sábado, 17 de septiembre de 2011

La quijotesca universal






Don Quijote inventó a sus amigos y a sus enemigos a partir de lo que tenía alrededor, un ambiente rural, empobrecido, lejos de la épica a la que aspiraba. Rasgo común en el ser humano, la construcción de un discurso que dé sentido al mundo (y, en particular, el sentido que creemos querer, un sentido positivo) es la locura ordinaria de todo ser humano, que convierte molinos de viento en reos enemigos sin percatarse de la operación.

Es que el ser humano necesita una causa y toda causa necesita un enemigo. Este se convierte en maldad pura y ante la maldad pura no se mide en general lo que se dice o hace. Así podemos comprender las conductas absolutamente sacadas de ciertos técnicos, periodistas o hinchas. Las dicotomías han edificado los relatos occidentales durante milenios ya, un legado maniqueísta difícil de torcer que invita a la irreflexión como forma de vida, como forma de conformar una identidad fuerte. El enemigo generalmente no es el opuesto real sino un opuesto construido a través de simplismos dicotomizantes, y es a menudo considerado enemigo por ser una amenaza: desde la conquista de América han operado estas formas de justificación. Se sataniza al enemigo, se lo defenestra moralmente, para justificarse el odio y la conquista.

Curiosamente en el fútbol, muchos odiadores rematan su perorata seudofilosófica mediante la cual justifican de la bilis que les nace al sentir el orden amenazado, refiriénsose al deporte como “solo un juego”. Al intentar defender su idea lúdica del juego, la niegan, porque niegan que las derrotas (el resultado), las trampas, la picardía y la inteligencia sean parte del juego. Para ellos estos aspectos son moralmente repudiables: convierten así a lo que es, en efecto, solo un juego, en algo más, en una cuestión moral. Edifican una causa más grande que el deporte (como modo de prestigiarse a sí mismos, de justificar su actividad), una causa moral que debe defenderse del enemigo malvado, el anti-causa: nace así el término “antifútbol”, que margina prácticas que son parte del deporte pero que dentro de esta ideología moralizante no deberían formar parte del fútbol. Se expulsa del fútbol modos de jugar y apreciar, se los niega, porque no son aceptables “moralmente”. Y la moral está lejos de ser algo natural y dado: se trata de una construcción que perpetua el orden.

El fútbol no tiene implicancias morales. La pacatez burguesa es la autora de esa idea de que “se debe jugar como se debe vivir”, a pesar de la enorme hipocresía que implica que las frases sean proferidas por comerciantes de la opinión y que, en verdad, resulta muy cuestionable que se deba vivir de cierta manera, y mucho más de la manera liberalista que implican sus modos del fútbol: espectáculo, individualismo, inspiración.

El enemigo es una construcción. Si en la primera parte del Quijote los enemigos del hidalgo eran los hitos y las personas que iba hallando (es decir, distorsionaba sus realidades hasta convertirlas en enemigos), en la segunda parte el autor propone un giro genial, cuatro siglos antes de la metaficción como forma común de la literatura: allí los enemigos de Don Quijote son los lectores de la primera parte que salen a su encuentro. La pelea del hidalgo pasa a ser una pelea absolutamente ficticia, sin basamento real alguno: pura construcción desde el discurso, desde el relato. Se evidencia de este modo el procedimiento del enemigo imaginario al llevárselo al extremo. El enemigo, la dicotomía, no existe. Ninguna dicotomía es natural, siempre se construye desde el discurso con objetivos concretos. No es casualidad que, por las mismas prácticas se diga que un equipo es astuto y otro sucio. Pero las dicotomías, allí reside su poder, siempre tienen la apariencia de naturalidad. Cuando desembarcaron los españoles en América el otro fue considerado bárbaro y aniquilado. Esa es la forma dicotómica por excelencia, que lleva a la negación y exterminio del otro. Una práctica para nada civilizada.

viernes, 16 de septiembre de 2011

El fin de la infancia


La infancia es un lugar mágico de tótems y fantasias, de dioses e ilusiones. Un lugar del que hasta el adulto más cínico no se desprende nunca, que moldea su modo de ser y vivir, sus decisiones y opiniones, desde un lugar profundo, desconocido hasta para uno mismo.

El paso a la adultez ha sido retratada, casi unánimemente, como la pérdida de las ilusiones y la mutación hacia un ser desencantado, obligadamente cínico y, por ende, tramposo, hipócrita, amoral.

El fútbol es la niñez, sin dudas, para la mayoría (sin dudas, para el lector del blog). Son inseperables los picados de los recuerdos de recreos, cumpleaños y fines de semana, los goles casi míticos, legendarios para la narrativa propia, que se hacen gambeteando a todos los rivales, o delante de una chica, ese “primer gol” al que hacía referencia Osvaldo Soriano. Sin dudas que en el fútbol profesional se refugia esa magia que se cree perdida en el adulto: “suspensión of desbelief”, suspensión de la incredulidad, del cinismo, término proveniente de la crítica literaria que describe perfectamente el mundo mágico en el que uno se sumerge temporalmente y por momentos gracias al fútbol.

Y alrededor de esta noción se ha edificado una estética del fútbol, de lo que el fútbol debería ser y de ningún modo, en estos tiempos de adultez y profesionalismo, puede ser. El fútbol, es cierto, es uno de los últimos refugios de la magia, de la sorpresa, de la maravilla. Los milagros ocurren en lugares inesperados, dando lugar así a la justificación adulta del seguimiento obsesivo de fútbol: se persigue la magia, siempre elusiva, se persigue la confirmación de las creencias de niño enterrados con una risita descreída por el adulto. Como ya cada vez menos las artes, cuna de aventuras devenida discusión autoindulgente y críptica, encerradas en sí mismas y orgullosas del más inteligente y adulto cinismo, el fútbol, y muchos deportes, quizás por la pureza de la práctica (de objetivos claros, concretos) en oposición a la corruptibilidad del discurso (siempre tendiente a la ambigüedad y la doble moral), protegen ese último halo de magia en este mundo descreído.

Poetas y periodistas, y una creciente gama de técnicos sobreeducados, se juramentan la protección de esta infancia que ya se les fue una vez y construyen todo un aparato teórico-estético alrededor de las magias futbolísticas. Nace allí la corriente liricista, siempre combativa y necesitada de creer que el fútbol es el refugio de lo sobrenatural, de lo maravilloso. Empieza el reino de la improvisación, de la negativa al laburo, a la sistematización. Se eleva allí al deporte a la categoría de Arte, con mayúscula: lo sublime, lo intocable, lo puro, lo milagroso.

Pero estos milagros del fútbol son excepción (de allí inclusive su valor) y no basamento del fútbol. Entonces los líricos van a las canchas a ver un fútbol mitológico que rara vez encuentran, dedicándose el resto del tiempo a denostar el deporte, su creciente avaricia, lo aburrido que resulta (lo cual es lógico en su perspectiva: esperan malabares individualistas y se encuentran con despejes). No buscan en el fútbol sino la satisfacción de sus deseos insatisfechos y la confirmación de que esconde una recompensa espiritual, de que eleva el alma.

