jueves, 29 de marzo de 2012

Juventud divino tesoro


Mucho se habló en los últimos tiempos de las inferiores pincharratas. Con el equipo peleando todo campeonato que se le cruzara, no había lugar para los pibes. Se pedían chances para los jóvenes aunque fuera en los encuentros jugados con un equipo alternativo, pero salvo alguna excepción, ninguno pisaba primera. Ante este panorama, cuando llegó a debutar alguien de la cantera, no se le tuvo la paciencia necesaria. La opinión popular se inclinaba por la idea, acertada en algún punto pero también gritada desde la ignorancia, de que no se venía trabajando correctamente en juveniles, acorde a la historia albirroja, que se ha nutrido siempre más de los de adentro, fuertemente ligados al club por lo emotivo, por la pertenencia que genera todo lo innominable que rodea a Estudiantes, que de los de afuera. El laburo en inferiores, y no la política de refuerzos, era señalado culpable de que los jóvenes de la cantera no tocaran primera. Se le endilgaba al proyecto de juveniles que no formaba pibes a la altura del momento del club.

El trabajo en juveniles tuvo en los últimos años muchas marchas y contramarchas, bastante improvisación y también mucho anuncio rimbombante y poco resultado. Pero no puede soslayarse que el lugar para el debut de los chicos era casi nulo en un equipo que siempre buscó pergaminos antes que desfachatez juvenil y que terminó pagando el abuso de esa fórmula tras los últimos dos mercados de pases, que engrandecieron el plantel en número y sueldos pero que aportaron poco y nada. El magro 2011 puso en foco tanto la política de refuezos de los últimos años como el trabajo realizado en divisiones inferiores.

Ahora, como quemados con leche, el proyecto bajado desde la dirigencia parece ser exactamente el opuesto al que se venía sosteniendo y acentuando bajo la última conducción del club: ante el vacío generado por los imponderables del fútbol, técnico y dirigentes apuestan por los pibes, que lentamente van convenciendo a los kapangas del plantel de que pueden. Los chicos se meten entre los concentrados asiduamente, y hasta le sacan el puesto a varios que vinieron con chapa. Contemos: ayer Jara fue titular, puesto que le ganó a Mariano González (en La Paternal jugaron ambos, González en gran nivel, por la ausencia de Enzo Pérez); Carrillo fue del arranque en reemplazo de la Gata, mostrando esas cositas interesantes de siempre, aún a cuentagotas. Entre ambos (junto con el Rayo Fernández) han relegado a Facundo Coria a ser la cuarta o quinta variante ofensiva del equipo. También fue de la partida el más grandecito Iberbia, producto de la cantera que jugó con todos los técnicos que pasaron, que valoran su entrega y su despliegue. El Rana, además, marcó el gol de la victoria llegando en insólita posición de 9, mostrando sus dotes de velocista.

A ellos hay que sumarle el aporte constante de un Sarulyte ya canchero, que ayer saltó desde el banco cuando las papas quemaban; Tarabini, que de a poco se convierte en una opción solvente en un lugar donde falta; Modón, el explosivo lateral-volante que entusiasma a todos; y Gil Romero, a la sombra de Braña y Matías Sánchez, pero dueño de una entrega que lo convierte en un potencial sucesor del Gigante Chapu, además de un cinco de esos que nos gustan, duros, metedores. El blondo nos había interesado ya cuando, con esa pinta inofensiva y hasta blandita, entró contra River en el verano y pegó una patadita linda. Ayer jugó apenas unos minutitos para reemplazar a un fundido Matías, ¡pero qué minutitos! Entró cuando no había zona para errores, cuando Estudiantes ya no tenía medio, y metió y metió y despertó el glorioso grito de guerra en las gradas visitantes de La Paternal.

Por supuesto, la juvenilia tiene cosas como la de Jara ayer, expresiones de verdor que de todos modos ha dado más de un veterano. Pero también, y sobre todo, tiene un gran valor institucional: todos estos chicos representan patrimonio del club, al que le darán ganancias deportivas y económicas en el futuro. El negocio, sobre todo en momentos de pasivos sorpresivamente altos, es redondo por donde se lo mire: los jóvenes son el tesoro del club, y es en ese sentido que este año ya ha traído excelentes resultados.

Hay que tener paciencia, por supuesto. Pero la realidad marca que esperando a que estos pibes exploten, Estudiantes sacó más resultados que en las campañas anteriores, donde había muchas aves de paso que, por mucho nombre que tuvieran, no aportaron ni desde el juego ni desde el compromiso ni, sobre todo, desde la tesorería.

martes, 27 de marzo de 2012

Cosa nostra

Robado de Somniloquios



El rugby es como la mafia, pero sin asesinatos. Está basado en la lealtad, el honor, la conciencia grupal, los ajustes de cuentas, el tráfico de sustancias y los parentescos inventados. Es una famiglia. Sobre todo en la delantera, aunque se han documentado casos de amistades morganáticas con la gente de la línea, esa gente. Conforme el número de la espalda crece hacia el 15, aumenta la desconfianza de los delanteros, que componen la infantería con traje y corbata negros, comoreservoir dogs. La vida debería ser como una melé, pero con colonia para niños. No hay caretas y todo el mundo se conoce bien. Al que se pasa de la raya, se le ajusticia en la siguiente ocasión de forma que parezca un accidente. Los demás callan, otorgan, participan o calculan dónde y cómo reparar los daños. La ley del silencio la entiende todo el mundo. Hay que descreer de los delanteros que hablan con el contrario.

Fuera de la melé, el universo se torna voluble y desleal, y cualquiera sabe que conviene desconfiar de sus normas y aún más de la corrección política: que ahora no se puede pisar y que el balón tiene que salir rápido por el bien del espectáculo. Esas cosas. Fuera de la melé, todo el mundo es un extraño o se comporta como tal. El 10 suele venir de otro país, de otro rango social, profesa religiones de moda y bebe Aquarius después de los partidos. Su única posibilidad consiste en haber nacido en Ejea, aunque su apariencia continúa siendo extraña porque se comunica en ese idioma que se habla en Ejea y que sólo le entienden sus paisanos y el 12, su lugarteniente, el tipo feroz que le hace el trabajo sucio. Nuestro 10 es de Ejea de los Caballeros, un lugar repleto de truhanes: por eso juegan tan bien al rugby. Truhanes y caballeros. Las labores del 10 en el campo se reducen a cuestiones funcionariales o de poco calado, como recitar contraseñas numéricas, hacer extrañas señales con los dedos por la espalda a los chicos de la diagonal y utilizar términos como cruz, salto, falsa o toda, convenientemente mezclados para impresionar a los que le escuchan. Cuantos más balones se le caen, más aprecio le tienen los delanteros, que se dan el gusto de volver a la melé. Además de eso, el 10 patea a palos siempre que no haya un delantero que pueda hacerlo, lo que suele ser raro porque en el paquete menudean los superdotados. El 10 acostumbra a quejarse de que los delanteros se interponen en la línea de pase entre él y el 9. Y amonesta a los que lo hacen, explicándoles la necesidad de mantener limpia esa vía de salida. Los delanteros asienten y por dentro sonríen. Todo el mundo sabe que se trata de un comportamiento deliberado: el 9 sólo debería abrir la pelota cuando los delanteros lo decidan o se hayan divertido lo suficiente con sus tuercas y tornillos, jugando al enredo con los cuerpos y la pelota. Hacerlo al revés constituye otra de las muchas perversiones que el espíritu del juego ha sufrido desde su nacimiento.
El 12, el primer centro, puede ser el único jugador que un delantero respeta en toda la línea de tres cuartos. De hecho, juega en una posición envidiable si no fuera porque no participa en las melés. Dicen que hay un segundo centro, pero no está demostrado. Así como podemos constatar la existencia de dos pilares, dos segundas (que entre los dos no suelen hacer medio), dos flanker y dos alas, la existencia del segundo centro, sospechamos, no pasa de ser una formulación teórica de los entrenadores, que han inventado la figura para desconcertar a los que juegan y sostener así su presunta ascendencia sobre el grupo. Si el segundo centro de verdad existe, constituye un ente innombrable y el sentido de su vida consiste apenas en darle conversación al ala. Nadie ha confesado jamás haber hablado con un ala en el campo de juego, por tanto el segundo centro no existe. ¿De qué se habla con un ala, en cualquier caso? Si te los encuentras en el tercer tiempo te parece estar metido en un ascensor y sólo se te ocurre comentar el tiempo: “Qué buen día hacía hoy para jugar, eh”. Cuando los ves pasar cerca en el campo, a los alas dan ganas de preguntarles por la familia: si ya se casaron o qué tal están sus padres.
El 12, sin embargo, es otra cosa. El primer centro o inside pasa el tiempo en una violenta dicotomía vital que consiste en chocar contra las paredes y aplastar a los hombres. No se les puede dejar solos en una habitación y suelen dormir en cuartos mal ventilados. De ahí sus angustias. Morfológicamente, el 12 tiende a una engañosa redondez corporal y acostumbra a sufrir el síndrome de la bala de cañón: cuando se lanza en velocidad quiere arrancarle las piernas al que se cruce. Como buen depravado, le gusta sufrir y hacer sufrir. Aspira a placar y a que lo plaquen. Digamos que querría hacer las dos cosas al mismo tiempo y en cada jugada, si fuera posible. Es sexualmente hiperactivo y aficionado confeso a las parafilias. Tiene peligro dentro y fuera del campo. Fuera, hay que vigilarlo de cerca: lo mismo trata de intimar con una menor de edad que con el tercera de su propio equipo. En el campo son gente válida. Sí. En su psicopática mentalidad, el ideal de vida consiste en esta jugada: recibir la pelota, enfilar al apertura contrario, derribarlo, ponerle el sello en la frente al 12 rival, derribarlo, convocar a un par de terceras del otro equipo a la fiesta, cruzarles el codo en la boca, derribarlos y, cuando entrevé que el zaguero opuesto viene al cierre con intención de placarlo, soltar la pelota al primer amigo que pase por ahí, dejándose las manos libres para chocar felizmente contra el 15 o el muro del final del campo. Los primeros centros suponen casos extremos, muchachos que quieren placar también en el ataque y se las arreglan para hacerlo, aunque sea a costa de la lógica del juego. No faltan los que, cuando tienen la pelota, en lugar de buscar el intervalo que hay entre los hombres, buscan a los hombres que hay entre los intervalos, llegando a retroceder en busca de un contrario o ajustar la carrera para dejarse alcanzar y así poder atizarle a gusto al defensa. Naturalmente, un delantero ha de animar este tipo de comportamientos y aun ensalzarlos. También porque el primer centro observa la decente costumbre de romper cerca de los agrupamientos, lo que siempre es de agradecer. En fin, hay que reconocerlo: el centro es un hombre. No es un delantero, pero es un hombre. Todo no se puede tener.
Otro de sus méritos es que está a tres números del zaguero, un tipo despreciable al que le gusta jugar con el pie, se mancha poco la camiseta y suele ser guapo. En ocasiones marca ensayos pero casi nunca es el hombre del partido. Por las noches, el zaguero gimotea en su casa porque no comprende esa contradicción: ser la estrella y que nadie lo reconozca. A menudo, los primeras líneas incluso ignoran cómo se llama el zaguero de su propio equipo. Cuando el entrenador recita la alineación, el primera línea se queda en el cuatro o el cinco. El resto de nombres apenas los oye. Está todavía calculando las señas verbales que ordenan las touches, en su inútil intento por memorizar si en las de campo propio que saca su equipo entran cuatro, cinco o todos, si hay mol, peel off, ruptura de la primera torre, pase a ras o palmeo al nueve. Por eso, porque tiene cosas mucho más importantes de las que ocuparse, asuntos que conciernen de verdad al bienestar de la familia, ningún primera línea que se precie recordará jamás el rostro del 15 contrario. Así como los leones y felinos depredadores poseen una visión con una delgada franja de enfoque horizontal, que les permite localizar a sus presas en el horizonte pardo de la sabana, la naturaleza ha dotado a los primeras líneas con una variación óptica: la profundidad de campo de su mirada es mínima. Enfocan al morrillo del pilar opuesto, la carne que rodea los trapecios y las zonas erógenas del cuello y los parietales, donde uno intenta hacer diana. O sea, hacer daño cruzando un cabezazo. La ciencia no ha explicado todavía esta particularidad de los primeros líneas. Los demás prefieren reírse de ellos y explicar que los balones se les caen de las manos porque son lentos, torpes o tienen un dedo del tamaño de dos. No es así: es que no ven, sin más. Los primeras viven en estricto primer plano y son felices con eso. Nunca han visto a un zaguero salvo en el vestuario. En el tercer tiempo, el tipo que jugó de 15 es como el público de la grada: gente a la que le gusta ver rugby, pero no les apetece llenarse de barro ni que les den golpes. En el fondo, hay que agradecerles que vengan y aplaudirles al final en reconocimiento a su tangencial labor.
Ahora hablaremos del medio de melé, uno de los casos más terribles en cualquier equipo de rugby. El 9 opera en el paso fronterizo entre la realidad y la ficción, la melé y el resto del mundo. Cuando el entrenador divide a línea y melé, los nueves siempre se quedan un momento parados, tratando de descifrar a qué lado deben ir. Esa crisis de identidad los afecta, a veces de modo fatal. Todos sabemos que, en conciencia, el medio melé viene a ser un proyecto de delantero al que la naturaleza no lo dotó como es debido: no le llegaron los kilos, la altura ni la inteligencia para jugar en el paquete. Piensa demasiado. Lo obliga su equívoca condición. Dicho sin ánimo ofensivo, el medio de melé viene a ser un transexual, un caso de hormonas equivocadas. Se comporta como un hombre, está musculado, acostumbra a ser recio y muestra arrojo, aunque todo en un cuerpo resumido, sin la expansión fisiológica de un auténtico macho de la melé. Su jugada preferida lo denuncia: en cuanto puede, se mete en el ruck y maulla de felicidad cuando, mientras auténticos hombres lo aplastan y rodean, oye gritar a los que se han quedado donde debería estar él: “¡¡¡No hay medio, no hay medio!!!”. El pick and go consiguiente, que le da tiempo a levantarse y retomar sus obligaciones, lo devuelve a la realidad. El resto del tiempo va de aquí para allá detrás de los gordos y éstos le permiten que mande, que les diga dónde empujar y dónde no, siempre que no contradiga su propia opinión y les compre cervezas en el tercer tiempo. El medio de melé querría ser como los muchachos de la primera línea, por eso suele beber mucho y masticar con la boca abierta. Sus intentos pueden quedarse en lo patético. Los muchachos de la primera línea modelan sus cuerpos, ganan y pierden kilos con estupenda facilidad, saben bascular la barriga para diversión de los demás, satisfacen dos veces a las damas (cuando se ponen sobre ellas y cuando se quitan de encima) y, sobre todo, pueden dar de tetar a los bebés de su propio pecho. Además, cuando ya no producen leche porque la edad los ha traicionado, se van al gimnasio a endurecerse las aristas, mientras un endocrino les entrega una tablilla y les mide la grasa corporal. De pronto pierden 15 kilos y corren como si se hubieran comido una liebre. Los primeros líneas son longevos, juegan hasta los 40 y más allá. En la vida real, esa amoralidad metabólica de los primeros líneas contraviene la moda y da lugar a muchas opiniones. Es verdad que no pueden comprarse camisas en Zara, pero en el campo de juego su excelencia física supone una ventaja que se suma a otra de orden moral: los primeros líneas son los depositarios del rugby auténtico, original, primigenio y único. Eso no se puede negar...
En el principio, el rugby fue un pack de 15 delanteros en inacabables moles de los que nunca salía la pelota. Rara vez. Si salía, quedaba transgredida de inmediato la naturaleza lógica del juego. Para qué correr. ¿Para llegar antes? ¿Acaso no da más gusto llegar empujando? Recorrer 35 metros arrastrando cuerpos, triturando carne, pisando cadáveres… Eso es un ensayo. Los ensayos por velocidad, contrapié y combinación quedan bien para las chicas de la grada y los espectadores de la televisión. Qué diferente de esas alegres montoneras articuladas en la que doce sujetos se derrumban sobre la hierba en la zona de ensayo, entre bufidos, pedos y ladridos de pedregosas gargantas. Al levantarse, al menos cinco de ellos proclaman haber sido los autores de la marca: yo tenía un dedo, el mol lo inicié yo, sin mi empuje jamás habríamos llegado, árbitro apunte mi nombre, soy el uno, bien gordos bien. Y otro sonríe porque fue el autor intelectual: jugamos con el segundo saltador, mol estable y empujamos hasta los almendros, les dijo antes de sacar la touche. En el Seminario, Angelito Largo definió las intenciones de una melé con esa frase: hasta los almendros, en referencia a los arbolitos que lindan con los campos de Tarazona y el fondo de la línea de marca. Quiere decirse que hay que pretar los culos y abrochar hasta perder la conciencia. Empujando hasta que se aflojen los esfínteres.
En el fondo, la familia descansa sobre los hombros de los primeras líneas. Todos lo saben y lo reconocen en cuanto se emborrachan y se ponen cariñosos. Porque la gente, ahí afuera, sabe que puede contar con ellos. Si alguien deja una cuenta pendiente, le meten una cabeza de caballo en la cama al talonador contrario. Muéstrenme un zaguero capaz de eso.

