jueves, 28 de febrero de 2013

Quimera



El estadio torna, lentamente, quimera que amenaza con existir. Las dificultades judiciales no cesan y se suman a los problemas económicos, cuya solución, mediante “ingeniería económica” y “recursos extraordinarios” (es decir, con ingenio y sin comprometer las arcas o el patrimonio), fue el caballito de batalla electoral de la actual sede. Las promesas electorales vuelven a hacerse sobre el bidet: el club compromete directamente el patrimonio al ofrecer, como parte de pago, porcentajes de futuras transacciones de jugadores juveniles. Lejos de tratarse de un ingenioso recurso sino normal proceder del endeudado mundo futbolístico que se vuelve cada vez más rehén del sector privado, la propuesta revela por enésima vez el estado delicado de la economía del club, incapaz de encarar la construcción del estadio con recursos generados por fuera del presupuesto: porque, finalmente, Estudiantes compromete los ingresos a futuro de venta de jugadores, los únicos ingresos gruesos que es capaz de obtener por fuera de esponsoreo y televisión (que ya no alcanzan para achicar la deuda), ingresos que además son clave en el nuevo proyecto futbolístico que apunta a sanear el club, futbolísticamente y económicamente, desde el fútbol juvenil. Además, claro, se corre el peligro de sufrir la presión de los terceros en el futuro para realizar transferencias prematuras, quemando las etapas lógicas en el desarrollo de los chicos y privando al club de disfrutarlos lo suficiente.
Por supuesto, no representa ningún Apocalipsis. En el club ya juegan jugadores, algunos juveniles, con pases pertenecientes a terceros: la realidad del fútbol hoy es que luego del intento de penetración sin consentimiento que se hiciera a fines de los 90, el reino de lo privado ha conseguido lubricar la zona para ingresar con el permiso de los supuestos protectores. Ideologías aparte, el fútbol millonario de hoy difícilmente puede sobrevivir sin los aportes de terceros, y esa supervivencia se hace, muchas veces, a cuesta de los intereses de los clubes, que ven estrellas fugaces lucirse por instantes con su camiseta para luego verlo partir casi sin beneficios. Se trata de un vaciamiento sistemático que debería recibir oposición férrea, indiscutible, hasta legislativa, para evitar un ya palpable empobrecimiento de clubes y del fútbol argentino todo. El caso de los porcentajes en Estudiantes no es entonces más que un síntoma de un fútbol enfermo, demasiado endeudado para ser soberano: una raya más al tigre.
Se vuelve polémica la columna: ¿vale todo con tal de hacer el estadio? El presidente Lombardi empuja para hacer el estadio. Es demasiado apresurado decir que lo hace “a toda costa”, pero sí está claro que está dispuesto a resignar, a volver grises, algunas de las propuestas que había declamado en su bella pancarta electoral. El socio debe permanecer a la vigilia: no embelesarse con la quimera del estadio, que tantos dolores de cabeza ha causado a tantos clubes, y proteger, primero, a la institución. Las quimeras, no debe olvidarse, tienen tres cabezas y vomitan fuego.

