San Martín de San Juan acababa de
marcar el desnivel en un encuentro duro en que unos jugaban por la
punta y los otros, los sanjuaninos, por mantenerse con vida en
primera. El festejo se desató alocado, como sucede cuando los
equipos tienen pocas oportunidades para celebrar, cuando cada gol
vale oro. El festejo es, después de todo, la consumación del
fútbol, el momento único de descontracturarse, el momento sin
reglas ni tiempo. Por supuesto, hacia ese lugar anárquico y gutural
fueron las reglas.
Terminada la celebración, el autor del
tanto, Damián Ledesma, recibió una segunda amarilla, acusado de
sacarse la camiseta, y se fue de la cancha en un momento clave para
los sanjuaninos, y también para otros equipos interesados, como, por
caso, estos chicos de Independiente. El jugador se había levantado
la casaca pero no se la había quitado, por lo cual, en primera
instancia, la sanción del árbitro resultó apresurada,
descontextualizada, una sanción demasiado celosa de una regla banal,
que no tuvo en cuenta momentos ni lugares, ni siquiera matices. Las
críticas fueron acompañadas por las teorías conspirativas que,
naturalmente, surgen cerca de junio cada año, y en contrapartida
surgieron las voces que cargaron las tintas en la soncera y la
inconsciencia del pobre Ledesma.
No sabemos si la corporación del
fútbol (AFA, árbitros -que son de AFA- y medios) ayuda o no a
Independiente, el club de Don Julio que, por ser uno de los grandes
de capital, atrae gran cantidad de telespectadores. Tras años de
fútbol todos hemos visto afanos, a veces sutiles amonestaciones que
te sacan un jugador el próximo partido o faltitas que te inclinan la
cancha, a veces groseras omisiones: sabemos entonces que algún
ayudín seguramente habrá, aunque hasta aquí no le ha funcionado
demasiado bien al equipo de Avellaneda. La cuestión, de todos modos,
es puramente especulativa gracias a los “códigos” del fútbol,
esos que Ezequiel Fernández Moores ha igualado con razón a la
omertá (la ley del silencio de las mafias). No interesa, por ende,
desarrollarla.
La situación de Ledesma revela, sin
embargo, otro manejo apenas velado del fútbol. La reglamentación
que devino en la expulsión del jugador de San Martín fue sancionada
en 2004 por FIFA, en principio, para poner límite al festejo
desmedido, a la “excesiva muestra de júbilo”. Una sanción
disciplinaria injusta, exagerada, pero esperable en un deporte donde
vuelan las patadas y los árbitros expulsan jugadores cuando los
insultan.
Ahora, la regla 12 (Faltas e
incorrecciones), dentro de la cual se incluyó la sanción que discutimos, habla, muy específicamente, del tema camiseta. El
“festejo desmedido” por, digamos, colgarse de los alambrados o gritarle el gol a la hinchada ajena,
queda abarcado por la ley, por su espíritu, primando como en todo el
reglamento el criterio arbitral a la hora de definir qué es
desmedido y qué no. Pero lo mismo no ocurre en cuanto al festejo con quita de camiseta (?), situación ante la cual la FIFA obliga a
amonestar: la reglamentación de una situación tan particular dentro
de un reglamento más bien acotado y librado mayormente a la
interpretación de las situaciones parece, en principio, arbitraria,
ortiva, un castigo caprichoso a una situación inofensiva. Por
supuesto, toda regla tiene un alto grado de arbitrariedad: si el
deporte reglamenta que uno no debe atarse los cordones dentro de la
cancha, hacerlo es necesariamente irresponsable o inconsciente. Sin
embargo, esta regla no es tan arbitraria como parece, y tiene su
origen en la infame alianza entre fútbol, medios y empresas.
El gol es el momento de gloria pero,
también, de exposición del futbolista. Por ello los festejos con
bailecito, máscaras y dedicatorias que pululan por el mundo: es el
instante donde todas las cámaras enfocan al jugador, donde lo
vuelven protagonista absoluto. En este momento de pico de rating, a
algunos locos se les ocurría, gran osadía, sacarse la camiseta que,
además de la marca del club, promociona una tercera marca, la
empresa patrocinadora, que se quedaba de ese modo sin tapa de diario,
sin espacio en los noticieros, en fin, sin la razón de existencia de
esta publicidad no tradicional.
Las empresas patrocinadoras, en
general, suelen pertenecer a conglomerados que aglutinan medios y
otras empresas: la causa de uno es la causa de todos, y cuando las
costumbres del fútbol confrontan con los financistas del deporte,
quienes tienden a cambiar son las costumbres del fútbol. Los
ejemplos abundan, desde los números en las camisetas hasta el
intento fallido de agrandar los arcos. La regla número 12 del
reglamento de la Federación Internacional de Fútbol Asociado es uno
de estos ejemplos que revela, a las claras, como las
reglamentaciones, en el fútbol como en todos los deportes, no se
decretan por el bien del juego, sino por el bien del espectáculo.
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