domingo, 25 de marzo de 2012

La de Kira: Hyuga-in en las montañas

Para Na


¿Qué pasa con el argentino y la histeria? ¿Por qué nuestra cultura siempre ha estado ligada al amague, al rodeo, a la doble intención? Sin dudas hay una eroticidad subyacente en ese constante proponer y retrotraer, en insinuar y negar. Pero la banalización masiva de este juego agotador ha resultado en el humor chabacano de nuestra televisión (llevame ésta) y también en un fútbol hecho de piruetas y no de goles, en un fútbol de palabras, de discursos (en algún caso, bellos), y no de acciones. La tradición argentina de boquearla: hablar constantemente sin que haya sustancia alguna en las palabras. La verba como intento impotente de imponerse al resto del mundo, que en la realidad material, no en el fantástico mundo del discurso, subyuga constantemente a esta región, el culo del mundo.

Así le ocurre a la Selección desde aquellos días de 1958. Repasemos muy brevemente: Argentina no participó del Mundial 54, probablemente porque el peronismo decidió no correr el riesgo de una derrota en tiempos de tensión, y llegado el Mundial 58, el equipo nacional venía manteniendo desde el Mundial 34 la superioridad de su fútbol rioplatense desfachatado y creativo. La paliza que recibió Argentina en manos de los europeos de estilo supuestamente robótico a quienes debía apabullar a pura gambeta, marcó un antes y un después en el debate futbolero de la nación, al dividir las aguas, como siempre en este dicotómico país, en dos polos que se han vuelto confusos con el paso del tiempo y la intrusión de la política, el romanticismo nacionalista antiglobalizante y los medios masivos acomodaticios. 

Suecia 58 marcó entonces el inicio de la falsa dicotomía que domina y limita el análisis futbolero en el país. En un extremo, sostenido desde el discurso mediático hegemónico, pretendidamente de izquierda pero fuertemente nacionalista y aristocrático, se pararon los amantes de la gambeta, romantizada a través de la popular revista Goles, siempre dispuesta a plantear, como Olé hoy, que se juega mal a la pelota porque no se gambetea suficiente, siempre dispuesta a negar cualquier potencial cambio o evolución en nombre de nuestra tradición y el espíritu amateur. La consigna fue levantada a lo largo de los años por diferentes publicaciones masivas. Si antes la idea del argentino gambeteador, el más vivo y piola del mundo, dominaba la charla, mediante la conversión del vox populi en una teoría seudoracional (algunos análisis fueron realizados con un brillante nivel de viveza para tirar conceptos vacíos, distorsionar realidades y apelar al sentimentalismo nacionalista) se enquistó para siempre este modo de pensar en nuestra cultura.

¿EN QUE ESTABAMOS? 

El argentino se ha criado siempre para el atajo: sucede cuando el sistema no funciona. La gambeta es ese atajo, la posibilidad de hacer individualmente lo que no se puede en conjunto. El potrero es así, una escuela marginal, al límite de la legalidad, y allí, a la orilla, en los lindes de la ley, reside nuestra cultura. Los atajos del potrero generan vicios, el apego al atajo ante todo: y así el argentino se torna morfón. Este análisis sociológico es tan serio como los que relizan las publicaciones masivas desde Suecia 58.
Lo concreto es que el argentino se cría en una escuela de fútbol que no es sino la escuela de la gambeta eterna. Siempre el enganche, siempre el caño, el lujo (opulentes formas alternativas de bravuconear, de agrandarse) como medio de imponerse al rival antes que la lógica sencilla del resultado. Y así es como el argentino no aprende jamás a pegarle a la pelota.
La gambeta sirve, rompe esquemas, sistemas propios, defensas ajenas. Sorprende. Pero tras limpiar un par de tipos, no dar un pase por buscar el gol televisivo es la viciosa costumbre argentina: el engolosinamiento hasta el empalago. El argentino debe aprender que, tras limpiar un tipo, los espacios que se abren son valiosos. Y sobre todo, debe comprender que se abre una opción concreta: patear al arco.
Si el potrero enseña el foreplay, las escuelas de fútbol juvenil deberían enseñar a ponerla debidamente. Pumba, gol y a la bolsa: ¿qué mejor antídoto para silenciar al rival, sin importar cuántos caños haya tirado? Esto no ocurre, y el argentino ha desarrollado todo un discurso del merecimiento y del campeón moral alrededor de esta incapacidad de concretar en el resultado su supuesta capacidad superior.
En Europa la pelota cruza de banda con naturalidad y se multiplican los goles desde afuera del área, herramienta validísima para abrir partidos chivos. En Argentina, cada vez que se arma un cerco defensivo, en lugar de patear al arco se busca con insistencia el centro ollero o el embudo gambetista. No sirve de nada. Para sumar, el argentino sigue renegando de la pelota parada. Y para culminar este listado de limitaciones autoimpuestas, en Argentina muy pocos saben patear penales. Seguro, todos hacen el pasito de amague, y ocasionalmente alguien le pega al ángulo.¿Pero en cuántas definiciones por penales han sucumbido los argentinos? Ante equipos de Brasil, que gambetean pero también meten fierrazo, ante equipos de Europa, pero también ante equipos sudamericanos de países sin tanta supuesta jerarquía como Colombia o Uruguay...
 
