jueves, 30 de junio de 2011

Promiedos

River completó la tríada de campeones de la Copa Angel Cappa y se fue a la B. El sistema creado para defender a los grandes terminó, finalmente, condenando al más ganador a nivel local. Los promedios, un absurdo sistema que hace pagar a los hombres del presente por los errores del pasado, invitando así a la falta de autocrítica entre otras cosas (porque yo me puedo mandar mil cagadas hoy total se paga mañana, y porque si vos te vas es por culpa mía), fueron creados con la excusa un sistema más justo y que invite menos a la histeria, cuando en realidad el aumento de la histeria es notable, producto de la abstracción de un sistema que obliga a sumar, restar, dividir, expecular, todo por ciento y pico de partidos.

La misma excusa fue utilizada para la imposición de los torneos cortos, con el mismo objetivo detrás: favorecer a los grandes, que habían perdido su natural hegemonía por darla por sentada y despilfarrar recursos mientras otros clubes laburaban y amenazaban el orden. Ambas creaciones, ciertamente monstruosas, terminaron perjudicando a los grandes: el papel de los medios independientes (particularmente de internet) en este proceso ha sido clave, porque ante la explosión de información disponible, sumado al natural discurrir de una historia de corrupciones y vaciamientos apañados por AFA, fue imposible ocultar y ayudar secretamente a los clubes grandes ante sus indisimulables crisis nacidas en la primavera menemista.

River fue un club que diversos dirigentes vaciaron a través de operaciones de compra y venta mafiosas. Estos procedimientos eran conocidos por AFA, quien cual FMI seguía prestandole platita por abajo de la mesa, endeudando al club más y más. La alta entrada de dinero que produce River (entradas, camisetas, venta de jugadores con diez partidos en primera) permitió disimular un buen rato su destrucción institucional: como Huracán, como Gimnasia, zafar era el objetivo que se planteaba inconcientemente, sin pensar que zafar implicaba no atacar el problema de fondo, real. River incluso se dio el gusto de ganar un torneito estando el club fundido. Los promedios lo protegieron un tiempo, pero finalmente fue tan prolongada la crisis que se dio lo impensado y bajó a la B. No es producto (al menos directo) de una de esas conspiraciones que los gallinas denuncian tan a menudo, desconociendo concientemente la historia de corrupciones y arreglitos con la casa matriz del fútbol que lo favoreció por años (el negocio, claro, era mutuo). Sencillamente, es el fruto de una crisis tan profunda que ni siquiera en el panorama desolador del futbol argentino pudo ser mejor que 4 equipos a lo largo de tres temporadas. Algo que sin dudas nadie imaginaba cuando, hace tres décadas, se inventaron los promedios: una mala racha de tres años era impensada para un grande dada la distancia económica que existía entre ellos y los demás.

La hegemonía se ha roto, pero solo parcialmente. Ya habilitaron el Monumental, sede para la final de la Copa América, a pesar de los disturbios absolutamente descontrolados que intentaron minimizar los medios diciendo que se trataba de "un grupito aislado", mientras las imágenes mostraban un caos más bien generalizado. Tampoco le descontarán puntos, algo que sucediera tras aquella promoción entre Chicago y Tigre por enfrentamientos más leves. La quita de puntos le significó a Chicago una segunda pérdida de categoría, y saben los que manejan estas cosas (que algo saben) que el primer año en la categoría es difícil y que a menudo los equipos, por estas cosas del promedio (que desprotegen notablemente a los recién ascendidos, por la misma causa por la cual la promoción plantea para los equipos de Primera ventaja deportiva: para proteger a los grandes... paradojas, ironías de la vida), se encuentran peleando tanto en la tabla de posiciones como en los promedios. Una quita de puntos, llegue quien llegue a River (que parece que armará un megaequipo y que apuntará a refundar la identidad del club a través de viejos conocidos de la institución), podría ser lapidario y River en Primera B ya sería absolutamente catastrófico para el club y para la AFA. Un año en el descenso, en cambio, resultará un buen modo de promocionar la categoría, y quizás incluso hasta haga escarmentar a Passarella. Nada trágico, como sugiere la locura de la calculadora, la histeria del promedio. Sencillamente, como se baja de categoría, se puede subir. Si se hacen las cosas bien, claro. Y también, si sos River, con alguna ayudita de tus amigos...

martes, 28 de junio de 2011

Lo que debo al fútbol (Albert Camus)

Sí, lo jugué varios años en la Universidad de Argel. Me parece que fue ayer. Pero cuando, en 1940, volví a calzarme los zapatos, me di cuenta de que no había sido ayer. Antes de terminar el primer tiempo, tenía la lengua como uno de esos perros con los que la gente se cruza a las dos de la tarde en Tizi-Ouzou. Fue, entonces, hace bastante tiempo, en 1928 para adelante, supongo. Hice mi debut con el club deportivo Montpensier. Sólo Dios sabe por qué, dado que yo vivía en Belcourt y el equipo de Belcourt - Mustapha era el Gallia.

Pero tenía un amigo, un tipo velludo, que nadaba en el puerto conmigo y jugaba waterpolo para Montpensier. Así es como a veces la vida de una persona queda determinada. Montpensier jugaba a menudo en los jardines de Manoeuvre, aparentemente por ninguna razón especial. El césped tenía en su haber más porrazos que la canilla de un centro forward visitante del estadio de Alenda, Orán. Pronto aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre lo que se dice derecha.

Al cabo de un año de porrazos y Montpensier en el “Lycée” me hicieron sentir avergonzado de mí mismo: un “universitario” debe jugar con la Universidad de Argel, RUA. En ese periodo, el tipo velludo ya había salido de mi vida. No nos habíamos peleado, sólo que ahora él prefería irse a nadar a Padovani donde el agua no era tan “pura”. Ni tampoco, para ser sinceros, eran “puros” sus motivos. Personalmente, encontré que su motivo era “adorable”, aunque ella bailaba muy mal, lo que me parecía insoportable en una mujer. ¿Es el hombre, o no es, quien debe pisarle los dedos de los pies? El tipo velludo y yo prometimos volver a vernos. Pero los años fueron pasando. Mucho después comencé a frecuentar el restaurante de Padovani (por motivos “puros”) pero el tipo velludo se había casado con su paralítica, quien seguramente le prohibía bañarse, como suele ocurrir.

¿Pero qué es lo que estaba diciendo? Ah sí, el RUA. Estaba encantado, lo importante para mí era jugar. Me devoraba la impaciencia del domingo al jueves, día de práctica, y del jueves al domingo, día del partido. Así fue como me uní a los universitarios. Y allí estaba yo, golero del equipo juvenil. Sí, todo parecía muy fácil. Pero no sabía que se acababa de establecer un vínculo de años, que abarcaría cada estadio de la provincia, y que nunca tendría fin.

No sabía entonces que veinte años después, en las calles de París e incluso en Buenos Aires (sí, me ha sucedido) la palabra RUA mencionada por un amigo con el que tropecé, me haría saltar el corazón tan tontamente como fuera posible. Y ya que estoy confesando mis secretes, debo admitir que en París por ejemplo, voy a ver los partidos del Racing Club, al que convertí en mi favorito sólo porque usan las mismas camisas que el RUA, azul con rayas blancas. También debo decir que Racing tiene algunas de las mismas excentricidades que el RUA. Juega “científicamente”, pierde partidos que debería ganar. Parece que esto ahora ha cambiado (eso es lo que me escriben de Argel), cambiado -pero no mucho-. Después de todo, era por eso que quería tanto a mi equipo, no solo por la alegría de la victoria cuando estaba combinada con la fatiga que sigue al esfuerzo, sino también por el estúpido deseo de llorar en las noches luego de cada derrota.

Como zaguero esta el "Grandote" -quiero decir Raymond Couard. Le dábamos bastante trabajo, si mal no recuerdo. Jugábamos duro. Los estudiantes, los nenes de papá, no escatiman nada. Pobres de nosotros -en todo sentido- ¡muchos nos burlábamos de la dureza de nuestros propios pies! No teníamos más remedio que admitirlo. Y teníamos que jugar “deportivamente”, porque ésa era la dorada regla del RUA, y “firmes”, porque, cuando todo está dicho y hecho, un hombre es un hombre. ¡Difícil compromiso! Eso no puede haber cambiado, estoy seguro.

