lunes, 27 de mayo de 2013

Oasis, espejismos y horizontes



Allí está el oasis, el alivio: no importa si es real o no. Espejismo o realidad, consuelo físico o anímico, el oasis es de todos modos un consuelo temporario, porque luego de bebida el agua o imaginado el reposo, la realidad del desierto que queda por caminar se impone. El oasis funciona, como el horizonte, para seguir caminando.

Estudiantes encontró en el inicio la era Pellegrino un necesario oasis. Tras una cosecha deshidratada quedó en medio del desierto, sacando cuentas y envuelto en dudas. El nuevo DT tocó un par de cositas, interpeló al equipo con mucho laburo semanal y consiguió una versión prolija de Estudiantes, que no se regala atrás como antaño, que aprendió a regular los partidos y que consigue encontrar, algo, fugazmente, a sus creadores. Machacando sobre la preponderancia de estos pilares, el equipo consiguió nada menos que 10 puntos sobre los 15 que tuvieron en el banco al flamante entrenador.

Enseguida comenzaron los delirios, propios del viajante en el desierto, los espejismos: Estudiantes era una maravilla y había, de repente, que sumar para clasificar a la Copa Sudamericana, un torneo ingrato para el club que, en este momento, traería nada más que dolores de cabeza en forma de lesiones, equipos alternativos y derrotas en el torneo que, la temporada entrante, le tiene que importar al club. Antes que pensar en el disfrute y la celebración, Estudiantes tiene que salir del desierto.

Y ese es el tema, justamente: la sumatoria de puntos calmó las sulfuradas gargantas, el infierno acuciante, el pánico del desierto sin fin. Pero aún no sale de las arenas ardientes: lejos está Estudiantes de correr, menos de volar bajito. Hilvanó un par de victorias a puro pragmatismo, pero nada le sobra y todo le costará. Argentinos llegó a La Plata con cinco derrotas al hilo y un compendio de juveniles y suplentes, en medio de un caos institucional que amenaza con incendiar todo y mandarlo a la B. Con un planteo modosito, maniató al equipo de Pellegrino y, si acertaba la que la suerte le dio, podría hasta haber ganado.

Porque mucho le falta a Estudiantes: defiende mejor (encontró un arquero que responde cuando lo llaman y hace rato no le marcan), funcionan los relevos, no queda mal parado, pero tampoco es una garantía; ataca mejor, se junta, busca por adentro y por afuera, pero en general no encuentra y sigue siendo predecible como contracara al orden hallado. Ayer fue la imagen viva de como la impotencia se termina convirtiendo en desidia: tras un primer tiempo de búsqueda paciente, el Pincha terminó jugando al gol azaroso y hasta perdió la pelota, por apresurado y harto, contra un equipo que no quería tenerla. Apenas Correa aportó rebeldía ante el empate clavado, en un equipo donde, otra vez, varios de los grandes agudizaron las dudas sobre su continuidad: Benítez fue tibio, Martínez demasiado errático, y la Gata coronó una media hora de flotación intrascendente con una expulsión boba que, además, privó a Estudiantes de una última jugada.

Pellegrino heredó un plantel caído física y anímicamente, repleto de jugadores con signos de pregunta respecto a su futuro y chiquilines de notable verdor, y consiguió torcer el destino inexorable de este torneo: perder este tipo de partidos. Hoy sumó un poroto que dejó a varios soñadores disconformes, pero que sirve para seguir caminando hacia el horizonte: el final del torneo. No es un “paso atrás” sino un paso más de este Estudiantes que no está para grandes pasos, y que puede tanto ganar (ahora sí) como empatar o perder, dependiendo todavía en gran parte (pero cada vez menos, parece) del alineamiento de los planetas.

Nada de copas o demás ilusiones: en estas cuatro fechas, el único objetivo debe ser sumar, como sea y lo que sea, y terminar este torneo Inicial de la mejor manera posible. La única utilidad de los oasis, pequeños triunfos en medio de un presente acuciante, debe ser la de motivar para terminar, de una buena vez, esta accidentada y sufrida travesía y comenzar un nuevo capítulo.

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