LA DE KIRA

Venimos rescatando atributos del seleccionado juvenil japonés ficticio de 1994, que ganó todos los trofeos inexistentes habidos y por haber. Bueno, aquellos muchachos, desde los días de escuela secundaria, competían para ver quien le pegaba mejor a la pelota. De hecho, la gambeta apenas formaba parte de su repertorio de habilidades especiales.
A aquellos equipos japoneses, sin importar que recibieran todo tipo de planchazos, codazos y demás, no les cobraban nunca penales: el fútbol en Asia está muy relacionado con el arte marcial, desde sus técnicas acrobáticas hasta el uso del cuerpo y la fuerza, y desde la Federación consideran “de marica” cobrar falta porque alguien va con los tapones a trabar una pelota a la altura de la cabeza. Algo así supo suceder en el fútbol sudamericano copero de los 60, antes de que la tele botoneara y se indignara falsamente mientras mostraba morbosamente en cámara lenta como el hueso salía del tobillo.
Pero seguramente no deben temblar estos chinitos al patear penales, no con el arsenal de tiros que desgarran manos a través de los guantes y rompen redes y carteles publicitarios con total naturalidad. Solamente imagino un portero capaz de defender esos tiros desde los doce pasos y sin oposicion, aunque seguramente dejando parte de su cuerpo para salvar el gol (hablo, claro, de Wakabayashi). Y ese arsenal de disparos lo consiguieron entrenando desde infantes pegarle fuerte a la pelota. El mito indica que el mítico Tsubasa disparó con apenas 12 años una pelota a través de una ciudad entera.
Los argentinos, en cambio, tiemblan en cada definicion. Y patean tiritos, se hacen los cracks y patean tiritos. Costumbres argentinas, la picadita, la colocadita, la mariconeada en lugar de raspar el pasto y, efecto palanca mediante, ejecutar un disparo que de tan veloz vuelve el balón incandescente y deforme y deja cual estatua al portero (sin que importe en absoluto el extraño efecto de elevación que la palanca ejerce sobre el balón). Porque para raspar el pasto y lograr el efecto deseado, bueno, hay que entrenar como esclavo en las montañas.
La técnica no fue inventada por el entrenador Kira, pero el método extremo de entrenamiento sí. Polémico técnico desplazado de su cargo por dirigir ebrio a un equipo de escuela secundaria, su idea consistía en obligar a ciertos jugadores con talento a todo tipo de técnicas masoquistas mientras el saboreaba sake con una especie de sabiduría tranquilamente confundible con ebriedad. Hemos desarrollado ya la importancia del dolor y la experiencia al natural como forma de despertar los sentidos. Del método de Kira nos interesa, además de la capacidad para despertar ojos de tigre, la técnica de entrenamiento particular que consistía, sencilla y genialmente, en el uso de una pelota más pesada de lo habitual para entrenar la musculatura y la fuerza y potenciar los disparos.
Los detractores a esta tecnica indican que, ante el cambio de pelota, el jugador pateará indefectiblemente a la tribuna. Pero Kira, en una entrevista imaginaria al diario Marca, indicó que, si bien es cierto que el método del balón negro provoca una inicial falta absoluta de puntería (“el síndrome Piojo López”, indicó con su habitual sorna), calibrar la mira es una cuestión de partidos. “Como cuando de golpe te ponen esos globos para jugar el mundial y que haya más goles y mas platita para FIFA”, comentó el antisistemático Kira algo borracho. Pero si la calibración lleva poco tiempo, el efecto sobre los músculos, y también sobre el chi, es permanente: porque en el entrenamiento con la pelota pesada hay un fin técnico, el crecimiento muscular, y un fin místico, y Kira, domador de tigres, muy bien lo sabía.

HYUGA-IN 

Así entrenó Hyuga (solo en las montañas, acorde a la tradición samurai trascendentalista japonesa), con su pelota negra que pesaba como si estuviera llena de arena, y así desarrolló, observando también técnicas de otros deportes (el softbol, en particular), su temible tiro del dragón. Kira fue el entrenador de Hyuga desde niño, y lo forzó a este tipo de entrenamientos desde siempre. Hyuga, pura potencia, no dejó de romper redes hasta llegar a la Juventus. Nunca perdió la fuerza ni el alma combativa. Y nunca tomó un atajo: siempre atravesó a los jugadores en lugar de gambetearlos.
El equipo argentino en general, y sobre todo las divisiones inferiores, deben comenzar a realizar este entrenamiento extremo para recortar la brecha abierta con Europa y Brasil por años de tiritos de media distancia, y de paso despertarse de la modorra y levantarse por sobre el mar de palabras vacías. Pero admito que tengo en mente un jugador particular: el gran Gonzalo Higuain se ha acostumbrado a jugar a la sombra de. A la sombra de Benzema, de Messi, hasta de Agüero, que lo desplazo como si nada de la selección. Como aquel Hyuga que perdiera el puesto frente al japonés nacionalizado uruguayo, Ryomah Hino, en aquel mítico encuentro frente a los 7 Grandes del Japon, Pipita debe asumir su propia importancia, debe brillar con regularidad, jugar desde el inicio, hacerse hombre. Hay que remover el abseso que hay en el alma de Hyuga-in, tigre amaestrado. Hay que liberar el ojo del tigre que hay en el.
Y para eso, si ya le recomendamos al resto del equipo patear hasta romperse la pata una pelota rellena con arena, bueno, el Pipita tiene que patear el doble de veces. Su puesto asi lo exige, exige romper redes en una baldosa antes que histeriquear con el acomodo perfecto del pie y la caricia mimosa a la pelota; pero sobre todo lo exige su alma de fiera domada.

Así culminamos el tríptico dedicado a rescatar los aciertos del imposible Seleccionado Juvenil Japonés campeón de todo con el fin de acercárselos al actual DT de la Selección Argentina, Alejandro Sabella, que tiene la difícil tarea de sacudir de la opulencia a esta generación futbolista superprofesional.

viernes, 23 de marzo de 2012

La del Furano


Para Agus




¿Han visto ustedes los predios donde entrena la Selección, la fastuosidad de los hoteles donde se hospeda? No nos interesa el gastadero de guita que genera, sabemos también el dinero que embolsan con cada presentación. El tema es otro: los viajes de la Selección se asemejan mucho a viajes de turismo, de placer.

Los mimos exagerados, la opulencia, adormecen el alma. Llega un punto donde los futbolistas dan por sentada toda esa fortuna conseguida, viajan mufados, se hospedan con cara de culo en cunas de oro y salen de shopping como un ama de casa asfixiada por su recortada realidad. Aislados por la tecnología, cada cual en su mundito virtual, las concentraciones no tienen ni siquiera la cualidad de convertir lo que hoy es un viaje de placer en un viaje de egresados, clima al menos propicio para la formación de lazos fuertes y un fútbol, cuando no disciplinado, al menos festivo. Pero hoy, como si el crack del equipo marcara el rumbo, todo es Play, celular y siesta: nada de travesuras y desparpajo juvenil, mucho fastidio esperando salir del infierno cinco estrellas y volver a casita.

Ahora las cosas son así, los jugadores son más profesionales pero también menos emotivos. Pero antes… Antes existió el Furano: un equipo que participó en los míticos campeonatos de escuela secundaria japonesa de donde salió la primera generación (naturalmente, ficticia) de japoneses capaces de patear una pelota medianamente bien.

FURANO: LA VOLUNTAD AL PODER

El Furano era el mejor equipo del mundo: una verdadera manga de crotos que sabían que sus limitaciones eran demasiadas como para intentar pases de magia, una hermandad tozuda que sabía que solo podía triunfar unida. Apenas contaba con un jugador que sobresalía, Hikaru Matsuyama, el el diez, el enganche... ¡y era un tipo que se destacaba en el rubro meter! Como el Chapu Braña, pasó de ser el 10 en sus años de colegio secundario a ser el cinco indiscutido de la Selección, ni siquiera amenazado por los 7 Grandes del Japón o por Akai Tomeya, habitual titular en la Sampdoria de Italia.

Sin nadie que creara juego, la responsabilidad recayó en el único que no tenía el pie redondo, Matsuyama, que tenía que luchar contra todos para meter un golcito y después sí, aguantar el resultado, la especialidad de la casa (inolvidable la final del regional: mientras los tres candidatos al Nacional, Nankatsu, Meiwa/Toho y Musashi, ganaban por goleada, en el frío norte Matsuyama aguantaba la pelota rodeado de seis jugadores esperando que termine el tiempo reglamentario. Lo consiguió).

Y este conjunto de troncos con entusiasmo, sí, estos tipos, fueron el mejor equipo del mundo. Durante un breve lapso Matsuyama recibió la colaboración de Taro Misaki: serían luego los únicos dos japoneses seleccionados que valorarían el juego de pases por sobre la gambeta chocadora, violenta y empecinada y por sobre los tiros inevitablemente inefectivos de mitad de cancha, ejecutados para conseguir inútiles vendettas contra arqueros que, inevitablemente, provocaban a los jugadores a patear de lejos (y claro, si los van a incitar a patear de cerca: los japoneses, que no soportan como Marty McFly que les digan gallinas -cosas del código samurai-, no dejaban de caer en la trampa). Cuando Misaki estuvo en Furano, el equipo blanco y naranja superó su Matsuyama-dependencia y se convirtió en un gran equipo. Pero solo cuando se fue es que el Furano se convirtió en el mejor equipo del mundo: un equipo con una capacidad épica única, un equipo que desde la verdadera nada, desde la disciplina y el deseo de competir, consiguió resultados muy superiores a los esperables acorde a su talento.


NATURALEZA VS TECNOLOGIA

¿Cómo hizo este conjunto de Matsuyama +10Crotos para convertirse en semifinalista habitual de los torneos de escuela secundaria japonesa? Básicamente, hizo exactamente lo opuesto a lo que hace la Selección argentina. En lugar de mimos y cuidados, en lugar de gimnasios con la última tecnología y predios futuristas, se rompieron el lomo todos los días entrenando... ¡en una cancha con varios metros de nieve al pie de una montaña! Frío pelado, cortante, pelota escarchada, dolorosa. La nieve ejerciendo resistencia como la arena al movimiento, los pies hundiéndose para salir mojados, pesados, helados. La altura de la cumbre desoxigenando el aire, cansando a los jugadores antes de comenzar. Así entrenaba el Furano.
Y no se trataba de una de esas pretemporaditas bananas que hacen los equipos de primera, simulando esforzarse por correr unas semanitas en calurosas arenas para regresar a un hotel cinco estrellas a cansarse de verdad con la función nocturna (putitas en busca de tapas de revista) y después acusar dolores musculares para zafar del entrenamiento matutino. El Furano hacía todos los días lo mismo. Tenían gemelos que parecían anabolizados. Y claro, cuando llegaban al escenario central de la disputa del torneo nacional, soleado, el césped verde y sin resistencia para andar, el aire lleno de oxígeno, los muchachos del Furano parecían dopados, te corrían hasta abajo de la cama. El Furano alcanzaba y atravesaba los límites del físico humano.

El boxeador Rocky Balboa, nacido en una ficticia Philadelphia donde el sueño americano existía aún en medio de la sordidez de la pobreza, fue uno de los cultores de este tipo de vida deportiva al límite. Rechazó siempre el entrenamiento encerrado, mediático, mecánico. Siempre le gustó el aire libre, el entrenamiento con lo que hubiera a mano: la naturaleza. La naturaleza fortalece al hombre, le remueve los abscesos. La tecnología colabora a facilitar la vida, y con ello adormece el Ojo del Tigre, el hambre de gloria, el fuego sagrado, ese intangible que hace a los campeones. Pero una vez Rocko se dejó tentar. Su entrenador lo había hecho pelear con peleles para defender el título y engordar la bolsa, cuando recibió el desafío de Clubber Lang, un morochón violento y hambriento hasta el canibalismo. El gran Mickey quiso evitar la pelea aunque hubiera que hacerse cargo del gallinismo que aquello implicaba, sabiendo el riesgo que una pelea con Lang traería a su pupilo avejentado y aburguesado, pero Balboa aceptó lógicamente el reto, ofendido por las acusaciones.

