miércoles, 15 de octubre de 2014

Aprendizaje copero

Todo es aprendizaje para este juvenil Estudiantes: los golpes de la Copa Argentina y la goleada con Racing, el anémico segundo tiempo y el empate de un partido para golear, la frustración de la gente en el cierre del encuentro, y la bronca del final, aunque era bronca que Peñarol apagaba con suficiencia, porque de esa bronca que parecía inconsecuente, pataleo tardío, llegó el 2 a 1 con el que el Pincha le ganó a Peñarol. Porque esa bronca, aunque todavía juvenil, desordenada y puro bufido, es la semilla del renacimiento del Estudiantes copero.

¿Exagero? En el análisis tan coyuntural del fútbol argentino, los resultados malos y el magro juego habían traído una andanada de críticas al equipo, exageradas a todas luces si se mira el proceso y el progreso. Por supuesto, Estudiantes arrastra hace rato problemas tácticos a los que suma falta de rebeldía e inconsistencia producto de un liderazgo ausente. Y todo eso también lo llevó al Unico hoy cuando, tras un primer tiempo brillante, de toque y toque y cinco jugadas netas de gol, apenas se fue 1 a 0 arriba.

Producto, además, de una jugada individualísima de Correa, cada día más decisivo, quien corrió 20 metros y, como no le salían, tiró un viandazo al ángulo. Golazo.

Pero en el segundo tiempo apareció el otro Estudiantes: el anémico. El que no se sabe de quién es, si de Pellegrino, de Román Martínez, de Correa o de nadie. Ese Estudiantes salió a jugar un partido que creyó liquidado, producto de las enormes limitaciones de Peñarol, pero que no sólo no estaba terminado (ni mucho menos: la historia del Manya es historia grande) sino que era una historia que necesitaba más goles y la decisión de matar al convaleciente.

En lugar de eso, el Pincha, con su tibieza, le dio vida al rival: ni siquiera hizo demasiado Peñarol, pero los viejos saben, huelen sangre, y si el Manya no tiene la frescura de los pibes de Estudiantes, tiene toda la madurez que al verde pellegrinaje le falta. Tiro libre de mil metros (falta tonta) y, cuando no pasaba nada pero en el aire se respiraba algo raro, Estoyanoff la mandó a guardar, cortesía también de Hilario Navarro que no pudo volver de su pasito al medio. Y después, claro, la línea de 5 y la por momento abúlica y descomprometida prolijidad del León chocando contra los experimentados de Peñarol.

El 1 a 1 era fatal. Los hinchas, que empujaban y empujaban, comenzaron a fastidiarse. Las críticas, acertadas algunas pero injustas igual, arreciaban. Impaciencia: este es un proceso positivo que, sin ser irreflexivo, debe ser sostenido desde la tribuna. Y así lo demostró el piberío. Con un poco de suerte, sí, porque el penal de Peñarol a Aguirregaray, minuto 94, quemó todos los papeles que hablaban de experiencia y saber aguantar un resultado y que se yo.

Pero también con mucho huevo. Porque cuando las papas quemaron, y Peñarol plantó su 541 y encima, de contra, volvía a exponer los problemas de retroceso del Pincha como hiciera Racing, Correa la pidió y le pegaron de lo lindo, y cuando hubo que patear el penal, Carrillo, que hace una semana erró mansito en la definición contra Huracán, agarró la pelota. Huevos. 2 a 1. Y a gritar.

El Pincha perdonó, perdonó, perdonó, de acuerdo a una de sus características salientes, más allá de las repeticiones positivas y negativas, de este Pincha made in Pellegrino: la clemencia, la falta de instinto asesino. Estudiantes, como en el cierre del torneo anterior, erró como no se debe errar en Copa (Auzqui, Carrillo, Correa) y ni siquiera erigió en figura al arquero de ellos. Simplemente le erró al arco.

Pero entonces Estudiantes se rebeló ante esa narrativa que lo condena a entusiasmar y a no cumplir con las expectativas. Puede ser que el penal ganado por Aguirregaray sea un error del rival y nada más, que nada tenga que ver Estudiantes en esto: elijo pensar lo contrario. Elijo pensar que, aunque ciertos patrones se repiten exasperantes, el Pincha aprende, los chicos crecen y, aunque se haya sacrificado mucho para estar acá, hay con qué ilusionarse.

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