lunes, 19 de enero de 2015

El profeta




EN OFFSIDE. 
Hace 50 años desembarcaba la revolución en Argentina: Don Osvaldo Zubeldía aterrizaba en Estudiantes, luego de ganarle la pulseada a Víctor Spinetto, un 19 de enero de 1965, y el fútbol ya no volvería a ser el mismo. Un profeta, un hombre que estaba tan adelantado a su tiempo, que vaticinó su propia muerte: “Es imposible que yo me muera en una cancha. Si cuando yo estoy en la cancha siempre sé lo que va a pasar. ¡Cómo me voy a morir ahí!”, afirmaba, y luego anticipaba que “¿sabés donde me voy a morir yo? En un hipódromo. Con los burros nunca se sabe”.

El compendio de logros de Zubeldía es vasto y conocido para la grey: además de los éxitos medidos en estrellas, además de romper con la hegemonía de los grandes en Argentina y ganar el primer título para un club chico, el equipo de Don Osvaldo fue el primero en ejecutar el pressing de manera constante y sistemática (“el jugador que no quiere marcar es un vago”, decía), y en su laboratorio surgieron la trampa del offside y las jugadas preparadas, particularmente el recordado corner al primer palo, que a todos los volvió locos, incluido a un equipito llamado Manchester United.

Y aunque en Argentina Zubeldía se haya vuelto un asterisco en la historia que cuentan los grandes, el mundo se rindió ante su magia. Un tal Rinus Michels, aquel entrenador de La Naranja Mecánica, dijo alguna vez que “el fútbol total lo inició Osvaldo Zubeldía en Estudiantes, seis años atrás”.

Tan evidentemente adelantado como los rivales en la trampa pergeñada estratégicamente para achicar las líneas y reducir los riesgos, jugada que los árbitros se negaban a cobrar por “tramposa”, Don Osvaldo llegó a aburrirse un poco. El fútbol no era el misterio, la dinámica de lo impensado que querían imponer los cronistas románticos, sino un deporte sistematizable que todos jugaban como con una venda en los ojos, apostando más al azar que al entrenamiento.

Y de tan aburrido, cuenta el Doctor Bilardo que un día Zubeldía explicó, paso por paso, como vencer la trampa del offside en un programa televisivo. El Doctor, claro, puso el grito en el cielo: ¿qué hace, Don Osvaldo? El entrenador oriundo de Junín le contestó que intentaba avivar a los rivales, a ver si así lo hacían trabajar un poco más.

Don Osvaldo fue un profeta. Sus ideas, insultadas entonces, son hoy utilizadas por todos los equipos. Ya nadie concibe un fútbol sin jugadas preparadas, sin presión, sin rigor físico. Pero el profeta no fue comprendido en su tierra, que lo desterró, ávida de canibalizar a los laburantes y a los subversivos. Desgastado por los embates mediáticos y la persecución política, Don Osvaldo emigró hacia las cálidas tierras cafeteras donde revolucionó aquel fútbol pachorriento.

Con su exilio, la revolución en Argentina, como la Francesa, era desactivada, pero no sin dejar un legado marcado a fuego: la sociedad entera había despertado a nuevas posibilidades futbolísticas, más interesantes que el fútbol de tirar once tipos a la cancha, desmitificadoras de años de fulbito inocente, subversivas, capaces de elevar a los humildes a las cumbres prohibidas del Olimpo. Como Prometeo, Zubeldía fue condenado por robarle el fuego a quienes se creen dioses.

HUMILDAD. El rostro siempre serio, empapado de humildad y trabajo, sin estampa de procer, campechano: porque Osvaldo Zubeldía tuvo siempre los pies sobre la tierra y sabía que su rol de conductor del equipo que desde La Plata ganó el mundo en el territorio más hostil que el fútbol pueda imaginar, era sencillamente un engranaje más en la maquinaria.

Imposible no rendirse ante su humildad, la horizontalidad de su liderazgo: así lo hicieron sus jugadores y así lo hacemos hoy, en tiempos donde los entrenadores son divas mediáticas y su genial sencillez se extraña.

