Ver a Verón, el marciano pelado, abría
bocas de la admiración. Pero ver a Braña, al Chapu, al emblema del
juego humilde y sacrificado, abrumaba por la emoción que, siempre,
sin falta, causaba.
¿Qué haremos sin el Chapu, el corazón
de todo? Porque el Chapu se va. El hombre que cambió lo que el
hincha de Estudiantes, siempre exigente en términos de entrega,
entiende por “dejar la vida”. Par ideal de la Brujita, que si
encontró su mejor fútbol de veterano en Estudiantes, no fue
solamente por una cuestión de identificación: fue porque a su lado
corría, metía, recuperaba y entregaba con gran criterio un Animal,
con cada una de las letras y con toda la carga semántica del
sustantivo en el club: Braña, bestia pura del fútbol, era la bestia
de la mítica tapa de un matutino porteño que decía “Sabella y
las bestias” cuando, allá por 2010, Estudiantes conseguía su
última corona hasta la fecha.
Fue el mejor jugador de aquel torneo: cuando entregamos al plantel "Rastrojero", la revista homenaje a aquel campeón, los propios jugadores nos reclamaron la ausencia del Chapu manejando la camioneta en la tapa, junto a la Bruja y Sabella. Aquel torneo increíble que disputó, desdoblándose para, en ausencia de Verón, jugar de Chapu y de Brujita, coronó un 2010 que, varias veces, me tuvo al borde de las
lágrimas: aquel gol a Juan Aurich, claro, el partido con River en
Quilmes en el torneo Clausura, también, ese despliegue
extraterrestre, encarnación del sentimiento del hincha en el verde
césped, su callado liderazgo, fútbol antes que palabras, y su
esfuerzo constante por mejorar y aprender, insignia pincharrata desde
los tiempos de Zubeldía, lo convirtieron a partir de aquel año en
uno de los número 5 más increíbles que haya dado el fútbol, un
perro de presa capaz de mover la pelota y los tiempos con un panorama
veroniano y algunos momentos directamente sobrenaturales.
Pero no siempre fue Braña esta
enormidad de jugador: arribó muy joven y muy quilmeño al club en
2004, cuando todavía era un ocho de marca y compartía un mediocampo
temible con Bastía y Meléndez. Pero el Chapu, pronto corrido al
medio del campo, fue ganándose a puro correr un lugarcito entre los
titulares: todavía terrenal, pero ya con su marca registrada del
sacrificio, Braña se ganó muy rápido el corazón de los hinchas,
particularmente sensibles a las gestas hechas de barridas aguerridas
y trabadas con el alma.
Fue clave en la gesta del 2006, y
aunque todavía era catalogado como la rústica contraparte del
Capitán en mitad de cancha, ya era algo más. Ese algo más fue en
la increíble Copa Libertadores 09, y también en Dubai. Aquellas
actuaciones le insuflaron de una confianza para manejar la pelota,
que lo transformaron. De bestia a crack: tras aquellos años de
crecimiento al lado de la Brujita, con Simeone y con Sabella, Braña
se supo gran jugador.
Por esas cosas de la vidriera
pincharrata, siempre mal considerada, no consiguió nunca una oferta
concreta por su pase. Tampoco le permitió el éxodo el hecho de
haber conformado una de las mejores duplas de mediocampistas de la
historia del fútbol argentino. Estudiantes, sapiente de lo que
tenía, lo tentó una y otra vez para quedarse a vivir en el club.
Otra vez nos emociona el Chapu, parte
viviente de la leyenda de Estudiantes de La Plata, merecedor de mucho
más que aplausos y ovaciones: su partida duele pero, realizada con
total transparencia, no ofende. El Chapu quiere probar alguna otra
experiencia antes de colgar los timbos pero, como él mismo dijo,
será el inexorable destino, su ligazón metafísica, inquebrantable,
con los colores y los valores del club, lo que con el tiempo lo
volverá a encontrar con Estudiantes de La Plata. Será hasta
entonces. Cuando, no cabe duda, el Chapu nos vuelva a emocionar.
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