El fútbol, lo sabe quien ha jugado el juego más allá del picado con amigos, es competencia, un término que sin dudas horroriza a los inocentes poetizadotes del fútbol. La competencia divide, es cierto, pero lo hace bajo reglas estrictas e igualitarias. No se trata de un enfrentamiento encarnizado (como el que protagonizan los defensores de la magia con sus detractores) sino una noble lucha sin excusas dialécticas, con reglas claras y resultados mesurables. La competencia une más que lo que divide: no solo a los rivales, que aún desde el más profundo deseo de victoria se respetan lo suficiente como para enfrentarse, medirse, no sentirse superiores; une más que nada a los compañeros, que se embarcan en una lucha no por conseguir el lujo más bonito sino por alcanzar la victoria, hombro con hombro, junto a sus compañeros.

Allí reside la verdadera belleza del fútbol. No en el gesto individual, no en la reminiscencia de magias e infancias perdidas, sino en la hermanación, en la unión como modo de combate. El fútbol refleja la fuerza colectiva de la gente.

Pero esa fuerza, en tiempos (como acaso han sido la mayoría de los tiempos) de un cinismo burgués y perezoso que todo lo corroe, ha perdido su fuerza porque ya nadie cree en ella. Los poetas se amparan de este mundo sin fe ni esperanza en magias y mitos; los tiburones se alimentan de la desunión. En definitiva, todos son individualistas, preocupados por su bienestar antes que por el de la sociedad. Si de todos modos, piensan cuando piensan, esa batalla está perdida.

De chico nadie quiere ser el defensor con oficio, todos el crack. Luego uno va creciendo y aprende que quizas el mejor modo de servir al equipo (y por ende al rendimiento propio) es ocupando otra posicion, jugando otro rol. Y es entonces donde empieza a apreciar a jugadores distintos del crack. Empieza a comprender mas profundamente y a apreciar el futbol en su totalidad, no solo la magia. No se trata de una transicion hacia el cinismo, sino de una comprensión del carácter colectivo y solidario del juego, de una superación de los individualismos por la causa conjunta.


jueves, 15 de septiembre de 2011

Relatos

Todo ser humano, nadie está exento, estructura el mundo a partir de un sistema de símbolos: se nos transmite de modo naturalizado pero no “natural”, a partir de la educación, la publicidad y los medios de comunicación. A partir de estos símbolos tejemos un relato que los unifica en un sistema: el hombre totemiza, deifica y sataniza aspectos de la vida según este relato. Lo curioso es que dado el alto grado de mixtura de ideas a través de la globalización y el avance de la masividad virtual, además del peso de muchos siglos de historia narrados de modo unificado pero que en realidad incluyen guerras, conquistas y sumisiones (es decir, intercambio e imposición de ideas), este relato se ha vuelto esquizofrénico, contradictorio, un pastiche de ideas legadas que acomodamos como podemos y que muchas veces hace ruido, aunque en verdad la mayoría del tiempo vivimos creyendo lo que creemos sin más cuestionamiento.

El fútbol, como cualquier parte de nuestra cultura, está atravesado por el relato (o más bien los relatos: la noción de un relato unificado, un sistema de creencias único, es parte del relato; en verdad cada relato es personal, atravesado por circunstancias e ideas acordes a la circunstancia social e individual particular de cada sujeto, y la creencia en un relato unificado lleva a los cotidianos malentendidos). En principio la sociedad condena al fútbol, en su constante aspiración burguesa hacia el aristocracismo elevado (parte de los relatos diseminados por la clase dominante son destinados sin nada de inocencia a creer en la superioridad de lo inútil: lo Bello, la representación máxima de lo aristocrático, el fin más elevado de la mente, no es más que un juego de formas que distrae y desarma la amenaza del pensamiento). Sin embargo, no condena el deporte en general: apreciar el tenis, por ejemplo, da cierto prestigio, un aire de refinamiento que proviene de la altura de un juego tradicionalista, pretendidamente impoluto. Esta concepción del fútbol como deporte masivo lleva a los analistas del deporte a la obligación de elevarlo de categoría para no quedar ellos mismos atrapados en los barros de la masividad.

El modo de dar prestigio al fútbol es, por supuesto, volviéndolo una de las formas del arte. Surge de este discurso con naturalidad una concepción extrañísima, que determina que el fútbol debe tratarse de la belleza y no del resultado. Esta operación desnaturaliza el deporte, que en cualquiera de sus manifestaciones se trata de la persecución del resultado y no de la forma por la forma. Volveremos a esta noción más tarde.

El periodista prestigia el deporte para prestigiarse a sí mismo. Su pluma se vuelve barroca para explicitar que un escritor de fútbol puede escribir bello porque hay belleza en el fútbol, sucio deporte de masas. Toda una legión de estos periodistas defienden un ideal errado, confuso, proveniente de uno de los relatos más poderosos del occidentalismo: el catolicismo. El periodista siente culpa, necesita justificarse y se vuelve así bienpensante, inofensivo, defensor de lo que es supuestamente (socialmente) bueno para la moral. Pero el sistema de juego defendido favorece claramente a los tiburones del deporte, que saquean canteras ajenas con sus billeteras engordadas por el pacto con los medios de comunicación, que los vuelve vidrieras en el sentido comercial del término. De ese código surge el martirio del artista incomprendido, el deportista habilidoso al que por talentoso no se le pide constancia y esfuerzo. Y se repudia al que lo marca, al que intenta lo mejor para los suyos: se llama a este tipo de jugador un destructor del juego, olvidando que para jugar hay que recuperar (y obviando, claro, que todo equipo tiburón tiene un par de estos para darle libertad a los talentosos que robaron de otros clubes).

Otro código dominante se entrecruza en este relato: el código romántico. El romanticismo es una escuela sumamente autodestructiva, negativa, individualista y nihilista en su forma verdadera, que depende puramente del talento natural y la inspiración para alcanzar lo anhelado. Sin embargo se la recibe de modo positivo, se defiende de modo bienpensante esa debilidad del torturado artista romántico (el futbolista incomprendido, el mártir) y se lo vuelve ejemplar: lo cual resulta curioso, porque al resaltar su pureza y su talento, lo que se halaga es su incapacidad para cambiar el estado de cosas más que a partir de un “gesto bello y fugaz”, inútil y momentáneo, y su condición de elegido para realizar ese gesto en vano, lo cual resulta en la marginación de la posibilidad mínima de escapatoria de la gran mayoría de la gente.

La elevación del fútbol se realiza entonces a partir de resaltar los fugaces momentos de inspiración individual, en lugar de centrarse en el aspecto colectivo, solidario y esforzado. Como podrá discernirse claramente, se trata de nociones legadas de la aristocracia, que desde sus castillos enseñan la inutilidad del arte como valor positivo, como fin elevado.