El equipo más difícil era el Olympic Hussein Dey. El estadio quedaba detrás del cementerio. Ellos nos hicieron notar, sin piedad, que podíamos tener acceso directo. En cuanto a mí, ¡pobre golero!, vinieron por mi cadáver. Sin Roger ¡lo que hubiera sufrido! Estaba Boufarik, ese centro forward grande y gordo (entre nosotros lo llamábamos "Sandia") se excusaba con un: "Lo siento nenito" y una sonrisa franciscana.

No voy a seguir. Ya me excedí de mis límites. Y entonces, me pongo reblandecido. Hasta en "Sandía" veo bondad. Además, seamos sinceros, bien que esto era lo que habían enseñado. Y a esta altura, no quiero seguir bromeando. Porque, después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol, lo que aprendí con el RUA, no puede morir. Preservémoslo. Preservemos esta gran y digna imagen de nuestra juventud. También estará vigilándolos a ustedes.

sábado, 25 de junio de 2011

La maldicion celeste y blanca


Ya le habia pasado una vez al Enzo. Una convocatoria a la Selección del Diego, una ilusión que se abre, fogoneada por el mismo Diego, claro, que llego a decir que al Pulga Rodriguez lo veía entrenando por mucho tiempo mas en Ezeiza, y después, lo borro y le llego el bajon.
Tambien le había pasado a Sosita, de rendimiento increíble el semestre previo al Mundial, a pesar de lo cual tuvo que dejar su lugar a Maxi Rodriguez, que jugaba poco y nada. De la Selección que el Diego decía que iba a armar “con la base del Pincha”, no quedo nada, prácticamente. Asi, varios pincharratas (incluimos a Desabato, Braña, Cellay, y tantos) se ilusionaron en algun momento con una convocatoria que después jamás llegaría. La necesidad de noticias constantes hizo el resto, con notas a los jugadores antes de las convocatorias donde, a pesar de los paños fríos que intentaban poner los jugadores, las palabras de los periodistas, que siempre tienen “la posta” y saben de buena fuente que van a jugar el Mundial y a ser vendidos al Real Madrid, los terminaban inflamando aun mas. Ha sufrido Estudiantes este constante histeriqueo de la Selección.
Hoy tiene un nuevo capitulo. El Enzo volador, volante como no los hay, dejo su lugar junto a Valeri y Monzon. Queda clarísimo que la decisión la toma Batista a partir de los nombres y no del presente, lo que representa un nuevo episodio de su constante contradicción entre su discurso sobre un proyecto, y sus acciones sumisas a la opinión mediatica y popular. Borrados los jugadores sin peso en los medios, quedaron en la lista de 23 cuatro volantes centrales: Masche, Banega, Cambiasso y Gago, este ultimo con una cantidad de minutos infima en la temporada. De lateral por izquierda seguramente Batista implorará que nada le ocurra a Rojo (que, por lo demás, no es lateral por naturaleza), porque sin Monzon no tiene suplente… o a lo mejor en ese caso pone a uno de los seis delanteros que, innecesariamente, lleva. Y que no se lesione Di Maria o Pastore, porque ¿recambio? Bien, gracias.
Todas las listas son discutibles y desde ya adoptamos una óptica critica desde el sentimiento de bronca que nos genera ver, otra vez, a un pincharrata merecedor fuera de la Copa, mientras la misma banda de putitos (¡Carrizo! ¡Gago!) sigue contaminando la Seleccion gracias a la chapa que sacaron jugando en los grandes. La misma historia de siempre: todo se reduce no a la realidad sino a lo que reflejan los medios como realidad. Al inicio del año, en decisión probablemente errada, Sabella no dejó que Enzo vaya a la Selección para que se prepare bien para la doble competencia. Muchos, incluidos el Enzo, depsotricaron. Otros racionalizamos la decisión: todas estas listas de selecciones locales, selecciones europeas B y demás lo único que hacen es hincharle las pelotas a los clubes e ilusionar a los jugadores, para que después terminen yendo a las competencias los mismos tipos de siempre…
Ojala entre Andujar (que será suplente) y Marquitos Rojo puedan torcer lo que otra vez huele bastante a nuevo fracaso, boqueada y canchereo previo, claro. Pero en verdad poco nos importa. La Selección es un sitio sin proyecto serio, sin laburo de fondo, donde las divisiones juveniles quedan libradas al azar y a la improvisación, donde, representando lo peor de nuestra idiosincrasia, seguimos esperando que nos salven los mesías. Simplemente, ahora tenemos una razón mas para que nos importe poco y nada.

jueves, 23 de junio de 2011

Cappa

El "filósofo del fútbol" habla poco de fútbol. Suele discurrir durante horas sobre su concepción cerrada del juego, pero nunca durante esas conferencias de prensa auto-indulgentes vuelca conceptos verdaderos. Cuando el otro gana, ha sido por suerte a veces y, más a menudo, por un juego moralmente deplorable. Este hombre de bigote suele referirse a estas prácticas como "fútbol de derecha", "que solo juega para ganar" y no "para la gente". Por supuesto, más allá de la falta de respeto (y de humildad) a los modos distintos de apreciar y jugar un deporte (que como todo deporte se juega para ganar), un fenómeno que ya hemos tratado en estas páginas, la muletilla "para la gente", es totalmente manipuladora: se gana al proferirla el favor del periodismo progresista, que a su vez moldea la opinión del grueso del público. 

De ese modo Angel Cappa, el hombre de izquierda que cobra por derecha y vive en Madrid, el amigo del cómplice de Videla, ha conseguido muchísimo laburo a pesar de sus logros más bien escasos. Ayudó a revivir la siempre vendedora pelea entre lo pragmático y lo bello, y, en definitiva, pregonar un fútbol que favorece absolutamente el status quo, la prevalencia de los grandes por sobre los chicos, la prevalencia del fútbol de las estrellas individuales por sobre el fútbol de la fuerza colectiva. Un fútbol, absolutamente, de derecha, ya que al parecer hay que ponerle una etiqueta dicotómica a todo.

Y un fútbol, a la vez, vacío conceptualmente. Porque si bien existen equipos que, gracias a la fortaleza de sus billeteras y al atractivo de sus vidrieras, han mantenido una identidad (cada vez menos fuerte) de "paladar negro", estos han tenido en la cueva verdaderos picapiedras pegadores que han serruchado con la impunidad de jugar en un grande. Porque Boca no juega bello, y porque el Barcelona labura, presiona, muerde, marca, y también enfría los partidos (es decir, porque saber defender es parte de jugar buen fútbol). Pero sobre todo porque el concepto de estética no tiene por qué regir el deporte, que se basa en los resultados. Angelito no tiene un pelo de tonto, y aunque cree profundamente en la mentira que pregona, a la vez utiliza su imagen pública filosofal y su gusto por un fútbol bello y bueno para ocultar la miseria de su fútbol. A través de un discurso florido, arrogante, minimizador del rival y absolutamente pretencioso, acomoda la realidad de su fracaso a una fantasía bonita y empaquetable para la venta. Un discurso que devora el establishment periodístico, que por un lado vende espectáculo y no análisis deportivo (fútbol bello y no partidos de uno a cero) y por el otro sabe, aunque sea subconcientemente, que este fútbol es en realidad inofensivo para el fútbol grande del país, que es el fútbol que vende diarios.

Un discurso que, desglosado mínimamente, deja de manifiesto una absoluta unidimensionalidad, una creencia absolutamente ingenua y talibán, un discurso sin análisis profundo de lo ocurrido en la cancha, que decora cualquier resultado con citas absolutamente obvias y vagas sobre la cultura (se nombra a García Márquez, a la ópera, a Benedetti o a Borges de modo absolutamente superficial, demostrando ningún conocimiento en la materia que pregona más que el necesario para cancherear con lo culto cree ser, perfil seudofilosófico que tan atractivo resulta a los muchachos de los diarios y que le sirve para vender humo "con autoridad") y con frases bonitas que se vuelven excusas a la segunda o tercera derrota encadenada: en definitiva, siempre el rival fue malo, no dejó desplegar “el fútbol que le gusta a la gente”. Excusas, puro humo.

