domingo, 3 de febrero de 2013

Nostalgias



El fútbol argentino, como el cine de Hollywood, ha perdido la inventiva y anda de remake en remake, añorando tiempos que imagina mejores. Vuelven cracks rotos y apaleados en ignotas ligas, y vuelven con todo un cuento detrás sobre la imposibilidad del jugador de seguir viviendo sin el club de sus amores, que justifica los sueldos dolarizados que perciben en los seis meses que se quedan a préstamo. Vuelven por esa cosa conservadora del fútbol argentino, de creer que todo tiempo pasado fue mejor, que los pibes de ahora no tienen sangre. Vuelven para remediar la crisis de identidad que atraviesan todos los clubes, compuestos por un batallón de jugadores a préstamo, un puñado de tipos que llegan de otros clubes y alguno nacido en la cuna, que es lo suficientemente malo como para no ser transferido a un futuro mejor. Vuelven con el aval de todos, porque son los héroes de la infancia, porque siempre se vuelve al primer amor.

Igual de efectista resulta el retorno, anunciado en los medios hasta el cansancio, de los DTs que supieron dar gloria a los devaluados equipos capitalinos. Primero regresó Gallego a Independiente; luego desembarcaron Ramón y Bianchi en River y Boca. Todos tienen en común un rico palmarés que les da una envidiable espalda para afrontar la tormenta, y además una caudillesca confianza en sí mismos, un aire de que nada puede salir mal con ellos arriba del barco, necesaria para levantar los alicaídos ánimos de los equipos de Capital Federal.

Ocurre que el saco de técnicos se agota pronto. Los dirigentes meten la mano en la bolsa de los técnicos jóvenes, jugadores retirados recientemente, si les parece que el momento pide frescura. La nueva camada de entrenadores, muy atractiva desde los discursos y el marketing y saludable aire fresco al desfile de entrenadores demasiado viejos para comulgar con las nuevas generaciones de jugadores y sin ideas novedosas, no ha resultado demasiado efectiva. U entonces, con el fracaso de un ciclo consumado, los dirigentes apuestan, entonces, a lo “seguro”, toman decisiones sin importar los costos económicos que los salve de la crítica: meten en la bolsa de los históricos, de pasado lejano en el verde césped, larga trayectoria generalmente irregular como técnicos pero, generalmente, cierta identificación con los colores o los momentos de gloria. No se busca nunca por fuera de estas opciones existentes, creándose una red de técnicos que van pasando de un club a otro, pidiendo trabajo en sus meses de desempleo en los canales de cable.
En Europa, mientras tanto, hace rato se abandonó el mandato de contratar ex jugadores y se amplió el criterio de búsqueda: Mourinho, por ejemplo, es profesor de educación física especializado en ciencia del deporte, y arribó al fútbol grande como intérprete de Bobby Robson en Sporting Lisboa, Porto y su odiado Barcelona, donde ya era más que un mero traductor. Su supuesto sucesor, el portugués André Vila Boas, tampoco jugó nunca de modo profesional, arrancando su periplo como observador para Robson y asistente de Mou, para conseguir con jóvenes 21 años el cargo de entrenador de la selección nacional de Islas Vírgenes. Rafa Benítez, uno de los DTs más intelectuales del juego, quien aplica matemáticas y hasta ajedrez al análisis del deporte, jugó de modo amateur. Brendan Rogers, hoy DT de Liverpool y el encargado del ascenso de la sensación de la Premier, Swansea, jugó hata que una lesión lo detuvo a los 20 años. Arsene Wenger es otro caso testigo: de carrera irrelevante, se transformó tras 12 partidos en primera en un entrenador loado por el economista Stefan Szymanski y el periodista Simon Kuper por su uso de las estadísticas para contratar jugadores mediante recursos limitados y tomar decisiones que mejoran la calidad del juego. El Loco Bielsa, en Argentina, es el ejemplo de lo que hoy se busca en Europa: no tanto una carrera consagratoria o un estatus de ídolo, sino una planificación integral del juego, obsesiva, científica.
Pero en Argentina preferimos la endogamia, no abrir el juego y continuar con la creencia de que el fútbol, arte misterioso, es un conocimiento que no se puede aprender sino dentro de la cancha, por osmosis y experiencia. La apelación a la magia como solución es una característica saliente del pensamiento mesiánico argentino, y más cuando de fútbol se trata: la epítome de ese modo de operar ha sido, sin dudas, la convocatoria de Maradona, un DT sin lauros y con muchos papelones en su haber, para dirigir al seleccionado de cara al Mundial 2010. Una apelación a la mística vacía de contenido, basada en juntar al más grande con su heredero como si de una fórmula alquímica se tratara.
El regreso de Biancho y Díaz son síntomas de la falta de ideas en el fútbol argentino: sin estudio, abonados al cuentito mágico y folclórico de que el trabajo destruye la inspiración y la mecanización aburre, se recae siempre en soluciones mágicas y se espera, en definitiva, la salvación de alguna inspiración individual (ya sea en la cancha o desde el banco de suplentes). No implica que vayan a fracasar (son, después de todo, técnicos vivos con experiencias muy positivas en su haber) pero sí explican la boludez de echar a Falcioni, el único DT que logró domar el vestuario y conseguir resultados en los últimos 5 años en Boca: pero el coro, jugadores e hinchas, pedía a gritos su destitución, y los dirigentes, por no enfurecerlos, siempre esclava de la caprichosa dictadura digitada desde los medios, prefirió darles el gusto. Vuelven Carlos Bianchi y Ramón Díaz. Vuelven a salvar a sus clubes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario