lunes, 12 de julio de 2010

Pagar una entrada

Se fue el Mundial y dejó varios apuntes. La primera fue que el triunfo de los buenos no fue tan lucido como nos quieren hacer creer. La segunda ya fue publicada en el sitio: el absurdo orgullo patriotero latinoamericano que, como toda soberbia del sur, es injustificada, cocorita. La tercera es una polémica desatada tras una declaración de uno de los líderes ideológicos de los buenos: el señor Johan Cryuff, que en su puta vida fue deportivamente pobre. Dotado por la naturaleza con un talento increíble y una inteligencia estratégica difícil de igualar, jugó en equipos siempre ricos, siempre dominantes, y a partir de esa lógica parcial desarrolló su modo absolutista de ver el fútbol.
 ¿Qué dijo Johan? Se venía una dura semifinal para su país, contra un inusualmente pragmático Brasil, y Cryuff expresó en la antesala del encuentro que él jamás pagaría una entrada para ver a los penta.
 En principio, parecería que esta vez hablar con el resultado puesto jugaría, al revés que siempre, en contra de lo que se va a teorizar: ganó Holanda, perdió Brasil.
 Sin embargo, habría que repreguntarle a Johan si pagaría por ver a esta Naranja Mecánica. Porque Holanda gano y nada más, y más de uno empieza a retorcer las cosas y a decir que, más que ganar Holanda, perdió Brasil, con un gol en contra que fue un verdadero shock, que despuntó el nerviosismo en los jogadores y que terminó en indisciplina y expulsion. Brasil tiró por la borda todos los conceptos con que Dunga había enfrentado la predilección en su país por el jogo bonito: orden táctico, seriedad efectividad. Pero no polemicemos: Holanda, también un equipo pragmático que mira con desconfianza el lujo y la opulencia y se para de contra con sus atacantes absolutamente craques, tuvo como grandes virtudes aguantar la desventaja minima y aprovechar el desconcierto: muchísimo para una semifinal contra un gigante. Tuvo tres chances, y gracias a la impericia de Brasil aprovechó dos. Ayudado por el destino, cerró el pleito con seriedad, jugó contra el supuestamente superpoderoso y por dos yerros increíbles de Robben (que pasó de Balón de Oro a culpable de la derrota) terminó cayendo, por la mínima y sin que se haya visto en aquella final, tampoco, esas antinomias que tanto le gustan a los periodistas, que un día decían que jugaba un equipo ofensivo (por Holanda) contra un Brasil avaro, y unos días más tarde anunciaba el duelo entre un Holanda distinto por su pragmatismo, y un España absolutamente fenomenal (a pesar de que estuvo en deuda todo el campeonato).

Pero retrocedamos al inicio de todo: Johan Cruyff, , ejecutor de aquella Naranja Mecanica, la verdadera, deslumbrante y eterna segunda, y creador de la escuela de Barcelona en sus días de DT, un fútbol total mas sofisticado, menos vertiginoso, mas bello; un pedazo de historia del fútbol, digamos; Johan Cruyff declaró en aquel entonces que no pagaría por ver a este Brasil, una desgracia para sus espectadores y su historia. La respuesta Brasil la dio en cancha, propinandole un verdadero baile durante 60 minutos, hasta lo que fue una autodestrucción. Su derrota es causa de sus propios errores, su falta de rebeldía (algo característico en un equipo pentacampeón pero sin verdaderas epopeyas) y las limitaciones de su estilo y sus jugadores, pero eso no es lo que está en debate.

¿Por qué alguien no pagaria una entrada por ver un partido de futbol? El futbol es emotivo hasta donde es horrible, y esa postura elitista de “no pagar”, de elegir el futbol (para ver y jugar) es propia del esnobismo. Para colmo, acompañan sus declamaciones puristas con comentarios del tipo “es lo que la gente quiere” (en este caso, Cruyff alegó que el futbol de Dunga era una desgracia para los espectadores). Son discursos demagogicos, que pretenden adoctrinar al pueblo; en lugar de formar al espectador, pretenden indicarles qué futbol es bueno: el bonito. Y aqui se esconde algo terrible: en ese discurso que moraliza el futbol, que convierte a unos en heroes y a otros en villanos, los desfavorecidos son, curiosamente, los pobres, los que con sus armas nobles y humildes intentan destronar a los poderosos. Puede parecer un poco una teoria conspirativa descabellada, pero no lo es: el futbol “para el espectador”, ese futbol que se juega para que luzca, aunque no convenga (como, por ejemplo, en el caso del futbol ofensivo de Bielsa: no era aconsejable para su equipo jugar palo y palo con Brasil, pero el propio DT dijo, cayendo en la trampa, que aquello era “lo noble”), y aunque la mayoria de los equipos no puedan ejecutarlo por diferencias tecnicas con la minoria poderosa, ese futbol es el que conviene a los multimedios, al mercado, ese es el futbol que vende, el de los firuletes improductivos de Cristiano Wunaldo. No vende el futbol pícaro y cabrón de Sneijder, a quien echaron por chirolas del Real para traer al portugués. Los medios se encargan de influenciar la opinion de “la gente”, es eso nomás, y la operacion es simple: mediante la moralización de los estilos, se hace creer que un fútbol es bueno y otro malo. Así de maniqueo. La cancha es democrática y a veces gana un estilo y a veces otro (en general el que más suma entre trabajo y recursos), pero los delanteros siguen valiendo más que los defensores (y mientras más vendehumo mejor). “La gente”, de todas maneras, no quiere ir al teatro, quiere ganar. Lo cual es lógico, porque si nos distanciamos de este planteo moralizador de los estilos de juego, al final, lo que interesa es ganar, porque se trata de un juego, con un objetivo claro. El medio para llegar al objetivo es el que mas convenga, y no puede en algo tan abstracto como el fútbol haber “medios buenos” y “medios malos”: eso lo proyectamos nosotros hacia el fútbol (como lo hacemos con hechos de la vida), intentamos explicarlo no desde el fútbol sino desde la moral.

Hay en la declaración de Cruyff una falta de respeto manifiesta a los estilos de juego que el no comparte (porque jugó en Holanda y Barcelona, claro, y no en Aldosivi y Bolivia). Una falta de respeto a las elecciones y a las habilidades y a la nobleza de los que menos recursos tienen. Su discurso, y el de sus secuaces, atrasa: hasta su propio equipo, Barcelona (eliminado por el catenaccio más puro) se sabe poner el overol si el partido lo pide. Y su selección ya había declarado que ya no eran más ingenuos, que querían ganar. Palazo para Mr. Cruyff, que hoy se vio en la cancha: un equipo pragmático que espero el error del rival. A fin de cuentas no se trataron aquellos partidos de una batalla que impondría el mejor estilo: cada estilo puede ser bueno o malo segun el contexto y su adecuacion a las condiciones; cada estilo gana y pierde batallas. Pero el desrespeto de los guardiantes del espectáculo hacia los estudiosos que ellos llaman alquimistas, tras el Mundial, no hizo más que demostrar la profunda contradicción de los primeros: pretenden que el resultado no importa, pero ante la victoria de los españoles en la Copa del Mundo salieron a declarar con una soberbia avasallante (que caracteriza a algunos de estos sujetos, que creen saberla lunga y piensan que los demás deben ser adoctrinados) sobre un fútbol que puede ser pobre, mezquino y poco interesante, pero suele revestir más dignidad y respeto, a pesar de su radicalidad, que el fútbol de los buenos.

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