miércoles, 10 de abril de 2013

La solución inglesa



La mañana comenzó con una nueva noticia escalofriante: el hallazgo de un hombre muerto bajo las gradas de la cancha de Vélez todavía no ha sido esclarecido y se presume se trató de un accidente, pero no deja de recordar al periodista asesinado en la pileta del estadio de Racing hace meses nada más, en tiempos donde figuras del fútbol profesional pasan sus días en el penal de Ezeiza por encubrir homicidios. El fútbol argentino, jaqueado por la violencia y olfateando lo que serán las bataholas por tickets al mundial, no sabe qué hacer. “Se pide el documento de identidad para entrar en los estadios, se persigue a los hooligans, se les ficha, se les ordena ver partidos en comisaría si tenían antecedentes…El presidente del Luton Town, miembro destacado del partido conservador de Thatcher, llegó a impedir el paso a los hinchas visitantes en su estadio. Pero el sistema no funcionó. Los hinchas se peleaban fuera de los recintos”: esta fue la tan mentada “solución inglesa” al problema, que nos suena familiar porque hoy aplica con el mismo éxito Argentina.

Acaba de morir Margaret Thatcher, la mujer que mandó a hundir el Belgrano y una de las responsables de la creación de la Premier League, el fútbol más espectacular del mundo. Su receta contra la violencia la hizo odiada por todos los hinchas del fútbol, pero no fue hasta 1989, un año antes de la dimisión de la Dama de Hierro y con el desastre de Hillsborough, que la verdadera profundización de un nuevo modelo de fútbol comenzó a gestarse. El primer Informe Taylor instaba a los clubes a reformar sus instalaciones para evitar mayores tragedias; el documento no condecía con el reporte policial, que culpó a los hinchas y su ebriedad por morir atrapados y sin asistencia, a la vez que los acusaba de todo tipo de atrocidades. Recientemente, la investigación, gracias al empuje de los familiares de los muertos en la tragedia, dio una vuelta y se hizo público el negligente accionar policial, que, acostumbrados a la represión de las sometidas clases populares durante el thatcherismo (particularmente mineros y hooligans revoltosos), permitió el desbordamiento de la capacidad del estadio solo para trabar todas las posibles salidas. Murieron 96 hinchas, que fueron luego culpados de sus propias muertes.

La propia Thatcher ordenó distorsionar la investigación y el resultado del reporte policial y el informe Taylor preliminar (cuatro años más tarde, ya sin Thatcher, la versión final daría cuenta de la negligencia policial, que tardó 23 años en ser reconocida por el Estado) fue una profunda “limpieza”del fútbol inglés. Nuevos estadios, costeados con créditos públicos, en un deporte libre de hooligans gracias a la exclusión de las clases populares, que no pueden afrontar los altos precios de las entradas y, mucho menos, los abonos por temporada, y que fueron marginados a los pubs de Inglaterra. Allí siguen los encuentros a través de Sky, la cadena televisiva de Rupert Murdoch, que, movimiento inverso al argentino, consiguió con la fuerza del dinero quitarle la concesión a la televisión pública inglesa, la cadena BBC. La decisión fue tomada luego de que la Primera División decidiera separarse de la tradicional Football League: el dinero de la TV púbclia en 1988 daba 44 millones de euros que la FL dividía en cuatro categorías. El primer contrato con Sky fue de 262 millones. La creación de una división top, la Premier League, era un negocio lógico para los clubes de primera división, que recibirían el dinero de la televisión privada y repartirían el dineral entre solamente 20 clubes. Y también era un producto despojado de los violentos antecedentes de la Football League, un nuevo comienzo en flamantes estadios lujosos, fácil de ser vendido y exportado.

Hoy la cifra aumentó a estrafalarios 8400 millones de dólares por tres años. El dinero se reparte entre los 20 equipos que disputan la Premier, pero de manera desigual, enriqueciendo a los ricos, las marcas que hacen atractiva la liga a nivel mundial. Los clubes cotizan en bolsa y han hecho millonarios a sus dueños, pero los equipos deben 5000 millones de euros, un pasivo solo explicable por la falta de control del sector privado que no suele saber demasiado de sustentabilidad. El indispensable documental "The Four Year Plan" muestra la incursión de los magnates de la Fórmula 1 Flavio Briattore y Bernie Ecclestone en el negocio del fútbol: junto a capitales árabes compraron el tradicional QPR y lo vendieron, luego de mil caprichos y descalabros, tras cobrar la bolsa por el ascenso a la Premier. Cuando la familia Glazer compró Manchester United, varios hinchas decidieron formar su propio club, movimiento retratado en “Looking for Eric”, el film en que actúa Eric Cantona y que dirigió Ken Loach. El club fue comprado mediante créditos luego pagados por el United: el club más poderoso del mundo adeuda 800 millones y busca inversores.“Privaticemos su funeral, es lo que hubiera querido”, dijo el director Loach, opositor a las políticas de privatización que devastaron a la Inglaterra obrera pero enriquecieron a tantos.

Pero la Premier League en sí, que recibió la muerte de la mandataria con cánticos, abucheos y sin silencios, fue beneficiada absolutamente por las políticas de los ochenta y noventa. Hoy es la liga más vista en el mundo, y también la que mejor fútbol muestra, pero su selección pasa por las competencias importantes sin pena ni gloria. La entrada de capitales extranjeros, interesados en resultados a corto plazo que alcen el precio de venta y permitan hacer negocios rápidos y multimillonarios, implica el flujo de jugadores de todo el mundo como un modo de potenciar a los equipos y de vender camisetas globalmente, y tiene como consecuencia la marginación de los jugadores ingleses criados en los clubes, que seguramente terminen en los pubs con los hinchas. El entrenador de West Ham, Sam Allardyce, encontró otra causa para los fracasos del seleccionado: los recortes de Thatcher en el sector público cerraron las ligas escolares, encargadas de la formación temprana de los chicos. “Mató al fútbol y al deporte británico”, sentenció.

En lugar del muerto, dejo un deporte limpio, ofensivo, espectacular: el thatcherismo futbolístico es una prueba contundente de que el espectáculo es un valor televisivo, algo que interesa a los dueños en tanto crea más consumidores televisivos, que equivale a una entrada mayor de dinero. El fútbol en los estadios es casi una molestia, que requiere de complicados operativos y no deja demasiado a cambio: por ello, el fútbol en Europa se ha resignificado lentamente, hasta transformarse en un teatro. Espectadores, no hinchas: respetuoso silencio, aplausos predeterminados y la sensación de ver a los protagonistas de la vida real, a los deportistas del star system, en carne y hueso. Precios altos que prestigian la reunión social; palcos y plateas donde se pueda. Un modelo que comienza, ominosamente, a cobrar sentido en un país que no sabe qué hacer con una liga que, entre la violencia y el empobrecimiento, pierde prestigio. Y que solo subsiste gracias a una dádiva estatal que financia los descalabros de dirigentes que buscan terminar el descenso sin descensos, y sin morir en el intento.

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