Pero el periodista bienpensante imagina que su forma de pensar es la forma “buena” de pensar: lo bueno y lo bello se han naturalizado como una igualdad, y por lo tanto, lo que no corresponde a su modo moralmente “bueno” (por supuesto, una construcción social) se vuelve moralmente “malo”… y feo. Las injusticias soportadas por muchos equipos que hacían del valor colectivo y esforzado el centro de su modo de ejecutar el fútbol se deben a este prejuicio. Que no se debe sino a un equívoco provocado por siglos de distorsión de las creencias. El concepto de bello y bueno nace en la cuna del mundo occidental, en Grecia, pero su connotación es absolutamente distinta a la adoptada por el sentido común a partir de la traducción de la idea que hicieran los románticos. En Grecia, la palabra techné designaba lo que hoy llamamos arte, solo que no se trataba para ellos de un modo de crear basado en la inspiración y el talento sino en los métodos racionales involucrados en la creación de un objeto o la culminación de una meta. Arte era entonces un conjunto de técnicas racionales, destinadas a la creación: no se trataba del concepto glorificado que nos llega hoy. Y si es la técnica lo que hace al arte, que lo bello sea lo bueno adquiere un significado distinto: lo artístico, lo bello, es lo bien hecho, técnicamente. Una concepción bastante más racional que la que heredamos erróneamente.

Volvemos entonces a un concepto esbozado en las líneas anteriores: el deporte como persecución del resultado y no de la forma. En la Antigua Grecia esta diferenciación no hubiera existido, pues la persecución de la técnica perfecta implicaba la persecución del resultado. El atletismo, el más antiguo de los deportes, parece haber heredado esta noción con mayor justeza: la forma de ir más rápido, de correr más alto, es constantemente atenerse a los fundamentos básicos del quehacer, a la técnica, que sufre la contaminación de los vicios personales, los cuerpos siempre inarmónicos, la fatiga y la presión sicológica. Pero la noción se ha distorsionado y llega al conjunto de creencias comunes (lo que Platón llamó la doxa) oponiendo forma pura de resultado. La forma es inútil, y solo la aristocracia puede permitirse la persecución de lo inútil; por ende se trata de un quehacer elevado. Por el contrario, se considera que el resultado es banal, se lo convierte en puro exitismo en lugar de considerarlo un método para medir el mejoramiento personal y grupal, el premio lógico a un esfuerzo aplicado en un área.

Pierre Bourdieu se refería a la doxa como “la experiencia mediante la cual el orden natural y social del mundo aparece como evidente en sí mismo”. Al ser evidente, el orden se naturaliza: la doxa limita así las posibilidades de pensar fuera del orden. El orden es social y determina que ciertas conductas son impropias de ciertas clases, y al naturalizarse el orden social se petrifica al mismo tiempo que fija el sentido de pertenencia a una clase particular. La doxa futbolera petrifica el orden mediante los relatos románticos y católicos ya analizados, que llevan a la individualización de un deporte colectivo, a la defenestración moral del trabajo y el esfuerzo y a la concepción naturalizada de un orden lógico donde el estéticamente vistoso (que siempre es el club grande, que puede permitirse el paladar negro) es superior al estéticamente desinterasado, al esforzado, al sucio.

Este es el universo moral que de manera simplista intentan traspolar los periodistas bienpensantes, enviados de los multimedios. Se trata de un relato, como ha quedado visto, sumamente contradictorio, que pretende que “lo que quiere la gente” es en realidad un orden petrificado que favorece a una minoría, y cree también en la ejemplaridad de este tipo de fútbol aristocrático, preocupado (falsamente, por supuesto: todos los hemos visto chillar al encadenarse dos derrotas seguidas) por la estética, por el espectáculo, y no por el resultado. El espectáculo es, como la estética, ajeno al deporte, aunque se haya naturalizado, porque los esponsors pagan mucho y quieren ver chilenas y tacos, que es parte integral de éste. El periodista reproduce la lógica cuando, al hablar de juego, habla de gambetas: que no se vea una gambeta es sinonimo de jugar mal, y no de defender bien, marginando a la defensa del juego, negando uno de los dos aspectos fundamentales del juego. Existe claramente un entramado económico detrás de la diseminación del relato.

Estos periodistas bienpensantes no son amantes del fútbol real, concreto, el de las técnicas para alcanzar la victoria (y la lógica polución de la realidad sobre la perfección inalcanzable): son consumidores de una mitología creada alrededor del fútbol que eleva lo que es de paladar masivo (es decir, lo que nos gusta con culpa a una mayoría). El deseo de justificarse en las prácticas que los hermanan socialmente a las clases bajas los lleva a consumir estos relatos con fruición, con desesperación, sin reflexión, y a convertirse en defensores acérrimos de la doxa. En definitiva, aman la mitología del fútbol por el prestigio que les da defender un ideal puro, políticamente correcto, elevado.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

El Mundial olvidado

Por Ezequiel Fernández Moores para canchallena

Los primeros registros -contó una vez el Gordo Soriano- fueron a través de las memorias que escribió su tío Casimiro. Casimiro fue juez de línea de William Brett Cassidy. Hijo del pistolero Butch Cassidy, William Brett era estudiante de filosofía, lector de Hegel y Spinoza, desertor del Ejército argentino y prófugo de la Justicia. Se ganaba la vida dirigiendo partidos en la Patagonia, a balazo limpio, porque sabía poco de fútbol, pero era rápido con el revólver, como su padre. En sus memorias, el tío Casimiro cuenta que la idea del Mundial surgió de electrotécnicos nazis que llegaron a la Patagonia en 1942 para instalar la primera línea de teléfonos del Pacífico al Atlántico. Tenían la primera pelota del mundo a válvula automática. Y propusieron jugar el torneo que nadie quería hacer, porque el mundo estaba otra vez en guerra. Se trata de "un Mundial que la FIFA todavía se niega a reconocer", según dicen, textual, crónicas publicadas la semana pasada por numerosos medios, tras la exhibición de un documental en el Festival de Cine de Venecia. Su título es El Mundial olvidado.

Los italianos, piamonteses y emilianos que construían la represa de Barda del Medio, rechazaron la propuesta de jugar el Mundial. Por un lado, los alemanes eran demasiado buenos. Por otro, si bien los italianos se jactaban de los títulos de 1934 y 1938, tampoco los querían reconocer de modo oficial. Para ellos, obreros antifascistas, esos Mundiales eran victorias de Mussolini. También vivían en la zona ingleses que alargaban el ferrocarril, curas y obreros polacos, intelectuales franceses, almaceneros españoles, guaraníes que podían representar a Paraguay, argentinos que avanzaban hacia Tierra del Fuego y mapuches. Una noche de juerga en un prostíbulo de Zapala bastó para quebrar la oposición italiana. El Mundial se convirtió en un hecho. Una compensación menor para una Argentina que, según registros oficiales, había pedido a la FIFA en 1939 la sede del Mundial de 1942. Hitler la había solicitado en 1936, feliz tras la experiencia de los Juegos Olímpicos de Berlín. La FIFA demoró la respuesta, hasta que estalló la Guerra y canceló el torneo, que recién se retomó en 1950 en Brasil. En 1942 el mundo seguía en guerra. En la Argentina gobernaba Ramón Castillo, La Máquina de River iniciaba su leyenda y en la Patagonia, según las memorias de Casimiro Soriano, se jugó un Mundial. Fue un torneo anárquico, con arcos de medidas aproximadas y sin redes, incidentes de arma blanca, piedrazos y el hijo de Buth Cassidy como árbitro.

