miércoles, 6 de agosto de 2014

La revolución del 67

Las imágenes son borrosas, en blanco y negro, filigrana fotográfica color sepia verdadero, por el tono que ha teñido las páginas de las revistas que pasan de una generación en otra. ¿Video? En la prehistoria de la TV, apenas se pueden intuir algunos golazos de la Bruja en el ciclo Zubeldía entre las rayas del tracking y el temblor de las cámaras. Y entonces, lo que crece es la leyenda de la revolución de agosto del 67.

Se transmite de boca en boca, de generación en generación: cualquier Pincharrata sabe de la relevancia de este acontecimiento primigenio, fundacional para la institución y para la historia del fútbol argentino. Mucho se distorsiona, claro, pero hay una verdad profunda que no se puede deformar. Porque aquel 6 de agosto Estudiantes le pegó un baile de novela a Racing, le metió tres pepas al favorito equipo de José y se llevó a casa el Metropolitano, el primer torneo en 37 años de profesionalismo que iba para un club que no era Boca, River, Racing, Independiente o San Lorenzo.

Los dos equipos finalistas, Racing y Estudiantes, llegaban con lo justo. Tres días antes la Acadé había sacado del torneo a su clásico rival en tiempo suplementario, mientras que Estudiantes había visto surgir desde dentro suyo la mística fundacional al volver de un 1-3 ante Platense, con un hombre menos, y terminar venciendo 4-3 para alcanzar la final. Ese día, cuenta la leyenda, cuentan los abuelos, los jugadores se miraron y se juramentaron, de modo silencioso como hacen los grandes hombres, que ese título sería suyo.

En la final no hubo equivalencias. Madero, de tiro libre, Verón y Ribaudo anotaron su nombre en la historia y Estudiantes apabulló contra todo pronóstico a Racing, forjando el nacimiento de la primera sublevación del fútbol argentino contra los reyes. Estudiantes, el regicida, seguiría cortando cabezas coronadas y asquerosas en su opulencia, pero sobre todo pavimentaría el camino para que todos se animen a abandonar la pasividad con que se jugaba contra los capitalinos (¡si hasta Don Osvaldo contaba los “secretos” del campeón para que se aviven!). Por eso, al día de hoy, permanece el club más odiado del fútbol argentino, y uno de los más odiados a nivel mundial. Por irreverente y revolucionario.

Hasta aquel día, tan fundacional en su historia como el 4 de agosto de 1905, Estudiantes era un simpático equipo, un hueso duro de roer particularmente en su fortaleza de 57 y 1, pero poco más. Aquel torneo implicó una sublevación tal al orden hegemónico que, necesariamente, corrió sangre. Los reyecitos del fútbol no iban a permitir semejante impertinencia. Comenzó entonces la campaña contra Estudiantes: ¿o vamos a pensar que Racing ganó la Intercontinental sin pegar patadas? Empezaron los mitos, la diseminación de idiotas ideologías sobre nuestra natural forma de jugar, la moralización del fútbol. Estudiantes fue el malo, expulsado del deporte porque aquello que jugaban no era fútbol. Era antifútbol: el trabajo era ninguneado por mecanizante, y las mañas se volvían trampas. El camino a la gloria no era de rosas, ya lo había vaticinado Don Osvaldo. Era de sangre, de sudor, de lágrimas. Aquel día, Estudiantes comprendió que estaba verdaderamente, profundamente, solo contra todos.



lunes, 4 de agosto de 2014

La Hermandad

Orgullosos los hinchas de Estudiantes inflan el pecho: viste camisas rojas y blancas al trabajo, se saludan con efusividad y se palmean la espalda mientras repasan algunos de los capítulos gloriosos del novelón de la vida del club. “¿Te acordás…?” Es 4 de agosto, fecha patria: hace 109 años nacía Estudiantes de La Plata, en una zapatería que ocuparon un grupo de jóvenes emprendedores que querían jugar a la pelota.

