viernes, 6 de febrero de 2015

¿Quién dice que es fácil?

Pensaste que venía fácil la mano, ¿no? Partido planchado en la altura, donde es mejor no hacer pavadas ni tomar riesgos, y el rival que si de local era esto, en La Plata, sin la altura y con el viajecito de ellos… Pero así es la Copa, viejo. Estudiantes parecía que tenía todo controlado y en un pumba aislado, termina yéndose de Ecuador con un 1-0 complicado para la vuelta por el temita del gol de visitante.

No estaba mal lo del equipo de Pellegrino. Ordenadito, no presionaba hasta mitad de cancha, como un equipo de básquet, buscando reservar energías. ¿Para una contra que nunca llegó? Difícil saber si el rival desactivó los potenciales intentos de Estudiantes, si el Pincha no supo encontrar la vía al arco (recurrente carencia, la generación de juego, la conducción de los ánimos) o si, sencillamente, por el lugar dónde estaba parado, a 50 metros del arquero de Independiente y a 2.800 metros de altura, llegar al arco contrario no era prioridad.

La falta de juego ha sido el talón de Aquiles de un equipo con buenas individualidades pero que, sin un hilo conductor, sin un armador, nunca parecen fluir. Sin paredes por las bandas o rebeldía de algún volante, sin pases entre líneas, todo se reduce al bochazo para los delanteros. Entonces, la incógnita permanece: ¿el plan de Estudiantes era intentar algo más que esto, o, consciente de las falencias, el entrenador apostó por el empate en la altura? Después de todo, el fútbol es una manta más corta allá arriba, en la altura.

Conservador, demasiado respetuoso, o la etiqueta que decida la subjetividad, Estudiantes tuvo varios momentos donde aún así controló el juego. Prolijo, siempre predecible con su 442 demasiado estático, sin sorpresa de volantes ni laterales (insisto: quizás sea por diseño, por decisión), se instaló durante algunos pasajes esporádicos en campo rival. Pero ni una vez pateó al arco, justo en la altura, donde la pelota es una bala.

Y con el correr de los minutos, Estudiantes se aferró más y más al cero. El rival no complicaba: con un esquema igual de predecible que el equipo de Pellegrino y sin nadie que saliera del plan, Independiente del Valle apenas le vio la cara a Hilario.

Habría algún hincha furioso, sobrealimentado en la previa con la idea de partido fácil (este equipo es un equipo en plena formación: la mitad de cancha, el corazón del equipo, cambió en cada partido amistoso; entonces, ¿por qué pensar que somos mejores que alguien?): se quejaría del excesivo respeto por un rival que tiene un estacionamiento atrás del arco, secretamente esperando lo que terminó sucediendo para decirte que tenía razón.

El resto de los hinchas de Estudiantes, con grises y objeciones, valoraban este empate. Esto es la Copa, y, en Ecuador, recordaban, el Pincha perdió en cada una de sus expediciones. Cinco, ahora, después de que en una jugada aislada, en una pelota que se iba al lateral y rescató (ahora sabemos, heroicamente) Independiente, Pineida encaró y pasó a Cerutti y pateó, lo que no había hecho ninguno de los dos equipos.

Golazo. Al ángulo. Pensaste que venía fácil la mano, ¿no? Bienvenido a la Copa Libertadores.



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