La historia fascinó a Lorenzo Garzella y Filippo Macelloni. Los cineastas italianos, que hicieron documentales sobre Diego Maradona, Roberto Baggio y otros grandes cracks para La Gazzetta dello Sport, además de films de contenido social sobre inmigración o explotación de menores en Asia, profundizaron el relato. Su film, una investigación liderada por el periodista y sociólogo Sergio Levinsky, incluye entrevistas con João Havelange, Víctor Hugo Morales y Osvaldo Bayer, entre otros. "El mito está conectado con el misterio", les dice Jorge Valdano. Hallaron el esqueleto de Guillermo Sandrini, abrazado a su cámara de 16 milímetros y con rollos de película. Sandrini, un fotógrafo de casamientos, había sido contratado por Vladimir Otz, un aristócrata de origen balcánico, iluminista y pacifista, cuyos dineros ayudaron a organizar el Mundial. Autores en 2010 del documental Rimet. La increíble historia de la Copa del Mundo, Garzella-Macelloni sabían muy bien que la verdadera Copa de la FIFA permaneció en los años 40 escondida debajo de la cama de Ottorino Barassi. El secretario de la Federación italiana y vice de la FIFA la ocultó para que no se la llevara el invasor nazi. El film cuenta que fue vista en la Patagonia. En sus memorias, el tío de Soriano dice que el partido más duro fue la semifinal que Alemania, con sus jugadores con cascos, ganó a Italia, que apeló al uso de alfileres y pimienta. Cassidy explicó antes del juego que no era bueno mezclar al fútbol con la política. Pero nazis alemanes y antifascistas italianos jugaron a matar o morir, y el árbitro debió recurrir al revólver. El Mundial olvidado devela a su vez que la final, arruinada por un aluvión, terminó en realidad con triunfo de los Mapuches sobre los alemanes. El gol decisivo estaba en el rollo de Sandrini.

"El Mundial nunca fue reconocido oficialmente por la FIFA", dice, textual, un extenso cable que una de las agencias de noticias más importantes del mundo trasmitió la semana pasada, tras la presentación de Venecia. "Sacando a la luz esas imágenes, los autores de esta cinta pretenden que nunca más quede en el olvido ya no sólo la celebración de este torneo, sino tampoco el nombre de su vencedor, un combinado mapuche que consiguió recoger el trofeo instantes antes de que el agua arrasara con todo y ocultara su triunfo", agrega el cable. Lo publicaron al día siguiente diarios de México, Perú, España y también de la Argentina. Algunos medios agregaron palabras y datos que dramatizaron la injusticia. Hubo lectores que reaccionaron por la Web. "Buena historia para el mundo futbolístico, especialmente el sudamericano... ¿Perú participó en ese certamen?", pregunta, por ejemplo, un aficionado de ese país. Perú no jugó. No lo hizo porque el Mundial de 1942 es un formidable delirio del Gordo Soriano en el cuento El hijo de Buth Cassidy. Garzella-Macelloni lo llevaron al cine a través de un falso documental ("mockumentary"). El resto corrió a cargo de algunos periodistas distraídos. Donde quiera que ande, el Gordo Soriano, que murió en 1997, está a pura carcajada.

"Queríamos que la leyenda, la memoria y la fantasía se confundieran, que cada uno trazara sus propios límites, que experimentaran con la percepción", me cuenta Garzella desde Italia. Garzella, hincha de Inter, admira al Gordo Soriano, igual que los integrantes de la selección de escritores italianos, que forman desde 2001 el "Osvaldo Soriano Football Club". "El hijo de Buth Cassidy" de Soriano siguió su itinerario dirigiendo en la altura de La Paz y en la Amazonia. Y murió acribillado en Texas, haciendo el camino inverso al de su padre. A Garzella le fascinó el falso Mundial de 1942. "Mantuvimos hasta el final el lenguaje riguroso del documental y la primera parte es más que creíble, pero luego todo se hace un poco surrealista. Un árbitro que dispara, un arquero y un ejecutante que se juegan el amor de una mujer en un penal? Tan absurdo que, creíamos, no quedarían dudas. Pero encontramos mucha gente crédula, incluidos periodistas. Evidentemente -sigue Garzella- hoy la forma vale más que el contenido. Y esto es un dato interesante, y preocupante, para reflexionar." Colegas de medios que publicaron como cierta la noticia siguen sorprendidos cuando les relato la historia. "Moderen las carcajadas", pide uno, el primero que avisó del papelón. "Sí, leí diarios mexicanos que se tragaron la historia como real. Un amigo holandés me preguntó, y yo le dije que no sabía bien", me dice Levinsky, actor improvisado, y que todavía se recuerda remando nervioso en un bote de goma en la Carhué inundada, porque se hacía de noche. El film, me confiesa Garzella, sufrió numerosas amenazas de cancelación por falta de fondos. La última escena, que fue girada gracias al último dinero personal que les quedaba en el cajero, casi termina en desgracia cuando el caballo enfureció y arrojó al piso al actor, que en realidad era un asistente de la dirección. Bien de Soriano. Todavía recuerdo el día en que Eduardo Galeano vino a casa buscando precisiones para su hermoso libro El fútbol a sol y sombra. Tuve que aclararle que no era cierto que José Sanfilippo había sido el máximo goleador en la historia del fútbol argentino, que sólo un fana de San Lorenzo podía engañarlo así. "¿Quién te dijo eso?", le pregunté. Y me respondió riendo: "El hijo de puta del Gordo Soriano".

martes, 13 de septiembre de 2011

El hambre


Son seis finales seguidas las que pierde Rafa Nadal con Djokovic. Pero es cierto lo que el mismo admite: su andar este año ha sido excelente, salvo por algunos momentos de sufrimiento físico, y si hubiera vencido en, digamos, el 50% de las finales que perdió con Nole, tendría los títulos para probarlo. Además de perder 6 con Nole ha perdido apenas 5 partidos, algunos de ellos bastante disminuido físicamente (dos a principio de año, uno difícil de creer contra Dodic). Pero contra su archinémesis no puede.