Nada, dirán, muy diferente a lo que hacen otros clubes: todo equipo se cree especial y se enorgullece de sus colores, y a lo sumo estos pinchas son excesivamente orgullosos y efusivos, como si fueran parte de una logia secreta, demasiado celosos de su pasado, militantes de la camiseta. ¿Qué se creerán estos platenses, ese clubcito sin cancha?, piensan los de la Argentina rica, que ahora le piden más plata a la TV para buscar volver a abrir la brecha entre los opulentos y los pobres.

Y contra esa jerarquía se rebeló Estudiantes. Porque Estudiantes nació un 4 de agosto y vivió una época maravillosa de la mano de Los Profesores, pero su narrativa está inexorablemente signada por esa subversión que comandó Don Osvaldo Zubeldía. De allí en más, cambió el fútbol argentino, para siempre.

El primer equipo de los denominados chicos en ser campeón por fuera de los capitalinos. Tricampeón de América en épocas de pujante y bravo fútbol sudamericano, por encima de Racing, Peñarol, Nacional, Independiente, todos campeones del mundo. Y campeón del mundo también el cuadrazo de Zubeldía, claro: porque, ¿te acordás?, la Bruja metiendo el cabezazo en el segundo palo, como enseñó Don Osvaldo, como siguen haciendo los equipos hoy. Y te decían que hacías trampa, Estudiantes: envidiaban tu éxito hecho de humildad y laburo, sin estrellas ni declaraciones, sin luminarias, el triunfo de la prepotencia del trabajo; tenían pánico moral ante tu ascenso, la irrupción de un fútbol sin sumisión a la histórica realeza del deporte, un modo de jugar el juego peligroso para la cómoda elite que se da cita en Buenos Aires.

Zubeldía cambió todo. Su discípulo, Carlos Salvador Bilardo, llevaría a Estudiantes a revivir la gloria en los ochenta y luego conduciría, otra vez ante mucha oposición (y amenazas de muerte, atentados, intentos de golpe…) a la Selección al título del mundo. Y luego a un subcampeonato mundial, una de las historias más emotivas del fútbol: una épica que replicó Alejandro Sabella, otro de la escuela.

Y la historia siguió, porque Estudiantes, cofradía contra todos, es ante todo hermandad, familia, un conjunto edificado con el sólo propósito de defender contra el enemigo y enseñar al nuevo miembro de la familia algo etéreo, inasible, valores, modos de ser. De allí, inevitablemente, surge la mística: eso que tiene Estudiantes en los momentos donde cuenta, porque no defiende un resultado, o un plantel, ni siquiera una camiseta. Estudiantes es mucho más: lo que se defiende, colgados del travesaño, si hace falta, señores, es la familia.

Por supuesto que hubo descalabros y miserias. Por supuesto que la historia no debe ser sólo de aburrida gloria, como la de los capitalinos, una vida sin sobresaltos: de los errores se aprende y son el condimento de las historias que les contamos a nuestros hijos. A esta generación le tocó vivir, joven, el descenso, y luego, le contarán a su prole pincharrata, vieron volver al Pelado, que no es otro que el hijo de la Bruja (la familia no es cuento), el que la descocía en la B, para volver a soñar con gloria. Y el club, el que descendió y transitaba inocuo por la Primera a comienzos de siglo, se refundaba una vez más y, contra todas las opiniones expertas, los pronósticos y también, una vez más, contra los medios que desde 50 kilómetros volvían a entrar en panicoso estado, volvía a poner de rodillas al mundo. (La Mística no es cuento).

Y entonces… ¿Cómo no va a ser el hincha de Estudiantes orgulloso de su pasado? Si Estudiantes, señores, es un pedazo enorme de la historia del fútbol argentino, que no puede contarse soslayando las insistentes subversiones del equipito de La Plata contra la adversidad. Se contará la historia, muchas veces obviando cosas, por supuesto, ninguneando logros, otras veces no, otras veces reconociendo lo que significa nuestro club. Pero, por suerte, la Mística no podrán contarla nunca: no entra en los libros, no es posible volcarla al lenguaje, está más allá de las palabras. Eso se transmite acá, en casa, de generación en generación.