Rocky tenía el ego inflado por primera vez en su vida, con muchas falsas defensas encima y el cariño del pueblo, y entrenó, para ser cándidos, boludeando. Daba un espectáculo mediático en cada sesión, charlaba con el público... Mickey miraba todo aquello de reojo, malhumorado. Conocía el inevitable final. Lang entrenaba, mientras tanto, sólo en una fría cabaña, con el único objetivo de comerse crudo al Semental Italiano. Para Rocko, acostumbrado por esa guardia estúpidamente baja a recibir golpizas memorables, aquella fue la felpeada de su vida.

La historia de la revancha, de la recuperación del hambre en Rocky, del entrenamiento con el gran campeón Apollo Creed en las zonas más marginales del país, merece un mejor relato que el de esta paródica pluma. Rocky cayó en una profunda depresión, apabullado además por problemas personales, pero finalmente recuperó el famoso Ojo de Tigre que mereció un tema ochentoso de corte absolutamente épico cuando dejó todo de lado, las comodidades, también los problemas, para deslomarse entrenando como cuando joven. Solo así pudo vencer al agresivo Lang, y aquella experiencia fue la base que le permitió entrenar sólo, en una cabaña precaria a treinta grados bajo cero, cortando troncos, corriendo en la nieve y perseguido por el Kremlin, antes de la pelea contra Ivan Drago, que lo sacó del retiro para vengar a su rival y amigo Creed, asesinado en manos del ruso. Drago, cabe recordar, entrenó con la última tecnología a su disposición y, se sospecha, en aquellos tiempos de guerra fría y boicots olímpicos en los cuales el deporte era cuestión de estado, dopado hasta la médula. Aquellos músculos con venas a punto de estallar no podían ser el fruto de un entrenamiento natural: parecían más bien los de los muñecos con los que jugábamos de chicos. Rocky, solo contra todos, venció al robótico soldado soviético porque fortaleció el alma antes que el cuerpo.


LA FUERZA

La naturaleza es el único medio donde le hombre puede despertarse de su alienante contexto y volver a estar en contacto con sigo mismo. Y si a nivel individual sirve para sacudir modorras construidas en la opulencia, a nivel colectivo hermana en el esfuerzo, llama a la solidaridad. Hemos citado a Martí, y vale hacerlo de nuevo: subir lomas hermana hombres. La Selección necesita despertar de su modorra opulenta, necesita salir de sus concentraciones de twitter y shopping. Necesita ser llevada al límite, para intentar atravesarlo. Aunque duela cada músculo, aunque se queje la FIFA porque vuelven todos lesionados a sus clubes. El entrenamiento duro tiene un objetivo más profundo que el fortalecimiento de los músculos: el fortalecimiento del alma. 


Proxima entrega: La de Kira, donde amplireamos el concepto trascendentalista del hombre desafiando sus límites en la naturaleza recomendandole a Sabella los métodos de un entrenador borracho.

jueves, 22 de marzo de 2012

Un sueldo son cinco sueldos

Encontré en mi domingo de lecturas la columna publicada el domingo pasado por Gonzalo Bonadeo donde habla loas del maestro Bielsa en una especie de elegía de lo que se llama comúnmente “fuga de cerebros”. La nota pueden leerla en lugar de quedarse con mi síntesis, pero básicamente lo que dice Bonadeo es que en este país hace rato venimos echando, ideológicamente, a las personas aptas para formar deportistas e instituciones fuertes.

Y en un punto uno no puede dejar de estar de acuerdo. Se rinde ante la evidencia de DTs ninguneados, basureados por la óptica cerrada del periodismo miserable de capital, que se toman el buque y triunfan afuera hasta la idolatría. No se trata de técnicos de lo que llamamos esta o aquella escuela en particular, sino de cualquier técnico que tiene un poco de cabeza y busca escapar, primero, a ese modo dicotómico de vivir el fútbol, y luego, a la furia mediática que suscita este modo fundamentalista de pensar. Los periodistas levantan la bandera de los hinchas y defienden a los gritos y sin argumentos esto y aquello, y el fútbol se torna estúpida batalla demasiado grandilocuente para el premio de un torneíto local sin prestigio.

Pero no seamos ingenuos y no nos subamos a esta ola que está de moda hace varios años desde el sector bienpensante de la sociedad, de pensar que acá mal y allá bien. No reproduzcamos su modelo de civilización y barbarie, no nos creamos animales ni a ellos gentleman. No retrocedamos cincuenta años, para llorar la tragedia de la patria perdida cruzados de brazos. Postura cómoda si las hay, que se olvida de los grises del mundo.

Porque no seamos inocentes: lo que convierte al fútbol europeo en el mejor del mundo es la primacía económica no de los clubes, sino del continente. Es cierto que el futbol argentino no consigue salir de su necesidad de vender constantemente y de la histeria colectiva que se vive por la necesidad de salvarse o hundirse. El manejo estratégico desde las cúpulas de los clubes deja mucho que desear. Los equipos desarrollan proyectos a corto plazo olvidando del gran rédito que da a la larga el fútbol base, básicamente porque es otra dirigencia la que se lleva el mérito de los pibes que uno cría, básicamente porque se vive al día en nuestro fútbol, necesitando éxitos para que no echen a todos. Es cierto que se contratan diez tipos por torneo, que como no hay plata todo es a préstamo, que como todo es a préstamo no hay patrimonio y que como no hay patrimonio no hay plata, provocando la desesperada necesidad de vender rápido. La responsabilidad de los nuestros en el vaciamiento del  nuestro fútbol no se pone en cuestión.

Pero también es cierto que jamás podría el futbol argentino competir contra los euros. No está exento el futbol de las leyes del mercado y la economía y, sin leyes que protejan las canteras, la explotación colonialista disfrazada de libre comercio continuará vaciando nuestros clubes. En Europa tampoco se invierte en el fútbol base, salvo excepciones, y aún así se alcanzan grandes éxitos deportivos. Surgen unos pocos futbolistas de cada división inferior, que como compiten diariamente entre los mejores, han llevado a sus selecciones a jugar un mejor fútbol. El superprofesionalismo, además, ha abolido todo tipo de discusiones inútiles de esas que se desarrollan constantemente aquí, poniendo en jaque a cualquier proyecto. Esta jerarquización de su fútbol, acentuada en las últimas dos décadas, ha sido a costa de nuestra materia prima: cualquier coincidencia con el modelo económico imperante en el mundo, no es casualidad.

Imaginamos que todo se debe a los comportamientos corruptos y rapiñadores de nuestros directivos. Nos equivocamos al pensar que en el Viejo Continente las cosas no suceden: los países mas civilizados del mundo tienen corrupciones iguales o peores, estafas inmobiliarias que hicieron temblar al mundo, guerras programadas bajo excusas ideológicas para vender armas y explotar recursos ajenos, y en el fútbol, el lavado de dineros mafiosos o manchados de sangre que han llevado hasta a la creación de un club fantasma (el Locarno) para triangular los pases. La olla recién ha comenzado a destaparse en el mundo del futbol europeo, pero con la crisis del euro las desaforadas inversiones, los lavados de dinero, los proyectos que son todo menos deportivos, comienzan a ponerse bajo la lupa. El fútbol europeo está quebrado, en lo que ha dado en llamarse el estallido de la burbuja, los clubes deben cantidades estratosféricas comparadas a los números en rojo argentinos, y como la mayoría se encuentra en manos de capitales privados, no se sabe demasiado bien a quien responsabilizar.

Y cuando desidealizamos el aristocrático fútbol europeo, comprendemos que en verdad, las causas de la emigración, que no se lleva nada más a los mejores sino a todos los que puedan irse, se reducen a cuestiones económicas: allá se paga mejor y se vive mejor. La famosa diferencia económica es el causal del éxodo masivo, y no los proyectos a largo plazo: los millones en juego, y más hoy en plena crisis, han vuelto al fútbol en Europa un deporte tan exitista y exigente como el decadente fútbol nuestro, aunque acá se discuta exacerbadamente por un premio pobre como el torneo y allá la lucha sea por muchos euros. En el superprofesionalismo, así como no hay lugar para los chicos de inferiores, opacados por las constantes contrataciones que venden más camisetas y entradas que los pibes, tampoco hay lugar para las excusas, y todo suele basarse puramente en los resultados. Pero una campaña, buena o mala, en Europa, implica una buena calidad de vida garantizada por un buen tiempo.

Los argentinos somos muchas cosas y hacemos muchos males. Ante todo, creo que estereotípicamente nos comportamos de modo ignorante, enarbolando con soberbia discursos fundamentalistas, demasiado básicos para servir al desglose de la realidad. En el futbol, se sabe, seguimos sosteniendo una dicotomía caduca en el centro del análisis, y nos negamos a analizar el juego desde otras perspectivas. Quizas por ello, como menciona Bonadeo, nuestras mentes más abiertas dejan estas tierras extremistas en busca de verdades más complejas. Pero también, no podemos negarlo, lo hacen sencillamente porque un euro son cinco pesos, un sueldo son cinco sueldos y toda la cadena de consecuencias sociales que esto trae aparejado.

PD: dejamos para alimentar la discusión una nota colgada recientemente aquí, de Walter Vargas, que en un nuevo lúcido análisis y en mucho menor espacio exponía cómo el nivel de nuestro fútbol depende directamente del éxodo constante de deportistas en busca de la famosa “diferencia económica”.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Bielsa, nuestro fútbol y el amor

Bielsa, nuestro fútbol y el amorPor Tomás Abraham para Perfil 

1. El desprecio
Cuando Vélez salió campeón y la hinchada fortinera gritaba por el equipo del Loco Bielsa y su ballet, ni miró a la tribuna. Su indiferencia era casi provocativa. Pensé que quizás le llevó un tiempo plasmar sus ideas y lograr el apoyo popular, más aún si se consideraba que la sombra de Bianchi no era fácil de disipar. Supuse como hincha bien intencionado que se trataba de un hombre poco afecto a la fama y un ser solitario que dejaba los laureles una vez conseguidos.

Pero un saludo con la mirada y una mano que se levanta no era un gesto desmedido aquel día de campeonato para compartirlo con el mundo velezano.

Cuando la selección fue eliminada en la primera ronda en el mundial de Japón y la tristeza sin bronca nos dominaba a los futboleros, se refugió en su campo sin saludar ni consolar a los millones de aficionados que lo acompañaron durante años. Pensé que era Napoleón en la isla de Elba luego de Waterloo. La grandeza del solitario a pesar de la derrota.

Cuando un grupo de amantes de la selección argentina fue a Ezeiza para recibir y alentar a una selección humillada, cuando el resto del país aceptó la descalificación con dignidad y sin resentimiento, se hablaba del dolor del técnico por la ingratitud de los hinchas. ¿Cuál ingratitud?

Algún suceso aislado en el que un periodista se quisiera tomar una revancha por una cuenta pendiente o que se le hicieran reproches a Verón por una supuesta falta de entrega, no tuvieron peso en comparación con el mayoritario dolor padecido en silencio y el deseo de que Bielsa siguiera al frente del seleccionado nacional.

Cuando se lo volvió a convocar para dirigir la selección en las eliminatorias de 2006 para alegría de la afición, nos cayó un nuevo balde de agua helada luego del campeonato olímpico y del vicecampeonato sudamericano, al anunciar sorpresivamente que dejaba el cargo en medio de la competencia con un pretexto de cansancio y un rumor, que no explicitó, de enfrentamiento con el establishment de la AFA. Entonces nos preguntábamos si eso de quedar atónitos poco tiempo atrás no señalaba al repetirse el desplante una vez más, algún pecado original del que nunca nos redimiríamos.

