viernes, 7 de septiembre de 2012

El fútbol y la ciencia, enemigos a muerte

El furcio del Pincha, que dejó ir al chico del momento, funciona como evidencia de una cultura futbolera que sigue rigiéndose según las apariencias 
Publicado en Diario El Día


Cuenta la historia que, cuando Ñewell's, en el error más grande de su historia, dejó ir a Lionel Messi tras negarse a afrontar los costos del tratamiento del chiquilín, viajaron con su familia hacia Capital Federal buscando nuevos inversores para el futuro de la Pulga. Messi se probó en River, pero no quedó: por petiso, por endeble, los mismos motivos que llevaron a Estudiantes a descartar al chico del momento, Luciano Vietto, autor de tres goles para Racing el lunes ante San Martín de San Juan, en su cuarto partido en primera. La irrupción de Vietto generó la apresurada frustración de varios hinchas del Pincha, cansados de que los chicos de la cantera pierdan terreno y busquen, al igual que el dinero de las arcas albirrojas, nuevos destinos.

Pero no solo en el futbol permanecen estos prejuicios. El libro y filme “Moneyball” retrata cómo la apariencia física produjo en el béisbol profesional estadounidense, durante décadas, la contratación de galanes, aptos para cumplir el rol de los héroes, y la marginación de los “raros”, aquellos que no encajan en el perfil tradicional, sin importar sus actuaciones concretas. El prejuicio con que contrataban jugadores en el béisbol norteamericano, cuenta la historia, permitió a Billy Beane, el manager de los Athletics de Oakland, conseguir con el presupuesto más bajo de la liga el record histórico de 20 victorias consecutivas con un equipo conformado por los descartes ajenos.

En la NBA, a pesar de su minucioso sistema de selección de juveniles a través de un seguimiento estadístico de los jugadores de los torneos universitarios y las ligas menores, le dieron la espalda a Jeremy Lin. Asiático, petiso y sin una condición atlética que maravillara, el norteamericano de descendencia taiwanesa era todo lo contrario al jugador tradicional de básquet NBA, aún tras la apertura de la liga hacia los jugadores FIBA de Europa y el resto de América que comenzara en 2002, tras la aleccionadora derrota del Dream Team ante Argentina. Tras años sin ver juego, Lin protagonizó este año la más explosiva aparición cuando los dos bases de los Knicks sufrieron lesiones que le permitieron saltar al escenario grande: de desconocido a héroe, encarnación del sueño americano, Lin promedió casi 25 puntos por partido durante sus primeros 10 encuentros como titular, y además hizo 38 en la visita de los Lakers, horas después de que Kobe Bryant negara estar impresionado por sus actuaciones.