Desde su refugio madridista tiró Angelito, siempre amigo de los medios: “Rememorando el título de una maravillosa obra de Gabriel García Márquez, lo de River fue una muerte anunciada”. No nos detengamos en la cita absolutamente obvia y chota, o en el esnobismo florido de la frase para decir una pavada que podría haberse dicho sin el cultismo barato. Detengamonos en la absoluta falta de autocrítica, la absoluta caradurez que tiene este tipo, para salir a hablar en este momento: tiene responsabilidad puntual en el presente de River (fue su último DT e hizo una pobre campaña), y elige lavarse las manos haciendo referencia a la debacle institucional millonaria. Y sale a hablar en un momento donde solo puede hacer daño, con una inocencia que hace pensar que realmente el bigote que pregona la mentira no se enteró de que los últimos tres equipos que dirigió están en promoción o descenso, todos por responsabilidad directa de su dirección técnica. Porque el miércoles, horas antes de la debacle riverplatense (con la habitual carga de violencia y llanto que conlleva cada frustración millonaria), se disputaba la Copa Angel Cappa, entre Huracán, que luego de salir segundo fue último (campaña 2009), y Gimnasia, equipo que agarró luego de dirigir River, con magrísimos resultados (algo así como el 23% de efectividad), para ver quien descendía. Y a pesar de todo esto, al tipo lo llaman, le piden notas, lo contratan para dirigir. Impresionante, verdaderamente, el poder del discurso y la mentira para dar forma a las opiniones y moldear la realidad.



miércoles, 22 de junio de 2011

La Libertadores que no se veía por TV

Por Ezequiel Fernández Moores para canchallena.com 

Pepe Sasía, nueve bravo de Peñarol, tira tierra a los ojos de Gilmar en un córner. El arquero de Santos, lastimado, no puede hacer nada y el ecuatoriano Alberto Spencer pone 3-2 al equipo uruguayo. Furiosos, los hinchas de Santos arrojan una botella contra Sasía. Pepe la parte y la muestra a los hinchas, como diciéndoles que estaba listo para pelear. Santos saca del medio y tres minutos después vuela una nueva botella. Golpea en el cuello a Carlos Robles. El árbitro chileno recupera el conocimiento en el vestuario. Sin garantías de seguridad, decide dar por terminado el partido a los 51 minutos. Santos 2 - Peñarol 3. "Soy diputado de la nación, si no sigue dirigiendo lo hago detener", lo amenaza en los vestuarios João Mendonça Falçao, presidente de la Federación Paulista. "Ladrón, cobarde -insiste-, voy a probar que usted es un sinvergüenza." Se suman Luis Alonso (Lula) y Athiel Jorge Coury, DT y presidente de Santos, respectivamente. "No respondemos por su vida cuando salga del estadio." Alguien saca una pistola. Robles se comunica con Raúl Colombo, entonces presidente argentino de la Conmebol, y le dice que el partido está terminado. Pero que lo seguirá jugando sólo para salir con vida. Es el 2 de agosto de 1962 y hay 30.000 hinchas en el estadio Urbano Caldeira, en Vila Belmiro.
"Mire, Mister, que ya ganó Peñarol", advierte Dante Cocito, kinesiólogo  carbonero  , al DT del equipo uruguayo, Bela Gutman. El húngaro se pone la gorra y decide volverse al hotel. El partido se reanuda después de cincuenta minutos. A los dos minutos, otro botellazo de los hinchas golpea esta vez a Domingo Massaro. El línea es trasladado a la clínica del estadio y el partido vuelve a suspenderse. Diez minutos después, la terna chilena retorna al campo para reanudar el juego. Pagao "empata" 3-3 para Santos. A nueve del final, Pedro Virgilio Rocha cae en el área y Robles cobra penal. La pelota ya está ubicada en el lugar. Pero Massaro, en medio de los botellazos, decide levantar su bandera. Offside. Robles le hace caso. "Tito, todos queremos llegar vivos a nuestras casas, me imagino que vos también", le dice a Tito Gonçalves, defensor de Peñarol. Robles termina la final cinco minutos antes. Después de tres horas y cuarenta minutos. Santos, que había ganado 2-1 el partido de ida en Montevideo, con dos goles de Coutinho, celebra con sus hinchas. ¡Campeón de la Libertadores! También los diarios festejan al día siguiente.

Peñarol, campeón de las dos primeras ediciones de la Copa Libertadores en 1960 y 61, sale del campo como puede. Sasía cubre la corrida de sus compañeros al túnel. Una botella se parte a sus pies. Se la tira al primero de los hinchas que ya habían invadido el campo. Sirve para disuadir al resto. "A noite das garrafadas" (La noche de los botellazos) tituló un diario, en recuerdo a una rebelión popular de 1831 contra el imperio portugués. Seis días después, la Conmebol declara ganador a Peñarol por 3-2 y establece que el desempate debe jugarse el 17 de agosto en Buenos Aires, en cancha de River. Santos protesta ante la FIFA. No se presenta y pide más tiempo para dejar que pase la furia. Además, reclama árbitro europeo. En realidad, precisa más días para recuperar a Pelé, que había vuelto lesionado del Mundial de Chile. El partido se fija para el 30 de agosto con el arbitraje del holandés Leo Horn.

Sasía no temía a nada. En semifinales de 1961, Peñarol quiso que no viajara a Asunción porque la ida en Montevideo contra Olimpia había sido muy caliente. "Si no viajo, me voy del club", amenazó a los dirigentes. Sasía lideró la salida del túnel a paso lento, mientras llovían naranjas desde la tribuna. El árbitro argentino José Luis Praddaude, que antes había recibido un piedrazo, marcó penal para Peñarol a diez del final. Llovieron más naranjas. Sasía, listo para la ejecución, recogió una, le dio un mordiscón y la tiró al campo. No se movió hasta que cayó la última naranja. Los hinchas paraguayos casi derribaron la puerta del vestuario. Un año después, la personalidad no le alcanzó a Peñarol en el desempate contra Santos en River. Los brasileños ganaron 3-0 con dos goles de Pelé.

"Cuando nos íbamos a jugar afuera -recordó hace poco Tito Gonçalves-, había que despedirse de los amigos y familiares por las dudas." No todo era violencia medio siglo atrás en los primeros años de la Copa Libertadores. Peñarol y Santos volvieron a encontrarse en semifinales de 1965. Para evitar la furia de Vila Belmiro, Santos eligió jugar la ida en el Pacaembú, escenario de la final de esta noche. Bajo una lluvia torrencial, Pelé anotó el 1-0 de cabeza a los 2, Pepe puso el 2-0 de tiro libre, a los 4, y Dorval el 3-0, a los 5. Rocha descontó a los 18, Dorval puso el 4-1, a los 22, Héctor Silva el 4-2, a los 24, y Coutinho 5-2, a los 43, minutos antes de que Luis González le atajara un penal a Pelé. A los 18 y 22 del segundo tiempo, Peñarol estrelló dos tiros en los postes. Sasía, a los 30, y Silva, a los 35, descontaron a 5-4 y en el último minuto Sasía metió otro cabezazo en el palo. Aún hoy se la recuerda como la final más espectacular en la historia de la Libertadores. En la revancha, Santos ganaba 2-1 a quince del final. Sasía, de penal, y Silva pusieron el 3-2 para Peñarol. El desempate fue otra vez en River. Peñarol ganó 2-1 y su figura fue un joven arquero debutante, Ladislao Mazurkiewicz. La final fue contra Independiente. En la ida en Avellaneda, el Rojo ganó 1-0. Sasía volvió a tirar tierra en un córner a los ojos del arquero rival, esta vez de Miguel Ángel Santoro. El peruano Arturo Yamasaki lo vio y lo echó de inmediato. Peñarol ganó 3-1 la revancha, pero en el desempate en el Estadio Nacional de Santiago cayó 4-1 y con Sasía otra vez expulsado. Fue el final del Pepe en Peñarol.

Los dirigentes condenaron la viveza que antes toleraban. En realidad -cuenta Luciano Álvarez, en su formidable  Historia de Peñarol  -, fue la excusa para sacárselo de encima. Sasía, que era presidente de la Mutual de jugadores, asesoraba a los juveniles de primer contrato. No cobraba su sueldo hasta que no recibiera el suyo el último empleado del club. "Con sexto de escuela -dijo una vez-, entiendo cosas que no todos entienden, que no vienen en ningún libro." Ateo que tenía fe en la vida, como decía, Sasía mantuvo sus botines Sportlandia en pleno Mundial 66, cuando ya sus compañeros de equipo eran seducidos por Adidas y Puma. Cuando Alberto J. Armando lo llamó al teléfono del bar montevideano de Aires Puros, corrieron para buscarlo: "¡Pepe!, ¡Pepe! Apurate, te llaman de Buenos Aires, un tipo dice que es de la sede de Boca. Que un tal Armando te quiere hablar. No me dijo el apellido, sólo el nombre, Armando". Murguista y frenteamplista, Sasía duró poco en Boca y volvió a la Argentina años después, para jugar en Rosario Central. Sasía fue una especie de segundo Obdulio Varela, mítico capitán de Peñarol y del Maracanazo en el Mundial de 1950.

