Todo sigue igual en el fútbol argentino.
Durante un año entero se habló de modificaciones de fondo en la forma de los
torneos argentinos. Detrás quedó el megaproyecto de cuarenta equipos impulsado
por Grondona para asegurar la permanencia de los equipos de la capital federal
y competir con Daniel Vila y sus promesas de federalizacion, cuya resonante
derrota propinada por los hinchas amenazó como nunca el reinado de Don Julio.
Luego de aquel triunfo cívico, los popes dejaron aquietar las aguas
mientras desde las sombras se gestaban nuevos proyectos, cuyo objetivo era
cambiar sin irritar a las masas. Y entonces, comenzaron a filtrarse los rumores:
trascendió que habría un torneo de 36 equipos (en lugar de los 40 originales de
la primera propuesta, un recorte en absoluto significativo), luego que volvían
los torneos largos, que se acababan los promedios, las promociones…
Finalmente nada sucedió, excepto el
nombramiento de una comisión que, ejecutando una farsa democrática, debía
decidir autónomamente (es decir, desligando a Grondona, muy cuestionado por los
medios, de supuesto lobby a favor de sus ideas) si era o no necesario modificar
los torneos. Así se craneó el proyecto de Nicolás Russo, presidente de Lanús
que algunos consideran una especie de opositor (pero que ha sabido votar a
favor o, a lo sumo, no votar en contra): Russo determinó, tras un mes de
profundo estudio, que lo más conveniente… era copiar el sistema del torneo de
la URBA.
El formato, denominado Super Liga,
efectivamente acababa con el drama del descenso por dos motivos. En primer
lugar, creaba una especie de limbo divisional de cuarenta equipos que se
mixturaban a lo largo del año. La palabra descenso, de hecho quedaba eliminada,
reemplazada por el eufemismo “reubicación”: los diez peores del torneo de
“primera” de la parte inicial de la temporada disputarían una competencia
denominada Torneo Reubicación durante el segundo tramo del año competitivo con
los diez mejores de la segunda categoría, y los diez peores de ese torneo
jugarían en la segunda categoría al año entrante. Mucha movilidad y la
eliminación de los promedios (un largo reclamo de los medios) caracterizaban un
sistema que, además, desdramatizaba el descenso porque, quizás sin quererlo
(difícil de todos modos saber que pasa en la corte del Rey Julio), la idea
continuaba con el blindaje hacia los grandes que había impulsado Grondona
cuando implementó los promedios: y cuando los grandes no peligran, el ruido y
el drama mediáticos son mucho menores, casi inaudibles. Si aquella creación
ad-hoc fue bastardeada por favorecer a los equipos capitalinos, que
difícilmente realizaran tres malas temporadas (finalmente se dio), mediante
este nuevo método AFA se aseguraba que los cinco equipos que venden diarios y
avisos de televisión, para descender, tuvieran primero que quedar entre los
diez peores de “primera”, y algún denominado grande puede, hoy por hoy, quedar
ahí; pero luego debían clasificar entre los peores diez en una competencia
contra diez equipos del ascenso...
Fueron los clubes, y no un Grondona que
continúa intentando desligarse del espinoso tema, los que le bajaron el pulgar
al torneo soñado por Russo, demasiado complejo y rebuscado. Porque tras todos
estos frankesteins, se imponía una pregunta: ¿por qué se resiste el fútbol
argentino a una organización sencilla, lógica? Se trata de uno de los pocos
torneos de elite (si es que seguimos siendo de elite) en el cual se disputan
torneos cortos, además de uno de los únicos campeonatos en el mundo en el que
se utilizan los promedios, ese complejo sistema que castiga a destiempo. Un
torneo por año, largo, sin promedios ni promociones: la absoluta justeza del
lógico formato quitaría algo de ese dramatismo por no descender cimentado en
cálculos y especulaciones, y el resto es adjudicable, básicamente, a una
sociedad excitable y exitista donde el fútbol ha reemplazado la discusión
política y moral.