¿Es Djokovic tanto mejor que Nadal, que no puede vencerlo ni siquiera una vez, sin importar superficie o circunstancia? Djokovic es un jugador más talentoso que Nadal, y notablemente más completo. Pero Nadal ha enfrentado –y vencido- a este tipo de jugadores consistentemente (incluimos a Federer) gracias a su mentalidad y concentración. Nadal es la competición pura, todo lo hace para ganar, no conoce otra forma de competir y hay allí una gran nobleza que se trasluce en su absoluta humildad al declarar, para nada contradictoria con la confianza en sí mismo que tiene el mallorquín.

Lo que pareciera suceder es una cuestión, simplemente, de hambre. Djokovic quiere vencer a Rafa, su contendiente por el dominio mundial. Quiere hacer historia. Llegar al número uno es difícil, pero más difícil es mantenerse en ese sitial de presión y responsabilidad: todos quieren ganarte. Djokovic es el ejemplo de esa lógica: en ascenso, convencido de su objetivo como un león que acecha a su presa, se comió a todos. Ha tenido una temporada arrolladora y es el número uno indiscutido. Pero aún no ha sufrido el desgaste de la defensa del título. Todo es nuevo, todo es conquista para él, nada es defensa. El hambre en Nole es notable, mientras que esta temporada hemos visto a un Rafa cansino, disminuido por su enemigo a una versión pensante, racionalizadora, de lo que supo ser un verdadero vendaval que no dejaba nada a su paso.

Lo sabe Roger Federer. El mejor de la historia sufrió el huracán Rafa y perdió final tras final sabiendo que era el mejor tenista de ambos. Federer parecía invencible, pero fue vencido por un joven voluntarioso aún en su plenitud. Hoy ya comienzan a notarse algunos rasgos de su declive: Roger no parece poder mantener la intensidad y la concentración en el mismo nivel y durante el mismo tiempo que antaño. El problema no es físico sino síquico, de satisfacción: juega un tenis menos ambicioso, menos interesado en la historia que ya hizo, y más relajado. Aún así, aún perdiendo más a menudo, pierde poco y es el 3 del mundo. Ya le ganó a Nole en aquel Rolanga donde le hizo un favor a su amigo Nadal, con quien se admiran mutuamente tras años de rivalidad y competición acérrima. Y en este US Open lo tuvo nocaut. Los propios lapsus de Federer perdieron aquel partido en el que se vio que si las desconcentraciones contra otro jugador no importaban, contra Nole eran letales. Federer perdió por segunda vez en su carrera tras ir dos set arriba.

Lo curioso de aquella semi fue que Djokovic se vio seriamente maniatado por Federer, algo que nunca se vio cuando el serbio juega con Rafa, que vence al suizo regularmente hace un lustro. La meta de Nole es Rafa, a él se preparó para vencer: allí reside una posible explicación. Federer es una sorpresa en el camino entre cazador y cazado, un animal imponente al que nadie prestó atención por mirar la lucha principal.

La otra semi Rafa la pasó caminando, como todo el torneo. A pesar de su notable fastidio por el rigor físico que viene sufriendo, Rafa tuvo un torneo espectacular. No ganó partidos con chapa, no tuvo complicaciones: se vio al Nadal hambriento de antaño. En la final lo esperaba Nole, y todo parecía indicar que no era el escenario que Nadal temía, sino el que buscaba.

Pero la final, a pesar de ser una maravillosa demostración de técnica, a pesar de una enorme paridad punto por punto, a pesar de una notable agresividad de Nadal, a pesar de que el español cometió menos errores no forzados, fue inexorablemente encaminándose para Nole. Escribió Doble Mixto al respecto:

"Djokovic es el mejor, entre otras cosas, porque doma a Nadal, quien era el mejor hasta que el serbio se proclamó el mejor. Es parte de un año donde todo cambió. Los resultados le dan sentido a todo lo que se pueda decir.
"El serbio podría haber implementado el mismo régimen de entrenamiento o alimenticio, pero sin victorias nada tendría el mismo valor. Ya no se ahoga. Ahora gana rallies de 30 pelotas jugados a máxima intensidad. Y así hace pasar a Nadal o a Federer.
"Su devolución (nadie le quebró ¡11 veces el saque a Nadal en Grand Slams!), el revés paralelo, su flexibilidad para patinar en cemento, la potencia de piernas para llegar a casi todas, toma de decisiones correctas, suscriben a su éxito.
"Nole construye su reinado sobre victorias y más victorias. Triunfos consagratorios, en partidos increíbles. Cómo revirtió a Federer en semifinales, cómo dominó a Nadal en la final. Como lo hizo en otros seis partidos por el título contra el español, que resignado y con más ganas de llorar que de otra cosa, dijo en la premiación: “Lo que hiciste este año probablemente sea imposible de repetir”, Rafa Nadal."


El serbio ejerce ya sobre Rafa un dominio sicológico, lo somete con su sola presencia, lo lleva a la duda y la presión constantes. Lo mismo le sucedía a Federer con el joven Rafa. A lo mejor se trate sencillamente del instinto de supervivencia latente, que huele el peligro del depredador hambriento: si la especie Nadal fue depredadora de Federer, el espécimen Nole es el depredador natural de Nadal. Es el modo en que funcionan las cosas: siempre hay alguien más joven, más rápido, más fuerte.

Este año está perdido para Rafa: tuvo un US Open increíble, jugando con agresividad y convicción, pero en la final, a pesar de jugar un tenis maravilloso, se vio reducido a la derrota aún antes de que ésta se concrete. Habrá que ver cómo el serbio maneja la presión de cara al año que entra (de seguro su desfachatez le vendrá a mano) y cómo se prepara Nadal, el deportista con mentalidad más arrasadora del mundo, para con fuerzas renovadas arremeter contra lo que le quitaron.

Un equipo estático


Nadie puede explicar realmente qué sucede. Un arranque irregular, un par de malos resultados, podrían entenderse, pero esta concatenación de partidos horrendos, de desinteligencias propias de picado con amigos y no de glorias supercampeonas, este Estudiantes desalmado, shockea y noquea al pobre espectador.

Recientemente ensayamos un análisis, siempre subjetivo y siempre limitado, de la situacion institucional complice de este año de nefastos resultados. Intentamos marginar de los argumentos a aquello que fuera puramente futbolístico: la crisis 2011 (porque no debe olvidarse que todo el año ha sido pobre) tiene para nosotros raices mas profundas. Consideramos que la apuesta deportiva, incluso, podría haber sido exitosa, pero tarde o temprano decantaría en la crisis a la que hoy asistimos impávidos. La apuesta deportiva, sin embargo, no ha funcionado. Y tiene que ver, claro, que los refuerzos son tipos que vienen de estar parados, son muchos, y no son pincharratas. Tiene que ver también, claro, con Miguel Angel Russo, que ha armado tras varios meses un Estudiantes que la tiene y toca pero, predecible, sin cambio de ritmo, no lastima, y que para colmo de males, se regala abajo con la misma ingenuidad que la de aquel equipo del ingenuo bielsista Eduardo Berizzo. Los enormes huecos que dejan las espaldas de los defensores en los retrocesos hace largo rato deberían haber sido advertidos y corregidos.

