sábado, 28 de abril de 2012

La caída de la casa de apuestas


Saltó la banca. Se rompió la Matriz. Se cayó el sistema. Nos prometieron una final y el 19 de mayo no habrá ninguno de los dos supuestos finalistas en en el Allianz Arena de Munich. Contra toda lógica, pasaron el Chelsea y el Bayern Munich, en detrimento de los finalistas a priori, Real Madrid y Barcelona. El que niega que, tras un año de disputa de la hegemonía en la cancha y en los medios, no imaginaba una final entre los grandes del fútbol español y del marketing, miente.

Parecía el año del Madrid, sin dudas. Venía de vencer al Barcelona y asegurarse la Liga, y sabía que enfrentaría a un Chelsea aguerrido pero de menor jerarquía en la final. Encima, arrancaba 2-0 arriba, con dos de un Cristiano al que ya bautizaban más mesías que Messi. Algunos se apresuraron en soñar una goleada y a vaticinar que sí, que finalmente el atroz redentor Jose Mourinho liberaría al Merengue de su galáctica mufa con la Orejona, de los años de bullying del culé, de la costumbre de ser segundón resignado. Pero la diferencia era apenas un gol, y el Real Madrid dejaba ominosos huecos preámbulo de lo que vendría. Una contra tomó mal parada a la defensa blanca, partió el centro al corazón del área hacia la posición de Gomes y entonces, el momento en que la sensación de triunfo seguro se evaporó: fenómeno extrañísimo, inexplicable, impredecible, ¡cobraron un penal contra el Madrid en el Bernabeu! Algo raro pasaba. ¿Era realmente el año del Madrid? Robben ejecutó con una seguridad amnésica del gol increíble que había marrado minutos antes, y volvió el suspenso: así iban al alargue.

Lo que siguió fue aún más extraño, con el Merengue sufriendo un partido que debió haber dominado. El golpe lo mareó, sintió la presión del favorito. Y el equipo bávaro olía sangre, y fueron los tanques y francotiradores de Munich firmes y fuertes en busca del segundo. Los alemanes, que todos los años, calladitos, meten por lo menos semi de Champions, tienen un tremendo equipazo: Robben, Ribery, Lahm, Schweinsteiger, Cross, Gomes, Muller, y por supuesto Manolo Neuer. Por un rato el encuentro fue de la banda teutona, y luego comenzó el juego de especulaciones y nervios. Ambos prefirieron no perder y tirar la moneda en los penales: una de las series más gélidas que se recuerde. Primero marraron los dos primeros disparos los merengues Cristiano (celebrado por las viudas del Barcelona y Messi) y Kaká. Real Madrid se había mostrado atado y timorato durante el partido, y los penales atajados brillantemente por Neuer (además de plantear la pregunta: ¿se terminará alguna vez la era de los penales pateados a colocar?) reflejaban esa imposibilidad de sobrellevar la presión, cualidad indispensable de todo campeón que el marketinero merengue todavía no termina de edificar. Los bávaros convirtieron sus disparos y la serie parecía terminada, y entonces fueron ellos los que entraron en pánico: Iker tapó a Cross y Lahm. Fantástico el duelo de porteros. Los del Real, por segunda vez en la tarde, pensaron que su destino era Munich. Y entonces Ramos pateó como un apertura, anotando una conversión imaginaria. El referí no convalidó el tiro, claro, y Bastian Schweinsteiger, pura alemanidad de gélido acero, no tuvo ningún problema para sellar el pase a la final.