En un nuevo paso contra la sensatez, se
anunciaron ayer las “modificaciones” al torneo de AFA: permanecen los torneos
cortos, también quedan los promedios… Solo se eliminan las promos: habrá tres
descensos, dos por promedio y uno según la tabla general. Una mezcolanza que
sigue complicando la vida del hincha, justo cuando se acostumbraba a la
calculadora: ahora, además, debe ingresar en los cálculos que, si quien
desciende en la general también lo hace según la tabla de promedios, se
liberaría un cupo. ¿El nuevo cupo perjudicará a un equipo comprometido en la
tabla anual o en la tabla de los promedios? No ha sido aclarado. Los clubes, y
no El Padrino, votaron este híbrido, y eligieron el formato de los torneos
cortos porque, si bien desjerarquiza la competencia y el campeón, da más chances
de campeonar a los equipos, sobre todo en esta realidad donde tres o cuatro
triunfos hilvanados te depositan en la punta. Don Julio, dice él mismo, hubiese
preferido un torneo largo. “Un torneo largo con dos campeones”, dicen,
absurdamente, desde AFA, los defensores de los cambios que se implementarán
desde XXXXXXXXXX, aludiendo quizás a que los cupos para las copas y dos tercios
de los descensos sí se decidirán acorde a la lógica de un torneo largo.
COPA ARGENTINA
La conservadora medida tiene apenas dos
aristas que puedan considerarse positivas. Además de la eliminación de las
promociones, verdaderos festines del morbo que llegaron a su punto culminante
en el partido revancha entre River y Belgrano (siempre hace falta que caiga un
grande para que se anoticien los dirigentes), se decidió que la Copa Argentina
reparta un cupo directo (no un repechaje) para Copa Libertadores, en lugar de
un cupo para la Sudamericana como en la actual edición. La primera versión de
la Copa Argentina fue lanzada de apuro, para acallar las voces opositoras del
interior, y quedó clarísimo que el abultado premio económico no fue suficiente
para incentivar la participación de los equipos. Todos, sin excepción, pusieron
en cancha cuando menos con un mix, y partido tras partido ningunearon la
competencia tanto los clubes como los hinchas: canchas vacías en su mayoría,
ratings bajísimos y la consecuente pérdida de platita obligaron al replanteo.
Ahora, con un cupo de la máxima competencia deportiva sudamericana en juego,
quizás se jerarquice una competencia que, al estar tan bastardeada, no impulsa
a ningún club a esforzarse por campeonar. Una derrota en Copa Argentina,
después de todo, no molesta mucho; una victoria, sin embargo, obliga a viajar
en un par de semanas a algún lejano rincón de la patria para jugar 90 minutos y
pegar la vuelta cansado a disputar los encuentros que importan de verdad.
Porque, además del casi escaso premio
deportivo, la Copa Argentina no resulta atractiva a nadie al obligar a dos clubes, a veces incluso dos equipos de la
misma provincia, a realizar absurdos traslados en nombre de la federalización.
Que Boca, que River llenen una cancha en Jujuy con entusiastas hinchas que
nunca vieron a los clubes “grandes”, resulta hasta lógico: después de todos, los
medios nacionales son los medios de capital, y han diseminado por esta
Argentina siempre unitaria la fama de los supuestos grandes y sus estrellas por
todo el país con sus tiradas. Pero, ¿qué van a hacer Gimnasia y Tigre a
Catamarca, un martes a las 10 de la noche? Aquel despropósito (y hubo varios
similares) resultó una invitación a ningunear la copa. Se habrá recaudado, en
concepto de entradas, apenas lo suficiente para comprarle unos patis a los
chicos de la cuarta que se animaron a viajar hasta allá y jugar un rato en una
competencia con mucho aire de amistoso de pretemporada.