Brindemos, entonces: aprovechemos la excusa del aniversario (una razón para contar anécdotas entre amigos, como todo cumpleaños) para acordarnos de la Bruja y de su hijo, de Osvaldo y del Doctor, de Los Profesores, de Sabella, de los Animals de Old Trafford, del partido con Platense, el 3 a 3 con Gremio, el 4 a 3 al Sporting, el gol de la Brujita al Palmeiras, el 7 a 0… Brindemos, querido hermano pincharrata, por 109 años de mística.

viernes, 1 de agosto de 2014

Lo que queda


Don Julio se había sacado su famoso anillo y cuentan quienes frecuentan los pasillos que la AFA que hace rato ya no se veía a aquel hombre decidido a hacer lo que sea necesario. ¿Por el fútbol? ¿Por permanecer en el poder? La respuesta es un confuso coctel de aciertos deportivos y abuso de poder. Pero así como el poder desvela y corrompe, la vida desgasta: y de aquel hombre que juró irse muerto de AFA, dicen, ya poco quedaba: su esposa Nélida, su compañera de toda la vida, había fallecido hacía ya dos años y Grondona, consciente de que “esto no pasa”, había anunciado que este sería su último mandato. "Dicen que cuando uno se va, se va el otro. A mi, hoy, no me molestaría en lo más mínimo, irme", dijo, y se quitó el infame anillo.

A un mes del Mundial se cumplió el segundo aniversario de la muerte del amor de su vida, que, resultó ser, no era la pelota o el poder, sino su mujer. Don Julio luego tuvo que sufrir los siete encuentros del torneo y el disgusto de una derrota que hubiese significado el corolario a su carrera. Demasiadas vidas vividas para que ese corazón de 82 años, que en el mediodía del 30 de julio dijo basta para mí, y se fue a descansar, a buscar a su Nélida.

“Todo pasa”, ironizaron ciertos medios: la frase se volvía en contra del dueño del fútbol argentino durante 35 años, más que la democracia. El hombre que se llevó bien siempre con el poder, y eso implicó los extraños timonazos que dio el fútbol durante su gestión. Mutaba con una habilidad de enganche según las circunstancias, y así sobrevivió nueve presidencias (algunas de las cuales incluso intentaron correrlo: desde Alfonsín hasta este gobierno de Cristina Fernández de Kirchner).

Asi también llegó a Suiza, sin hablar inglés, desde Sarandí: desde la ferretería y el club del barrio, hasta la vicepresidencia del mundo. El manejo del fútbol, más en Argentina, es un difícil arte entre los negocios y la política en el cual la ley en general obtura, obstaculiza: en ese mundo Grondona consiguió, a menudo contra la ley o al menos en áreas muy grises de la legislación, edificar una AFA fuerte, una Selección ordenada y campeona del Mundo, un predio de primer orden en Ezeiza, un fútbol base serio y ganador hasta sus últimos años y, por supuesto, una carrera política que podría, si no hubiera permanecido fiel a Blatter, haberlo llevado a la presidencia de FIFA. Si fue el hombre fuerte de Sudamérica en la organización que comandaba su socio suizo, es porque recordó siempre que el poder no es de uno sino que a uno se lo dan: todo quien lo conoció reconoce que pocos sabían de los recovecos del enorme país futbolero como Don Julio. También por ello supo mecerse al compás del color político que le tocara al país en cada momento.

La cuestión de la televisación, clave en el fútbol del siglo XXI, marca sin dudas su más relevante giro: el fútbol argentino, hace rato en una crisis económica mezcla de manejo sin escrúpulos de los dirigentes y una posición socioeconómica que dificulta, casi imposibilita, competir con otros mercados, estaba por 2009 en un rojo llamativo. Los clubes debían 500 millones a la AFA y más a otros acreedores: la TV privada, socia de Grondona durante ya dos décadas, desde que comenzara en los 90 una fructífera relación con Carlos Avila y su multimedios, no ofrecía más de 150. El gobierno nacional puso 600 sobre la mesa, el rojo quedó anulado y el fútbol, bajo la consigna de que se trata de una parte de la cultura nacional, pasó a transmitirse para todos.