sábado, 23 de febrero de 2013

El paciente está complicado



El eufemismo médico que titula esta opinión le calza perfecto a Estudiantes: poco puede decirse de su porvenir, pero es difícil ser optimista. EL diagnóstico sigue errándose, las elecciones previas al partido siguen siendo apresuradas, impulsivas, y así Estudiantes sigue sin rumbo.
La falta de fe en los planes del DT ya se hace palpable dentro de la cancha: uno tras otro se suceden los goles sobre la hora, ya desde el torneo anterior, evidenciando que aún en aquellos momentos, hoy lejanos, donde la defensa engranaba y se ofrecía como el mejor argumento para sostener al equipo, que Estudiantes se calza el overol, decide jugar a dientes apretados, morder y defender la valla, pero no solo por errores tácticos está lejos de conseguirlo. Las distracciones defensivas en cada balón detenido son claras, el mal momento de Silva inobjetable, pero falta también cierto compromiso colectivo para defender lo ganado.
Por supuesto que, además, el equipo juega al fútbol a kilómetros cada jugador del siguiente; que Cagna, de volantazo en volantazo para demostrar no se qué autoridad, no sólo no da en la tecla sino que le quita confianza a los jugadores, que cambian de posición, entran y salen y nunca pueden afianzarse individualmente o colectivamente. Sufren más los encargados de la creación, que con sólo correr no consiguen nada: sin sociedades de apoyo, quedan reducidos a maniobras individuales excepcionales. Y son apuntados por el DT cuando el equipo no funciona al fútbol, en lo que es un clásico mal diagnóstico que confunde síntoma con causa de la enfermedad.
Los 28 puntos del Inicial 2012 fueron el argumento más importante para darle continuidad al ciclo Cagna, que nunca pudo sostener en el tiempo los pocos momentos de vuelo futbolístico asociado. Gran parte de la cosecha se debe al gran momento que tuvo Duvan Zapata, hoy algo desinflado, y a una defensa que hoy luce desconocida. Cagna, en estas tres fechas, ha decidido cambiar, a veces por lesiones, varias veces el formato de la línea defensiva: 3 con Angeleri, 3 con Desábato, 4 con Angeleri de lateral. Al buscar la solución la disuelve, por no darle a la línea de atrás tiempo para el acople: esta desnaturalización la ejerce el técnico en todas las líneas, sacando y poniendo a Román Martínez, el chivo expiatorio también de los hinchas que hacen bullying sobre el nuevo (para colmo de un estilo poco remunerado por el pincharrata), moviendo a Gelabert, usando a Iberbia de lateral-volante. El torneo no es lugar para experimentar: Cagna se pasó toda la pretemporada ensayando un esquema con un once inicial, y antes del arranque empezó a cambiar. El momento para buscar era en el verano, y no ahora, sobre la marcha y a los parches.
Tras criticar públicamente a los jugadores (y pedir disculpas, en una movida que generó primero el rencor en el vestuario y luego el desrespeto, al retractarse) Cagna continuó culpando a sus jugadores del mal andamiaje: el peso de la falta de creación recayó en Martínez y Fernández, relegados, y durante los encuentros el DT solo apostó al cambio puesto por puesto, leyendo no una falla estructural sino malas actuaciones individuales. Entre tanta movida, el plantel continúa lógicamente sumido en el malhumor y el mal nivel individual: sin jugadores capaces de cambiar la ecuación (no lo son, hoy por hoy, Zapata, Martínez, Fernández, Núñez, Auzqui o Jara), el Pincha depende de lo que regalen la suerte o el rival.
Que Cagna es un DT que labura no cabe duda. Que sus cambios de parecer constante hacen mella en el equipo, cada vez más descreído del objetivo, también parece claro. Sus volantazos, más que mostrar carácter para conducir, desvelan un desconcierto. Los jugadores, mientras se suman las frustraciones dentro de la cancha, dudan, descreen del rumbo señalado por el conductor. Y este descreimiento es fatal.
Por cierto, el empate sobre la hora de San Lorenzo se basó más en una distracción defensiva, difícil de entrenar en la semana aunque reveladora en cuanto al grado de compromiso, que en un mal partido o en mala actitud de los jugadores. El equipo ha decidido recomponerse, y sufrió, sencillamente, la consecuencia de depender más del azar que de sí mismo. Y no tanto, como se declamó al unísono en una campaña para sacarse la presión tras el mal comienzo, de una supuesta falta de jerarquía: el fin del champagne es real, la fiesta se terminó, pero en el fútbol argentino este equipo tiene más plantel que muchos y mucho más para dar. Debería pensar en entrar en las copas antes que en echar al DT y sumar puntitos para el futuro. Ambiciones así de frustradas tampoco aportan al entusiasmo grupal de un equipo que quiere vestirse siempre de contendiente y le terminan faltando cinco pal peso.
El desenlace de la salud del paciente depende, básicamente, de su capacidad de lucharla. Cagna y Estudiantes deben pelear, partido a partido y semana a semana, por ser algo mejor que esto. No deben intentar emparchar esta versión deslucida, lo cual llevará nuevamente a una irregularidad insoportable, sino dar un salto de calidad. Imposible conseguirlo en dos o tres fechas, pero sí en cinco: pero para eso, se necesita que todos los marineros estén a bordo de un barco que atravesará mares peligrosos, rumores de renuncias y despidos, jugadores relegados. Si perseveran los egos mancillados de esas situaciones, el barco naufragará inevitablemente; si las dificultades hacen la unión, estaremos ante otro Estudiantes, un equipo capaz de contagiar y esperanzar.

jueves, 7 de febrero de 2013

Cuando se pifia el diagnóstico...

Cagna evalúa cambiar. Trabajó durante toda la pretemporada con un equipo pero, falto de reflejos, parece decidido a probar en el primer encuentro del año por los puntos y no en los cuatro amistosos de pretemporada. El equipo no terminaba de cerrar aún tras sus tres victorias en los partidos de preparación pero, como suele suceder, fue la derrota ante su gente con San Lorenzo la que encendió las alarmas.

