El
eufemismo médico que titula esta opinión le calza perfecto a Estudiantes: poco
puede decirse de su porvenir, pero es difícil ser optimista. EL diagnóstico
sigue errándose, las elecciones previas al partido siguen siendo apresuradas,
impulsivas, y así Estudiantes sigue sin rumbo.
La
falta de fe en los planes del DT ya se hace palpable dentro de la cancha: uno
tras otro se suceden los goles sobre la hora, ya desde el torneo anterior,
evidenciando que aún en aquellos momentos, hoy lejanos, donde la defensa
engranaba y se ofrecía como el mejor argumento para sostener al equipo, que
Estudiantes se calza el overol, decide jugar a dientes apretados, morder y
defender la valla, pero no solo por errores tácticos está lejos de conseguirlo.
Las distracciones defensivas en cada balón detenido son claras, el mal momento
de Silva inobjetable, pero falta también cierto compromiso colectivo para
defender lo ganado.
Por
supuesto que, además, el equipo juega al fútbol a kilómetros cada jugador del
siguiente; que Cagna, de volantazo en volantazo para demostrar no se qué
autoridad, no sólo no da en la tecla sino que le quita confianza a los
jugadores, que cambian de posición, entran y salen y nunca pueden afianzarse
individualmente o colectivamente. Sufren más los encargados de la creación, que
con sólo correr no consiguen nada: sin sociedades de apoyo, quedan reducidos a
maniobras individuales excepcionales. Y son apuntados por el DT cuando el
equipo no funciona al fútbol, en lo que es un clásico mal diagnóstico que
confunde síntoma con causa de la enfermedad.
Los 28
puntos del Inicial 2012 fueron el argumento más importante para darle
continuidad al ciclo Cagna, que nunca pudo sostener en el tiempo los pocos
momentos de vuelo futbolístico asociado. Gran parte de la cosecha se debe al
gran momento que tuvo Duvan Zapata, hoy algo desinflado, y a una defensa que
hoy luce desconocida. Cagna, en estas tres fechas, ha decidido cambiar, a veces
por lesiones, varias veces el formato de la línea defensiva: 3 con Angeleri, 3
con Desábato, 4 con Angeleri de lateral. Al buscar la solución la disuelve, por
no darle a la línea de atrás tiempo para el acople: esta desnaturalización la
ejerce el técnico en todas las líneas, sacando y poniendo a Román Martínez, el
chivo expiatorio también de los hinchas que hacen bullying sobre el nuevo (para
colmo de un estilo poco remunerado por el pincharrata), moviendo a Gelabert,
usando a Iberbia de lateral-volante. El torneo no es lugar para experimentar:
Cagna se pasó toda la pretemporada ensayando un esquema con un once inicial, y
antes del arranque empezó a cambiar. El momento para buscar era en el verano, y
no ahora, sobre la marcha y a los parches.
Tras
criticar públicamente a los jugadores (y pedir disculpas, en una movida que
generó primero el rencor en el vestuario y luego el desrespeto, al retractarse)
Cagna continuó culpando a sus jugadores del mal andamiaje: el peso de la falta
de creación recayó en Martínez y Fernández, relegados, y durante los encuentros
el DT solo apostó al cambio puesto por puesto, leyendo no una falla estructural
sino malas actuaciones individuales. Entre tanta movida, el plantel continúa
lógicamente sumido en el malhumor y el mal nivel individual: sin jugadores
capaces de cambiar la ecuación (no lo son, hoy por hoy, Zapata, Martínez,
Fernández, Núñez, Auzqui o Jara), el Pincha depende de lo que regalen la suerte
o el rival.
Que
Cagna es un DT que labura no cabe duda. Que sus cambios de parecer constante
hacen mella en el equipo, cada vez más descreído del objetivo, también parece
claro. Sus volantazos, más que mostrar carácter para conducir, desvelan un
desconcierto. Los jugadores, mientras se suman las frustraciones dentro de la
cancha, dudan, descreen del rumbo señalado por el conductor. Y este
descreimiento es fatal.
Por
cierto, el empate sobre la hora de San Lorenzo se basó más en una distracción
defensiva, difícil de entrenar en la semana aunque reveladora en cuanto al
grado de compromiso, que en un mal partido o en mala actitud de los jugadores.
El equipo ha decidido recomponerse, y sufrió, sencillamente, la consecuencia de
depender más del azar que de sí mismo. Y no tanto, como se declamó al unísono
en una campaña para sacarse la presión tras el mal comienzo, de una supuesta
falta de jerarquía: el fin del champagne es real, la fiesta se terminó, pero en
el fútbol argentino este equipo tiene más plantel que muchos y mucho más para
dar. Debería pensar en entrar en las copas antes que en echar al DT y sumar
puntitos para el futuro. Ambiciones así de frustradas tampoco aportan al
entusiasmo grupal de un equipo que quiere vestirse siempre de contendiente y le
terminan faltando cinco pal peso.
El
desenlace de la salud del paciente depende, básicamente, de su capacidad de
lucharla. Cagna y Estudiantes deben pelear, partido a partido y semana a
semana, por ser algo mejor que esto. No deben intentar emparchar esta versión
deslucida, lo cual llevará nuevamente a una irregularidad insoportable, sino
dar un salto de calidad. Imposible conseguirlo en dos o tres fechas, pero sí en
cinco: pero para eso, se necesita que todos los marineros estén a bordo de un
barco que atravesará mares peligrosos, rumores de renuncias y despidos,
jugadores relegados. Si perseveran los egos mancillados de esas situaciones, el
barco naufragará inevitablemente; si las dificultades hacen la unión, estaremos
ante otro Estudiantes, un equipo capaz de contagiar y esperanzar.
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