La Libertadores que definen esta noche en el Pacaembú Santos y Peñarol es completamente distinta. Posee nombre de banco español y televisión desde todos los ángulos. Imposible imaginarse pistolas en los vestuarios, botellazos o tierrita en los ojos del arquero rival. También los equipos son otros. Santos, que jamás volvió a ganar tras la última conquista de 1963, no es el de los tiempos de Pelé, aunque tiene al fenomenal Neymar, que vuela apenas lo miran los defensores rivales. Peñarol está todavía más lejos del gran campeón de los 60. Su presencia en la final es casi milagrosa si se recuerda cómo comenzó la Copa. Pero cuenta con la fuerza del colectivo. Imprescindible si se trata de fútbol.

martes, 14 de junio de 2011

Hasta pronto Astroboy

Por Ezequiel Lavinia para Contra Todos


Dotado de cohetes en sus botas y con más de cien mil caballos de potencia llegó desde Mendoza aquel invierno de 2007. Enzo Pérez, un jugador que se incorporó a Estudiantes sin resonancias, acaba de ser vendido al Benfica consagrado como un Cyborg capaz de volar. A sus capacidades técnicas logró, en los últimos tiempos, acoplarle un súper turbo que me dejó con la boca abierta más de una vez: tan sólo le bastó con controlar la pelota, iniciar la carrera y lanzarse a pura aceleración para que nadie, ni siquiera un astro, pueda alcanzarlo. 
Astroboy, o Enzo Pérez, llegó en silencio y a paso cansino mientras entrenaba y potenciaba sus capacidades ocultas en el laboratorio de City Bell. En 3 años se megaperfeccionó y vaya uno a saber por cuánto tiempo extrañaremos sus corridas por la derecha, sus diagonales inesperadas, sus gambetas cósmicas y sus apiladas de fantasía que sólo pudieron ser interrumpidas por faltas rivales sancionadas sistemáticamente con tarjetas amarillas. 

Con Enzo se va uno de los héroes en Mineirao y ante cada estela que deje en el campo durante la Copa América sentiré una mezcla de melancolía y orgullo. Cuando el campeonato se termine todo un continente lo perderá y cada noche que lo extrañe y quiera encontrarlo alzaré mis ojos al cielo esperando encontrarlo; quizás lo vea, fulgurante y vigoroso, esquivando planetas y volando por la galaxia...


viernes, 10 de junio de 2011

Debate en la revista Un Caño: “¿A qué jugamos?” y la discusión sobre qué es el “buen juego”


Sin dudas la mejor publicación sobre fútbol, la revista Un Caño armó un lindo debate sobre el nivel de nuestro fútbol vernáculo. Recién ahora llegamos a leerla porque la revista es de difícil acceso fuera de capital pero, afortunadamente, terminado el mes el número entero se sube a su página, así que pueden leerla y saber de que estamos hablando.

Tenemos algunas cosas para decir al respecto... aunque nos hemos dado cuenta de que en el fondo, todos nuestros argumentos no hacen más que caer en una trampa gigante, invisible: el hecho de que se trata de un debate banal, antifutbolístico. Se trata de hablar de fútbol desde el sentido común, desde la apariencia superficial, y no desde las profundidades de la táctica, los modelos, los proyectos. Algunas ideas de estas últimas se insinúan[1] pero básicamente no se discute en ningún momento el “jugar bien” como meramente el placer estético: los defensores de lo vernáculo hablan de paridad y emoción, los detractores, de mediocridad y caos, pero el fútbol sigue siendo un vehículo estético para emocionar y admirar al “pueblo”. Pablo Llonto, editor de la revista, al parecer concordaba con esta idea de que el debate entraña un análisis de cafetín, sin importancia, sobre la estética del juego y se abstuvo de participar en lo que creyó “una trampa de la alta burguesía en esta propuesta, que calificó de anodina y de opio de los pueblos”. Nosotros no tuvimos tanta altura.

En el gran artículo de Pablo De Biase (que termina traicionado por la influencia discursiva de su medio, cayendo en la trampa de la “belleza” como uno de los objetivos del deporte, aunque aclarando, siempre ligado a “la efectividad”, fusión perfecta de bilardismo y menotismo) el autor cae en cuenta de que la gente no quiere admirarse con el fútbol, sino que quiere ganar. El fútbol no se aprecia desde la objetividad, “la pasión del hincha no orbita en el vacío, se asienta en la rivalidad, la enemistad con otro”.

Quien quiere fútbol para apreciar su belleza, ese hincha extranjero que va a la Bombonera en el artículo que presenta el debate, ese es el espectador de fútbol teatral al que nos referimos, el que quiere estrellas rutilantes, jugadas tribuneras, marketing. El fútbol que favorece a las billeteras más poderosas, el fútbol que genera que la brecha se abra cada vez más profunda en la Liga de las Estrellas, provocando esos maravillosos espectáculos que da el Barcelona en Europa y también la gran deuda que este club y, aún más, el Madrid, han contraido en épocas de crisis económicas terribles para su país y Europa. Ni hablar del lavado de dinero sucio de narcotráfico y oro negro que ocurre en la liga inglesa, o de la Serie A. Ese fútbol sufre cada vez más del anonimato: los hinchas no son parte, no son socios; dependen de los caprichos de sus dueños megalómanos y, poco a poco, se desapasionan, ven fútbol como ballet, lo aprecian desapasionadamente y así se da lo peor, la pérdida de identidad necesaria, por ejemplo, para intentar discutirle una hegemonía al Barcelona. Hoy el fútbol europeo es un fútbol sumiso. Y aburrido, porque fuera del Barcelona o el vértigo inglés (donde a pesar de ser prisioneros de los petrodólares, los tipos siguen hablando y viviendo el fútbol) nadie entretiene.

No es el hincha, entonces, el que busca entretenimiento, sino el espectador desapasionado, imparcial. Pero tampoco el deportista (al menos, el deportista que no ha sido abducido por el sistema) se preocupa por entretener y embellecer. El deportista busca el objetivo en su deporte: el triunfo. Por él, por sus compañeros, que tanto laburan para rendir examen el fin de semana, por el hincha. Llegamos aquí al meollo del asunto: nadie, en los artículos de Un Caño, discute la noción de “jugar bien” (De Biase realiza un análisis lúcido del periodismo filosófico y su vacío discursivo, pero retrocede en las consideraciones finales hacia “la belleza de la efectividad”, como un futurista de 1920). Si jugar bien equivale a entretener y generar vértigo en el espectador, habría que preguntarse por qué jugar bien debe ser un objetivo: no sirve al hincha, no sirve al jugador, no sirve al equipo. Es un objetivo vacío, snob: la belleza como objetivo y como vara, en el deporte, no tiene lógica. Desde ya, si adquirimos esta perspectiva (ningún periodista adhiere particularmente a ella, pero en todas las notas hay resabios de esta forma de apreciar el fútbol como “entretenimiento”), en Argentina no se juega bien: no hay estallidos de talento individual sorpresivo, no hay megaestrellas atrayentes, no hay equipos que mantengan el nivel en una temporada. No hay dinero para mantener los planteles, lograr coherencia, para que los chicos habilidosos no quieran irse. Y entonces emigran y lo que no se dice a menudo es que el fútbol que se admira es fruto de una dominación económica de Europa hacia Argentina que obliga a la exportación de materia prima, que vacía las canteras, los recursos, como si fuéramos aún colonia... y lo somos, porque aún simbólicamente, como puede leerse en estas líneas, permanecemos atados a un sistema de interpretación y ejecución del fútbol que no nos favorece.