Pero Russo, el responsable más obvio, no es el principal culpable. En el Estudiantes de hoy por hoy, de jugadores europeos y nombres rutilantes, no hay reacción. No hay reacción anímica, para sobreponerse a los golpazos que sufre, para rebelarse a las adversidades, y también al sistema cuando el rival le agarra la mano. Hay en lugar de ello una mansa entrega: la costumbre de perder. Pero la falta de reacción no es solo espiritual, es también y sobre todo física. Ya habíamos planteado, tras el match con Arsenal en el Viaducto, que cuando cada pelotazo cruzado lastima tanto como lastima a Estudiantes, la responsabilidad de los defensores no puede soslayarse: que una pelota flotante cruce el ancho del campo y encuentre rivales sin marca implica una distracción gigante, un desentendimiento de la jugada hasta que la jugada ya se desarrolló. Los defensores de Estudiantes reaccionan tarde: empiezan a correr cuando ya les ganaron las espaldas, llegan tarde a los cruces (Cellay vive al borde de la expulsión, por ejemplo), pierden las marcas por mirar embobados la pelota… en definitiva, cualquier delantero de los muchos y mediocres que ofrece nuestro fútbol se le aviva y anticipa al defensor pincha. Marcarle a Estudiantes es demasiado fácil: una presión muy difícil de sobrellevar para los jugadores, sobre todo en estos momentos, la inminencia del gol. Y sabe el Pincha porque lo predica: un equipo se arma de atrás hacia delante, porque una defensa sólida tranquiliza a volantes y delanteros, les permite dedicarse a lo suyo sin desesperación. Los constantes goles que le hacen a este Estudiantes siestero son palazos a la confianza en revertir el partido, y, peor, la situación general.

La quietud del equipo también se nota en el mediocampo: mientras uno porta la pelota, no hay jugadores que dibujen diagonales, que se desmarquen y se lleven marcas, que pidan desesperados la pelota. Mas bien pareciera que nadie quiere la redonda: todos la esperan paraditos en su lugar. El juego se lateraliza lógicamente y se vuelve lento y predecible, sobre todo en un futbol sin espacios como el nuestro, sobre todo cuando vas un gol abajo. La explosión no puede depender de una gambeta mágica de Carbonero, Gonzalez o Fernandez, porque si no hay compañía que tire una pared o se lleve una marca, se obliga al jugador que encara a una de Maradona. También para marcar hay demasiada quietud, demasiada obediencia posicional, muy poco despliegue: los laterales por ende eligen permanecer por lo general en sus lugares, y cuando acompañan, al no haber relevos, regalan la espalda. Ni Braña solo podría cubrir el amplio terreno a las espaldas de un mediocampo que, para colmo, suele perder la pelota lanzado en ataque, facilitando la contra al rival.

Estudiantes es un equipo notablemente cansino. Camina la cancha. Hasta sus delanteros parecen desganados: Boselli define con notable frustración, pero a su estado anímico se suma su quietud. Se retrasa poco, siempre le ganan en el aguante, pica casi nada, no anticipa nunca y define siempre clavado en la tierra. Hasta ha llegado ha cabecear con la flexibilidad que podría demostrar yo en el área, sin mover los pies, sin torcer el tronco, esperando dirigir la pelota solo con el parietal. El resultado de tan desganada definición fue uno de los tantos goles increíbles errados. La Gata le sirvió ayer otro, que volvió a marrar ya sin fe en sí mismo o en la vida: Mauro se quiere matar, y es uno de los grandes responsables de este momento. Fernández, por su parte, es uno de los pocos rebeldes: sin compañía y lejos de descollar, intenta en un contexto donde todos se esconden y algo encuentra siempre. Increiblemente reemplazado por Russo durante un par de encuentros, desplazó al mimado Carbonero ayer y fue de lo mejorcito. Aún así, la Gata también sufre de este desgano colectivo: tuvo el 1-0 pero por esperar la pelota y no buscarla, terminó enredado en su propia definición. Del saque de arco vino el 0-1 y empezó otra vez la historia del Estudiantes sufriente.

En el tenis, si un jugador se traslada dando pocos pasos largos y desesperados, en lugar de muchos pasitos cortitos que permiten ajustar mejor la posición, se trata de una señal inequívoca de su cansancio. Al golpear sin acomodarse adecuadamente las bolas suelen ir afuera: algo así le pasa a Estudiantes, que ni en ataque ni en defensa hace los pasos de ajuste necesarios para estar siempre “detrás de la pelota”, es decir, alerta, atento, anticipando la jugada. ¿Falta de actitud? ¿De convicción? ¿Problemas físicos? ¿Anímicos? Quizás se trate de un coctel, un mal trago en el cual los ingredientes se potencian. Son ciertos los desaciertos de Russo (la notable soledad de Martínez, Castaño y Cachete ayer, a espaldas de un mediocampo inexistente, constituye un garrafal error en la lectura; imaginar un partido con un Estudiantes protagonista no puede implicar desproteger a los mejores del rival), pero contra una pifia monumental como la del Chavo, una siesta como la que duerme Cellay en el gol del Chino Luna, o una desidia general para entorpecer al rival como la que aconteció en el tercer gol de Tigre (desidia que alcanzó hasta la estirada del Gori Silva) no hay trabajo en la semana que resista. Y tampoco hay levantada anímica posible.

Estudiantes debe juramentarse concentración, convicción, intensidad. No porque se lo deban al club, tampoco para proteger al DT: simplemente deben jurarse entre ellos, compañeros y amigos, que su entrega no será en vano, que ellos van a hacer todo lo posible para valorizar el esfuerzo del otro (y todo lo posible implica no regalar el partido en 30 minutos). Solo un pacto de solidaridad absoluta, propio del ADN más profundo del club, puede conseguir el cimbronazo que necesita Estudiantes para, por lo menos, abandonar el piso de la tabla y empezar a pensar en alguna otra cosa.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Caretas

