El estadio torna, lentamente, quimera que
amenaza con existir. Las dificultades judiciales no cesan y se suman a los
problemas económicos, cuya solución, mediante “ingeniería económica” y
“recursos extraordinarios” (es decir, con ingenio y sin comprometer las arcas o
el patrimonio), fue el caballito de batalla electoral de la actual sede. Las
promesas electorales vuelven a hacerse sobre el bidet: el club compromete
directamente el patrimonio al ofrecer, como parte de pago, porcentajes de
futuras transacciones de jugadores juveniles. Lejos de tratarse de un ingenioso
recurso sino normal proceder del endeudado mundo futbolístico que se vuelve cada vez más
rehén del sector privado, la propuesta revela por enésima vez el estado
delicado de la economía del club, incapaz de encarar la construcción del
estadio con recursos generados por fuera del presupuesto: porque, finalmente,
Estudiantes compromete los ingresos a futuro de venta de jugadores, los únicos
ingresos gruesos que es capaz de obtener por fuera de esponsoreo y televisión
(que ya no alcanzan para achicar la deuda), ingresos que además son clave en el
nuevo proyecto futbolístico que apunta a sanear el club, futbolísticamente y
económicamente, desde el fútbol juvenil. Además, claro, se corre el peligro de sufrir la presión de los terceros en el futuro para realizar transferencias prematuras, quemando las etapas lógicas en el desarrollo de los chicos y privando al club de disfrutarlos lo suficiente.
Por supuesto, no representa ningún Apocalipsis.
En el club ya juegan jugadores, algunos juveniles, con pases pertenecientes a
terceros: la realidad del fútbol hoy es que luego del intento de penetración
sin consentimiento que se hiciera a fines de los 90, el reino de lo privado ha
conseguido lubricar la zona para ingresar con el permiso de los supuestos
protectores. Ideologías aparte, el fútbol millonario de hoy difícilmente puede
sobrevivir sin los aportes de terceros, y esa supervivencia se hace, muchas
veces, a cuesta de los intereses de los clubes, que ven estrellas fugaces
lucirse por instantes con su camiseta para luego verlo partir casi sin
beneficios. Se trata de un vaciamiento sistemático que debería recibir
oposición férrea, indiscutible, hasta legislativa, para evitar un ya palpable
empobrecimiento de clubes y del fútbol argentino todo. El caso de los
porcentajes en Estudiantes no es entonces más que un síntoma de un fútbol
enfermo, demasiado endeudado para ser soberano: una raya más al tigre.
Se vuelve polémica la columna: ¿vale todo con
tal de hacer el estadio? El presidente Lombardi empuja para hacer el estadio.
Es demasiado apresurado decir que lo hace “a toda costa”, pero sí está claro
que está dispuesto a resignar, a volver grises, algunas de las propuestas que
había declamado en su bella pancarta electoral. El socio debe permanecer a la
vigilia: no embelesarse con la quimera del estadio, que tantos dolores de
cabeza ha causado a tantos clubes, y proteger, primero, a la institución. Las
quimeras, no debe olvidarse, tienen tres cabezas y vomitan fuego.