Nuestra deuda con el loco Bielsa debía ser infinita para que él fuera acreedor de una cuenta tan abultada. Aún no sabemos de cuánto y por qué.

Su personalidad atractiva por presentarse como incorruptible, su fobia a los medios y a las apariciones públicas que pueden despertar la simpatía de aquellos que no gustan del circo futbolero, su resistencia a las tentaciones de la idolatría, y, claro, su fútbol ofensivo, se sumaban a favor de su encanto de hombre poseído por su propia mente, loco por el fútbol, huraño, seguro de su verdad, huidizo, y, como beneficio de inventario, progresista.

Hombre de mérito, sin duda, ¿pero por qué no nos saludaba? Ni a los velezanos, ni a los argentinos futboleros nos dirigía el menor atisbo de cordialidad. Una vez dijo “masa” al referirse a los hinchas de la popular de Newell’s que ahora le regaló el estadio. Si lo hubiera dicho Sebreli, se entiende el concepto, bastante menos en quien vive de y para los que pagan populares, plateas, cuotas, cable y la involuntaria contribución a Fútbol para Todos, que le permite a su trabajo y al del todo el gremio la posibilidad de concretarse. Sin masa no hay Bielsa. No alcanzan los sponsors que sin masa tampoco sobreviven.

Es posible que nos ame con locura y que no pueda establecer contacto directo con nosotros sin pasar por la mediación de una dirigencia corrupta y de periodistas mal intencionados. Sería una historia trágica, un amor imposible por culpa del poder.

Sin embargo, si esto es verdad, si no hay salida para que se produzca el gran abrazo entre pueblo y Bielsa, al menos es necesario reconocerle todo lo que hace en defensa de su propia salud mental y física. Dejarse seducir por la idolatría nacional, convertirse en un tótem adorado por periodistas y fanáticos, fascinarse con el mundo del halago por ser el mejor, el campeón de todos y todas, ser la gloria de la argentinidad, el Gran Ídolo Argentino, tener impunidad garantizada para cualquier cosa que se haga, ser el mimado del poder, es una trampa mortal. Lástima que no lo supieran Monzón y Maradona, y lo sabe Messi.

Tenemos una versión de la pasión que si no es romántica por el aprecio a la muerte del artista, cristiana por el sufrimiento del Salvador en la cruz, pagana por comerse al gran padre, es en todos casos letal. Maradona resiste porque es una roca. La Pulga se educó en Barcelona, donde la popularidad parece no ser tan caníbal quizás gracias a la tauromaquia en donde se desagotan las energías sobrantes.

Entorno catalán y familia rosarina lo formaron lejos del mundo del fútbol nacional y lo protegieron de la demanda infinita de ser el más grande para siempre, aunque mejor que se cuide porque si no nos saca campeones del mundo corre el riesgo de ser devorado.

Para sobrevivir en el fútbol local hay que conocer el código. Bielsa no transige. No le gusta nuestro medio. Una vez acusó a representantes del periodismo deportivo local de perversos, no exagera, es lo que menos se puede decir de ellos. Se sentía feliz en Chile, no conocemos los detalles de esa felicidad trasandina. Dice que allí conoció el afecto, sintió que lo querían. ¿Nosotros no? ¿No lo quisimos? ¿No lo queremos? Dicen que allí hay más respeto, la envidia no es tan pertinaz, las pretensiones son menores, las derrotas se soportan, la diferencia de clases no se discute cada día ni las jerarquías tampoco, y todo eso hace la vida más tranquila para un hombre sensible.

Pero de todos modos el amor en el fútbol se mide con goles y cuando no los hay, o los hay en contra, ese sentimiento no deja de ser frágil, olvidadizo y recriminatorio. En Chile, en la Argentina, y en el planeta Tierra.

Con nosotros ganó y perdió y lo seguimos queriendo. El Mundial fue una experiencia traumática y lo seguimos queriendo. Todas las veces que se fue sin saludar, lo perdonamos y lo seguimos queriendo. Los chilenos que estaban por el piso con su fútbol derrotado y sin esperanza, disfrutaron del sabor de la victoria y sobre la cresta de la ola lo quieren. ¿Cuál de los dos amores es el más meritorio?

2. El encanto
Le gusta el fútbol de ataque. ¿A quién no? A pesar de que en la liga española haya empatado diez partidos de veinticuatro y se ubique a treinta puntos del primero, ha logrado formar un equipo respetable. El partido del otro día frente al Manchester en el Old Strattford fue vibrante. Un gran fútbol. Emocionante. Le dio al equipo confianza y sus jugadores van para adelante con ímpetu. Por lo general los equipos de Bielsa son dinámicos e intensos, aquí se le agrega “verticales”.
La selección argentina que dirigió durante las eliminatorias de 2002 era potente. Zanetti, Verón, Simeone, Sorín, Samuel, Ayala, Batistuta, Killy, Piojo, Burrito, ojalá hoy tuviéramos al lado de la Pulga a esos gladiadores. No olvidemos que los heredó de Passarella. Lo sabía, lo reconocía, y hasta, creo, lo agradecía.

La dupla Pekerman/Bielsa era y es la mejor combinación para una dirección técnica del fútbol nacional. Las características personales que ofrecían en los medios no son las acostumbradas en la escena local. Uno miraba para el piso mientras susurraba. El otro hacía lo mismo. Los diferenciaba la mirada, humilde en Pekerman, en el otro, penetrante.

Ninguno de los dos es profeta, ni manipulan la simpatía para mostrase como el mejor amigo del hincha, no se escudan detrás de los ídolos ni del poder que los contrata, ni pregonan doctrinas moralizantes.

El otro día en el programa Estudio Fútbol de TyC Sports se armó una interesante discusión en la mesa de periodistas. El actor Horacio Pagani, que interpreta al periodista Horacio Pagani –realización de Chiche Gelblung que convirtió con notable éxito su menottismo populista y puritano en comicidad radial–, confesaba que el fútbol de Marcelo Bielsa a pesar de su europeísmo le parecía que tenía virtudes que antes desconocía. Alejandro Fabbri, que es bielsista, quería saber por qué a pesar de reconocerle méritos con retraso no admiraba a un técnico tan extraordinario como el rosarino. La respuesta fue la que Pagani dio siempre: Bielsa no respeta la identidad del fútbol criollo, el nuestro, el que pregona el otro rosarino llamado César, un arte maravilloso como impensado que casi fue asesinado por Bilardo, pero que es eterno mientras haya una pelota, un pibe y un potrero. Sin llegar al extremo del denostado Narigón, Bielsa, según Pagani, se ha sometido a un estilo de fútbol ajeno a nuestra idiosincrasia.

Apabullante dilema se desplegó en el estudio ya que este asunto de la identidad atrapa a muchos, al menos a Fabbri y Pagani por igual, los dos reivindican el ideario de lo nuestro popular, los dos son progresistas sino peronistas o algo parecido, pero por un asunto de pelotas, se encontraron en la vereda de enfrente.

En la mesa de periodistas se preguntaban frente al incontinente Pagani que llegó a invocar a Dios como testigo de su meditación ensimismada: ¿cómo puede ser que un técnico ético y progresista traicione la identidad nacional? Si hasta la fecha el relato futbolero está encerrado en la bipolaridad: ¿qué es mejor: ganar o jugar bien?, dicho en otros términos: ¿qué es más importante, el resultado o la belleza del juego? El fútbol de Marcelo Bielsa, hay que reconocerlo, parece situar la polémica en otro terreno contiguo al anterior, el de la identidad.

Pagani, que es tanguero, porteño, futbolero y ahora místico, debe tener una opinión autorizada sobre estas cuestiones de identidad. Decía en el programa que todo el mundo reconoce el fútbol brasileño, el italiano, el alemán, el inglés, no veía por qué, entonces, el fútbol argentino no debía ser reconocible. No dio el ejemplo del fútbol español porque es la excepción que confirmaría la regla. Dejaron de ser españoles con su fútbol de furia en el que todos corren y nadie juega, para gozar con el toque infinito con movilidad grupal del Barça y de la selección. A veces hay identidades que es mejor olvidar y novedades que se pueden celebrar.

Además, este dilema que separa a los argentinos y no los deja dormir aunque los mate a bostezos, el de qué es mejor si jugar bien o ganar, en el estado actual del deporte nacional se ha convertido en una nueva opción: ¿qué es peor: jugar feo o perder?

Dejo a los futboleros la discusión sobre este nuevo tema. Despertará las pasiones más extremas. Perder se pierde siempre, pero al menos no jugar tan feo por Dios, dirán unos. Jugar horrible, siempre se juega horrible, pero si al menos no se perdiera siempre por Dios, sostendrán otros.

La afición y el periodismo se arrancarán los pelos por uno u otro miembro del binomio en esta nueva fase del fútbol argentino. Aprovecharán los vientos maniqueos que cavan trincheras en otros ámbitos de la cultura nacional.

Grande Bielsa, gran técnico de fútbol, es parte de una lista de prestigio con Peucelle, Pedernera, Giúdice, Spinetto, Cesarini, Labruna, Lorenzo, Zubeldía, Menotti, Griguol, Duchini, Griffa, Bilardo, Bianchi, Pekerman, y tantos otros.

Poco tiene que ver el personaje de hoy a cargo de la dirección técnica de un club con lo que otrora se llama “entrenador”, un señor con buzo con una E cosida en la indumentaria. Hoy estos señores deben someterse a figurar todos los días en los medios, explicar derrotas, compartir victorias, responder críticas, aclarar rumores, soportar presiones en medio de intereses opuestos, estar al borde del despido como de la renovación del contrato en una misma semana.

El fútbol argentino apenas sobrevive y los clubes populares luchan por permanecer en la categoría. La financiación depende del Estado. Vive bajo un entramado mafioso en que jugadores y dirigentes están amenazados. Todos se someten a un paraguas político.

Harán reformas faraónicas para ocultar una realidad llana pero inexorable: el vaciamiento de jugadores, de dinero y de público.

No es de extrañar que quien pueda, y no sólo jugadores, emigre, por los sueldos y también por la paz de su alma y de su hogar. Bielsa sostiene que sin juzgar si está bien o está mal, hay cosas con las que no puede convivir. El estado actual del fútbol argentino quizás sea una de ellas.

