estudiantes pecando de su falta de conducción futbolística, responsabilizando para la tarea a un adolescente como Correa y a un talento individual como Martínez.
 
Y Peñarol, honrando su temple de años, olfateaba rápido que la versión que presentaba el Pincha en su visita a Uruguay, intentando meterse en cuartos de la Sudamericana, era un boceto amilanado del equipo que le ganó en La Plata. El Manya impuso las condiciones esta vez, empujando, casi prepoteando, a Estudiantes hacia la sumisión.
 
No había respuestas de la visita mientras Zalayeta y Pacheco hacían lo que querían desde el círculo de mitad de cancha, sin oposición más que un correr desordenado que solo resaltaba la claridad veterana con que Peñarol manejaba el pleito. Era la antítesis del encuentro de la semana pasada, los de Pellegrino desbordados una y otra vez por los de Fosati, que, encima, en 20 minutos, con el primer tanto del encuentro, le quemaban los papeles a Pellegrino: Tony Pacheco mandaba una falta tan tonta como la del gol del empate en La Plata al corazón del área, Hilario quedaba a mitad de camino y Viera, ganándole el salto a Schunke la mandaba al fondo.
 
La idea de todos era evitar que el local abra el marcador: parte del plan Vera-Carrillo tenía como función tapar los centros defensivos, mientras Ezequiel Cerruti, de lo más desequilibrante del Pincha, esperaba en el banco a que los minutos le coman la cabeza al equipo oriental para entrar y, ante una defensa jugada en ataque, aprovechar los espacios y las piernas cansadas del rival.
 
Pero nada de eso pasó: el primer gol decretó que los pergaminos había que archivarlos y que Cerruti ingresaría pronto, sí, pero ante una defensa que, como toda zaga uruguaya, hace bandera de cerrar la persiana en la victoria con todas las mañas posibles, disfruta del roce junto a su público, celebra, goza de cada despeje a la tribuna.
 
Y encima, tras un primer tiempo sin reacción, con tiempo de descuento en el reloj, Peñarol ponía el segundo, que sonaba como un clavo sobre el ataúd: el pibe Rodríguez, que venía de jugar con la Celeste y que se mueve a velocidad europea, tomó una pelota en el área y con simpleza, enganchaba y le rompía el arco a Hilario.
 
Dos a cero abajo al descanso. Urgía la reacción, pero el golpe era duro y la charla del vestuario apenas lograba despabilar una reacción futil del Pincha, que le hacía el juego a Peñarol pasando al ataque y dejando espacios para la contra de Rodríguez. Estudiantes fue con amor propio, Peñarol se defendió con suficiencia veterana y otra vez parecía que los viejos uruguayos le tiraban la chapa a los pibes del León, como en el partido de la semana pasada cuando los de Pellegrino tuvieron las acciones y Peñarol casi se lleva un empate.
 
El partido se iba, se iba sin que Estudiantes construyera demasiadas chances en ataque: un cabezazo de Román en el área, un tiro de afuera de Correa… el Pincha tiraba, previsible, al área, para que despejen los centrales uruguayos y el público local se levante en éxtasis.
 
Encima, Hilario salvaba al Pincha de la goleada. Parecía la tormenta final, el cierre de la temporada para el León.
 
Y entonces Carrillo. No será el chico de la tapa, por lo que pasó después, pero cada día ratifica su condición de capitán. No es goleador hambriento pero sí un servidor del equipo y en Uruguay apareció cuando Estudiantes no aparecía: una bocha dividida cerca del área le quedó y Guido no dudó, tiró fuerte y abajo y venció a Migliore, en una jugada que parecía aislada, la nada misma, y que subvertía violentamente la trama del partido.
 
Porque la cosa, hace un ratito, estaba cocinada, y ahora había que ir a penales. Y Peñarol comenzaba a sentirlo, lentamente yéndose de su rol de veterano compuesto, perdiendo ante la convicción Pincharrata en el destino místico, en que se podía ganarlo. Incluso, pudo llevárselo en los 90, pero Román marró dentro del área lo que hubiera sido el empate.
 
Fue empate, pero en el global: dos encuentros a la altura de la historia de los equipos, dos encuentros bien raspados, dos aprendizajes a fuego para el joven equipo de Pellegrino, que fue puesto a verdadera prueba en esta Copa Sudamericana. Primero tuvo que jugarse casi el semestre en los primeros dos partidos ante el vecino; después le tocó uno de los equipos más orgullosos del fútbol latino, y definir afuera, y que le empaten de local en un partido donde estaba para golear, y, claro, arrancar 2-0 abajo y con olor a que todo concluye al fin.
 
Y, ante semejante examen, los chicos sacaron chapa: era el escenario para sucumbir y que sobrevengan dos meses de críticas, o para torear al rival y rebelarse a la narrativa del partido. Mística, la llaman, sobrevolando el Centenario.
 
Pero, con todo, ahora había que patear los penales. El Pincha no se complicó y le pegó fuerte a todo, aprendiendo la lección de Huracán; y el que tembló, contra los pronósticos, fue el veterano Peñarol, y el que, gigante, se aprovechó de las dudas, fue Hilario Navarro, el héroe.
 
Tres penales atajó el uno, y el marrado por Israel Damonte, único de la serie que no convirtió el Pincha, quedó en anécdota a tal punto que Estudiantes pateó sólo cuatro penales. Arrancó Cerruti fuerte, empató Orteman con clase, y tras aquella ejecución Hilario cerró el arco. Carrillo hizo caso al DT, que en la ronda dijo que si había dudas, había que prender mecha, y el arquero Pincha comenzó su cita con la gloria yendo a su derecha para tapar a Núñez y Estoyanoff. Damonte erraba y le ponía suspenso a la cosa, pero Rosales tiraba como crack y la presión, 3 a 1, recaía en el Japo Rodríguez: o convertía, o Peñarol se despedía.
 
Hilario sabe que tapó dos, y mete bidón: se saca los guantes para atarse los cordones, y luego se los pone lento, buscando nerviosear al rival. En el aire, se olfateaba la preocupación de las decenas de miles e hinchas manyas, y la expectativa de los miles que cruzaron el charco para armar un festival en la Colombes.
 
El Japo mira, aparentemente tranquilo. Navarro hace sus saltitos europeos previos a todo penal. Sabe que irá a la derecha, allí fue en los dos que tapó. Rodríguez sabe que sabe. ¿Cambia? ¿O tira a la derecha porque Navarro sabe que sabe que sabe? Dicen las estadísticas que, en momentos de definición, los pateadores buscan seguro: cruzado. Y Rodríguez es zurdo: así que la pelota va a la izquierda.
 
Y Navarro, en estado de gracia, también: espectacular volada y piel de gallina hecha grito, y montonera y felicidad para Estudiantes, que tras años de descalabros ha conseguido comenzar la crianza del equipo que quiere ser heredero de la místicaEstudiantes se mete en cuartos de una Sudamericana que viene teniendo cruces de Libertadores para el León, lo cual explica que haya durado, de alguna manera: brava la parada, bravísimo Estudiantes, el piberío que quiere crecer. ¡Y ahora viene River, la máquina! Cada partido, un desafío más alto, más peligroso, para Estudiantes: sarna con gusto, dicen, no pica, y como le gustan al Pincha las difíciles…

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