La revista Caras y Caretas trajo en su edición del mes de agosto un extenso dossier sobre el fútbol argentino. La nota principal describe muy a vuelo de pájaro la historia del fútbol argentino de la pluma de Pablo Llonto, prestigioso periodista de larga e impecable trayectoria.
La nota firmada por Llonto es sencillamente un resumen de los hechos trascendentes, con cierta bajada de línea “nacional y popular”, como es esperable de una publicación (y de un periodista) alineada al oficialismo.  Y bajo la aparentemente inofensiva apariencia de mera sinopsis, este intento de llevar agua para el molino propio termina por confundir las ideas e ideologías: básicamente Llonto refiere en un par de oportunidades a nuestra forma de juego, nacional y popular, como esa forma aristocrática, de las buenas costumbres, la inspiración romántica y la belleza plástica, impulsada por el menottismo, convencida de que el entrenamiento, en lugar de apuntalar al talento, lo asfixia. Pensamiento mágico y poco ejemplar (ya advertía Osvaldo Zubeldía sobre los campeones que no trabajan). 
Los argentinos somos entonces quienes “bailamos en fútbol”, quienes apostamos por “la gambeta, el toque y la velocidad” como forma de juego y como forma moral, artística, de ser. Por supuesto, no se hace mención a que aquella forma de pensar el fútbol llevó a que, confrontado el mito con la realidad del fútbol en 1958, resultó aquello no ser más que chauvinismo argentino. Cabe la pregunta, además, de cómo es que puede considerarse “popular” una forma jugadorista, individualista, donde la unión no hace la fuerza sino que lo hace el talento, la predisposición natural que de natural no tiene nada: el talento, cualidad que no se entrena, es naturalmente discriminatoria.
Llonto, para colmo, dedica sus líneas al Mundial 78 (y el juvenil del 79), a las que se suma una columna firmada por el sobre los campeones de aquel Mundial, a distanciarlo de la coyuntura política del momento. Lógicamente, menciona las sospechas de arreglos y doping, pero sin analizarlas demasiado las califica de meros trascendidos. Luego, con la misma liviandad, califica al equipo campeón del 86 y a aquel subcampeón conformado por verdaderos troncos voluntariosos unidos y motivados por un objetivo común, como estandartes del “vale todo”, “en condiciones de poner en práctica las peores mañas”. Esto no lo considera un trascendido, claro, mientras se encarga de negar los méritos de un equipo que logró lo que ninguno (campeonato y subcampeonato mundial) al reducir sus estrategias a meras artimañas (como si fuera possible alcanzar tales logros con pequeñeces). A Llonto lo seguimos en Un Caño y cada vez que puede alude de la misma manera a lo que el llama "bilardismo", que reduce a una única dimensión, la del exitismo, y al hacerlo la conecta a todos los males del fútbol. No hace falta aclarar que las enseñanzas de la escuela pincharrata, desvirtuadas incluso desde el fanatismo de sus propios hinchas, son distintas: el resultadismo no es sino la búsqueda del objetivo (el resultado) mediante todas las posibilidades y facetas tácticas y técnicas del juego, lo cual implica un estudio profundo e integrador del deporte más allá de las fórmulas fáciles y las escuelas.
El periodista continúa su defenstración moral: considera que si bien la dicotomía está de algún modo superada (y lo está, o mejor dicho nunca existió, siempre y cuando no se caigan en los reduccionismos en los que incurre el autor) explica “formas distintas de sentir no sólo el fútbol, sino también la vida”. Este tipo de traspolaciones de la vida al deporte, tan comunes en los líricos, se alimenta de ingenuos o malintencionados reduccionismos morales. Pero entremos en la discusión: el periodista peronista Pablo Llonto, ¿no considera que si hay una forma válida en el fútbol para dar ejemplo a la vida, esa es la forma de la escuela de Bilardo, que enseña que el esfuerzo colectivo supera las diferencias “naturales”? Al parecer, en lugar de hacer esta consideración, elige caer en el mismo lugar común, ignorante, en el que cayó recientemente José Samano de El País, esa opinión común y maniquea que, impulsada desde los medios de comunicación, defensores de intereses hegemónicos y, a esta altura, mentalmente moldeados para defender esos intereses desde la ingenuidad, se alimenta de leyendas (de “trascendidos”) para evitar la rebelión de los menos poderosos desde el esfuerzo, el trabajo, la solidaridad. Desde los inicios del tiempo, vale agregar, la amenaza a lo establecido fue reducido a un ente malvado, peligroso, criminal.
Este modo de apreciar el fútbol lleva a Llonto a consideraciones extrañas, como por ejemplo valorar la derrota mundialista vs. Italia en el 78 porque… “en aquel equipo no había picapiedras” (?). Se deslinda el resultado del deporte, y se lo valora a partir de una moral subjetiva y, como hemos visto, perjudicial para quienes menos tienen. Argentina necesitó de una sospechosa victoria contra Perú para pasar de ronda, pero aquello de amoral, claro, no tiene nada.
La operación se completa con dos columnas: mientras que la columna de Bilardo habla sobre cábalas (es decir, lo reducen a él mismo a una especie de loco) la de Cappa, lugarteniente de Menotti, habla, por supuesto, del “fútbol que le gusta a la gente”, ese invento que adjudican al pueblo pero que en realidad, como siempre sucede que las cosas se hacen “por el pueblo”, es en beneficio de unos pocos clubes grandes.

viernes, 9 de septiembre de 2011

La burbuja

Para Contra Todos


Todo empezó con la salida de Sabella. Diez días antes del comienzo del torneo, el técnico del seleccionado se fue por ninguneos varios y dejó un plantel seriamente golpeado desde lo anímico. La CD intentó repetir su acierto y contrató un DT novato, aunque no del riñón, pero Berizzo, por personalidad y capacidad, nunca pudo imponer su idea: se quedó el Toto entre ideas de cambio mal recibidas e ideas conservadoras digitadas por los jugadores. Todo con nefasto resultado: Estudiantes tiró por la borda prestigio, rachas y confianza.

Hasta principios de 2010, la política de los dirigentes había sido clara: no desarmar el plantel pero, a cambio, reforzarse lo mínimo indispensable. Atenerse a esta idea a rejatabla le valió a la CD la enemistad y renuncia de Pachorra, que pidió durante cuatro mercados de pases consecutivos un nueve para su equipo, jugó la final del mundo con un equipo notablemente disminuido respecto al que recibiera en 2009 y sufrió algunos arreglos piresianos. Tras la debacle del Clausura 2011, a meses de las elecciones, muchos apuntaban a la sede. Por primera vez en un lustro, el plantel se desarmaba (producto de políticas de refuerzo de mercados de pases anteriores, concentradas en el préstamo como forma de adquirir, aunque más no sea temporalmente, jerarquía; el aporte de esa jerarquía fue muy poco en relación al gasto). Y se hablaba de fin de ciclo, de necesaria transición. Los dirigentes parecen haber sido influenciados por un clima de decepción y enojo general; decidieron correrse de su política austera y darle a la gente lo que pedía. Incluso hasta podría leerse que, sabiendo que dejarían sus cargos en septiembre, lo hicieron sabiendo pero sin importarles el agujero económico que generaban. Se trató, quedó dicho en este espacio, de una apuesta a refundar un equipo de capa caída y necesitado de transición. También fue apuntado que sin la contratación permanente de Sosa y con demasiados préstamos caros e inevitablemente temporales, la refundación no era tal, sino que apenas se trataba de un manotazo de ahogado, de esos que tiran los equipos capitalinos, por mantenerse en los primeros planos desde el dinero y no desde los procesos. No había transición de experimentados hacia jóvenes, sino meramente la incorporación temporal de sangre de supuesta buena calidad para intentar cerrar un ciclo con éxitos. ¿Y después?