Lo hemos visto agradecer el apoyo a la afición vasca, retribuir su amor al pueblo chileno, compartir con cierta incomodidad la fiesta por el monumento que le ofrendó ‘la lepra’, algún día también nos tocará a nosotros merecer una palmada en el hombro, y, quien sabe, hasta una sonrisa, o quizás no.

viernes, 16 de marzo de 2012

Raro lo del Rayo

Para Solos Contra Todos

La eliminación en la Copa Argentina levantó una polvareda entre el periodismo verdaderamente crítico y agudo, apoyados sus argumentos por las declaraciones de Desábato primero y Verón después. Y no hubo necesidad de dar nombres para confirmar hacia quien iban dirigidos los dardos: la lista de concentrados que entregó Azconzábal para el crucial encuentro con Tigre marginó a Coria y José Luis Fernández, que tuvieron la chance de mostrarse desde el arranque el martes y a todas luces la desperdiciaron.
En cambio, en la nómina aparece firme el nombre del tercer Fernández, Mauro. El Rayo ha sido convocado consistentemente para todos los matches de 2012, incluso ha sido titular, y si bien le han dado pocos minutos ha mostrado, a veces más y a veces menos, su picante velocidad. Muchacho de perfil humilde, nunca se quejó, ni cuando tras ser figura fue relegado al banco por nombres fuertes. Es joven, viene del Argentino A y sabe que tiene mucho por aprender. Con absoluta coherencia, entonces, el reto-borrón (¿definitivo?) de Azonzábal no recayó en el laburador pibe, a pesar de haber marrado el penal que hubiese depositado a Estudiantes en la siguiente fase y borrado todo lo escrito en el pospartido. Importante espaldarazo para el pibe, que poca culpa tuvo en que el Estudiantes de los nombres rutilantes no pudiera con un Merlo suplente.
Con todo esto dicho, no se comprende la decisión de marginarlo al banco frente a Merlo. Fernández ha jugado de volante por derecha, de mediapunta y de extremo, y sin embargo jugaron en esos puestos jugadores que suelen no ser convocados: Auzqui, José Luis Fernández y Coria fueron de la partida y el Rayo, otra vez, fue al banco, pasando de ser suplente a ser suplente de suplentes. Una decisión que no se puede explicar si no se piensa en el peso de los nombres.
Porque los nombres pesan. Estudiantes, lo hemos dicho, tenía cierta intención de competir por la Copa Argentina. Pero con su largo plantel, legado de una dirigencia inescrupulosa que vació las arcas para vender humo y dejó el muerto en la sede, con los apellidos reconocidos que entrenan todos los días en el Country, Azconzábal no puede hacer otra cosa que meter a los jugadores por los que el club hizo una fuerte inversión y debe apostar a sacarse de encima con el menor costo final posible. La designación de Albil, en lugar de Villar, el único arquero que tiene contrato más allá de junio, fue suficiente afrenta a las trayectorias: si dejaba afuera, además, a Coria y al Fernández académico para poner al piberío 100%, la derrota hubiese conllevado una más fuerte polémica aún: la de haber quedado afuera de un torneo sin utilizar los jugadores de clase europea a los que tan bien se les paga. Comprendiendo esta especie de última oportunidad y de llamado al compromiso que significó el encuentro ante Merlo para los jugadores mencionados, algunos hubiesemos preferido sin embargo el riesgo de poner al futuro en cancha, apostar del todo a los pibes, sobre todo con el diario del miércoles y la derrota consumada.
El debate deportivo se mezcla con cuestiones institucionales y las presiones lógicas de un DT novato que tiene que manejar un plantel demasiado extenso y demasiado pesado: ya en el velorio tras la eliminación aparecieron Coria y Villar para esbozar un reclamo al no jugar, síntomas claros del peligro de tener un plantel demasiado largo y compuesto por celebridades. Pero aún así, y en detrimento de quien fuera, no había motivo para que el Rayo Fernández ocupara el banco: un pibe que ha dado muestras constantes de querer meterse en el equipo, de comprometerse con la causa, recibió un importante ninguneo en favor de apellidos que significarán mucho para los diarios capitalinos, pero nada son para el hincha pincharrata. ¿Coria? ¿José Luis Fernández? ¿Qué han mostrado, con sus credenciales? Muchísimo menos actitud que el pibe que vino desde Guillermo Brown de Puerto Madryn sin que nadie supiera quien es. Pero, además, muchísimo menos fútbol.

jueves, 15 de marzo de 2012

Prá frente Brasil

Por Ezequiel Fernández Moores para canchallena.com


Coca-Cola, patrocinadora de la selección que se encaminaba a ganar el Mundial 94, no soportaba que Romario, figura del equipo, celebrara sus goles haciendo la "V" de la victoria, en complicidad con Brahma, sponsor personal del crack. Ricardo Teixeira, presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF), ordenó disciplina. Al día siguiente, el crack recibió a TV Globo. "¿Cómo está Romario?", preguntó el cronista. Y Romario respondió: "Muy bien, aquí en la casa de Brahma, comiendo un churrasco de Brahma y tomando Pepsi-Cola, porque a mí no me gusta la Coca-Cola". Romario, que ya hacía goles de "dibujitos animados" en Barcelona, fue campeón, goleador y figura en ese Mundial de Estados Unidos. En la Copa América de Bolivia 97, líder con 31 años, invitó a Ronaldo, diez años menor, a que escapara con él de la concentración. La versión, atenuada luego por Romario, incluyó escalera para trepar el muro, taxi al otro lado y soborno a los guardias. Fue la primera Copa América que Brasil ganó fuera de su país. La dupla Ro-Ro apuntaba como la gran atracción para el Mundial del año siguiente. Pero Romario, lesionado, fue excluido a último momento de la Copa de Francia 98. Y Ronaldo, convulsionado horas antes de la final, fue un fantasma en la derrota 3-0 contra Francia. Ahora que por fin cayó Teixeira, la dupla Ro-Ro, ya fuera de las canchas, podría conducir a Brasil a ser un buen anfitrión del Mundial 2014. Pero, otra vez, parece que no podrán jugar juntos.

"Francesco Schettino." Así le dicen ahora en la CBF a Teixeira, el hombre que se escapó sin avisar, como el capitán del Costa Concordia. El Jornal Nacional de la TV Globo, que lo protegió largos años, se preocupó el lunes por aclarar que las denuncias contra Teixeira nunca fueron probadas judicialmente. Y recordó su importancia en las conquistas de los Mundiales 94 y 2002, colocándolo casi a la par de Romario y Ronaldo, héroes de cada una de esas copas. El Mundial 2014, que proyectaba como plataforma para asumir la presidencia de la FIFA en 2015, terminó precipitando su caída. "Es el fin de un cáncer para el fútbol brasileño", dice Romario, ahora que es diputado federal por el Partido Socialista (PSB). Feliz porque contribuyó al derrumbe, Romario pide "una limpieza general" en la CBF. Ronaldo no opina igual. Ronaldo es ahora la cara principal del Comité Organizador del Mundial 2014 (COL). Al nuevo presidente, José María Marín, hombre de Teixeira, no lo conocen en la FIFA. En su discurso de asunción del lunes pasado, Marín, de 79 años, confundió a Ronaldo con Romario. Los dos jugaron en el PSV holandés y en Barcelona, ganaron con Brasil Mundial y título de mejor jugador, y se dieron apoyos mutuos en diversos momentos. Pero no jugaban igual. Ronaldo era más potente, Romario más artístico. Ronaldo cerró su carrera "traicionando" a Flamengo por un contrato más lucrativo con Corinthians. Romario en el modesto América carioca, para cumplir un deseo de Edevair, su padre. Tampoco juegan ahora del mismo modo. Romario se autotitula "portavoz del pueblo", fiscal ante la FIFA y también ante el gobierno de Dilma Rousseff. Ronaldo, ahora un empresario del fútbol, prefiere conciliar. "Romario -me dice Andrew Jennings desde Inglaterra- debería estar en el lugar de Ronaldo en el COL. Ojalá más jugadores de clase mundial se unan a su lucha contra la FIFA." Las investigaciones de Jennings fueron decisivas para la caída de "Tricky Ricky" (El tramposo Ricardito), como llama a Teixeira. "Él es sólo el comienzo, toda su banda debería ser echada. Cada contrato que él firmó debería ser auditado", añade Jennings. Pero el cronograma de Brasil 2014, avisa la FIFA, no admite más demoras. En la reunión pedida el viernes por la presidenta Rousseff, Blatter, obligado a cuidar su negocio, apurará diciendo "Prá frente Brasil". Así se llamó el film de 1982 que denunció a la dictadura que usó el triunfo de la seleção en el Mundial de México 70. Bien lo sabe Marín, sucesor de Teixeira, y que en los 70 fue diputado de Arena, el partido político creado por los militares.

La democracia obliga a otras reglas. El 8 de noviembre pasado, Jerome Valcke, secretario general de la FIFA, se presentó ante el Congreso de Brasil junto con Teixeira. "A diferencia suya -inició Romario su ataque a Valcke-, yo fui votado y legitimado para estar sentado aquí. Y voy a luchar hasta donde pueda para que la FIFA no monte un Estado dentro de este Estado." Romario inició leyendo una carta en la que el propio Blatter trataba de "extorsionador" a Valcke. El diputado Renan Filho le dijo que su tiempo se había agotado. Pero Romario apuntó a Teixeira y le preguntó por qué no previó que el Mundial será pagado por el pueblo brasileño y no con la "iniciativa privada", como él había asegurado. "¿Renunciará a sus cargos si su nombre aparece entre los que recibieron sobornos de ISL?", interrogó luego a Teixeira. Y, mirando otra vez a Valcke, le preguntó: "¿Qué le parece que su interlocutor ante el gobierno brasileño sea alguien con tantas sospechas como Ricardo Teixeira?".

Otro Teixeira, el político Marco Antonio, convenció a Romario para que entrara en política. Logró 146.859 votos. Fue el sexto diputado federal más votado en las elecciones de 2010. En su primer año tuvo asistencia casi perfecta, mejor que cuando debía entrenarse. Presentó 48 proyectos y, después de reunirse con cuanto sector hizo falta, logró que se aprobaran por unanimidad dos enmiendas de ley. Romario, nacido en la favela de Jacarezinho, lloró emocionado cuando el senador Alvaro Dias lo felicitó en su discurso en la Cámara por ese trabajo. Las enmiendas favorecían a personas con discapacidades. Futbolista arrogante ("soy el rey de Río", se proclamó en 1995 tras un triunfo de Flamengo sobre Botafogo) e indisciplinado ("míreme a los ojos", le exigía el DT Luis Aragonés cuando llegaba en mal estado a los entrenamientos en Valencia), Romario, que se jactó de tener sexo antes de un partido en los vestuarios del Maracaná y que llegó a estar preso una noche por una demanda de alimentación, cambió desde el nacimiento en 2005 de la pequeña Ivy, su sexta hija, que tiene síndrome de Down.

"O Baixinho", eso sí, conserva su ego. El mismo ego que le permitió asegurar que en su carrera hasta los 42 años llegó al gol número mil. "Contó hasta los de futevolei", se burló Pelé. Irónico, Romario respondió que "Pelé, callado, es un poeta". El ego que le hizo dibujar en las puertas de los baños de su viejo bar de Río a Mario Lobo Zagallo sentado sobre un inodoro y a Zico esperándolo con el papel higiénico, ambos responsables de su exclusión del Mundial 98. El mismo ego que, según un informe publicado hace unos meses por la revista Piauí , hace que el autobús del equipo de fútbol de parlamentarios que juega con fines benéficos en diversos estados de Brasil se desvíe para buscarlo sólo a él. "¿Se imagina un estadio con miles de personas aplaudiendo a los políticos?", preguntó riéndose tras hacer dos goles y salir ovacionado de la cancha.

Andrés Sánchez, nuevo hombre fuerte en la CBF, había afirmado en pleno Carnaval, y con la esposa del ex presidente Lula a su lado, que Teixeira sólo dejaría el cargo "el día que el sargento García atrape al Zorro". Pero Teixeira, según me cuentan, se fue traicionado por los que antes lo apoyaban. Y Rousseff, durísima ante cualquier atisbo de corrupción en su propio gobierno, podría haber acordado con la FIFA una salida no traumática de "Tricky Ricky", a quien no toleraba. João Havelange debió irse por la puerta trasera del Comité Olímpico Internacional y Teixeira de la CBF. Un golpe para el deporte brasileño, especialmente ante la inminencia del Mundial y de los Juegos de Río 2016. Es el turno de la dupla Ro-Ro. Cuentan que Ronaldo ya se comunicó por teléfono con Romario. "Por respeto y cariño, por la historia del fútbol -había dicho Romario en diciembre- Ronaldo tendrá ahora un diputado federal para defenderlo. Principalmente -advirtió- si no hace cagadas."