Sin embargo, “jugar bien” debería ser mucho más que la mera destreza técnica individual, la ofensividad, el ensamblaje fluido. Jugar bien al fútbol incluye el conocimiento de la ninguneada táctica, herramienta necesaria para someter a equipos individualmente más poderosos desde el conjunto, desde la fuerza individual. La táctica, ordenar al equipo para atacar y defender de modo más eficaz, teniendo en cuenta al rival, se utiliza a menudo para explicar la muerte de la nuestra, de la lógica caótica del potrero. Los jugadores argentinos y el periodismo que los exacerba todavía creen en un fútbol individualista, donde uno no tiene por qué cambiar de posición o asumir responsabilidades defensivas por el equipo, si es el equipo el que debe sacrificarse para que uno y su gambeta brillen (y lo vendan a Europa, claro). Mucho neomenottista quiere acercar al Barcelona a la nuestra, pero manipula la realidad al obviar los claros conceptos de orden (caos controlado), de presión y recuperación de pelotas y de solidaridad que el equipo blaugrana muestra en cada una de sus avasallantes presentaciones. Entre esta gente se encuentra Batista, quien pretende subirse al carrito barcelonés proclamando que su selección quiere jugar como el equipo de moda y, de algún modo, amparándose ante los eventuales malos resultados detrás de un proyecto que unanimemente vale la pena. Pero el seleccionador se limita meramente a copiar lo superficial (esquema, posición de Messi), sin considerar no solo la cuidadosa y paciente planificación que llevó crear un equipo como el de Guardiola (es decir, el proyecto a largo plazo de La Masía) sino obviando también aspectos tácticos del equipo culé: lejos de ser pura ofensividad, sin pelota es presión e intensidad al servicio de la recuperación. Por supuesto, no hay lugar allí para remolones que prefieran esperar parados que le llegue la pelota.

En Argentina, desde ya, tampoco se practica este “buen juego” como norma. Han habido excepciones (en Vélez, cuando brilla, en el Estudiantes de Sabella) pero en general son pocos los equipos con una idea integral del buen juego. La mayoría foralece sus cualidades buenas y esconde, en lugar de corregir, sus falencias. Sin embargo, esta práctica vizcachera argentina ha llevado a muchos equipos chicos a subvertir el orden de cosas, campeonar, meter batacazos y atreverse. Herramientas absolutamente nobles como la pelota parada o la marca aguerrida han equilibrado el fútbol argentino a la par que la debacle institucional económica de los grandes los obligó a comportarse cada vez más como los equipos chicos a los que ellos les robaban jugadores: ahora son ellos los que, sin plata, tienen que vender constantemente, destruyendo sus equipos cada semestre y cada vez más adoptando prácticas antes denostadas por su paladar aristocrático.

Se dice, señala Víctor Hugo, que no se juega bien en Argentina porque los grandes perdieron poderío, y hay mucho de cierto en ello. Hay ciertamente menos estrellitas mediáticas (todas en Europa), más paridad y atrevimiento y mucha menos ingenuidad. El juego absolutamente gozador de los grandes ha comenzado a chocar cada vez más fuertemente contra defensas trabajadas que viajan a la capital para rascar un punto y, muchas veces y cada vez más, para meter un triunfo y soñar con el campeonato. Son los hijos de Estudiantes, esa escuela de fútbol integral, desmitificadora y subversiva que terminó con el ya mítico complejo de inferioridad de chicos a grandes, de argentinos a europeos, heredado de épocas de colonias y virreyes. “El complejo de inferioridad que se tiene ante profesionalismos más fuertes sostiene la idea de que aquí no se ve nada”, dice Morales, “y luego vienen sorpresas como el famoso partido de Estudiantes y Barcelona, ante el cual nadie entiende por qué los catalanes no metieron cinco goles, que es la diferencia de calidades que imaginamos entre el fútbol de un país y el otro”. Víctor Hugo había dicho respecto a aquel partido, en su momento,  que Estudiantes no jugó, como decían los neomenotistas, como un equipo argentino actual (es decir, dicen ellos, con mezquindad y no con la nuestra); si hubiera jugado como un equipo argentino (es decir, decimos nosotros, con la nuestra), opinó el uruguayo, hubiera caído por goleada.

Por supuesto, Víctor Hugo (y nosotros) se olvida de que hay muchisima mediocridad, improvisacion, que son pocos los equipos que logran jugar de modo efectivo y sostenido, que no hay proyectos, que hay mucho mentiroso (sobre todo de la corriente del fulbito y la nuestra, pero también de los sacapuntos) y de que todo esto tiene lugar porque cada vez es más difícil sostenerse económicamente ante el abrumador mercado europeo, que pone precios en euros y obliga a pagar contratos tremendos para ver jugar un ratito al pibe maravilla, algo que se acentúa con las prácticas espurias de nuestros dirigentes. Si antes, como un espejo del país, administraban riqueza y ello no requería demasiado esfuerzo y permitía levantar unos vueltitos, ahora la riqueza tornó pobreza, los cracks florecen con esto de la globalización cada vez más en todo el mundo (o el mundo se ha achicado con esto de la globalización) y en la administración de la pobreza se han mostrado mucho menos vivos de lo que creen ser. Además, claro, de seguir viviendo épocas viejas, de vacas gordas, de canteras repletas de fútbol, de equipos hechos con cracks de la pensión, de contratos más bajos, de menos ventas a Europa, mercado relativamente nuevo, y menor necesidad de ventas, épocas cuando los chicos les regalaban jugadores a los grandes y estos se robaban todos los torneos. Ahí sí que se jugaba bien... Por supuesto, en todo ese período, nunca fue campeón del mundo Argentina: cada vez que tuvo que referendar los laureles de la nuestra en el mundo, terminó en catástrofe.

Hay que asumir, entonces, nuestra condicion de inferioridad (que parte desde lo economico) y desde allí, pensar el fútbol con menos pruritos conservadores y alardes aristocráticos, con menos moralina de monaguillo y con más deseo de tener un fútbol competitivo pero no a cualquier costo: un fútbol que sin narcodólares nos identifique como hinchas y que desafie, desde la humildad y el laburo, desde el fútbol y sin pretender ser dueños de algo único, al mundo. Un fútbol social, colectivo, para hacerle frente al fútbol impersonal europeo desde lo grupal, desde la solidaridad y la identificación.



[1]          Hamilton plantea que el fútbol está mal debida la histeria que generan la promocion y los dos torneos por año, hipótesis que en principio parece exagerada, refutable, supeditada a ese moralismo de que “no se puede jugar pendiente del resultado”, cuando en realidad el peor fútbol, nos parece, es aquel que se juega

jueves, 9 de junio de 2011

En el fondo hay un problema

Por Cristian Grosso  para La Nacion


Después de un par de temporadas en el fútbol qatarí, cuando el exquisito volante ya se extinguía, Pep Guardiola eligió retirarse con los Dorados de Sinaloa. Se instaló en México porque lo atrajo ser dirigido por el español Juan Manuel Lillo, un técnico renovador y experto en ejercicios defensivos. Cuentan que Lillo fue una pieza basal en la cimentación del Guardiola DT porque entonces aprendió cómo trabajar tácticamente sin la pelota. Se convenció de que un equipo se ordena alrededor del balón. "Puede ser un poco contradictorio, pero cuanto más quieras atacar, mejor disciplina defensiva debes tener", reflexionaba Guardiola. Ningún disparate.

El fantástico Barcelona de Guardiola tiene una aceitada estrategia, un obsesivo trabajo sin pausa. El laboratorio de Pep, lejos de distenderse en las resoluciones individuales de sus cracks ofensivos, contempla puntillosos ensayos de las transiciones defensivas, cuando se pierde la pelota y organizarse para recuperarla exige un plan. En una entrevista con el diario El País, hace ya un tiempo, el cerebral Xavi Hernández sorprendía hasta al periodista?

 -¿Qué les ha dado Guardiola?

-No sabe cómo estoy disfrutando con él de DT. Igual me equivoco, pero lo más importante que ha dado al equipo es el orden que nos faltaba.

 -¿En el vestuario o el campo?

-Orden defensivo. En el repliegue, los córners, los saques.

 -¿Saques de banda?

-Claro. Cada vez que el rival saca, todos tenemos una misión y de ahí no salimos. Este Barça está muy trabajado. No sabe cómo es Pep de currante [trabajador]. Controla todas las situaciones del juego, muy especialmente las defensivas. Y debe ser así, porque tal y como está el patio, a la que te descuidas el rival te la lía. Por eso casi no nos hacen ocasiones y creamos tantas. Nuestro fútbol no es una casualidad, es consecuencia de la idea que aprendió Pep en La Masía y de mucho trabajo.

 -Es muy fácil decir eso cuando juegas con Messi...

-El talento es imprescindible y marca las diferencias, pero este equipo tiene tanto orden como talento. Si no, malo.