Pasaba el Bayern, una victoria se pagaba 6 a 1 en las casas de apuestas, y las chances de campeonar figuraban 5 a 1. Peor fue lo del Chelsea: los ingleses, antes de las revanchas, pagaban ¡12 a 1! A quien apostase a su conquista de la Orejona, 11 a 1 un triunfo en el Bernabeu y 6 a 1 el empate que finalmente se dio. Festejaron los osados que no se dejaron convencer por las mediáticas promesas de morbosa final Mou-Barsa, Cristiano-Messi y etcéteras. Por supuesto, hubo bastante suerte en sus apuestas, pero también mucha pericia: porque este Barcelona no fue el de la temporada pasada. Se lo notó cansado, menos claro, no tenía el equipo de memoria y desde el banco no aparecían las soluciones. Y además de todo esto, es claro que la presión de mantenerse siempre arriba desgasto mentalmente al plantel, consumido y sin ese instinto asesino que lo caracterizó durante 4 años en los momentos difíciles que enfrentó (pocos y no muy duros en su mágica carrera a la cima). Una estrategia rara vez efectiva contra los culé, la de abroquelarse atrás, fue muy eficaz contra este equipo falto de pimienta y messidependiente, y cuando se apagó Messi el Barsa sufrió: mucho antes de Chelsea, estuvieron los puntos perdidos en la Liga que le permitieron al Real sacar 10 puntos de ventaja, para despilfarrarlos y darle a la audiencia una especie de espejismo de partido definitorio en el clásico. Y tres días después de perder, en casa, el clásico y las chances de Liga ante un Real Madrid que fue muy superior esta temporada y, sobre todo, que mostró el hambre que el Barsa ha perdido temporalmente (aunque al final le temblaron las piernas), enfrentó a su bestia negra, el Chelsea de Cech, el anti-Messi que sigue invicto versus la Pulga (¡en ocho encuentros!), el Chelsea del titánico Drogba que encarna el espíritu solidario y guerrero de los de Londres, un equipo con mucho coraje, con bastante oficio y además, con mucha suerte: porque en la revancha, los Blues se descontrolaron, perdieron a un jugador y se encontraron dos goles abajo, pero a pesar de todo no solo pudo embocar al Barsa a través de una contra que desnudo las falencias defensivas que ha mostrado toda la temporada el blaugrana, sino que después de dar un penal errado trágicamente por la Pulga y ser salvado dos veces por los palos, consiguió empatar el encuentro, como para dar el tiro de gracia al pasmado público barcelonés, acostumbrado a una era, como anuncia el titulo reconocidamente irónico del libro de los intelectuales del Barsa, “cuando no perdían nunca”.

Supo ser casi perfecto el blaugrana. Esta temporada mantuvo un alto nivel ofensivo, pero defensivamente se lo vio flojo, por momentos demasiado largo entre líneas, producto de instalarse en el límite del área contraria a tocar, el juego que le proponen los rivales resignados al carácter sublime del juego culé: y cuando los equipos se amurallan y no surge Messi… bueno, en general gana igual el Barcelona. Pero este año, sin el picante habitual, le ha costado a los de Guardiola, han lucido menos, han dependido más de las gambetas del rosarino para romper el cerco. Siempre hablando de niveles de exigencia muy altos (y el contexto, no hay que olvidarlo, es el de las semis de Champions) perdió el equilibrio: atacó mucho para defender, cuanto menos, peligrosamente. Y pagó no solo con el Chelsea: pagó con el Madrid y con varios equipos inferiores en la liga. Con todo, con la suerte de su lado se hubiera convertido en finalista. Pero este año no era el del Barsa, no estaba ni anímica ni futbolísticamente iluminado, para colmo ensombrecido todo por los rumores de fin de ciclo Guardiola: porque mas allá de la suerte, debió ganar en la ida frente a Chelsea y perdió, y en la vuelta le marcaron dos tantos 11 contra 10.

Con menos ruido mediático, un poco de suerte (los ingleses pasaron bendecidos por los palos, los alemanes a través de la lotería -que no es tan azarosa- de los penales) y mucha firmeza, pasaron los dos equipos más aguerridos, los que más lo quisieron, los que menos dudaron. El Barsa y el Madrid, curiosamente, pagaron las consecuencias de un largo y desgastante enfrentamiento mediático: llegaron con la presión de ser banca y el Chelsea y el Bayern, sin nada que perder y con mucho por ganar, la hicieron saltar. Los grandes españoles tendrán que conformarse con buscar uno con la Liga y otro con la Copa del Rey. Y nosotros tendremos que aprender a prescindir de tanta apreciación dicotómica. Y a meterle alguna fichita, de vez en cuando, a los que llegan de punto.

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