Cagna determinó el ingreso de Leonardo Jara por Román Martínez: Jara pasará a la derecha, y Gelabert, tras seis meses, jugará en su puesto predilecto. El correntino ha mostrado frescor en sus arranques y más vértigo que Gelabert, que es un jugador más cerebral: a priori el enroque debería ser positivo.
Pero, ¿cuánto puede cambiar las cosas Jara? Hace unos meses publicamos una columna de opinión sobre la falsa culpabilidad que recaía sobre Román Martínez: era el responsable de todos los males, en lugar de un eslabón más de una cadena deficiente. El problema de fondo continúa: Estudiantes ataca con absoluta previsibilidad, marcando goles solo por errores ajenos o iluminaciones que, en el actual plantel, no son tan habituales. Y se recae, en la tribuna y en el banco de suplentes, en un jugador o en un esquema como problema.
Estudiantes atacó el año pasado con un esquema que permitía jugar con tres delanteros, y que resultó en definitiva en un equipo con muchísimos problemas para defender los costados. El pasaje a un 442 implicó reforzar las bandas, cubiertas ahora por un lateral y un volante, pero debería implicar a la vez una profundización del problema en ataque de Estudiantes, es decir, de lo previsible de sus ataques, que son prolijos pero lentos y abusan de la apertura y el centro. Román Martínez, en este sentido, no pudo cambiar el ritmo, pero toda la responsabilidad recayó siempre sobre él. Gelabert, además, es un jugador de similar tranco, y la posición de ambos en cancha, al lado de Braña, los aleja del área, lugar donde Martínez, con su pegada y su pase entre líneas, ha causado, aunque más no sea esporádicamente, real daño.
El cambio de esquema responde a la vez a la vuelta de Angeleri y Ré, que permiten la conformación de una línea de 4 sin improvisar (recordemos que Modón no es del paladar de Cagna, que no contó durante la temporada anterior con un lateral/volante derecho), y a una predilección del DT por el 442, sistema táctico caracterizado por su solidez y que gracias a la versatilidad de sus jugadores opera como base a infinitas variantes durante el partido: armar línea de 3 adelantando a Angeleri, jugar con tres delanteros cambiando un volante por un punta, jugar con enganche. Siendo que el funcionamiento defensivo (con línea de 3) fue de lo mejor del equipo en la segunda parte de 2012, y que la falencia principal durante ese período fue la falta de sorpresa, el cambio de esquema puede resultar, en realidad, un error.
Cagna diagnostica además que la ejecución falla por un solo jugador, Martínez. Clave, sí, Román es un eje fantasma por momentos. Incómodo y todo, aportó poco fútbol pero mucho gol, pidiendo por favor que se lo adelante en cancha, enganchando a Fernández y Zapata y corriendo del equipo a un mimado de Cagna, Núñez. La disposición táctica condiciona la ejecución pero no la determina: Martínez, en medio de su adaptación, de los murmullos y la incomodidad, se dejó abrumar y probablemente sea esa actitud frustrada la que lleva a Cagna a sacarlo, incluso para despertarlo y protegerlo.
La cuestión es que el diagnóstico vuelve a recaer en un solo jugador, y no en el funcionamiento global, en la disposición táctica, en el modo en que se practica la ejecución, en que se forman las sociedades aún ausentes tras seis meses de Román. Martínez merece tomarse un respiro de la titularidad, pero no ser señalado como el culpable de todos los males. Cagna erra al cambiar de esquema a días del inicio, luego de practicar con el 442 todo el verano: error obvio, parche improvisado que revela además la falta de variantes practicadas en la pretemporada. Se queda en timidez, al insistir con jugadores parejos, quizás rendidores y dúctiles, pero que no cambian la ecuación, y marginando a aquellos que tienen el talento para romper defensas en un fútbol cerrado y en un equipo demasiado lento en la transición defensa-ataque. Y al marginarlos, al dejar en el banco a Román, al insistir con sacar a la Gata, erra también al recargar las tintas en los ejecutores individuales y no en la ejecución colectiva: se descarga así de la responsabilidad de hacer sentir cómodos a los ejecutores y conseguir un fútbol que fluya, y entonces se desentiende de la búsqueda de soluciones estructurales. Cuando se falla el diagnóstico, cuando no se ve el problema, difícil que la cura sea la adecuada.

domingo, 3 de febrero de 2013

Nostalgias



El fútbol argentino, como el cine de Hollywood, ha perdido la inventiva y anda de remake en remake, añorando tiempos que imagina mejores. Vuelven cracks rotos y apaleados en ignotas ligas, y vuelven con todo un cuento detrás sobre la imposibilidad del jugador de seguir viviendo sin el club de sus amores, que justifica los sueldos dolarizados que perciben en los seis meses que se quedan a préstamo. Vuelven por esa cosa conservadora del fútbol argentino, de creer que todo tiempo pasado fue mejor, que los pibes de ahora no tienen sangre. Vuelven para remediar la crisis de identidad que atraviesan todos los clubes, compuestos por un batallón de jugadores a préstamo, un puñado de tipos que llegan de otros clubes y alguno nacido en la cuna, que es lo suficientemente malo como para no ser transferido a un futuro mejor. Vuelven con el aval de todos, porque son los héroes de la infancia, porque siempre se vuelve al primer amor.