El rojo, por supuesto, renació con furor al siguiente año: los clubes necesitan jugadores, los jugadores piden dólares y si no se van a otras ligas, cualquiera. Entre la histeria del medio por conseguir un puñado de puntos, los éxodos masivos y, claro, las innumerables cometas que cada pase conlleva (intermediarios, muchas veces los propios dirigentes, además de plata para el jugador, el club, el representante, la familia…), los cuadros se endeudaron sin remedio. Hubo amenazas de controles desde la AFIP (uno de los organismos a los que los clubes adeudan por millones), y también, como siempre, de AFA, que tiene la responsabilidad de obligar que los presupuestos se cumplan desde 1999. Pero nada sucedió, como siempre: la pelota sigue rodando y el fútbol argentino camina lento pero certero hacia la atomización de su liga de primera. Argentina tendrá, sin control sobre los clubes y también leyes para evitar el éxodo de la juventud y organizar el fútbol base, rápidamente una liga como la uruguaya o la colombiana, un mercado de exportación de materia prima. El modelo agroexportador, se sabe, lleva inevitable al fracaso.

Pensar entones que la muerte de Don Julio significará un cambio profundo resulta difícil de creer. El modelo seguirá siendo el mismo. La cúpula de AFA es la misma, la que levantó la mano siempre a favor de Grondona, por convicción o porque sus clubes dependían, para subsistir, del dinero que hábilmente adelantaba Don Julio de los derechos por TV que acapara AFA: la maniobra base con la que estableció su corte adicta. Difícilmente quien asuma se proponga, como establecen las reglas, obligar a los descensos de aquellos clubes que no cumplan con sus obligaciones económicas. Difícil imaginar un cambio de conducta, además, de este grupo de dirigentes criados en un edificio, el de Viamonte, donde pesan más las reglas no escritas que las escritas.

Nada cambiará, solo que quizás ahora, en poco tiempo, Don Julio se extrañado.

Porque no habrá fin de fiesta: llegará alguien, imitador o, más difícilmente, opositor, que apelará otra vez a este sistema caudillesco para gobernar, sólo que sin las alianzas forjadas por años de artesanal trabajo por Grondona. Crecerá la oposición, seguramente, pero también propondrá una figura, nunca un equipo. Los clubes grandes aprovecharán el vacío para volver a discutir los derechos de TV, esos que acapara AFA, planteando que en otros países los clubes negocian por separado. Tampoco el poder política forzará un cambio: nadie pedirá el disparate de que se investigue su propia mano de obra, las barras bravas, y todos buscarán el modo de aliarse a la AFA para que ese preciado botín político que es el fútbol siga aliado al poder, un matrimonio por conveniencia. Surgirán estas y otras peleas por unos pesos, por un poco de poder: con el Rey muerto, el problema no es quien ocupará el trono, sino como evitar que todo se desmorone.

En sus últimos años avisó Don Julio, harto ya del fútbol, de las críticas constantes, de que nunca se viera lo bueno: avisó que sería extrañado. Y no quedan dudas: Grondona será extrañado cuando su reino devenga en una pelea entre tribus, cuando su castillo de naipes de imposible altura, su Estado construido en base a alianzas y dependencias, favores y obsecuencia, sostenido por su hábil figura, se derrumbe. Se ha ido Grondona, y queda una historia que no puede ser contada desde el blanco y negro, una historia de gloria y oscuridad imbrincadas hasta volverse indistinguibles. También queda esta enorme crisis que parece el comienzo de un apocalipsis de esos que el fútbol argentino siempre sobrevive, pero que algún día no sobrevivirá. Y el barco sin su capitán.