Sergio Batista podría tomar nota. Primero, ya no insistir con aquello de que su selección debe jugar como Barcelona. Los equipos difícilmente son imitables, y menos un ejemplar extraordinario como el catalán. Pero si aún así insistiera con la clonación, tendría que partir de un rasgo esencial: el pressing detrás de cada pérdida de la pelota y los reagrupamientos defensivos. Barcelona ejecuta una armónica y asfixiante presión colectiva, con dosis exactas de mecánica y convicción. Aprieta alto y no va sólo sobre la pelota, sino especialmente sobre los posibles receptores. Eso es trabajo.

La Argentina de Batista no ofrece una conducta defensiva confiable. Falta ensamble. La búsqueda de tenencia y control no encuentra respaldo en un eje centro con poco corte y relevos desprolijos. Entonces, más veces de las aconsejables, la defensa queda expuesta, a la intemperie y corre desde atrás. ¿Alguien ha visto a Barcelona en ese escenario? No, porque ha entrenado la emergencia. Como ha observado Valdano, aunque atacar y tener cuidado parezcan ideas enfrentadas, es sensato que sean analizadas juntas. Conviene tener determinados celos cuando se ataca. El poder hipnótico de la pelota debe adormecer a los rivales y no a los jugadores del propio equipo. "Aspiro a la compensación: que nunca el equipo defienda bien a costa de manejar mal la pelota, ni tampoco que ataque bien a costa de recuperarla mal", dice Bielsa, un técnico que pone el acento en el arco de enfrente. Lo sabe Guardiola, el gurú de la expresión más avasallante de la historia. Copiar lo elemental es el desafío para Batista.

lunes, 6 de junio de 2011

Rafa


Nole será inevitablemente el número uno del mundo. Lo será, probablemente, en el corto plazo: ha mostrado un tenis avasallante, de monstruosa técnica y una mentalidad fija llegar a la cima. Su juego naturalmente ofensivo, su desfachatez y la decisión que ha tomado este año de dar el salto, asi lo dictan. Tambien influye un calendario que deja de lado el polvo de ladrillo y, claro, la voluntad del herético ascendente que buscan ser el numero 1. Nadal supo ser el hambriento numero dos, pisando los talones de Roger, y hoy, protegiendo el uno contra su primer rival en ascenso desde que la rivalidad Federer-Nadal quedo superada, comprende la grandeza de Roger, la soledad del numero uno, la presión sicológica, el desgaste, la obligación. Rafa exhibe ya algunos signos del desgaste de ser el uno, tanto físicos como mentales (y eso que la cabeza de Rafa es prodigiosa), signos que comienzan a acentuarse a medida que Novak le gana una y otra vez en las finales: parte de su plan es justamente haberle agarrado la mano a Nadal, y la tendencia parece, solamente, acentuarse.
La derrota de Djokovic con Federer en semis de Rolanga, con el uno al alcance de la mano, evidencia sin embargo dos cosas: en primer lugar lo muestra aún verde, un muchacho decidido y confiado pero aún falto de la grandeza de Roger o Rafa; en segundo lugar muestra la vigencia de Federer, quizás disminuido en reacción o velocidad, incluso en regularidad, pero un tipo que con la mano atada en la espalda es el número tres o cuatro del mundo, y no más. Aunque muchos, ansiosos por ver el cambio de guardia, sigan matándolo. Roger mantuvo su reinado con gracia y seguridad durante un tiempo record, resistiendo los embates de Nadal, el ascendente pibito arrogante (hoy el escenario es al revés), y la presión enorme de ser el número uno y que todos esperen que ganes. Sin dudas, el número uno de la historia.
Aquella lucha ya legendaria generó un absurdo antagonismo entre Roger y Rafa. Cierto que superficialmente el juego de uno es técnico hasta la perfección, hermoso en su simpleza y similar al movimiento de las aves, o del agua: un caballero anglosajón; mientras que el del otro es aguerrido, mental, sin sutilezas, puro avasallar mental y físicamente al oponente: el conquistador. Sin embargo, esta dualidad es una notable construcción a partir de la exageración de sus cualidades. Roger ha demostrado fuerza y entereza, también un enorme orgullo. Solo se lo vio impotente cuando, al igual que Djokovic con Nadal esta temporada, veía como se le escapaban finales ante el mismo muchacho y no podía hacer nada. Es cierto que es más templado, pero su orgullo sin dudas hizo una aparición en la semifinal de Roland Garros, cuando todos lo daban por perdedor. Federer nos regaló quizás una última final entre los grandes de la década, y de paso, casi con naturalidad, le puso freno a la ascendencia aparentemente imparable de Novak, imponiéndole su primera derrota en 2011. Como diciéndole “te falta, pibe”, mientras sacaba algunos boletos para la reconquista de Wimbledon entre los escritores de obituarios prematuros.
Y Rafa? Rafa, a pesar de su enorme ambición, jamás ha dejado de ser un competidor leal. Mucho más caballero que algunos gentleman de cotillón, la comprensión de la dureza de las presiones estar arriba, y una nobleza y una humildad mostradas en cada enfrentamiento y en cada entrenamiento, hicieron que a pesar de la diferencia generacional, Roger y Rafa se hicieran compinches. La semifinal de Francia fue una especie de favor, de un amigo a otro.
Pero el uno de Rafa será, en el corto plazo, historia. Pendiente la reacción de Rafa a perder el trono (y todos esperamos que sea una espectacular)  es la realidad del juego y la vida: siempre habrá alguien más joven, más fuerte y más ambicioso. Lo difícil no es llegar sino mantenerse, refrán que demuestra la grandeza del reinado de Roger, siempre consecuentemente el mejor ante los espasmos de grandeza de sus rivales. Es justicia que haya perdido su trono no en manos de la edad o del cansancio, sino en manos de un oponente digno: alguien que a pesar de una técnica que no exhibe la voluptuosidad o la soltura, la naturalidad del talento, que a pesar de ser en principio un jugador unidimensional, defensivo y de polvo, entrenó hasta que la sangré manchó los grips, trabajó y trabajó, y conquistó todas las superficies. Si cada golpe suyo roza la perfeccion, es solo debido a su inteligencia y, sobre todo, a los milenios de trabajo que ha dedicado a cada faceta de su juego. Cada golpe exhibe la pasión, la fuerza y también la rusticidad de ese trabajo pesado, manual, exhaustivo. Su mejor cualidad, su defensa, no es sino fruto de un increíble trabajo sobre su físico que le permite correr todas las pelotas, resbalar, reaccionar, agacharse, en cualquier momento del partido. El modo mismo de jugar que, dijeron, lo sacaría de los courts por lesión mas pronto que tarde. Pero no fue asi. Gano en todas las superficies, aun las que no favorecían su juego, enriqueció sus variantes volviéndose mas ofensivo por momentos, y conquisto la cima. Hasta que una lesión lo margino de los courts, y las voces volvieron a hablar. Pero el trabajo, se recupero y sigue arriba. Y tambien esa presión supero Rafa a puro laburar: la presión de ser el uno.
No eran muchos los que confiaban en él, salvo él. Nadal es el hambre de gloria, y la inteligencia puesta al servicio de ese hambre de gloria. Solo así se explica como el trabajo puede haber vencido al talento, como el número uno de la historia perdió la cabeza ante la desgastante insistencia de su perseguidor, y sucumbió así ante el número uno del momento. 
El dueño de la cabeza más prodigiosa de la historia del deporte enfrenta un desafío similar al que sufriera Roger ante un joven y ascendente Nadal. It's going to be legen-wait for it....

Pasado, presente, futuro, identidad

 Corren épocas algo grises, shockeantes por el contraste de pasar de campeones a la nada misma, de equipo elegido por todos a barco sin conductor del que todos saltan, de un equipo que de ser considerado invencible pasa hoy a ser declarado muerto. Y andamos malhumorados los hinchas, preocupados por el futuro que hoy luce con muchos interrogantes: ¿quién será el técnico? ¿Quién vendrá a reforzar el plantel? ¿Quiénes se irán?