Igual de efectista resulta el retorno, anunciado en los medios hasta el cansancio, de los DTs que supieron dar gloria a los devaluados equipos capitalinos. Primero regresó Gallego a Independiente; luego desembarcaron Ramón y Bianchi en River y Boca. Todos tienen en común un rico palmarés que les da una envidiable espalda para afrontar la tormenta, y además una caudillesca confianza en sí mismos, un aire de que nada puede salir mal con ellos arriba del barco, necesaria para levantar los alicaídos ánimos de los equipos de Capital Federal.

Ocurre que el saco de técnicos se agota pronto. Los dirigentes meten la mano en la bolsa de los técnicos jóvenes, jugadores retirados recientemente, si les parece que el momento pide frescura. La nueva camada de entrenadores, muy atractiva desde los discursos y el marketing y saludable aire fresco al desfile de entrenadores demasiado viejos para comulgar con las nuevas generaciones de jugadores y sin ideas novedosas, no ha resultado demasiado efectiva. U entonces, con el fracaso de un ciclo consumado, los dirigentes apuestan, entonces, a lo “seguro”, toman decisiones sin importar los costos económicos que los salve de la crítica: meten en la bolsa de los históricos, de pasado lejano en el verde césped, larga trayectoria generalmente irregular como técnicos pero, generalmente, cierta identificación con los colores o los momentos de gloria. No se busca nunca por fuera de estas opciones existentes, creándose una red de técnicos que van pasando de un club a otro, pidiendo trabajo en sus meses de desempleo en los canales de cable.
En Europa, mientras tanto, hace rato se abandonó el mandato de contratar ex jugadores y se amplió el criterio de búsqueda: Mourinho, por ejemplo, es profesor de educación física especializado en ciencia del deporte, y arribó al fútbol grande como intérprete de Bobby Robson en Sporting Lisboa, Porto y su odiado Barcelona, donde ya era más que un mero traductor. Su supuesto sucesor, el portugués André Vila Boas, tampoco jugó nunca de modo profesional, arrancando su periplo como observador para Robson y asistente de Mou, para conseguir con jóvenes 21 años el cargo de entrenador de la selección nacional de Islas Vírgenes. Rafa Benítez, uno de los DTs más intelectuales del juego, quien aplica matemáticas y hasta ajedrez al análisis del deporte, jugó de modo amateur. Brendan Rogers, hoy DT de Liverpool y el encargado del ascenso de la sensación de la Premier, Swansea, jugó hata que una lesión lo detuvo a los 20 años. Arsene Wenger es otro caso testigo: de carrera irrelevante, se transformó tras 12 partidos en primera en un entrenador loado por el economista Stefan Szymanski y el periodista Simon Kuper por su uso de las estadísticas para contratar jugadores mediante recursos limitados y tomar decisiones que mejoran la calidad del juego. El Loco Bielsa, en Argentina, es el ejemplo de lo que hoy se busca en Europa: no tanto una carrera consagratoria o un estatus de ídolo, sino una planificación integral del juego, obsesiva, científica.
Pero en Argentina preferimos la endogamia, no abrir el juego y continuar con la creencia de que el fútbol, arte misterioso, es un conocimiento que no se puede aprender sino dentro de la cancha, por osmosis y experiencia. La apelación a la magia como solución es una característica saliente del pensamiento mesiánico argentino, y más cuando de fútbol se trata: la epítome de ese modo de operar ha sido, sin dudas, la convocatoria de Maradona, un DT sin lauros y con muchos papelones en su haber, para dirigir al seleccionado de cara al Mundial 2010. Una apelación a la mística vacía de contenido, basada en juntar al más grande con su heredero como si de una fórmula alquímica se tratara.
El regreso de Biancho y Díaz son síntomas de la falta de ideas en el fútbol argentino: sin estudio, abonados al cuentito mágico y folclórico de que el trabajo destruye la inspiración y la mecanización aburre, se recae siempre en soluciones mágicas y se espera, en definitiva, la salvación de alguna inspiración individual (ya sea en la cancha o desde el banco de suplentes). No implica que vayan a fracasar (son, después de todo, técnicos vivos con experiencias muy positivas en su haber) pero sí explican la boludez de echar a Falcioni, el único DT que logró domar el vestuario y conseguir resultados en los últimos 5 años en Boca: pero el coro, jugadores e hinchas, pedía a gritos su destitución, y los dirigentes, por no enfurecerlos, siempre esclava de la caprichosa dictadura digitada desde los medios, prefirió darles el gusto. Vuelven Carlos Bianchi y Ramón Díaz. Vuelven a salvar a sus clubes.