jueves, 7 de febrero de 2013

Cuando se pifia el diagnóstico...

Cagna evalúa cambiar. Trabajó durante toda la pretemporada con un equipo pero, falto de reflejos, parece decidido a probar en el primer encuentro del año por los puntos y no en los cuatro amistosos de pretemporada. El equipo no terminaba de cerrar aún tras sus tres victorias en los partidos de preparación pero, como suele suceder, fue la derrota ante su gente con San Lorenzo la que encendió las alarmas.

Cagna determinó el ingreso de Leonardo Jara por Román Martínez: Jara pasará a la derecha, y Gelabert, tras seis meses, jugará en su puesto predilecto. El correntino ha mostrado frescor en sus arranques y más vértigo que Gelabert, que es un jugador más cerebral: a priori el enroque debería ser positivo.
Pero, ¿cuánto puede cambiar las cosas Jara? Hace unos meses publicamos una columna de opinión sobre la falsa culpabilidad que recaía sobre Román Martínez: era el responsable de todos los males, en lugar de un eslabón más de una cadena deficiente. El problema de fondo continúa: Estudiantes ataca con absoluta previsibilidad, marcando goles solo por errores ajenos o iluminaciones que, en el actual plantel, no son tan habituales. Y se recae, en la tribuna y en el banco de suplentes, en un jugador o en un esquema como problema.
Estudiantes atacó el año pasado con un esquema que permitía jugar con tres delanteros, y que resultó en definitiva en un equipo con muchísimos problemas para defender los costados. El pasaje a un 442 implicó reforzar las bandas, cubiertas ahora por un lateral y un volante, pero debería implicar a la vez una profundización del problema en ataque de Estudiantes, es decir, de lo previsible de sus ataques, que son prolijos pero lentos y abusan de la apertura y el centro. Román Martínez, en este sentido, no pudo cambiar el ritmo, pero toda la responsabilidad recayó siempre sobre él. Gelabert, además, es un jugador de similar tranco, y la posición de ambos en cancha, al lado de Braña, los aleja del área, lugar donde Martínez, con su pegada y su pase entre líneas, ha causado, aunque más no sea esporádicamente, real daño.
El cambio de esquema responde a la vez a la vuelta de Angeleri y Ré, que permiten la conformación de una línea de 4 sin improvisar (recordemos que Modón no es del paladar de Cagna, que no contó durante la temporada anterior con un lateral/volante derecho), y a una predilección del DT por el 442, sistema táctico caracterizado por su solidez y que gracias a la versatilidad de sus jugadores opera como base a infinitas variantes durante el partido: armar línea de 3 adelantando a Angeleri, jugar con tres delanteros cambiando un volante por un punta, jugar con enganche. Siendo que el funcionamiento defensivo (con línea de 3) fue de lo mejor del equipo en la segunda parte de 2012, y que la falencia principal durante ese período fue la falta de sorpresa, el cambio de esquema puede resultar, en realidad, un error.
Cagna diagnostica además que la ejecución falla por un solo jugador, Martínez. Clave, sí, Román es un eje fantasma por momentos. Incómodo y todo, aportó poco fútbol pero mucho gol, pidiendo por favor que se lo adelante en cancha, enganchando a Fernández y Zapata y corriendo del equipo a un mimado de Cagna, Núñez. La disposición táctica condiciona la ejecución pero no la determina: Martínez, en medio de su adaptación, de los murmullos y la incomodidad, se dejó abrumar y probablemente sea esa actitud frustrada la que lleva a Cagna a sacarlo, incluso para despertarlo y protegerlo.
La cuestión es que el diagnóstico vuelve a recaer en un solo jugador, y no en el funcionamiento global, en la disposición táctica, en el modo en que se practica la ejecución, en que se forman las sociedades aún ausentes tras seis meses de Román. Martínez merece tomarse un respiro de la titularidad, pero no ser señalado como el culpable de todos los males. Cagna erra al cambiar de esquema a días del inicio, luego de practicar con el 442 todo el verano: error obvio, parche improvisado que revela además la falta de variantes practicadas en la pretemporada. Se queda en timidez, al insistir con jugadores parejos, quizás rendidores y dúctiles, pero que no cambian la ecuación, y marginando a aquellos que tienen el talento para romper defensas en un fútbol cerrado y en un equipo demasiado lento en la transición defensa-ataque. Y al marginarlos, al dejar en el banco a Román, al insistir con sacar a la Gata, erra también al recargar las tintas en los ejecutores individuales y no en la ejecución colectiva: se descarga así de la responsabilidad de hacer sentir cómodos a los ejecutores y conseguir un fútbol que fluya, y entonces se desentiende de la búsqueda de soluciones estructurales. Cuando se falla el diagnóstico, cuando no se ve el problema, difícil que la cura sea la adecuada.

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