Zubeldía abría el diálogo: su papel de estratega no era más importante que el de los jugadores, como se suele sobresimplificar cuando se habla de equipos que dejan todo librado a la inspiración del equipo y otros, como el malvado Estudiantes, que atan la inspiración para subordinarla a la voluntad del equipo.

Que quede claro: para Don Osvaldo no interesaba el lirismo, solamente el equipo y el objetivo de cualquier deporte profesional, el triunfo. Los aires poéticos los dejaba para los medios y los soñadores: los jugadores de fútbol tenían que trabajar y trabajar para reducir los imponderables al mínimo. “El jugador que no quiere marcar es un vago”, opinaba, no por villano sino por visionario, anticipando una década el fútbol total que hoy laureamos en Bielsa.

Pero las ideas del entrenador que llegó de Junín para cambiar el fútbol no estaban escritas en piedra: al contrario, el entrenador se sentaba con sus jugadores, y discutía a viva voz, recuerdan los cronistas en blanco y negro, sobre las decisiones que había que tomar. Así, recordaba el propio Osvaldo, pergeñaron la famosa “trampa del offside”, así denominada por los medios que sugerían que Estudiantes rompía las reglas al realizar la maniobra. Hoy, curiosamente, el offside es el modo en que los equipos más ofensivos del mundo se protegen de los contraataques.

LEGADO. Su estilo de conducción único casi no se repite en la historia, pero, lejos de extinguirse, llega a nuestros días gracias a un discípulo en ausencia: Alejandro Sabella llevó a Estudiantes a su cuarta Copa Libertadores y a Argentina a la final del mundo dando espacio a los jugadores para que opinen, discutan, se rebelen y, sobre todo, se involucren.

Porque lo que pretendía Don Osvaldo es que el jugador conozca, aprenda el juego, en lugar de dedicarse a escuchar al entrenador y patear la pelota. Y que no solo se interese por la táctica y estrategia del juego y se convierta así en un jugador más inteligente en la cancha: sino que también se interese por su equipo, y luche por la victoria conjunta, no por el lucimiento personal. Zubeldía, el maestro que enseñaba a mirar el fútbol, que enseñaba al jugador a aprender, le dio al país a Carlos Bilardo.

Y Estudiantes, el de Don Osvaldo, recuerdan quienes lo vieron, era el más feroz en la jungla del fútbol pretelevisivo, una cofradía inquebrantable al servicio del equipo.

Pagaría con la infamia, seguro. Con prisión, incluso, tras aquella final con el Milan. El cuarto poder es verdaderamente poderoso, y Estudiantes, campeón del Mundo en Old Trafford, fue convertido en villano y así se consiguió desgastar y dividir al grupo. Que igual, ganó otra Libertadores más, pero con la condena mediática que instaló con militancia ese mote que nos negaba: antifútbol.

“No confundamos, Estudiantes no es que equipo defensivo, es una fuerza de contraataque, que es distinto”, intentaba razonar Zubeldía con los medios, con periodistas que idolatrarían décadas más tarde la salida veloz que hoy vemos en el Real Madrid.

Era en vano. Con palabras, palabras, palabras, palabras que no significan nada, discursos vacíos, unidimensionales, los medios reproducían la infamia para Estudiantes y reducían el éxito a la trampa, la dictadura militar convertía al equipo humilde que había desafiado al mundo en el poster de todo lo malo del mundo, y pronto se volvería así al viejo modelo futbolístico, mediante el cual los grandes se aseguraban sus triunfos fabricados con los jugadores que robaban de otros equipos.

Don Osvaldo, cansado, partiría años más tarde a ser docente del deporte en Colombia, donde encontró su muerte en un hipódromo. Su trabajo había sido vituperado, aunque en su inmensa sabiduría sabía el maestro que la única verdad no son las palabras sino los triunfos, que quedan allí, eternos, para quien quiera ver más allá del discurso oficial.

“Una vez vino un periodista brasileño y me preguntó: ‘¿Cómo de las arregla Estudiantes para salir campeón de América tres veces y ganar una Copa Intercontinental si todos lo acusaban de ser defensivo?’”, contaba al respecto Don Osvaldo Zubeldía. “Le dije: ‘Mi amigo, se está contestando solo’”.

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