LOS PREJUICIOS DEL FUTBOL
Los casos de Oakland y Lin obligaron a un replanteo sobre el modo en que se captan talentos en el deporte, al poner en evidencia la fuerte dominación de la subjetividad y sus prejuicios en los procesos de selección. El mismo panorama comienza a hacerse evidente en el fútbol europeo lentamente, a partir de la aparición de varios entrenadores que provienen de fuera del fútbol y realizan un enfoque marcado por las estadísticas y el dato frío (Arsene Wenger, Rafa Benítez y José Mourinho, entre otros). Por supuesto, sus miradas fueron resistidas hasta que comenzaron a dar réditos dentro de la cancha.
El libro “Soccernomics” (“¡El fútbol es así!” en su edición española), escrito por el periodista Simon Kuper y el economista Stefan Szymanski, resultó pionero en los estudios estadísticos del fútbol, analizando desde los mercados de pase hasta las probabilidades en las definiciones por penales. Pero lo más interesante que evidenció “Soccernomics” fue justamente la existencia de un conjunto de saberes establecidos en el mundo del fútbol que no tienen explicación racional ni dan resultado, desde la contratación de técnicos por su pasado como jugadores hasta la marginación de cierto tipo de futbolistas por su apariencia. El libro expuso la discriminación que se hizo durante décadas en Inglaterra al futbolista negro, considerado falto “garra”, y también la inconsciente preferencia de los ojeadores por los rubios, sencillamente porque se destacan sobre la mayoría morocha. “Los clubes eligen técnicos y jugadores que encajen en el rol que se espera de ellos”, explican Kuper y Szymanski acerca de la predilección por los técnicos blancos y trajeados y otros prejuicios. Si el club fracasa contratando personas que encajan el perfil superficial, no queda tan expuesto como si falla al arriesgarse con la contratación de un jugador chueco, como Garrincha, petiso, como Messi, o gordo, como el Beto Márcico. A pesar de la creencia de que se trata de un mundo superprofesional y supereficiente, el fútbol habita un reino mágico paralelo a la razón científica.
Los hallazgos de Kuper y Szymanski pueden sin dudas ayudar a volver más eficiente el proceso fuertemente subjetivo de la selección de juveniles, basado en la adjudicación de facultades místicas de los captadores de talento, generalmente asociadas sencillamente a su pasado como futbolistas. “El haber jugado al fútbol no le puede dar respaldo a una persona para decir ‘éste sí, éste no’”, afirmaba ayer Miguel Ignomiriello, responsable de formar la Tercera que Mata, alimento esencial del equipo albirrojo campeón del mundo en 1968.
Resulta curioso como, en Argentina, se dio un primer paso hacia cierto ordenamiento, pero resultó un paso en falso: hace ya varios años que el fútbol argentino viene privilegiando en sus inferiores al jugador de biotipo fuerte, en consecuencia con el camino que, se cree, va tomando el deporte, hacia un juego predominante físico, darwiniano, donde gana el más fuerte. Los seleccionadores de Estudiantes desestimaron a Vietto justamente bajo estas razones.
Se trata, sencillamente, de la construcción de un nuevo prejuicio de apariencia científica que atenta contra la diversidad que hace a un deporte de once funciones por equipo: si aún es demasiado pronto para catalogar el caso Vietto como un furcio de las inferiores pinchas, el ninguneo a Messi y el exilio de varios jugadores que la rompen afuera, desde el petiso Conca hasta el extraño lungo Barcos, sirven como evidencia de que algo anda mal. A la inversa, en Europa han comenzado a desandar el camino del prejuicio y a buscar la diversidad. Lo que se pide es el tipo de jugador que no surge naturalmente, el talentoso y escurridizo jugador latino que equilibre la fortaleza física de los equipos del viejo continente con algo de sutileza picaresca. Se lo busca en las canteras ajenas de la lejana Sudamérica, o en las inferiores de las viejas colonias. Compuesto básicamente por jugadores de descendencias árabes y africanas, campeonó Francia en 1998, un equipo que apenas un año después era descalificado por los franceses, que nunca lo sintieron como propio; y Alemania hizo podio en 2010 con un joven seleccionado que respetó su esencia de tanques y mediocampistas potentes con Klose y Schweinsteiger, pero agregó picante con jugadores como el turco Ozil o Thomas Muller.
CONTRA EL RIGOR
El fútbol criollo, sin embargo, presidido por la noción de que no hay nada que aprender, combate el avance de las ciencias. Mientras todos los deportes han permitido paulatinamente el ingreso del análisis científico al servicio de la victoria, nuestro fútbol sigue rechazando la estadística, y renegando contra las “mezquinas” jugadas preparadas, los videos y hasta la preparación física. La tecnología para ayudar a los árbitros sigue prohibida, y de hecho los espectadores se regocijan cuando los jugadores “se chamuyan” al árbitro o caen fusilados en el área mientras sus compañeros reclaman que el defensor vaya preso y lamentan la temprana muerte del centroforward: la falta de rigor en la aplicación del reglamento es una muestra más de la falta de orden que constituye, para alegría de los hinchas, el fútbol.
Es que quizás en cierta falta de rigor reside el placer del futbolero, el placer de discutir durante eternidades cada jugada; y también incluso el placer mismo del fútbol, que en su caos irreductible científicamente permite, aunque sea cada tanto, batacazos imposibles en los deportes superprofesionales y cientifizados, que han reducido la sorpresa al mínimo para maximizar la eficiencia. Al final es como dice el Billy Beane de Hollywood: ¿como no ser románticos con el deporte? Así como la ceguera de cientos de ojeadores NBA permitió el heroico surgimiento de Jeremy Lin, la desorganización en el fútbol, sobre todo del criollo, permite, a cuestas de olvidar todo posible progreso, que de vez en cuando los pobres le ganen a los ricos, la esencia misma del atractivo del deporte rey: su capacidad para asombrarnos y apasionarnos.