Y sin embargo, tan glorioso es Estudiantes que el pasado ha traído, aunque fueran tímidas, un par de sonrisas estas semanas. Porque primero el baile que el Barcelona le propinó al Manchester, que no pudo más que esperar el milagro con impotencia y estuvo cerca de irse humillado, hizo que fuera imposible no recordar la grandeza de aquella derrota, dolorosa aún cuando se la recuerda con un inmenso orgullo, de Abu Dhabi. Porque luego, el todopoderoso Vélez cayó por segunda vez consecutiva en el torneo, esta vez ante un débil Tigre, y alcanzará como mucho 39 unidades en el torneo, lo que valora aquellos 40 puntos conseguidos en una doble competencia aún más frenética que esta, aún más acortada que ésta, por el incipiente Mundial de Sudáfrica: el Pincha terminó su participación en 19 de mayo, en cancha de Quilmes contra su archinémesis Inter, sin descansar una sola semana desde el comienzo de las actividades. Logró 40 puntos y se quedó con las manos vacías por errores puntuales y un plantel increíble pero corto, pero sobre todo por la falta de suerte. Lo mismo sucedió en Abu Dhabi. Mientras la mayoría de los equipos fallan y tienen nuevas oportunidades (Vélez, por ejemplo, sigue puntero a pesar de haber cosechado 0 de 6 en las últimas dos presentaciones), Estudiantes jugó un partido perfecto y pagó su único error contra el Barcelona, y luego hizo un semestre increíble y pagó carísimo un empate con un jugador menos (en parte, porque Independiente se abrió de gambas) y un gol entre humo de bengalas y distracciones. Allí, en esa seguidilla de derrotas 2009-2010, había algo, el germen de algo. Y efectivamente, Estudiantes se vengaría de esta racha de mala suerte ganando todos sus encuentros en la recta final del 2010, para no dejar lugar al azar y todo lo demás que, se sabe, nunca son aliados de los equipos chicos, subversivos, hinchapelotas.

Sabella, en aquel primer semestre de 2010, incurrió en algunos errores por ser demasiado cauto: el cansancio de sus soldados, agotados tras una seguidilla infernal de partidos, le hacía querer cerrar los partidos antes de tiempo. Pero la doble competencia no es ningún verso, y el Supervélez, de mucha mayor profundidad en su plantel gracias a un trabajo dirigencial a conciencia, pautado entre dirigentes, técnico y manager, la sufre y ha perdido sus últimos tres encuentros. Es muy probable que se lleve todo, con el cuadro de Libertadores bastante abierto y el torneo, verdaderamente, entregado como no estuvo aquel Clausura 2010: pero aún así su puntaje y sus altibajos ponen de manifiesto el increíble trabajo realizado por Sabella y los suyos, que fueron sin embargo muy criticados por aquella campaña. ¿Qué dirían aquellos hinchas ahora, Apertura 2010 y ciclo Berizzo mediante? Pelear todo ya no parece tan natural y obligatorio y algunos hinchas empiezan a darse cuenta de la importancia de un tipo como Sabella en el club, al tiempo que sus hazañas se hacen pasado y a la vez toman valor. También los dirigentes han entendido su error, y fueron a buscarlo a pesar de su enfrentamiento con el técnico (es decir, a pesar de que pedirlo implicaba reconocer errores). El no de Pachorra los puso aún más en evidencia: fue tan erróneo ningunearlo, pensar que ganaban los jugadores y que el DT nada tenía que ver, mercado de pases tras mercado de pases, como fue estirar el ciclo Berizzo hasta que no dio para más. La falta de reflejos dilató tanto las cosas que Sabella agarró otro club. Para colmo, todos los pronósticos que hiciera Pachorra (sobre Nelson Benítez, la falta de un lateral, la necesidad de otro delantero de jerarquía) quedaron demostrados a lo largo del ciclo Berizzo.

Pachorra no era el proyecto él solo, por su cuenta. Pero sí era una parte crucial, estructural en el proyecto deportivo de Estudiantes. Berizzo fue un paso claro en falso: la juventud no es la única condición que debe tener un técnico pincharrata (juventud significa, claro está, ideas de vanguardia, hambre contrahegemónica y, también, menor ambición para buscar nuevos destinos). La personalidad debe ser una característica del nuevo entrenador, y de todo entrenador pincha: para arriar a un grupo de forajidos se necesitan personalidades fuertes, valientes, pero también humildad y un perfil bajo. Y, claro, debe haber sí o sí una identificación al menos ideológica con el club, lo cual quedó patente en las conferencias de Toto, no era el caso. Es preferible además una identificación con los colores, por obvias razones: conocimiento de la particular familia, las obligaciones, los códigos, pero sobre todo, un cariño por el club que lleva, como llevó a Pachorra, a intentar que el club crezca, a querer construir una dinastía. Sucede con la Brujita, desde siempre.

Bajo esta perspectiva, los tres primeros candidatos estuvieron bien apuntados. Pero de aquellos tres, apenas queda uno y medio, con el Cholo coqueteando con Europa y Russo como un gran signo de interrogación (¿seguirá en Racing? ¿Dan los números?). Y mientras empiezan a sonar nombres, cabe preguntarse si Simeone, que al igual que Fosati nos parece un candidato aptísimo que recibiríamos con mucha esperanza, son técnicos útiles no sólo al resultado inmediato, sino al proyecto deportivo a largo plazo. ¿Cuánta estabilidad, cuánto largo plazo (que implica proyección de juveniles, identidad futbolística, fuerza en los momentos difíciles) puede dar un DT que vislumbra Estudiantes no como su casa sino como un paso más en su carrera? Es un problema difícil de solucionar. Russo parece un candidato de excepción, idóneo por donde se lo mire, de mucha experiencia, conocimientos vastos, ideología pincharrata hasta la médula, pero aún a él es difícil imaginarlo como el Ferguson de Estudiantes.

Saben los dirigentes que para que haya, efectivamente, un técnico que marque una era, hay primero que nada elegirlo bien (y no a los apurones, como sucedió con Berizzo tras la súbita salida de Sabella) y, segundo, reducir el roce entre dirigentes y DT. Para ello, en una noticia a la que no se ha dimensionado correctamente, han tomado la decisión de crear el puesto de mánager, para dialogar con el entrenador sobre refuerzos, proyectos, juveniles y demás y que éste medie entre él y los dirigentes. El manager será el capeador de batallas y eras mucho más duras, el Vasco Asconzabal, y si bien resta ver si está capacitado y, además, si no se trata de una mera medida-copia de Vélez, la medida debe ser saludada como un acierto de antemano. También parecen haber aprendido de sus errores en términos de refuerzos y se saluda el traer jugadores identificados con el club. Estudiantes necesita recuperar su identidad para poner en marcha otra vez, practicamente desde cero, un proyecto a largo plazo. Sabe que necesita para ello un DT y jugadores de la casa, sabe también que tiene que comenzar una transición y que para ello debe mejorar la formación de pibes y darles mucho más espacio. Y hoy, sabe que perdió a Sabella, su candidato ideal. Lo cual no deja de ser una gran lección.

domingo, 5 de junio de 2011

Jugar Bien ≠ Jugar Lindo

Hurtado de Laboratorio Pincharrata

¨El fútbol es uno sólo y es el que se juega bien. 
Después, eso sí, puede haber diferencias tácticas¨ 
Osvaldo Zubeldía


Siguiendo el análisis de las ¨verdades¨ instaladas en el fútbol que carecen de una argumentación racional, nos encontramos con la histórica confusión que asocia jugar bien con ¨jugar lindo¨. Es muy común que escuchemos que un equipo ¨juega bien¨ y marcha por la mitad de la tabla.

Generalmente cuando en los medios se dice que un equipo ¨juega bien¨ se refieren a una forma de jugar al fútbol (generalmente con mucho toque) y no al sentido de BIEN como ¨modo adecuado o correcto, como es debido y convenientemente¨ (Diccionario Real Academia Española).

Desde el Laboratorio partimos de un análisis que necesariamente debe separar jugar bien (objetivo) de jugar lindo (subjetivo) y que sólo coincidirán ambos si tras lograrse el primero, el gusto individual otorga el segundo. Y ¨jugar bien¨ un juego (en este caso el fútbol) es GANARLO, según se desprende del objetivo de su reglamento. Después podemos analizar si la táctica empleada en ese juego puntual (1 partido) nos va a dar otras victorias, pero es harina de otro costal. En un Torneo o Copa, por carácter transitivo, el ganador jugó más veces bien que el resto.


En cambio, si eternamente se disputasen partidos sin el encuadre de un torneo (un todos contra todos sin fin), aquel equipo que lidere la tabla será el mejor fecha a fecha. La competencia y el negocio hacen que los deportes tengan torneos bajo distintas formas de disputa, pero siempre el que gane esa competencia puntual la jugó mejor.