La deja escapar

Para Solos Contra Todos

Capogrosso feliz tras su improbable acierto. Martes 13: como
escribiera Leandro Timossi, "superstición inimputable"

Una verdadera lástima. Estudiantes dejó escapar una buena chance por falta de firmeza en el rumbo. Había dado señales de ser el único equipo de Primera con intenciones de jugar la Copa Argentina para ganarla. Pero en los papeles, paró por segunda vez un equipo lleno de gente que nunca juega, sin terminar de apostar por relegar a los refuerzos de la era Russo y jugársela por los pibes. Aquella primera vez que puso el B, le costó muchísimo superar al modesto Unión de Villa Krause. Lógico, unos juegan motivados por el rival enorme y los otros sobrando la situación y hartos de no ser convocados; además, entrar sin partidos encima a jugar 90 minutos suele terminar con jugadores acalambrados y faltos de soltura. Algo de eso se vio anoche en Quilmes: jugadores en mal nivel, algunos incluso desganados, con un deseo a flor de piel de que llegue al fin junio para dejar de vestir la albirroja.

Los que no juegan nunca desperdiciaron un tiempo y medio, despertaron un poco al final del partido y después sucumbieron en una lotería que ni vale la pena analizar, más allá del tirito del Rayo, en quien se hizo carne un Estudiantes sin convicción para ganar, y el increíble acierto del arquero rival al contenerle el disparo a Desábato ¡al medio del arco! Las estadísticas indican que apenas el 1,1% de los arqueros permanece en el centro del arco, según el recomendable estudio “Professionals play minimax”, de Ignacio Palacios-Huerta. Bueno, el acierto de Capogrosso demolió las estadísticas.
Así Estudiantes quedó afuera de un torneo que con ganar apenas seis partidos (tres de ellos, Unión VK, Merlo suplente y Sarmiento, de categorías inferiores) hubiese agregado a sus vitrinas. Exageró el Vasco en mixturar el equipo tan rápido en el año. La Copa Argentina ofrece una agenda lo suficientemente laxa como para que un equipo sin competencia internacional la juegue con todos sus titulares: se juega, cada tanto, un partido que te deposita en otra ronda. Nada de grupos, de idas y vueltas. La cuestión es sencilla, el ritmo tan relajado que casi se olvida uno de cómo accedió a la instancia que le toca jugar. Pero a pesar de que disputar la copa no significa el desgaste que implica jugar un torneo internacional, con sus continuos partidos entresemana y su exigencia, con el cansancio y las lesiones que se apilan, el Vasco prefirió armar un equipo B y darle rodaje a algunos jugadores que no tienen fútbol: sin dudas influenció mucho en su decisión el largo plantel y la necesidad de que jueguen todos... pero son varios los que ayer dejaron dudas acerca de merecer esa oportunidad. No lo digo sólo yo: lo remarcó el Chavo Desábato en camarines, con su habitual fuerte autocrítica que apunta a abandonar el discurso complaciente y aguzar los sentidos de cara al durísimo y crucial partido con Tigre y al resto de las finales que tiene Estudiantes ahora que ya no tiene copa.
El tema es que el partido se pensó más como un desgaste y como un trámite engorroso que como la oportunidad para aceitar a los habituales titulares y su funcionamiento, temiendo demasiado el cansancio cuando había 4 días de descanso entre partidos, y cuando hace poco menos de dos años estos mismos tipos jugaban 8 partidos de exigencia máxima en un mes sin problemas. Se despilfarró así la oportunidad de acceder a octavos de final de un torneo que retribuye muy bien a sus ganadores y que encima otorga una plaza para la Sudamericana, justo cuando las chances de acceder a esa copa por las vías habituales parece clausurarse ante un Tigre sumador. Y despilfarró esta chance ante un equipo que puso también un alternativo, concentrado en el partido con River. Merlo supo que quería hacer, Estudiantes quiso ganar sólo con la jerarquía. No estuvo tan lejos de lograrlo, pero al final la resistencia del Charro venció a un equipo que nunca estuvo convencido de nada: ni de sí mismo, ni de su plan de juego, ni de sus titulares, ni de efectivamente jugar la copa para ganarla.
Es amargo el trago, pero sin histerias. Queda ese sabor feo en la boca, como tras aquellas tempraneras por Sudamericana: la sensación de que se trata de un torneo al alcance de las posibilidades del equipo, y que se escapa porque sí, sin épica batalla, por falta de convicción. Estudiantes se queda demasiado pronto sin la chance de consagrarse en la Copa Argentina y sumar al palmarés y a las arcas. También, en definitiva, se queda sin la oportunidad única que da este federal torneo que se juega en lejanos escenarios neutros y que tendría final en San Juan: vender la marca del club a nivel nacional, adoctrinar de mística a los sanjuaninos que fueran testigos de una nueva gesta con la marca copera pincharrata y así continuar engrandeciendo al club.

martes, 13 de marzo de 2012

Un año de militancia


Recien empezamos. Todavia no sabemos bien que somos, pero sobre todo renegamos de las formas definitivas: como sitio hemos ido mutando segun nos pareció mejor, porque sobre todo nos interesa innovar, ser diferentes. El periodismo partidario, no solo el pincharrata, excepto en casos contados, sufre de liviandad, amiguismo y, a menudo, de una formalidad extenuante. Nuestro primer objetivo fue salir de esa casilla de periodismo partidario: nos reconocemos absolutamente amateurs, en tanto amamos lo que hacemos, y somos, antes que periodistas, militantes.

Llevamos ya un año de militancia. En ese año se han sumado muchas voces a las nuestras, y hemos comenzado a encontrar en el seno de nuestra redacción las polémicas que buscábamos. Porque la militancia no se trata de gritar verdades de perogrullo sino de discutir y poner en cuestión las verdades establecidas. Nuestra militancia no quiere ser fanática, no quiere ser fundamentalista: por el contrario intenta ser crítica, y por eso, para evitar la bajada de línea de una única voz de opinión, precisa ser polifuncional. Solos Contra Todos es una comunidad abierta, y el próximo paso, necesario para un sitio que pretende ser crítico y abierto, será la apertura de un espacio de discusión para nuestros seguidores, donde esperemos se alimenten las discusiones que venimos llevando a cabo en el sitio.

Estamos creciendo y nuestra intención es seguir creciendo en esta línea bastante particular que caminamos, que intenta informar, pero sobre todo quiere difundir y discutir para mejorar el club. Creemos que esa idea democrática, casi griega, se halla en el centro de los valores pincharratas. No por nada, el hincha de Estudiantes es uno de los pocos hinchas que no se devora las mentiras mediáticas sobre el fútbol y en la búsqueda de modos alternativos de análisis, se ha convertido en uno de los hinchas más conocedores del juego.

Solos Contra Todos cumple un año. Pretendemos que esto sea recién un comienzo. Pretendemos instalarnos en el centro de la vida virtual del club, convertirnos con el tiempo en el foco de las discusiones institucionales y deportivas. Soñamos con ser un Agora Pincharrata.

domingo, 11 de marzo de 2012

Escuchar para saber: el estadio, rodeado de mitos




El rumbo deportivo comienza lentamente a estabilizarse y tomar cierto color de cara al futuro, con la aparición de varios pibes y el compromiso dirigencial de intentar el saneamiento de las inferiores. De la mano de este rumbo tomado, y de cierta política de austeridad anunciada pero cumplida a medias (no se recortó el plantel y vinieron Andújar y Pérez, cuya craquez justifica la inversión), podemos los hinchas respirar algo más tranquilos respecto a la realidad económica del club. De los puntos fuertes que se disputaron en las recientes elecciones, queda pendiente sin embargo quizás el más importante para la generación anterior a Verón, que recuerda con mucho amor y nostalgia las caminatas hasta la canchita de calle 1, los mediodías de restorán, las tardes de tablón. Cuando los candidatos a presidente anunciaron sus propuestas, el tono del principal opositor y de un sector de la oposición que no se presentó era apocalíptico. Desbordaban críticas a la vez contra la comisión saliente, por la dejadez con que trataron el tema estadio, amparados en éxitos deportivos, y contra el actual presidente, denunciando que su proyecto faraónico era impracticable en el panorama económico crítico que atraviesa el club. Las denuncias, por supuesto, eran exageradas, y si bien fogonearon a un amplio sector del pincharraterío, no consiguieron seducir a más del 20% con sus antipropuestas. Su campaña negativa se vio absolutamente opacada por las propuestas concretas de Lombardi, que sedujeron a un electorado con ganas de crecimiento sin humo.
Pero las propuestas de Quique, que ya eran difíciles de llevar a la práctica, encontraron dificultades inesperadas: a una deuda mucho mayor a la esperada se le sumó un nuevo retroceso en el frente judicial, que parecía allanado. Con histeria, los hinchas, nuevamente influenciados en parte por la oposición, salieron a denunciar en los medios la situación: que promesas incumplidas, que mentiras, que improvisación, etc. La eterna posposición de la asamblea sólo agregó leña al fuego.

Difícil resulta separar de esas críticas de voz ronca alguna verdad. Lo concreto es que Lombardi asumió con diversos planes para la construcción del estadio, que el llamaba "ingeniería económica" para construir la cancha sin endeudar al club, pero rápidamente eliminó la idea de pedir un préstamo, algo que endeudaría al club de modo irreversible, y la opción de la participación de un grupo inversor, fuertemente repudiada antes de las elecciones por su significado privatizador y que, en efecto, dejaba a Estudiantes con el 49% de las acciones del estadio. Ya Verón y Lombardi habían hablado de la idea de dejar ir parte del patrimonio: utilizar la sede para construir un hotel y mudar las actividades deportivas al Country, donde se vienen emplazando obras de importancia, fue el proyecto primigenio. Pero chusmeando, Lombardi encontró seis hectáreas sin uso y que, para colmo, son explotadas por quienes están a cargo de un grupo privado. Las famosas seis hectáreas del golf se encuentran sin uso, y el golf mismo se halla licitado, es decir que en verdad, más allá del patrimonio que implican las tierras, el club no saca ningún rédito de los terrenos lindantes al Country. Tasadas en siete millones de dólares, constituirían el puntapié inicial en la constitución de un fideicomiso, idea que, en rigor de verdad, siempre fue defendida por los militantes de calle 1.

Es válido que el hincha quiera defender los terrenos históricos y se reniegue a desprenderse de un patrimonio tan importante. Pero también es importante escuchar y analizar profundamente. Hacer un estadio de 25 millones de dólares (para empezar) sin realizar sacrificios, sean deportivos, patrimoniales o incluso aceptando jugar en el arenero de 25, resulta impracticable en el corto plazo. No hay ingeniería que venza la sencilla realidad de que el dinero no crece en los árboles.

Lo importante es que se discuta sin histeria ni banderas políticas, en el ámbito en el que se suele participar poco y votar apurados para ir a almorzar: la asamblea es el escenario donde se dirimirá la cuestión, y resulta primordial que mucha más gente que la habitual acuda. Y que opine y vote no como ha sucedido por la propuesta más espectacular o por el candidato más seductor, no influenciados por la histeria radial o por el deseo de ver la cancha hecha, sino que opine y vote informado. Las discusiones hoy son a los gritos, nadie escucha. Hay que escuchar, sopesar, no dejarse engañar.

miércoles, 7 de marzo de 2012

La de Gamo (una idea trasnochada)

Para Pe


Todo está muy flu, diría acertadamente el Doctor. La Selección ha mejorado, quizás porque ante el grado de improvisación con que se manejó el equipo antes de Sabella, con un mínimo laburo se consigue una mejor imagen. También ha mejorado porque, en los absurdos tres días que los jugadores concentran antes de cada partido con la albiceleste, Pachorra ha conseguido inculcar una idea básica de juego, sin demasiada versatilidad aún pero con una interesante solidez en defensa a pesar de que no sobran nombres y se experimenta constantemente. Más importante aún es la idea de pertenencia sobre la que insiste el seleccionador, con esa intensidad zen que caracteriza al Profesor Sabella. Da la sensación de que sus palabras comienzan a perforar las armaduras del superprofesionalismo y a comprometer a los cracks argentinos: el caso más claro es el de Messi, que desde que le tiraron la cinta de capitán ha conseguido trocar su nerviosismo por una enojada intensidad.

