miércoles, 4 de abril de 2012

Los adelantados

La ciudad de La Plata tuvo el honor ayer de ser anfitriona del primer Campeonato Mundial de Picadita Sillonera. El novísimo deporte consiste en patear una pelota de goma livianísima desde una distancia determinada y conseguir que ésta se deposite en el sillón, siendo lo más complicado conseguir que el rebote en los almohadones no genere la caída del balón. Debido a que todavía se trata de un deporte sin popularidad, apenas se presentaron a la competencia dos contendientes, en lo que fue a la vez partido inaugural y final: se enfrentaron Montoneville, comunidad nómade, y Pepolandia, un país que ha sufrido recientemente el exilio. El encuentro estuvo lleno de chicanas y picante entre ambos representantes, pero lo que le faltó fue paridad. Ocurrió al revés de lo vaticinado por los medios que cubrieron el match: el representante de Montoneville, que viene de realizar una durísima pretemporada consistente en caminar por toda Europa pateando una pelotita, sucumbió ante el gordito de Pepolandia, que sufrió un esguince de tobillo en la previa y aún así decidió participar heroicamente para no desilusionar a su patria. Toda competencia de este calibre tiene su épica.

El modo tradicional de golpear el balón en Picadita Sillonera
¿Cómo consiguió el pepolandés, un seudo-Obelix con el tobillo del tamaño de la pelota que tenía que colocar en el sillón, para vencer al mejor, más apto físicamente y más técnico equipo de Montoneville? Lo que ocurrió es que en la tierra gitana, de gran tradición hincha-pelotaris (como se llama a este juego en la región vasca), son muy celosos con el cuidado de la técnica de ejecución, y dispararon siempre del modo clásico (un golpe seco, cortado, para que el efecto en el sentido de las agujas del reloj frene el balón al golpear un almohadón), que da gran dificultad al deporte. El muchacho de Pepolandia, tras varios disparos tradicionales, observó que que aquel modo no funcionaba debido a la fuerza necesaria para elevar el balón para que caiga en el sillón, inevitablemente ocasionaba que rebote. Se sabía en desventaja física y observaba atento, buscando una manera alternativa de impactar la pelotita amarilla y alcanzar la victoria. Con gran inteligencia intuyó que una vía inexplorada debía funcionar, y decidió valiente cucharear la pelota. El resultado fue inmediato: la pelota cayó mansita sobre el almohadón ante la mirada atónita de los de Montoneville, que enseguida se lanzaron a la protesta. Que es ilegal, que no vale, que así cualquiera, espetaron. Lo cierto es que el inexistente reglamento nada decía sobre la técnica de ejecución (ni sobre ningun otro aspecto del juego, por cierto), y por tanto el juez convalidó, reticente también él a lo desconocido, la conversión.
Montoneville continuó pateando del mismo modo, con magros resultados. Pepolandia, mientras tanto, convirtió uno, dos, tres, cuatro tantos más, los tres últimos consecutivos, ante la queja de Montoneville, que tras denunciar la supuesta ilegalidad reprochaba ahora la inmoralidad de la técnica. “¡Anti-picadita! ¡Resultadista!”, le gritaban desaforados los gitanos, creyéndose jueces impolutos y ganadores morales, horrorizados ante cada ejecución antiestética, y para colmo de su irritación efectivísima.
La cucharita, una revolución
El partido continuó su lógico rumbo cuando, ya 5-0 abajo, sucedió lo que era a la vez impensado y coherente con la historia del mundo: Montoneville, como todos quienes han denunciado tretas ingeniosas como inmorales, terminó humillado cuchareando la pelota ante la mirada impávida y posterior abucheo de los gitanos en las gradas. El final de aquel disparo fue lógico: Montoneville marcó su único tanto con la cucharita, antes de que el árbitro diera por terminado el pleito. El tiempo se había acabado, pero además la técnica del ingenioso participante de Pepolandia facilitaba tanto el juego que daba en el ambiente una sensación de “fin del Picadita Sillonera”, que se confirmó cuando, reunidos horas después, el Comité General de la ICVF (International Couch-Vasselin Federation) decidió cancelar la práctica internacional del deporte por haberse vuelto, tras el histórico match, demasiado fácil y poco competitiva.

La historia está llena de sujetos marginales, considerados locos por sus creencias e ideas que, demasiado adelantadas para la época, luego revolucionaron el mundo; también de sujetos hegemónicos, enquistados en la tradición, que tras insultar y condenar lo desconocido terminaron rendidos ante la evidencia y, en silencio, humillados y hasta negándolo, utilizaron lo que anteriormente rechazaban por vil e inmoral. Pepolandia repitió el pasado y convirtió la breve historia de un deporte imaginario en una página épica, heroica, de la resistencia y de la gloria de un equipo que luchó contra los prejuicios, contra los rivales, contra todo, y aplastó a su rival y a la tradición en un solo movimiento subversivo, revolucionario, que cambió para siempre a la Picadita Sillonera e insipiró a la juventud a superarse y luchar.

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