El modelo a copiar resulta, sin dudas, la
FA Cup. Los cruces se sortean, también las localías. Los viajes al interior del
país no son gratuitos y absurdos, sino que tienen como objetivo que los clubes
del interior, generalmente menos poderosos, vivan jornadas históricas contra
los grandes, se hagan fuertes en sus canchas, y se reflote así el folclórico
mito del reducto irreducible. No es lo que sucede cuando Ramón Santamarina juega
con Boca en Salta o River enfrenta a Sportivo Belgrano en Catamarca. “No creo
que esa sea la esencia de la Copa Argentina. Aunque estoy seguro de que alguien
se beneficia, y no es precisamente el federalismo puro”, escribió Osvaldo Wehbe
en su artículo “La Copa de la Argentina unitaria”. “Cada una de las ciudades en
donde están los estadios a los que van a jugar los equipos tiene buenas
relaciones políticas deportivas. Y la Copa Argentina ya es un tráfico de
favores para gobernadores e intendentes”, sentenció. Se trata, más allá de la intromisión política, de una falsa federalización basada en la exportación del centro a la periferia, de la venta de los productos capitalinos (River, Boca) al interior, antes que del intercambio cultural democrático. Como es un buen negocio llenar la cancha con el producto capitalino, nadie se queja de seguir siendo sometido culturalmente desde las estructuras.
En AFA la postura reinante es la de
contentar a todos. Cuando la opinión pública pide que se terminen las
promociones, desde Viamonte sale un parche que las liquida. Cuando desde la
prensa se exigen modificaciones en los torneos, los clubes votan aplicar un
poco de maquillaje. Solo así, con ese falso consenso público, puede continuar
el negocio. No son muchos los que han planteado el absurdo de los viajes en la
Copa Argentina; sí son muchos (o muy poderosos) los que los defienden. La gente
de Gimnasia, por ejemplo, se quejó por el viaje a Catamarca, pero encontró la
resistencia de una provincia que quiso beneficiarse del supuesto turismo que
convocaba aquel encuentro: es este el argumento fuerte a favor de las canchas
neutras (y los feriados puente). ¿Pero conviene sostener esta noción a todas
luces falsas de un interior del país reactivado y unido por el turismo de una
competición futbolera, en detrimento de la competencia misma y su esencia
folclórica y federal? ¿O es que la prioridad ya ha dejado de ser, tan
rápidamente, el torneo?
Agota la repetición de conceptos y
críticas. Se torna repetitiva hasta la bajada de línea este constante machacar
con lo mismo. Para no continuar, remitimos a los artículos anteriores al
respecto de este tema que hemos publicado, que quizás puedan profundizar sobre
algunas ideas tratadas aquí. Después de todo, permanecen actuales porque,
aunque algunas cosas se modifican, cambian para que nada cambie.
Muy buena la crítica.
ResponderEliminarLo del torneo de 40 equipos era un despropósito sólo superado por el insólito sistema que planteó Nicolás Russo. Hablaba de 'desdramatizar', es cierto que un descenso es traumático, pero 'desdramatizar' no es sacarle pasión y atractivo a los torneos?
El modelo lógico y simple es el difundido de 20 equipos, torneo largo (o torneo común mejor dicho) y los últimos tres al descenso.
Dicen que los torneos cortos impiden procesos a largo plazo por la urgencia de resultados, pero los mismos que dicen eso hablan de que desciendan los últimos de una temporada.. Esto, como es en la mayoría de las ligas improtantes, en Argentina creo que significaría una acentuación de estas urgencias que impiden procesos. Por ejemplo, Russo con ese sistema de descensos hubiera durado menos fechas de las que duró, ya que si en la 7ma tenés 5pts empezás a pensar en el descenso.
Yo no veo tan mal a los promedios. Me resultan atractivos, aunque es injusto con los recién ascendidos.
El híbrido que han aprobado desvirtúa todo, ni una cosa ni la otra.
Rescato otra cosa positiva que no mencionás y es el ascenso que se les suma a las divisiones inferiores, donde compiten por un sólo ascenso directo y un reducido del 2do al 9no muy desgastante como para jugar la promoción después.
Muy bueno saber que alguien nos lee!! Excelente comentario chav, el tema de los promedios es debatible como lo planteas, pero el tema es que no hay coherencia entre lo que se busca desde el discurso y lo que se termina practicando. Es como decis, por un lado piden procesos a largo plazo y por el otro quieren sacar los promedios. Pero la AFA es asi, parches y parches que forman una vestimenta tipo Arlequin...
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