Pero todo está muy flu. Esto ocurre en todo el mundo: las Selecciones han dejado en verdad de importar a nivel deportivo, con los cortísimos tiempos de entrenamiento que permiten los clubes conspirando contra toda seriedad. Las críticas a la Selección son muy livianitas, porque la Selección no ocupa demasiado lugar en los medios ya (menos cuando gana) y también porque poco a poco el periodismo deportivo se ha llenado de lugares comunes y dicotomías demasiado añejas y ciegas a la realidad. Los jugadores se comprometen y tienen ganas, pero terrenalmente. Argentina ha ganado bastante, y empatado y perdido por ahí, pero siempre con el mismo tono emocional. Excepto en una ocasión.

Argentina venía de la primera derrota en su historia ante Venezuela (un equipo que, lo dijimos en la Copa América, es otra cosa que el endeble conjunto de voluntariosos troncos que perdía siempre con la Selección) y por supuesto los buitres rapiñaban. De cara al partido jugado días después, en Colombia, hubo silencio y opiniones políticamente correctas desde el plantel. Pero puertas para adentro se había gestado una radiante ira. El gol de Colombia, selección de ofensiva espectacular pero sin sustento en el juego colectivo y en su defensa, enfureció aún más a los argentinos. La entrada de Agüero resultó determinante para elevar el termómetro. Los goles de aquella hazaña fueron gritados con bronca.

Tras aquella pequeña redención, cerró el año el equipo de Sabella para volver a este 2012 entre la indolencia de los medios que se saben obligado a cubrir sus insignificantes aventuras amistosas, verdaderas campañas recaudatorias tipo ARBA, y el habitual circo cholulo que se monta alrededor de las estrellitas. Queremos decir: al partido de Suiza se le dio poca bola, pocos miraron el encuentro, todos opinaron de oìdo las pavadas de siempre, se esbozaron algunas críticas nuevamente superficiales, a veces con argumentos sostenidos en una disputa dicotómica largamente finiquitada, y el match pasó inmediatamente al olvido. La intensidad de la Selección no puede sostenerse con un enemigo tan poco perseverante, que solo arremete acorde a su velado exitismo en la derrota y se esconde en los triunfos. Así, sin enemigos que enojen, los jugadores mantienen su frìa relación con la albiceleste, siguen dando por garantida su participación en la Selección y la clasificación al Mundial de Brasil, en un mundo donde todo el fútbol se ha emparejado muchísimo, donde ya no quedan esas ingenuas selecciones a las que se le ganaba con el nombre y un par de inspiraciones, y donde hay además mucho hambre de parte de las selecciones emergentes. Argentina necesita una verdadera mojada de oreja para transformarse en una potencia real, en un equipo potente, hermanado y letal.

La de Gamo: una solución imaginaria 
Los 7 Grandes, una estrategia borgiana

...Y no podemos dejar de sugerir entonces, al modo patafísico, una solución ficticia al eterno problema de la indolencia albiceleste. Corría en Japón el año 1994. Los nipones organizaban la Copa del Mundo juvenil, algo que en la realidad nunca sucedió, pero ello es irrelevante para nuestra historia. Un grupo de japonesitos venía transitando las selecciones sub con gran éxito, pero, quizás por una cuestión de falta de vidriera, quizás por prejuicio o quizás sencillamente por ser unos crotos bárbaros que van a todas con plancha y se lesionan todo el tiempo, no habían conseguido llevar su fútbol al exterior salvo en los casos del arquero Wakabayashi y el enganche Tsubasa. El resto militaba en el fútbol escolar de Japón, una competencia jugada por lo visto con gran entusiasmo y un sentido del honor acorde a la tradición samurai del país oriental, pero evidentemente también con un nivel de pésimo para abajo, incomparable al de las canteras europeas.
Si Japón había tenido la suerte de sacar un crack del desierto de talento futbolístico que es su isla, y había conseguido ganar el Mundial Sub 16 jugado en Francia en una dimensión paralela, era evidente que ya rozando los 20 años no alcanzaría con las magias de Tsubasa, y que la brecha entre una preparación semi profesional y el entusiasmo amateur de los jóvenes japoneses probablemente se habría ensanchado. Fue Gamo, un ojeador que había viajado por el mundo buscando jóvenes talentos nipones, quien se percató de que Japón corría el riesgo de protagonizar un verdadero papelonazo en casa. Y entonces puso su plan en marcha.

Aún se debate en la tierra del sol naciente si Gamo orquestó un golpe de estado para tomar la conducción del seleccionado juvenil, si el golpe fue dado en concordancia con la dirigencia o si en verdad, la versión oficial fue real, y el paso al costado del entrenador fue dado en común acuerdo con los dirigentes, que decidieron que el sustituto ideal era Gamo, un tipo sin primer nombre que recorrió el mundo y había desarrollado una perspectiva diferente a la verdad que se daba por sentada en la isla. Esa falsa verdad detenía el progreso del fútbol japonés: se creía, alimentados por el mito del Sub 16 campeón del mundo, que aquella generación era imbatible. Lo creían los propios jugadores. Y se seguía convocando por inercia a los mismos 23 a integrar el plantel, sin análisis, sin buscar nuevas figuras. Los jugadores, cómodos, confiados, no se esforzaban ya para mantener su puesto de privilegio. Su condición de isla solo empeoró el aislamiento del mundo real, como le sucediera a Argentina en la previa al Mundial 58: de creerse los mejores a volverse como los peores.


“¡Los 7 Grandes del Japón!”

Gamo viajó por Italia, por España, por el mundo, observando, analizando. Encontró valores jóvenes pero lo que en verdad descubrió fue la alarmante diferencia entre europeos y japoneses. Regresó a su tierra y, cuando tuvo la chance de tomar las riendas de la juvenil, sacudió la selección en sus cimientos: borró a siete históricos referentes con una brillante idea. Llegó al primer entrenamiento y, con cara de malo, organizó un siete contra siete: los siete referentes enfrentarían a los 7 Grandes del Japón, teóricamente siete valores descubiertos por él. El que perdía, se iba. Y los siete desconocidos le pintaron la cara a tipos como Hyuga (que pierde el puesto de "goleador estrella"), Misaki y los demás, y los sacaron nomás del equipo, ante la mirada atónita de sus compañeritos, que inmediatamente hicieron causa común contra los prefes del entrenador nuevo. Pero no había tiempo para pucheros: a los que quedaron, Gamo los mató en los entrenamientos. El mensaje había sido enviado: nadie, ni siquiera los consagrados, se podía dormir en los laureles, para ponerse la casaca nipona había que romperse el lomo.

Japón afrontó los primeros encuentros de unas eliminatorias que nunca debió haber jugado por ser anfitrión (cuestiones de peso en la FIFA) con un equipo verdaderamente suplente, sin que nadie se pregunte por qué los 7 Grandes no formaban parte del equipo. Pasó con grandes dificultades al debilísimo China Tai Pei, gracias a la magia de su líder Tsubasa, y estuvo a punto de quedar eliminado con Tailandia, un equipo acrobático, mañoso y verdaderamente violento que marcó durísimamente a la joyita japonesa (golpes en el estómago y codazos en la cabeza lo sacaron de la cancha, aunque solo temporalmente) y no le dio ninguna relevancia a los demás, una manga de burros. Por suerte para Japón, Gamo había convocado al partido a un mocísimo desfachatado de nombre Aoi Shingo, que militaba en la reserva del Inter y que de tan joven y de tan desfachatado, llegó un tiempo tarde al encuentro, sobre el final de la primera etapa, aduciendo un embotellamiento de tránsito, en un extrañísimo caso del cual no se registran precedentes en la historia del fútbol. Este muchacho poco serio fue la chispa de rebeldía que necesitaba un Japón sin líder y desgastado por los entrenamientos, los golpes anímicos y el miedo, y le permitió al seleccionado oriental superar finalmente con holgura la instancia y esperar por la revancha contra los 7 Grandes.

Porque sí, se había pactado una revancha, chance final para los referentes borrados. Entrenaron en la montaña con pelotas más pesadas para ganar fuerza, estudiaron a la naturaleza para imitar sus movimientos, y, en soledad, como samurais, absorvieron lentamente la lección de humildad. Cuando finalmente llegó la revancha, los siete jugadores corridos demostraron que se habían superado realmente, tras lo cual se develó la trama compleja y perfecta como tela de araña que se había puesto en marcha. En realidad los 7 Grandes eran siete jugadores de la elite profesional japonesa, que nunca habían puesto en riesgo real a los referentes y a quienes los jugadores del juvenil (¡y también los medios!) desconocían por pasar demasiado tiempo colgados de la Play y demasiado poco mirando fútbol real. Justamente el punto que quería enfatizar el entrenador: que la falta de conocimiento del fútbol real del japonés lo había llevado a una falsa confianza cimentada en un pasado mítico, del cual sería víctima si no se dejaba de boquear y dormir y se ponía a entrenar consciente de sus enormes limitaciónes futbolísticas.


Pinchar la burbuja

Los argentinos hemos imaginado durante generaciones que somos los mejores, para demostrar a la primera que no lo somos y, sobre todo, que a la naturaleza hay que ayudarla con laburo. Los jugadores acuden a la Selección con mufa, por el cansancio, por los viajes, juegan por obligación, para que los medios no les caigan. Mojarle la oreja a los jugadores que dan por sentado su lugar en la Selección, cachetearlos para despertarlos de su millonaria indolencia, forzarlos a que si quieren participar del seleccionado se sacudan la modorra, que dejen de creerse los mejores, que dejen de pensar que por naturaleza corresponden las victorias, que dejen de depositar la responsabilidad en otros, que se encarguen ellos de llevar a la Selección en las malas: el objetivo del entrenador Gamo, pinchar esa burbuja de fanfarronez, debería ser imitado por Pachorra.

Y basta con los indiscutidos. Sacar a Higuaín de las convocatorias hasta que el megacrack del Madrid se haga cargo de su talento y se gane el puesto en su propio equipo. ¡Y que juegue Stracqualursi! Asustar a Masche, hoy fantasmal jugador, sacarlo del equipo y darle el puesto a un laburante Braña, que se ha ganado su chance. No convocar a Gago y poner en su lugar a Canteros. Darle banco a Sosa hasta que se anime, y poner en su lugar a Martín Zapata de All Boys. Que entre Cachete Morales y salga Fideo Di María. Abajo que el kapanga sea Desábato y que lo acompañen dos centrales del ascenso. Y arriba, solo entre la manga de crotos, nuestro Oliver Atom: Messi, y su compañero de travesuras, el Kun, que tiene hasta nombre de héroe de anime. Así se seguirá fortaleciendo el liderazgo de la Pulga, que no necesita de caudillismos para ser la bandera del equipo. Y también engrandecerá su compromiso, al hacerlo dueño del equipo, de toda la responsabilidad. Una prueba de oro que mostrará si el habilidoso autista tiene carácter para liderar al equipo contra viento y marea hacia un nuevo Maracanazo.

Próxima entrega: “La del Furano”, donde se analiza si Sabella debe llevar a su equipo a entrenar a nevadas montañas para fortalecer cuerpos y almas y así, a pura adversidad, hermanar a los hombres que comanda.