lunes, 4 de agosto de 2014

La Hermandad

Orgullosos los hinchas de Estudiantes inflan el pecho: viste camisas rojas y blancas al trabajo, se saludan con efusividad y se palmean la espalda mientras repasan algunos de los capítulos gloriosos del novelón de la vida del club. “¿Te acordás…?” Es 4 de agosto, fecha patria: hace 109 años nacía Estudiantes de La Plata, en una zapatería que ocuparon un grupo de jóvenes emprendedores que querían jugar a la pelota.

Nada, dirán, muy diferente a lo que hacen otros clubes: todo equipo se cree especial y se enorgullece de sus colores, y a lo sumo estos pinchas son excesivamente orgullosos y efusivos, como si fueran parte de una logia secreta, demasiado celosos de su pasado, militantes de la camiseta. ¿Qué se creerán estos platenses, ese clubcito sin cancha?, piensan los de la Argentina rica, que ahora le piden más plata a la TV para buscar volver a abrir la brecha entre los opulentos y los pobres.

Y contra esa jerarquía se rebeló Estudiantes. Porque Estudiantes nació un 4 de agosto y vivió una época maravillosa de la mano de Los Profesores, pero su narrativa está inexorablemente signada por esa subversión que comandó Don Osvaldo Zubeldía. De allí en más, cambió el fútbol argentino, para siempre.

El primer equipo de los denominados chicos en ser campeón por fuera de los capitalinos. Tricampeón de América en épocas de pujante y bravo fútbol sudamericano, por encima de Racing, Peñarol, Nacional, Independiente, todos campeones del mundo. Y campeón del mundo también el cuadrazo de Zubeldía, claro: porque, ¿te acordás?, la Bruja metiendo el cabezazo en el segundo palo, como enseñó Don Osvaldo, como siguen haciendo los equipos hoy. Y te decían que hacías trampa, Estudiantes: envidiaban tu éxito hecho de humildad y laburo, sin estrellas ni declaraciones, sin luminarias, el triunfo de la prepotencia del trabajo; tenían pánico moral ante tu ascenso, la irrupción de un fútbol sin sumisión a la histórica realeza del deporte, un modo de jugar el juego peligroso para la cómoda elite que se da cita en Buenos Aires.

Zubeldía cambió todo. Su discípulo, Carlos Salvador Bilardo, llevaría a Estudiantes a revivir la gloria en los ochenta y luego conduciría, otra vez ante mucha oposición (y amenazas de muerte, atentados, intentos de golpe…) a la Selección al título del mundo. Y luego a un subcampeonato mundial, una de las historias más emotivas del fútbol: una épica que replicó Alejandro Sabella, otro de la escuela.

Y la historia siguió, porque Estudiantes, cofradía contra todos, es ante todo hermandad, familia, un conjunto edificado con el sólo propósito de defender contra el enemigo y enseñar al nuevo miembro de la familia algo etéreo, inasible, valores, modos de ser. De allí, inevitablemente, surge la mística: eso que tiene Estudiantes en los momentos donde cuenta, porque no defiende un resultado, o un plantel, ni siquiera una camiseta. Estudiantes es mucho más: lo que se defiende, colgados del travesaño, si hace falta, señores, es la familia.

Por supuesto que hubo descalabros y miserias. Por supuesto que la historia no debe ser sólo de aburrida gloria, como la de los capitalinos, una vida sin sobresaltos: de los errores se aprende y son el condimento de las historias que les contamos a nuestros hijos. A esta generación le tocó vivir, joven, el descenso, y luego, le contarán a su prole pincharrata, vieron volver al Pelado, que no es otro que el hijo de la Bruja (la familia no es cuento), el que la descocía en la B, para volver a soñar con gloria. Y el club, el que descendió y transitaba inocuo por la Primera a comienzos de siglo, se refundaba una vez más y, contra todas las opiniones expertas, los pronósticos y también, una vez más, contra los medios que desde 50 kilómetros volvían a entrar en panicoso estado, volvía a poner de rodillas al mundo. (La Mística no es cuento).

Y entonces… ¿Cómo no va a ser el hincha de Estudiantes orgulloso de su pasado? Si Estudiantes, señores, es un pedazo enorme de la historia del fútbol argentino, que no puede contarse soslayando las insistentes subversiones del equipito de La Plata contra la adversidad. Se contará la historia, muchas veces obviando cosas, por supuesto, ninguneando logros, otras veces no, otras veces reconociendo lo que significa nuestro club. Pero, por suerte, la Mística no podrán contarla nunca: no entra en los libros, no es posible volcarla al lenguaje, está más allá de las palabras. Eso se transmite acá, en casa, de generación en generación.



Brindemos, entonces: aprovechemos la excusa del aniversario (una razón para contar anécdotas entre amigos, como todo cumpleaños) para acordarnos de la Bruja y de su hijo, de Osvaldo y del Doctor, de Los Profesores, de Sabella, de los Animals de Old Trafford, del partido con Platense, el 3 a 3 con Gremio, el 4 a 3 al Sporting, el gol de la Brujita al Palmeiras, el 7 a 0… Brindemos, querido hermano pincharrata, por 109 años de mística.

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