La diferencia es clara: jugar lindo es una percepción subjetiva del juego y no tiene vinculación directa con el triunfo. Jugar bien, en cambio, es objetivo y sí va de la mano de las victorias. El equipo que juega bien, gana. Ergo, el equipo que ganó jugó mejor que el otro, por eso justamente ganó el juego. Puede haber muchos equipos que jueguen bien y por eso el campeón es el mejor de todos.

Desde este espacio queremos lograr que se utilice el término jugar bien para los equipos que ganan. Y para jugar bien al fútbol existen distintas formas (una de ellas es la que muchos asocian a ¨lindo¨), todas válidas según el reglamento y que logran el objetivo básico del juego: ganar.



El Barcelona gana prácticamente siempre porque juega bien. Para mucha gente, además, juega lindo. Les gusta esa forma de jugar el juego, con presión en toda la cancha, mucha posesión de pelota y muchos pases como forma de llegar al gol.




Pero hay muchas otras, como por ejemplo entregarle la pelota al rival y jugarle al contragolpe. O apostar a la pelota parada y el juego aéreo; o a un juego de ataque directo. Todas, bien ejecutadas, es jugar bien y esto siempre lo determinará el resultado del juego.

En todos los deportes es similar: el juego de Los Pumas en el Mundial de Francia no fue el mismo que el de los Springboks; tampoco el de Dallas que el de Miami en básket. Pero todos juegan bien y está en la inteligencia de sus respectivos Cuerpos Técnicos establecer cuál es la mejor forma de jugar el juego de acuerdo a los jugadores que disponen.

El Barcelona para jugar de la forma que lo hace tiene a la mejor dupla de medios (Xavi e Iniesta), al mejor número 4 (Alves) y al mejor jugador del mundo. Y el resto acompaña con creces. El propio Guardiola lo dice: ¨Sin Messi no seríamos lo que somos, sólo un buen equipo¨.


Si Peñarol de Montevideo intentara el mismo juego con Olivera, Rodríguez, Freitas y compañía, seguramente la final de la Copa la miraría por TV. Entendió que con sus armas debía establecer otra forma. Y vaya si jugó bien el juego que está en la final de la Copa.

¿Que esas formas no son del gusto de la gente? ¿Que lejos están de jugar lindo y atractivo? Pregúntenle a los hinchas de Peñarol si no ven en esos 11 guerreros al mejor y más lindo equipo del mundo.

viernes, 3 de junio de 2011

Yo y mi fútbol






Siempre la televisión encendida con algún partido de tierras remotas, en general sin volumen pero acaparando mi atención casi constantemente, al punto de no escuchar, no ver, no hacer demasiado fuera de esa actividad, me ha llevado a fantasear con un mundo de fútbol puro, todo el día, y ha forzado a mis seres queridos a pedirme, con paciencia y luego no tanto, que reformule esta costumbre mía, que es ya un impedimento a mi vida social y profesional. Les prometo entonces apartarme de mi adicción pero lo hago, claro, a medias, mirando repeticiones de partidos a escondidas por la madrugada, o esperando a quedarme solo en casa para que yo y mi fútbol podamos relajarnos, encontrarnos sin recriminaciones o la sospecha de una recriminación, que siempre es menos tolerable.

Y como es cierto que se trata de una compañía que atrofia mis actividades y dirige mis energías hacia preocupaciones improductivas, ante la obligación de mermar al menos mis horas en presencia de esta mala compañía (el tiempo que uno pasa pensando en futbol, sabrá usted, no puede ser disminuido) y obligado por ende a (¡oh, el horror!) perderme encuentros, goles agónicos, patadas memorables, he pensado durante horas la posibilidad de no ser yo el que disminuya mi tiempo dedicado a la redonda, sino que sea el fútbol el que disminuya su longitud, permitiendo así que personas como yo dispongamos de un tiempo extrafutbolístico mayor para apretujar allí todas las obligaciones laborales y sociales que lamentablemente son ineludibles (por ahora).

Mis planes son sencillos: disminuir cada partido de fútbol a una hora total de duración, distribuida en dos tiempos de 30. El encuentro que hoy disputaron Huracán y Estudiantes es prueba contundente de lo que digo: prender el televisor a las 3 y apagarlo a las 4, sin dedicarle al fútbol más que el tiempo que uno tardaría en merendar, no destruyó mis planes profesionales para la tarde (bueno, en verdad tras el partido me ocupé en escribir sobre fútbol –este texto-, pero lo enmascaré hábilmente como una actividad laboral), a la vez dándome un placentero recreo de mis tediosas labores. El hincha que viaja también agradecería la disminución de tiempo porque en esa media hora ganada existe una diferencia real de una hora, que exagerando un poco marca la diferencia entre perder una tarde entera o un rato: partir, por ejemplo, a la cancha de Quilmes una hora antes del partido, ver dos horas de futbol y llegar una hora despues demanda un total de cuatro horas de mínimo; partir una hora para ver una hora de fútbol y volver demanda tres, lo que en el marco de una tarde se traduce como volver a las 5 que a las 6 de un domingo, notable diferencia para los domingueros de mate y facturas. Ni hablar si el match se disputa en tierras locales, en cuyo caso ir a la cancha es una mera escapada, una salida breve y feliz en medio de un día siempre dormilón como el domingo. Absurdo es pensar que los hinchas dejarían de ir a los estadios por sólo una hora de fútbol: seguramente incluso se sumarían nuevos adeptos, ante la chance de ver el partido sin interrumpir sus actividades por demasiado tiempo.

Incluso, vale decirlo, ganaría el fútbol. Los que se quejan sobre su lentitud extrema, sobre todo en estos pastos pampeanos, verían como el fútbol aceleraría enormemente. Imaginen que un equipo convierte un gol transcurridos 20 minutos. El primer tiempo rápidamente expira y quedan... ¡apenas 30 minutos para revertir la cosa! Todos para adelante, sin toqueteo, a la carga barracas. Pero por ende, para los detractores del vértigo (puro flash vacío, sin consistencia, dirán), el fútbol también se volvería más aguerrido: permitir un gol, con tan poco tiempo para remontarlo, resultaría imperdonable. Los equipos presentarían, en definitiva, versiones más intensas en ataque y defensa, ante el marco menor de tiempo que los oprime mientras los segundos se escurren. Y los conjuntos verdaderamente valientes, los memorables, capaces de sobreponerse al vértigo y la tensión, al miedo y a la desesperación, capaces de tener paciencia a pesar del tiempo que resta, y no por el tiempo que resta, esos equipos serían grandísimos campeones, compuestos por grandísimos hombres que saben jugar al fútbol, hombres verdaderamente inteligentes, hasta sabios, en el manejo de los tiempos y los humores de los matches.

La aprobación inminente de la Copa Argentina va a generar una inédita triple competencia por estos lares, imposible de afrontar con nuestros planteles profesionales necesariamente cortos para llegar a los balances, rellenados con jugadores a préstamo, sin compromiso ni calidad, y con los pibes arrancados de la tierra antes de su madurez, frutos de una cantera diezmada por estas urgencias económicas y deportivas. Pero si cada tres días se disputaran, en lugar de los agotadores 95 minutos de juego, meros 60, esa media hora de diferencia donde las piernas y las cabezas se queman, donde se obliga a ese esfuerzo final que el cuerpo no permite y que incinera los músculos, sería media hora de descanso, media hora de frescura para el siguiente compromiso. La doble y hasta la triple competencia sería viable para los empobrecidos planteles latinoamericanos, y por fin, no se llegaría a los fines de torneo con todos los jugadores lesionados, y nos ahorraríamos esas definiciones por penales donde con la pata dura por los calambres, todos los tiros son suvenires para los hinchas.

Los futboleros obsesivos veríamos nuestra negra inclinación debilitarse en su dominio sobre nuestras vidas. Seguiríamos febrilmente atrapados por todo lo relativo al juego, pero de un modo socialmente aceptable, o socialmente más aceptable al menos. Quienes mejor disimulan su adicción (entre quienes sin humildad alguna me cuento) seguramente consigan que sus familiares cercanos dejen de considerar al fútbol un vicio y pasen a pensarlo como un mero pasatiempo. Y dejen al viejo en paz, con su mero pasatiempo, pensándolo inofensivo. Y yo sé que el sueño de todo viejo es que lo dejen en paz con su fútbol.