Pero en verdad, la apuesta, en el corto plazo al menos, podría haber salido bien. La jerarquía de los jugadores contratados, una columna vertebral pincha, proba y multicampeona (quizás en la ausencia de su doble 5, corazón y cerebro, pueda explicarse el andar cabizbajo de este equipo hasta la eliminación de la Copa) y la firma de Russo al frente del proyecto invitaba a la ilusión. Los más cautelosos apenas vaticinaban un lógico período de formación y adaptación de los nuevos: nadie imaginó este escenario. En apenas dos meses, Estudiantes está afuera de la pelea grande, habiendo armado un plantel largo para afrontar ambos torneos con el menor desgaste posible. Seriamente comprometido para alcanzar la Libertadores del año que viene, ni siquiera en eso puede pensar el equipo: debe primero encontrar una forma que lo convenza, un par de triunfos que lo estabilicen y, entonces sí, plantear nuevos objetivos que movilicen a los jugadores.

Pero dejemos lo deportivo para otro momento. Lo deportivo, a menudo, suele ser una manifestación de lo institucional. Estudiantes atraviesa un momento de suma confusión, con las elecciones a la vuelta de la esquina, un oficialismo en retirada, cuestionado a pesar de sus éxitos, ningún candidato de peso confirmado, la fantasmal presencia de Pires, la división de aguas que genera Verón entre los dirigentes y, sobre todo, las acusaciones y los miedos de los candidatos y de la oposición acerca de la situación económica del club. Institucionalmente Estudiantes supo estar cerca de un club modelo, pero hoy se ha alejado de su línea tanto histórica como la pertinente a este ciclo. La famosa transición hoy se muestra necesaria: no se vislumbran reemplazos en el largo plazo para los estandartes de la mística en este lustro, que ya peinan canas, arrastran dolores y, lógicamente, rinden menos que ayer. Pero en lugar de incorporar dos o tres buenos jugadores, alguna apuesta y darle lugar a los chicos en este marco de experimentados, al futuro, el club apostó una vez más en traer rellenos. Estudiantes contrató diez jugadores, cuatro más incluso que los que pidió Russo. Algunos ya probaron, como en el pasado Peñalba, Barrientos, Pereyra, no ser más que jugadores de moda, caros y requeridos pero para nada deslumbrantes a la hora de la verdad. Son estos los que evitan que suban a primera los proyectos de grandes jugadores que hay. Porque, a pesar de que, según el propio Filipas, el fútbol juvenil necesita de una autocrítica (y también una inversión constante y profesionales probos a cargo), han surgido valores de la talla de los hermanos Hoyos, Modón o Carrillo, que al menos deberían ser considerados para sumar minutos y demostrar su valía. Un caso emblemático resulta el de Iberbia, que sin que le sobre nada, a puro tesón, se impuso a todos los refuerzos que trajeron para jugar por ese sector a lo largo del año.

El ninguneo de lo propio ha sido una creciente deficiencia (y ha habido acierdo, que no se me malentienda) de este ciclo: la consigna de seguir peleando desde lo deportivo no incluye darle minutos a jóvenes verdosos, a pesar de que la movida hipoteca el futuro, realidad cada vez más notable. ¿Que pasará cuando se retiren las glorias? Para entonces tampoco estarán las aves de paso que hoy pueblan el plantel y cobran en euros. Estudiantes se acerca peligrosamente a esos equipos vaciados, sin patrimonio propio, obligado a desestabilizar su economía para armar un plantel cada seis meses: ha ingresado, luego de coquetear durante dos o tres mercados de pases, en una espiral de erogación de dinero constante e incoherente. Una tierra donde son muchos los que hacen negocios, pero no Estudiantes. La espiral puede llegar a aportar éxitos deportivos amparados en un gasto constante. Sin embargo, la burbuja generada por los éxitos, tarde o temprano, y sobre todo cuando se hilvanan un par de derrotas y se pierden un par de objetivos, estalla.

La salida de Berizzo tuvo un par de fechas que apuntaban al ideal: desacelerar, meter pibes, acompañarlos con las glorias. Con un par de refuerzos, podría haber sido un equipo competitivo Estudiantes. Imprevisible por su juventud, quizás, y no apto para la doble competencia. Pero apostando a un futuro sano. La llegada de Russo implicó apostar fuerte a lo deportivo. Pero aún entonces el DT enviaba un mensaje distinto, claro: no estaba dispuesto a abandoner el sitial que había alcanzado Estudiantes pero, afirmaba, lo que se arme debía subsistir más allá del año. Una consigna también sana, que apostaba al crecimiento sostenido. Tampoco fue ese el camino elegido, en definitiva. Cuando se termine el contrato de Miguel, se irán con él una decena de jugadores, sin contar posibles retiros o ventas.

Nadie quiere abandonar el rumbo deportivo, aunque muchos empiezan a aceptarlo como una necesidad. Quizás no lo sea. De cara a las elecciones, no se ha oído una voz que proponga un plan austero que permita seguir caminando por el camino hoy sinuoso del éxito sin comprometer la economía, como el plantel que armara el Doc y dirigentes en el 82, con un par de chirolas. Hasta ahora la consigna que se impone, sin ninguna explicitación de planes, es la de la casa propia. Caer en esa dicotomía “cancha o equipo” tampoco sería sano. Deben buscarse soluciones que se complementen y, sobre todo, que no pongan en peligro al club.

Zubeldía se alejó sorpresivamente del mando de un plantel desarmado y avejentado, quizás conciente de que se terminaba un ciclo y de no poder llevar a cabo la necesaria transición de sus discípulos. Recientemente el ex presidente Otolina intentó, con fines políticos, manchar la épica presidencia de Mangano al hacer referencia a la deuda que dejó su ciclo. Cierto es que Estudiantes sufrió económicamente luego de aquel período, pero también que quedó un Country y una copa del mundo como parte de nuestro patrimonio. No puede caerse en la ingenuidad de pensar que operar un equipo competitivo en el fútbol argentino es un negocio magnífico: generalmente genera deudas en premios y contrataciones, apenas equilibrables mediante alguna venta salvadora. Los ciclos exitosos conllevan pérdidas lógicas y además, terminan. Esta lección histórica debe servir para no repetir errores del pasado. Es necesario trabajar las metas siempre en ese límite entre el rédito y el endeudamiento potable: Estudiantes no debe abandonar su crecimiento, pero debe realizar sus apuestas dentro de este marco, ser conciente de sus limitaciones como institución y no despilfarrar recursos como si fueran renovables. Se impone un proyecto que involucre lo deportivo pero también el largo plazo, la transición necesaria y las inferiores. Un proyecto que acreciente el patrimonio del club a partir de las inversiones realizadas, en vez de disminuirlo como lo hace cada jugador que viene a préstamo y no deja nada más que pérdidas. Un proyecto que quizás implique desacelerar el crecimiento deportivo para desinflar una hinchada burbuja económica: porque después de todo, tras la apuesta monetaria que implicó el armado de este plantel y también del plantel de inicios de año, hoy, al alcanzarse el límite de la burbuja, Estudiantes desacelera obligadamente.